Emergencia climática, alimentación y vida saludable
Reseña del libro Emergencia climática, alimentación y vida saludable de Carlos A. González Svatetz, elaborada por Monica Di Donato del equipo de FUHEM Ecosocial, publicada en el número 153 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global.
Cuando en 1862 el filósofo alemán Ludwig Feuerbach dijo que «somos lo que comemos», en otras palabras, que en la comida se refleja nuestra manera de vivir y convivir en y con la naturaleza, seguramente no tenía en mente cuestiones como la sostenibilidad o el problema de las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, hoy en día, su famoso aforismo puede aplicarse a la perfección a uno de los problemas ambientales emergentes en nuestra sociedad: el sistema alimentario repercute no solo en nuestra salud, sino que también afecta a la salud del planeta, ya que, si pensamos en términos de cambio climático, por ejemplo, según datos de la FAO, alrededor del 30% de las emisiones que inciden sobre el calentamiento global estarían directamente vinculadas a la forma en que se produce, distribuye y consume nuestra comida. Un reciente artículo aparecido en la revista Nature, bajo el título «Food systems are responsible for a third of global anthropogenic GHG emissions», corrobora claramente esta tendencia tan preocupante mediante el uso de una base de datos que cubre cada etapa de la cadena alimentaria para todos los países, proporcionando datos de emisiones de CO2, CH4, óxido nitroso (N2O) y gases fluorados para cada año entre 1990 y 2015.
Bajo una perspectiva más amplia, que todo el sistema de producción y consumo de alimentos se escapa peligrosamente a una mínima lógica de tutela de los ecosistemas ya lo ponían negro sobre blanco en 2005 los resultados de la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio (Millennium Ecosystem Assessment), y lo confirman informes más recientes como el Informe especial sobre el cambio climático y la tierra (SRCCL, siglas en inglés para Special Report on Climate Change and Land), presentado en 2019 por el IPCC. Aquí se alerta, por ejemplo, de que solo la agricultura, la silvicultura y otros tipos de uso del suelo representan el 23% de las emisiones de gases de efecto invernadero causadas directa o indirectamente por actividades humanas. También se subraya que el aumento de la población y del consumo per cápita de alimentos en las últimas décadas ha incrementado drásticamente la utilización de tierras y recursos hídricos no solo en términos de la extensión de superficie utilizada sino también en cuanto a la intensidad de su utilización, causando erosión y degradación del suelo.
En ese sentido, si por un lado el hombre utiliza actualmente alrededor del 70% de las tierras emergidas no cubiertas por hielo, por el otro es muy preocupante que un 25% de estas sufran degradación causada por la actividad humana. En otros términos, los efectos a largo plazo del cambio climático en relación a la degradación del suelo, la desertificación y la seguridad alimentaria de todas las personas dependerán del camino socioeconómico que se escoja. Variables clave de dichos caminos serán el ritmo de incremento de la población, el nivel de desigualdad, la capacidad de adaptación y el grado de adopción de modos de producción compatibles con el medio ambiente. Por ello, en las próximas décadas, con un aumento creciente de las necesidades sociales, es previsible que (de hecho, ya hay evidencias) estos sistemas se enfrentarán a presiones aún mayores, con el riesgo de un debilitamiento más acentuado de la naturaleza, de la que dependen todas las sociedades.
Si pensamos en la crisis multidimensional ligada a la COVID-19, podríamos encontrar muchas claves en ese sentido.
Las reflexiones introducidas anteriormente son útiles como telón de fondo para mostrar que la cuestión de la sostenibilidad ecológica y también social (en otros términos, la viabilidad ecosocial) referidas al sistema alimentario en su conjunto (ya que un alimento no es solo un alimento, sino un sistema complejo de múltiples flujos físicos interconectados y con múltiples impactos a diferentes escalas) es muy relevante y ha impulsado, sobre todo en los últimos años, toda una serie de análisis que intentan cuantificar rigurosamente las cargas y las huellas en los ecosistemas de determinados alimentos, dietas, etc., así como sus diferentes impactos en términos de salud de las personas y cargas asociadas a nivel de sistema social, con el objetivo de demostrar que seguir una dieta sana es, al mismo tiempo, una forma eficaz de cuidar a los ecosistemas, y también a las personas y a la sociedad en su conjunto, por la reducción, por ejemplo, de los gastos sanitarios derivados de modelos dietéticos inadecuados.
El libro objeto de esta reseña, Emergencia climática, alimentación y vida saludable, del epidemiólogo y especialista en salud publica Carlos González Svatetz constituye un ejemplo en ese tipo de producción científica de carácter divulgativo.
Para entender la importancia de las aportaciones del libro, partimos de una breve descripción de la trayectoria profesional de su autor. Carlos González Svatetz ha dedicado más de treinta años de su carrera profesional de experto epidemiólogo a investigar la relación entre los factores ligados al estilo de vida (como la alimentación, el tabaco, el alcohol, el exceso de peso, etc.) y los determinantes ambientales en el desarrollo de distintos tipos de cáncer, participando, como coordinador, en un importantísimo estudio europeo dentro del ámbito descrito: European Prospective Investigation into Cancer and Nutrition. Con esta especialidad de fondo, una cierta sensibilidad social y con el comienzo de una nueva etapa vital, el autor decide profundizar en una nueva dirección, investigando acerca de la importancia de analizar el modelo de producción y consumo alimentario dentro del paradigma de la crisis climática, y ahondando en la necesidad de un nuevo paradigma de salud dentro del actual marco socioeconómico capitalista.
Su inquietud a la hora de afrontar estos temas tiene como punto de partida una hipótesis en línea con las reflexiones que abrían esta reseña: «la emergencia climática no es un fenómeno puramente natural: es producto de la actividad humana. Y es una cuestión prioritaria que afecta tanto a los sistemas humanos, incluida la salud, como a los sistemas naturales (aire, tierra, agua, océanos, diversidad biológica, etc.) y que altera las complejas relaciones entre estos sistemas. Es consecuencia de un modelo productivo, de vida y de consumo, guiado únicamente por el mayor beneficio económico en el menor tiempo posible. Desprecia la sostenibilidad de nuestro entorno natural y la sostenibilidad del ecosistema», tal y como puede leerse en la introducción al libro. Para cambiar e intentar revertir entonces ese escenario, González Svatetz apela a la necesidad de arrinconar los afanes negacionistas de algunos y de tomar medidas urgentes y drásticas contra el cambio climático, y esto, en términos de sistema alimentario, implica también cambios radicales como el progresivo abandono de modelos basados prevalentemente en productos de origen animal por dietas basadas en más productos vegetales, que son más saludables y tienen un impacto climático menor. En ese sentido, muchos estudios, como subraya el mismo autor, muestran como el enorme crecimiento de producción y consumo de carnes es insostenible, y el exceso en su consumo en los países más desarrollados se asocia a diversos tipos de cáncer, obesidad, diabetes tipo 2 y enfermedades cardiovasculares.
En este ámbito, González Svatetz cuenta con una larga experiencia que le ha llevado a colaborar con el IARC y algunos de sus famosos y polémicos informes. El dato descrito antes, además, se torna todavía más preocupante si se piensa que en el siglo XIX y comienzos del XX las enfermedades prevalentes eran las infecto-contagiosas, mientras hoy en día predominan las enfermedades crónicas (cáncer, cardiovasculares, diabetes, obesidad) totalmente relacionadas por nuestros hábitos de vida y de consumo, que provocan también, a su vez, la emergencia climática.
En el libro, el autor muestra así cómo nuestra salud está ligada indisolublemente a la salud del ecosistema. No podemos tener buena salud en un planeta enfermo, tal y como se hace hincapié desde el enfoque de «Una sola salud» (One Health). Cabe preguntarse, entonces, qué se puede y qué se debe hacer para prevenir estas enfermedades y mitigar la crisis climática.
En ese sentido, el autor estructura sus reflexiones, fruto del trabajo en su larga trayectoria de investigación, a través de seis capítulos, donde se analizan una por una las diez consecuencias principales del calentamiento global, sus causas, se habla de las consecuencias de la crisis climática sobre la salud y se reflexiona sobre qué proponen y hacen los gobiernos, los organismos internacionales, los movimientos sociales y los científicos para proteger la salud. El libro se cierra con un capítulo dedicado a reflexionar sobre qué podemos y debemos hacer por mejorar nuestra salud y la salud del planeta en el actual contexto de crisis sistémica en la que está involucrada la sociedad (con una clara exhortación a que la salida a la crisis de esta pandemia sea ecológica, y abocando por la formulación de un nuevo marco más radical y basado en el enfoque de una sola salud). En este capítulo se hace especial hincapié en la importancia y el papel de la dieta mediterránea como modelo para esa transición hacia sistemas alimentarios más resilientes, sostenibles y justos.
Finalmente, el apéndice lo ocupa un manifiesto promovido por 350 organizaciones que representan a más de 40 millones de profesionales sanitarios dirigido a los líderes del mundo, solicitando una recuperación de la crisis de la COVID-19 que tenga en cuenta la contaminación del aire y la crisis climática, como una ventana de esperanza, en el sentido que indicaría la magnitud de la conciencia alcanzada en la necesidad de un cambio radical de rumbo.
En un informe muy reciente de IPES-Food y ETC Group, bajo el título Un movimiento a largo plazo por la alimentación: transformar los sistemas alimentarios para 2045, volvemos a encontrar muchas de las reflexiones que González Svatetz señala en su libro. Al igual que el investigador argentino, también esos organismos internacionales señalan cómo el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la rápida disminución de la fertilidad del suelo están dañando seriamente la salud de las personas y del planeta, quebrando a las sociedades y amenazando los sistemas alimentarios de todo el mundo. Además, en el informe se señala otro aspecto de gran preocupación a considerar, que no puede ser dejado de lado cuando se habla de sistemas alimentarios sostenibles y saludables: la inseguridad alimentaria y el problema del hambre, un problema que todavía atraviesan demasiadas personas en el mundo.
Así, a pesar de que existe un compromiso a escala mundial para eliminar el hambre en 2030, se ha perdido mucho terreno y los datos parecen haber empeorado. En ese sentido, se estima que 690 millones de personas pasaban hambre en 2019 y más de 2.000 millones carecían de acceso a alimentos seguros, nutritivos y suficientes de manera regular. Y esto antes de que la pandemia de la COVID-19 aumentara en aproximadamente 130 millones de personas más el número de aquellos que padecen hambre, empujara a innumerables millones más al borde de la hambruna, y pusiera en riesgo un tercio de los medios de subsistencia de las personas involucradas en la producción agroalimentaria.
Ante este panorama, los autores y autoras del estudio hacen referencia a la importancia de plantearse cómo serían los sistemas alimentarios en 2045 si se permitiera que siguiese la dinámica de funcionamiento actual de los sistemas agroalimentarios mundiales. Frente a esos preocupantes escenarios parece fundamental, y esto lo subraya Gonzalez Svatetz también en el libro, que tanto la sociedad civil como los movimientos sociales tomen la iniciativa, y se empoderen de alguna manera para exigir cambios radicales a los gobiernos y presionarlos para que actúen ya a favor del cambio para transformar los flujos financieros, las estructuras de gobernanza y los sistemas alimentarios desde la base.
Todas estas reflexiones nos hacen concluir que existe una creciente evidencia de que la salud humana, animal y ambiental están estrechamente vinculadas, lo que significa que hay que superar visiones parcelarias y reduccionistas, y no limitarse únicamente a pensar en la seguridad de los alimentos y piensos, sino que se debe adoptar una perspectiva más amplia, para girar hacia un enfoque de «una salud, un medio ambiente» en un contexto de justicia social.
Una vez más, es la misma ciencia la que nos hace tomar conciencia de que lo que elige comer o dejar de comer un individuo marca la diferencia en el camino hacia la sostenibilidad ecológica y social, y hacia la mejora de nuestro estilo de vida. Hay que señalar que es fundamental el papel de las instituciones para que esto sea posible para todas las personas y en todo el mundo.
Monica Di Donato
Acceso a la reseña en formato pdf: Emergencia climática, alimentación y vida saludable