Cambiar de paradigma para construir la paz del siglo XXI

Vivimos tiempos inciertos marcados por la guerra.

Cualquier conflicto bélico da lugar a pérdidas de vidas humanas e inflige un sufrimiento enorme a las poblaciones afectadas. Son las principales consecuencias de esa barbarie, pero no las únicas. Genera otros impactos, como la destrucción de las infraestructuras y la devastación económica que intensifican y prolongan esos efectos hacia otras generaciones. Pocas veces se suele señalar lo que supone de destrucción en el entorno natural. Las guerras representan un desastre total para quienes las padecen en carne propia y para sus descendientes. Por eso, como dijo Julio Anguita conmovido ante la muerte de su hijo, «malditas sean las guerras y los canallas que las hacen».

Así comienza el artículo de Santiago Álvarez Cantalapiedra, director de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, como texto introductorio  al  número 165 dedicado a la Paz Ambiental.

A continuación, ofrecemos de forma abierta y gratuita el texto completo.

Las guerras nunca son accidentales. Responden a tensiones que surgen de desajustes y contradicciones que se vuelven inmanejables. Tienen que ver con el intento de preservar los privilegios de un determinado modo de vida, con las rivalidades que surgen de la forma en que se organizan las sociedades y con el hecho de que la industria de las armas se conciba como un negocio y un sector estratégico en el funcionamiento de la economía. Los EEUU, principal potencia económica mundial y referencia de democracia impuesta a todo el orbe, es una economía militarizada, tanto por lo que representa la industria militar y el gasto en defensa en el PIB como por ser el principal país exportador de armas del planeta. La guerra en Ucrania y la desatada entre Israel y Hamas han disparado las cotizaciones en bolsa de sus principales corporaciones de armas y han elevado sus exportaciones hasta un 42% del total mundial (periodo 2019-23). Aunque los EEUU venden armas a 107 países, es Europa Occidental su principal cliente, acaparando –para el periodo mencionado– el 72% de total de sus exportaciones.1 En un momento en el que su dominio económico y geopolítico se está viendo cuestionado, EEUU responde a este desafío fortaleciendo su papel como proveedor global de armamento, lo que le permite dar un nuevo impulso a la economía y alinear bajo su hegemonía a la vieja Europa.

 

La reconfiguración del atlas geopolítico mundial

Según los datos que publica anualmente el Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo, el gasto militar mundial aumentó un 6,8% en 2023 (el mayor incremento en los últimos quince años), hasta alcanzar un volumen de 2,4 billones de dólares.2 Es una aberración cuando una parte de la humanidad padece aún profundas carencias básicas y el planeta afronta un desafío ecológico sin precedentes. Como telón de fondo, nos encontramos la crisis de hegemonía estadounidense y el surgimiento de una nueva geoeconomía acompañada de una competencia geopolítica multipolar a nivel global y regional.

Se está perfilando un nuevo atlas geopolítico: por un lado, la convergencia de intereses estratégicos entre potencias asiáticas está alentando el entendimiento entre China, Rusia, Irán y Corea del Norte. Por otro lado, rodeando esa conexión de regímenes asiáticos surge otra alianza de países en torno a dos ejes, el del Atlántico Norte con EE UU y sus socios de la OTAN y la UE, y el de Asia-Pacífico, con países como Japón, Corea del Sur, Filipinas o Australia. Ni son bloques cerrados ni se encuentran definidos de la misma forma, pero revelan la tensa competición que va surgiendo entre dos modelos de capitalismo3 que pugnan por el liderazgo y protagonizan la fragmentación de la economía mundial.

Estamos ante un escenario incierto, pero que apunta hacia un mundo multipolar con cada vez menos multilateralismo como consecuencia del afianzamiento de diferentes bloques económicos. El auge económico de China (y sus incursiones en África y Latinoamérica) ha provocado inquietud en Washington dando carta de naturaleza a la actual tensión geopolítica. Esas tensiones se manifiestan ya en conflictos armados en el este de Europa (frente de Ucrania), Oriente Medio (Siria, Líbano, Gaza, Irak o la reciente con Irán) y África,4 sin olvidar el riesgo de la apertura de un tercer frente en Asia-Pacífico (fricciones entre Filipinas y China, la cuestión taiwanesa o las tiranteces con la nuclearizada Corea del Norte).

Un escenario preocupante en el que nadie dice querer la guerra, pero en el que todo el mundo se prepara para ella armándose hasta los dientes y, en cuyas circunstancias, nadie logrará controlar los acontecimientos porque cualquier error de cálculo o comunicación podrá desencadenar escaladas y conflictos de consecuencias impredecibles.

Secundar esa dinámica perversa está conduciendo a Europa a un proceso de militarización preocupante, como está demostrando la actitud de la Comisión frente al conflicto en Ucrania. Durante el último lustro se han creado la Dirección General de Industria de Defensa y Espacio (donde se vincula la defensa y la seguridad con el objetivo climático) y el Fondo de Defensa Europeo (con un presupuesto de 8 000 millones de euros para I+D), se han militarizado las fronteras a través de FRONTEX (la mayor Agencia de la UE) y se ha constituido Fondo Europeo de Paz para el entrenamiento y equipamiento de fuerzas militares situadas fuera de la UE. Asimismo, se ha reflejado doctrinalmente esa tendencia en la Estrategia de la UE para una Unión de la Seguridad, que declara el objetivo explícito de la defensa del modo de vida imperante y, más recientemente, el 5 de marzo de 2024, con la presentación por parte de la Comisión Europea de la Estrategia Industrial de Defensa con un aporte de 1 500 millones de euros para el nuevo Programa Europeo de Industria de Defensa.5

Los gastos de defensa, una decisión propia de los Estados miembros, se han disparado en la mayoría de los países bajo la admonición de perseguir el número mágico del 2% del PIB de cada una de las economías europeas, un porcentaje que posiblemente ya ha sido alcanzado, o incluso superado, dada la opacidad que rige en la contabilidad del gasto militar.6 Para el caso de España, es conocida la enorme distancia entre el gasto oficial de defensa y el gasto real, distribuido y disfrazado en partidas presupuestarias dispersas por diferentes ministerios y organismos oficiales. Gracias al valioso trabajo realizado por el Centro Delàs d’Estudis per la Pau7 sabemos que el gasto militar ascendió en el año 2023 a 27 617 millones de euros, superando aquel porcentaje al representar ya 2,17% del PIB.8 El grupo antimilitarista Tortuga lo eleva a 48 800 millones (más del 4% del PIB) como consecuencia, entre otras cosas, de incorporar también las autorizaciones del gasto extrapresupuestario, es decir, las decisiones tomadas en el consejo de ministros y ministras con posterioridad a la aprobación de los presupuestos generales del Estado en las que se aprueban ampliaciones de gasto, principalmente para inversiones en sistemas de armas y acciones en el exterior.9

A pesar de estas discrepancias, la cifra del 2% sigue blandiéndose en la narrativa belicista para apelar a la existencia de un imaginario déficit de inversión en defensa, cuyo origen residiría en la supuesta brecha entre las cifras oficiales del gasto actual y el mencionado 2%. En palabras del presidente Pedro Sánchez, «nuestro continente, la Unión Europea, registra un déficit de inversión en defensa de 56 000 millones de euros».10 Un incremento del gasto que, de darse en el recobrado marco de austeridad fiscal que ahora se propugna, implicaría recortes en otras partidas del presupuesto público o un incremento del endeudamiento de los países miembros de la Unión.

 

La guerra en el Capitaloceno

En la estrategia bélica siempre ha estado presente el objetivo de perturbar el hábitat donde vive el enemigo, modificando o destruyendo las condiciones sociales y naturales de su supervivencia. Ahora bien, históricamente esos cambios ambientales quedaban circunscritos a las zonas geográficas en las que se enfrentaban los ejércitos. En consecuencia, las trasformaciones provocadas por las guerras suponían fuertes perturbaciones locales durante cortos periodos de tiempo, pero con una huella destructiva relativamente reversible. Sin embargo, la magnitud y la variedad de las consecuencias ecológicas de los conflictos armados se modificó sustancialmente con la tecnificación de las contiendas iniciada a finales del siglo XIX y consumada con la Gran Guerra. Desde entonces la disposición de un armamento cada vez más sofisticado unido a la utilización de arsenales con una potencia destructiva sin precedentes ha sumido a la humanidad en una nueva era, la de la guerra mecanizada moderna, que no es sino la expresión, en el ámbito militar, de lo que representa el Antropoceno: una nueva época en la que las capacidades humanas, ampliadas gracias al complejo tecnocientífico, permiten perturbar y destruir los ecosistemas a una escala global. En este sentido, las dos grandes guerras mundiales del siglo pasado no solo supusieron un punto de inflexión en el acto bélico, sino también la expresión de la ruptura de la relación del ser humano con su entorno de manera que, a partir de entonces, las guerras con todo su aparato militar se han convertido en uno de los principales factores de la antropización de la naturaleza.

La entrada en esta nueva era ha implicado asimismo un giro en las estrategias bélicas. Hasta entonces, la huella destructora de las guerras sobre la naturaleza era considerada poco menos que un efecto colateral de la conflagración: el objetivo era el combatiente y no tanto el entorno en el que se desenvolvía, dado que la capacidad de alterarlo sustancialmente era más bien limitada. Sin embargo, a partir de la guerra de Vietnam (1955-1975) y la Guerra Fría la destrucción del entorno natural se convirtió en un objetivo deliberado de la acción militar para desalojar al combatiente.11 En efecto, la protección que otorgaban las trincheras, los túneles y las tácticas defensivas de ejércitos y guerrillas capaces de mimetizarse con el entorno han sido crecientemente neutralizadas mediante el empleo de tecnologías que arrasan el terreno de operaciones cuando no es posible identificar al combatiente. La estrategia de tierra quemada, como la que está llevando a cabo el gobierno de Israel en Gaza, alinea la destrucción del ecosistema con el objetivo de la eliminación del enemigo.

La noción de ecocidio, que surgió de las críticas a la intervención estadounidense en Vietnam,12 apunta a esta estrategia orientada a destruir al enemigo arrasando con todo aquello que le permite sobrevivir (la tierra que cultiva, el agua que bebe o el aire que respira). Las consecuencias ecológicas de las guerras adquieren una dimensión y una perduración nunca vista debido a la intensidad destructiva de los combates. Las huellas que dejan en los ecosistemas permanecen por décadas una vez finalizado el conflicto. El uso masivo en la guerra de Vietnam de armas químicas como el napalm o de defoliantes como el agente naranja para destruir los bosques y las cosechas en los territorios del Vietcong provocaron unos daños en unos ecosistemas que aún no se han recuperado.

En 1980 el historiador y teórico marxista inglés E. P. Thompson escribió el ensayo titulado «Notas sobre el exterminismo, la última etapa de la civilización»13 para referirse a la posibilidad de la aniquilación masiva de la vida ante una eventual guerra nuclear en el contexto de la Guerra Fría. La tendencia hacia el exterminio de la civilización contemporánea no se reduce en la actualidad al empleo de unas armas de destrucción masiva que no han parado de perfeccionarse desde entonces. El propio modo de vida derivado de la actual civilización industrial capitalista se ha convertido en sí mismo en una estructura de destrucción masiva que arrasa con la biodiversidad y desestabiliza el clima en el planeta. Sus prácticas, estructuras, instituciones, actores y relaciones de poder han provocado una crisis ecosocial global que daña irreversiblemente la biosfera hundiendo a la humanidad en una trampa civilizatoria y en un desorden geopolítico de los que resulta difícil escapar.

Son muy pocas las voces que se alzan denunciando esta situación. Una de las más autorizadas entre los líderes mundiales es la del Papa Francisco cuando habla de la «gran desmesura antropocéntrica» (la hybris griega) en la que nos ha metido el paradigma tecnocrático, imponiendo una racionalidad científico-técnica subordinada y al servicio de la acumulación del capital y la lógica del máximo beneficio con el menor coste económico, que vuelve imposible cualquier sincera preocupación por el planeta y la promoción de un multilateralismo que persiga la paz mundial. Es la reclamación de un cambio de paradigma que corrija la concepción del ser humano que ya no reconoce su posición justa respecto al mundo al asumir una postura autorreferencial centrada exclusivamente en sí mismo y en su poder. Una denuncia que resulta creíble y sincera en cuanto que arranca autocríticamente de la propia «representación inadecuada de la antropología cristiana» que ha llevado a «respaldar una concepción equivocada sobre la relación del ser humano con el mundo».14

 

La necesidad de un nuevo paradigma

La amenaza bélica global y la dinámica exterminista de la crisis ecológica exigen afrontar los desafíos y los conflictos actuales desde otros paradigmas. La crítica al sistema tecnocrático debería hacernos ver que nos encontramos ante una crisis de civilización (es decir, ante un momento histórico que sitúa a la humanidad en una encrucijada) en la que no valen las recetas heredadas del pasado. La escalada armamentística en un escenario mundial de creciente fragmentación y pugna por la hegemonía dentro del capitalismo global no es la respuesta adecuada. Necesitamos un nuevo multilateralismo que rompa con la tendencia de las últimas décadas a evitar cualquier intento de regulación consciente en las relaciones internacionales y que reconozca el papel de las organizaciones de la sociedad civil para superar las debilidades de la comunidad internacional. Se requiere un cambio de paradigma en el tratamiento de los problemas globales que incorpore una concepción holística y positiva de la paz.

Con este propósito, el Grupo de Paz Ambiental de la Asociación Española de Investigación para la Paz (AIPAZ) celebró en septiembre del año pasado sus primeras jornadas con el título Qué significa la paz ambiental en el siglo XXI.15 En ellas se señaló que «es una paz positiva centrada en los ecosistemas y en las personas, en sus derechos y en la justicia social y de género. Una paz que nos lleva a actuar con conciencia global y de especie, porque los grandes problemas del siglo XXI son planetarios, no entienden de fronteras y, aunque de forma diferenciada, afectan a todas las personas y especies vivas. La paz ambiental se contrapone al modelo de vida del Norte global impuesto por el capitalismo y a sus sistemas de seguridad militar, que actualmente mantienen los modelos de crecimiento y de explotación neocolonial de recursos, que son causa de la crisis ecosocial. Tiene como objetivo proteger a la naturaleza y a las personas, armonizando las tensiones entre política y seguridad, para poder satisfacer las necesidades básicas de las comunidades sin destrucción de su hábitat y abordando los conflictos con métodos pacíficos y de diálogo; además de acompañar y visibilizar los movimientos de defensa del territorio y las resistencias a una destrucción socioambiental que, a menudo, tiene un marcado componente de clase, género y raza». Con esa misma intención ofrecemos ahora este número de la revista Papeles.

NOTAS:

1 «European arms imports nearly double, US and French exports rise, and Russian exports fall sharply», SIPRI, 11 de marzo de 2024.

2  «Global military spending surges amid war, rising tensions and insecurity», 22 de abril de 2024.

3 El reequilibrio del poder económico entre Norteamérica y Europa, por un lado, y Asia por otro (o si se prefiere, entre viejos centros capitalistas y nuevos países emergentes), lleva aparejado –según Branko Milanovic– dos tipos de capitalismo en competición que no solo se diferencian en la esfera política, sino también en la económica. Branko Milanovic, Capitalismo nada más. El futuro del sistema que domina el mundo, Taurus, Madrid, 2020.

4 Una buena explicación de los conflictos armados y del resurgir de los golpes de Estado en África en el contexto de los cambios geopolíticos actuales se encuentra en Óscar Mateos: «África en el torbellino de la volatilidad global», Nueva Sociedad núm. 310, NUSO, marzo-abril de 2024, pp. 135-152.

5 Se pueden consultar más detalles de la Estrategia Industrial y del Programa Europeo en la página oficial de la UE.

6 Una cosa son las cifras oficiales y otra las reales. Existe una deliberada oscuridad sobre el tema que se convierte en una fuente de ineficiencia y corrupción que debería preocupar a una sociedad democrática. Se dan con frecuencia irregularidades en la contratación de obras y suministros, sobrecostes en los programas de armamentos, desviaciones del gasto militar en las partidas de los ministerios de defensa, así como traslaciones hacia las de otros ministerios, sin olvidar el recurso al gasto extrapresupuestario, sin apenas justificación y control.

7 Resulta muy meritorio el trabajo realizado por este centro de investigación, reflejado en sus numerosos libros e informes sobre la evolución del gasto militar real de los Presupuestos Generales del Estado, el negocio de la industria armamentística, los lobbies de la economía de la guerra, las formas de financiación del armamento, la responsabilidad social corporativa de las entidades financieras, las exportaciones de armas o la militarización de fronteras y de los problemas ambientales.

8 Es de acceso libre la base de datos.

9 Grup Antimilitarista Tortuga y Juan Carlos Rois, Continúa el inmoral crecimiento por la puerta de atrás, marzo de 2024.

10 Acta taquigráfica del Pleno del Congreso del día 10 de abril de 2024, p. 5.

11 Daniel Hubé, «Las guerras del siglo XX: una historia de ruptura entre el hombre y su entorno», The Conversation, 6 de julio de 2023.

12 Barry Weisberg (comp.), Ecocide in Indochina. The ecology of war, Canfield Press, San Francisco, 1970.

13 Edward Palmer Thompson, «Notes on Exterminism, the Last Stage of Civilization», New Left Review 121 (1980), pp. 3–31.

14 Véase «Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno» en el capítulo tercero de la encíclica Laudato Si’. Aspectos que Francisco ha remarcado de nuevo en la exhortación Laudate Deum.

15 Se puede acceder a la totalidad de los vídeos de las jornadas en la página web de FUHEM.

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