Necesidad de verdad, conflicto y generosidad

El texto «Necesidad de verdad, conflicto y generosidad. Más allá de la crítica a la cancelación» de Jordi Mir pertenece a la sección A FONDO del número 152 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, dedicado a la Polarización, fracturas, crispación y posverdad.

Es necesaria una lectura crítica de la cultura de la cancelación con el fin de profundizar en algunos de los grandes desafíos que es urgente abordar para hacer posible la convivencia y la democracia. El artículo apunta cómo la gestión de los conflictos debe de partir de la creación de democracia, no de su destrucción, y sin rechazo al debate plural y al reconocimiento de las verdades de los hechos y la diversidad de las valoraciones.

«La restricción del debate, sea a manos de un gobierno represivo o de una sociedad intolerante, daña invariablemente a aquellos que carecen de poder y hace a todos menos capaces de la participación democrática».[1]

¿Quién puede estar en contra de esta afirmación?

Pertenece a «Una carta sobre justicia y debate abierto», también conocida como «Harper’s Letter», un texto publicado por Harper’s Magazine el 7 de julio de 2020 respaldado por más de un centenar de firmas de personas con presencia pública dedicadas a la escritura, la docencia, el periodismo… Un conjunto de firmas diverso y plural que ha ayudado a esta declaración para ser considerada como una aportación transversal, creada y participada por personas de diferentes posiciones políticas, de Francis Fukuyama a Noam Chomsky, por citar dos autores que es posible que no acostumbren a coincidir en la firma de declaraciones, manifiestos, peticiones u otro tipo de textos.

¿Quién puede estar en contra del debate abierto? ¿Quién está en contra hoy de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres? ¿Quién está en contra hoy de la sostenibilidad?

Hay determinadas ideas que los últimos años han ido ganando centralidad. Han surgido de los márgenes para ser compartidas en la centralidad. Han ganado la hegemonía discursiva: buena parte de la sociedad, de los medios, de los partidos políticos dicen defenderlas. Otra cosa es la hegemonía efectiva, que se cumplan. A este texto le pasa algo parecido, una cosa es lo que se dice y otra es lo que se hace. La defensa del debate abierto por parte de quien no debate de manera abierta resulta problemática. De acuerdo, debate abierto, pero…

¿Quién establece qué es el debate abierto? ¿De qué manera las personas firmantes y quienes apoyan esta declaración lo practican? ¿Cómo podemos concretar un poco más para profundizar en los problemas que tenemos como sociedad buscando solucionarlos?

Las siguientes páginas se acercarán críticamente a la crítica de la cultura de la cancelación para profundizar en algunos de los grandes desafíos que es urgente abordar para hacer posible la convivencia y la democracia. Vivimos en sociedades que esconden sus conflictos o que tienen muchas dificultades para gestionarlos creando democracia y no destruyéndola. Sociedades enfrentadas a partir de grandes dosis de partidismo, con gran rechazo al debate plural y al reconocimiento de las verdades de los hechos y la diversidad de las valoraciones.

 

Monumentos racistas defendidos en nombre de la libertad

«Una carta sobre justicia y debate abierto» se ha convertido en un referente de la llamada crítica a la cultura de la cancelación y este es su planteamiento inicial:

Nuestras instituciones culturales afrontan un momento decisivo. Poderosas protestas por la justicia racial y social conducen a demandas largamente esperadas de reforma policial, junto a llamamientos más amplios en pos de mayor igualdad e inclusión en nuestra sociedad, y también en la educación superior, el periodismo, la filantropía y las artes. Pero esta revisión necesaria también ha intensificado un nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos políticos que tienden a debilitar nuestras normas de debate abierto y tolerancia de las diferencias en favor de la conformidad ideológica.

El texto empieza haciendo referencia a las movilizaciones sociales que tuvieron lugar después del asesinato de George Floyd mientras estaba detenido por la policía el 25 de mayo en Mineápolis, Minesota (EEUU). «Los disturbios son el lenguaje de la gente no escuchada», son palabras de Martin Luther King expresadas en 1966 que fueron muy recordadas durante los días posteriores a la muerte de Floyd y en el inicio de las movilizaciones. Estos actos de contestación surgidos en EEUU, pero llegados a otras muchas partes del mundo, generaron un nuevo capítulo de un movimiento social que los últimos años se ha presentado bajo el lema Black Lives Matter. Es un movimiento que viene de lejos, que conecta con el movimiento por la abolición de la esclavitud, con el movimiento por los derechos civiles…

La conexión de esta movilización con una historia de opresión se vio de manera muy clara en los episodios de destrucción de estatuas. Algunas fueron derribadas, otras tiradas al mar, alguna decapitada… Hubo administraciones que reaccionaron rápidamente para retirar las que estaban en riesgo. También vimos casos de protección de estatuas y disturbios a su alrededor. La historia y la memoria como lucha del presente. No es una novedad. Pero ha sido un episodio muy relevante por la cantidad de casos y la diversidad de lugares donde han sucedido.

Esta voluntad de cuestionar la historia aprendida, la memoria oficial, no se ha quedado en las estatuas. Llegó hasta el cine cuando HBO anunció que retiraba temporalmente de su catálogo la película Lo que el viento se llevó con voluntad de volverla a incorporar con algún texto contextualizador de su racismo. Las acciones movilizadoras y las respuestas como la de HBO no han tardado en generar críticas. Dani Gascón, director de Letras Libres, revista que publicó la traducción castellana del texto de Harper’s, en un artículo en El País titulado «La nueva censura es la vieja censura» escribe: «Asociamos la censura a fuerzas conservadoras, pero, si la censura se hace siempre en nombre de las buenas intenciones, tampoco es nuevo que se justifique con ideas de izquierda».[2]

Enric Juliana, periodista en La Vanguardia, escribía en un tuit:[3] «Estatuas de Colón derribadas, el monumento a Churchill protegido en Londres, “Lo que el viento se llevó” en cuarentena… Una ola de estupidez recorre el mundo, sí. Tiempos bárbaros. Esa ola se aceleró el día que Calígula accedió a la presidencia de los Estados Unidos». Oliver Stone ha criticado la cultura de la cancelación que sufre Lo que el viento se llevó, al ser cuestionada por racista, y su mismo cine. Es el caso de Comandante, criticada en este caso, según sus palabras, por “extremistas de derechas cubanos”[4]… Gente diversa ha defendido estas ideas y argumentos, que pueden ser vinculados, identificados, con la llamada crítica a la cultura de la cancelación.

Quizás convendría intentar aclarar conceptos. No parece que en ningún caso se haya planteado desde la movilización social o desde HBO censurar, ni cancelar, nada. Hemos asistido a actos, que alguien podría calificar de vandálicos, para denunciar que la memoria dominante en nuestras sociedades, la memoria oficial, que se hace presente en las estatuas no se ha preocupado de otras memorias. Podemos no compartir las maneras de hacerlo, pero no debería pasar por alto la causa, la denuncia, el asunto que hay que debatir y buscar cómo tratar.

En nuestras sociedades hay muchas memorias. Los procesos de construcción de lo que queremos recordar, que queremos compartir, que queremos que perviva, son diversos y plurales. Hay memorias que no están en nuestras calles, en nuestras plazas, nuestros museos, en nuestras escuelas, en nuestras universidades… Hay memorias que han sido despreciadas durante siglos y lo siguen siendo ahora. Memorias que siempre están, pero que no son atendidas, que son invisibilizadas, que incluso son estigmatizadas o criminalizadas.

¿Dónde está la memoria del sufrimiento provocado por la esclavitud? ¿Dónde está la memoria del movimiento por la abolición de la esclavitud? ¿Dónde está la memoria del sufrimiento provocado por el racismo, por el patriarcado, por toda dominación? ¿Dónde está la memoria de quien ha actuado para acabar con estos padecimientos?

Una sociedad que se quiere democrática debería ser consciente de estas opresiones, de estas discriminaciones, de estas desigualdades, y buscar las maneras de ponerles remedio. Estas maneras no deberían pasar por derribar estatuas, tirarlas al mar o decapitarlas. Pero el objetivo debería ser claro y compartido: las memorias despreciadas, silenciadas, estigmatizadas, criminalizadas, deben dejar de serlo. Para ello debe haber una voluntad clara, los debates necesarios y prácticas concretas.

Las memorias oficiales tienen estatuas, las despreciadas tienen disturbios. Cuando las memorias despreciadas tengan sus estatuas quizás las cosas serán diferentes. Cuando las diferentes memorias y la historia se expliquen otra manera quizás las cosas serán diferentes. Debemos poder abrir procesos que nos permitan entender y explicar por qué existen estas desigualdades, discriminaciones, entre memorias y realidades de nuestro presente. No basta con defender la libertad de expresión y criticar la cultura de la cancelación. La libertad de expresión ha podido hablar de aquello de lo que ha decidido libremente callar, cuando no desinformar o criminalizar.

 

La aceptación del conflicto

Sin la aceptación del conflicto no puede haber convivencia. Puede parecer una contradicción, pero donde no hay conflicto sólo encontraremos la paz de los cementerios o de la imposición. En toda relación humana, en toda sociedad, hay conflictos. La cuestión es si los vemos, si los reconocemos, si los intentamos resolver.

Las memorias oficiales  tienen estatuas, las despreciadas tienen disturbios

Convendría ponerse de acuerdo en qué es la convivencia. Hay quien definiría la convivencia como el interactuar con otras personas desde el reconocimiento de su dignidad, de sus derechos y de sus deberes. Aquí hay un punto de encuentro claro y fundamental con las críticas a la cultura de la cancelación, pero necesitamos ir más allá. Algunas de las críticas a la cultura de la cancelación parecen querer evitar o negar el conflicto. No aceptan la cancelación, pero tampoco otros tipos de conflictos.

No podemos negar los conflictos. Es necesario analizarlos, buscar las maneras de resolverlos y aprovechar para aprender con ellos. Los conflictos no pueden quedar en silencio. Hay que conseguir que todas las partes puedan expresar sus conflictos, sus malestares. No nos podemos quedar en la enunciación de la libertad de expresión. Es necesario que esta libertad pueda ser usada y garantizada. La libertad de expresión debería contribuir a hacer emerger estos conflictos, pero no es suficiente.

Para hacer posible la convivencia es necesario pensar conjuntamente qué normas debemos tener y por qué razones. No podemos imponer normas sin más. La participación del conjunto de la sociedad es fundamental. Una política para poder convivir debería comenzar con un debate sobre cómo entendemos la convivencia para hablar de derechos, dignidades, reconocimientos, deberes… Esta política debería ocuparse de hacer emerger los conflictos que existen en nuestra sociedad y no negarlos u ocultarlos, no olvidemos que hay muchas más opresiones de las que seguramente sufrimos y vemos. A partir de ahí, tratar los conflictos y buscar las maneras de resolverlos desde la participación.

Una participación en la que no hay lugar para la violencia. Cuando hay conflicto y discrepancia, hay que distinguir entre hacer frente decididamente a los problemas y hacer daño a las personas implicadas. La discrepancia es necesaria, pero los ataques personales no. Una política para la convivencia debe saber que, en el conflicto, en la discrepancia, podemos tener ideas y comportamientos muy diferentes, incluso enfrentadas, pero eso no debería llevar a los ataques personales, a las descalificaciones, ni a las cancelaciones, ni a las criminalizaciones. La violencia, de cualquier tipo, destruye la convivencia. Es tan importante lo que hacemos como la manera de hacerlo.

Podemos pensar en una manera de entender el conflictos diferente a la mayoritaria actualmente, que no recurra a la cancelación, que tampoco niegue aquellos conflictos existentes

Nada de lo que se dice aquí es fácil de hacer. La convivencia honesta y sincera no es fácil de conseguir, se llega reconociendo diversidades, pluralidades, conflictos, acordando qué principios deben regular nuestra sociedad, hablando, discutiendo, cambiando de ideas… De la misma manera que hablamos de una cultura de la cancelación podemos pensar en una cultura del conflicto de la que formaría parte o no la cancelación. Podemos pensar en una manera de entender el conflicto diferente a la mayoritaria actualmente, que no recurra a la cancelación, que tampoco niegue aquellos conflictos existentes. Nélida Zaitegi (1946), maestra y pedagoga, tiene interesantes aportaciones sobre el conflicto y la convivencia que podrían ayudar a la gente pequeña y a la mayor en nuestras sociedades.

 

Polarizar para convencer o para odiar

Polarización es una palabra, un concepto, muy presente en los últimos años en los análisis de nuestras sociedades. La polarización es un elemento clave en muchos de los conflictos que vivimos.  Se trata de una palabra que puede ser usada de diferentes maneras, pensado en tipos de actuación incluso contradictorios. Podemos atender a una polarización pensada para convencer, llegar a acuerdos, o una polarización pensada para odiar, enfrentarse e imponerse. La polarización puede tener mucho que ver con la cultura de la cancelación, pero también con su superación a partir de una gestión del conflicto que busque el acuerdo.

«Si los catalanes desean ganar, deben polarizar mucho más, presionar mucho más y aceptar altos niveles de sacrificios».[5] Este titular de una entrevista a Paul Engler, autor de Manual de desobediencia civil (Saldonar Edicions), generó mucha polémica a finales de 2019. Una parte importante de esta polémica se generó al ser el presidente de la Generalitat en aquel momento, Quim Torra, quien se hizo eco de estas palabras y las divulgó en Twitter.

Las respuestas y críticas se acabaron centrado en el hecho de que a la hora de pedir polarizar mucho más y aceptar altos niveles de sacrificios se estaría haciendo referencia a confrontación, violencia, fuego e, incluso, muertos. No hablaré ni por Torra ni por Engler. Torra hizo un tuit diciendo que eran «unas reflexiones que todo el independentismo debería escuchar atentamente», le podemos pedir explicaciones si lo consideramos oportuno. En el caso de Engler, más allá del libro, en diferentes ocasiones ha expresado públicamente su posición sobre la polarización y los sacrificios. «Todos los movimientos sociales deben involucrarse en la polarización. Deben hacer cosas que muevan la opinión. Hacer que la gente que es neutral pase a ser pasivamente favorable y luego activamente favorable. Hasta el punto de salir a la calle. Y sabiendo que pasará lo contrario: alguna gente será mucho más contraria a la causa. Esto es la polarización». Así define Engler la polarización en la entrevista recomendada por el presidente Torra. Nada de incendios, de violencias, de muertos.

Engler cuando habla de polarizar piensa en hacer visible un conflicto y que esto lleve a la ciudadanía a tomar una posición. Lo que se busca es el apoyo y explica claramente cómo se debe polarizar. Habla de diferentes casos históricos de polarización. Por ejemplo, considera que Gandhi acertó polarizando a partir de los impuestos y no sobre la independencia.

La polarización que nos propone Engler es la que ha aprendido de movimientos sociales que, desde los márgenes, han sido capaces de poner en el centro del debate cuestiones que han evidenciado conflictos existentes en sus sociedades. A partir de la polarización han crecido. Han hecho evidente el conflicto y han obtenido unos soportes inexistentes antes. Pero no se debe confundir esta polarización con violencias, muertes…

Polarizar tiene que ver con convencer, con persuadir, con ganar apoyos… Por eso Engler no tiene claro que esto se consiga cortando carreteras. Y cuando habla de sacrificios piensa en la cárcel y la represión que sufren los movimientos sociales. Piensa y mucho en el movimiento por los derechos civiles contra la segregación racial. Este movimiento logró cambios legales a favor de la igualdad de derechos. También el feminismo y otros. Y lo consiguieron polarizando, haciendo que la población se posicionara a favor de la igualdad, que defendían, o de la discriminación existente. Son luchas que continúan.

Estas reflexiones que aquí planteo nada tienen que ver con estar a favor de la independencia de Catalunya, en contra, o con la posición que se quiera. Este intento de aclaración sobre un concepto como el de polarización busca poder tener un diálogo, un debate, riguroso. También hay una segunda voluntad. Necesitamos que aquello vinculado a la movilización social no sea utilizado instrumentalmente, partidistamente, por quien está a favor o en contra de una determinada opción. La movilización social es demasiado importante para el conjunto de una sociedad para sufrir estos intereses de parte.

Engler, a partir de la publicación del libro, fue entrevistado por medios más o menos afines a la propuesta independentista. No apareció en aquellos que no la comparten, ni más ni menos. En mi opinión, Engler merece ser entrevistado pensando, por ejemplo, en qué papel tiene la movilización social y la desobediencia en la historia, y en el presente de nuestras sociedades. No hay que estar a favor o en contra de la independencia de Catalunya para hacerlo. Quizás estaría bien no destacar tanto las cosas que Engler dice sobre Cataluña, cuando ya ha dicho en diferentes ocasiones que es una realidad que conoce poco, y ver qué podemos aprender de lo que más conoce.

La movilización social, la desobediencia civil, la no violencia… son realidades que en los últimos años han pasado de los márgenes al centro del debate en Catalunya. Algo parecido pasó con las movilizaciones del 15M. Son formas de actuar y pensar que han pasado de ser silenciadas, olvidadas, criminalizadas por los poderes a ser utilizadas en beneficio propio por algunos de estos mismos poderes. Una vez en el centro del debate, estas realidades, pueden vivir la difusión de grandes altavoces, pero no necesariamente se tratan con el rigor que merecerían y corremos el riesgo de que mueran de éxito por la apropiación y la utilización partidista. Cuando a diferentes poderes les deje de interesar la movilización social quien siempre la ha practicado desde los márgenes la seguirá necesitando.

Es posible que el concepto de polarización más utilizado hoy no sea al que se refiere Engler. Hoy se está hablando de polarización pensado en la división de la sociedad, en su enfrentamiento, incluso en la generación de odio. Convendría distinguir y clarificar los usos para no generar confusiones innecesarias. Buena parte de las movilizaciones que han buscado ampliar y profundizar derechos han polarizado para hacer visible su posición y convencer de la necesidad de cambio. El feminismo polarizó y polariza para mostrar el patriarcado buscando mostrar sus opresiones y convenciendo para obtener mayores apoyos para su transformación. El movimiento ecologista también, y el obrero y el vecinal, y el LGTBI, y el que defiende el derecho a la vivienda… Se puede polarizar sin cancelar, sin generar odio… Y también se puede polarizar cancelando, generando odio… Conviene tener presente que toda actuación para polarizar puede tener como resultado el aumento de la democracia o su reducción. Hay polarización que es capaz de crear democracia y otra que es capaz de destruirla. Necesitamos poder distinguir.

 

La necesidad de verdad

Sin verdad no podemos ser libres y no puede haber democracia. Mucho podemos dialogar sobre la verdad. ¿Qué es la verdad? ¿Existe la verdad? No es lo mismo la verdad sobre hechos que han ocurrido, o no, que la verdad sobre valores, que podemos considerar de maneras muy diferentes. ¿Quién es de verdad el mejor jugador de fútbol? Hay debates que nunca terminarán y otros que deberíamos poder resolver de acuerdo con las evidencias, los datos, lo que sabemos que ha ocurrido. La verdad, como lo bueno, en según qué ámbitos depende de los gustos de cada cual, pero en otros depende de los hechos. Decir la verdad es el primer objetivo de la organización Rebelión o Extinción, que trabaja para hacer frente a la crisis ecológica. Denuncian la falta de verdad, la mentira, consistente en no explicar al conjunto de la ciudadanía la gravedad de la situación y actuar en consecuencia.

Se ha desencadenado una guerra contra la verdad. Así se está haciendo política en muchas partes del mundo, nuestra sociedad no es una excepción. Lo importante no es decir la verdad o mostrar que otras opciones mienten. El objetivo es colocar nuestra verdad, que se crea nuestra verdad. No importa si lo es o no lo es. No importa si los datos y las evidencias nos dan la razón o no. Se trata de conseguir que la gente crea aquello que decimos y para ello hay que acabar con la misma noción de verdad. La sociedad entera pierde cuando esto ocurre.

Hoy nos lo explica Jason Stanley desde EEUU, como se puede leer en su obra FachaCómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida (Blackie Books, 2019). También Marcia Tiburi desde Brasil y se puede leer en Cómo conversar con un fascista. Reflexiones sobre el autoritarismo de la vida cotidiana (Akal,2018). Podríamos pensar que esta guerra contra la verdad solo es cosa de fascistas, pero me parece que conviene reflexionar sobre a qué y a quién se presenta como fascismo. Necesitamos pensar que todo ataque a la verdad, incluso en nombre de nuestra mejor causa, es un ataque a la libertad de las personas y a la posible vida en democracia.

Noam Chomsky nos dice: «No paras de decir mentiras y lo que ocurre es que el concepto verdad simplemente desaparece».[6] Así se expresaba Chomsky en una entrevista hace pocos días con Amy Goodman. Lo decía pensando en la creación de mentiras en los EEUU en esta crisis del nuevo coronavirus. La verdad desaparece cuando no se puede distinguir mentira y verdad. Hay quien persigue este objetivo. No se trata sólo de colocar una mentira, de convencer de una realidad que no lo es. Lo que se persigue es que la ciudadanía ya no pueda distinguir una verdad de una mentira, que no tenga los instrumentos para hacerlo. Si no somos capaces de saber que es verdad y que no lo es, si no tenemos los instrumentos para poder hacerlo, si incluso llegamos a pensar que no existe nada que pueda ser considerado verdad, lo que queda es seguir a quien marca el camino. Se levanta la mano, el tuit, el discurso, el relato y se quiere que sigamos un determinado camino. La cancelación puede tener mucho que ver que esta imposición de la propia verdad. La verdad muere en esta cotidiana construcción de mentiras al servicio de imponer una verdad.

«La necesidad de verdad es la más sagrada de todas. Sin embargo, nunca se habla de ella». Así se expresaba Simone Weil (1909-1943) cuando, durante la Segunda Guerra Mundial, reflexionaba sobre las necesidades humanas y cómo se tenían que poder satisfacer. Deberíamos pensar y hablar más de la verdad, de la necesidad de verdad que tenemos. Tenemos que pensar y hablar sobre qué destruye la verdad. La verdad está muriendo desde los relatos surgidos de la comunicación de partidos, medios o empresas que nos presentan mentiras como si fueran verdades.

A Weil le preocupa como la mentira puede ser todo y como una parte mayoritaria de la sociedad no tiene tiempo y recursos para buscarla: «Hombres que trabajan ocho horas diarias hacen el gran esfuerzo de leer por la noche para instruirse. Como que no pueden ir a las grandes bibliotecas verificar lo que han leído, creen todo lo que figura en los libros. No hay derecho a que se les dé a comer algo falso». En esta cita de una de sus obras más conocidas, Echar raíces, habla de libros, pero también tiene en cuenta los medios de comunicación, los partidos políticos… La necesidad de verdad exige que no se ejerza más el dominio del pensamiento que proceda de una preocupación que no sea exclusivamente la de la verdad.

Francisco Fernández Buey (1943-2012), lector de Weil, de quien en 2019 publicó Sobre Simone Weil. El compromiso con los desdichados (El Viejo Topo, 2020), a veces hacía la siguiente pregunta en sus clases: ¿de qué dicho nos podemos sentir más cerca: del verso convertido en dicho «nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira», de Ramón de Campoamor, o de «la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero», escrito por Antonio Machado para su Juan de Mairena. Hay que ser conscientes de cuando estamos ante hechos que podemos saber si son verdad y cuando estamos ante valoraciones, opiniones, donde tanta verdad puede tener una posición como otra. Él estaba con Machado. La verdad es la verdad, la diga una persona muy reconocida o desconocida. La verdad es la verdad, la digan desde nuestro bando o desde el contrario. Cuando no podamos hablar de verdades porque estamos en una esfera de opiniones no convertimos nuestra en verdad. Hay que asumir la diversidad y pluralidad que hay en nuestras sociedades. Este reconocimiento de la verdad nos permite superar la cancelación, la polarización que crea odio; nos permite tener debates y diálogos honestos. Componentes claves para una sociedad que se quiera democrática.

 

Superar el partidismo y pensar con la propia cabeza

Simone Weil, durante esos años hizo otra gran aportación, su crítica al partidismo. Weil estaba profundamente preocupada por el hecho que la operación de tomar posición a favor o en contra había sustituido a la obligación de pensar. Y tenía dudas de que se pudiera remediar esta situación sin suprimir los partidos políticos.

El análisis de Weil sobre los partidos políticos es claro y alarmante. Nos presenta tres características esenciales de estas organizaciones. Un partido político es una máquina de fabricar pasión colectiva. Un partido político es una organización construida de tal modo que ejerce una presión colectiva sobre el pensamiento de cada uno de los seres humanos que son sus miembros. La primera finalidad y, en última instancia, la única finalidad de todo partido político es su propio crecimiento, y eso sin límite.

Cuando Simone Weil escribió «Notas sobre la supresión general de los partidos políticos»[8] quiso plantear una reflexión sobre un gran mal para las personas y las sociedades. Un gran mal que hoy deberíamos continuar pensando y buscando las maneras de resolver. Comportamientos habituales en algunos de nuestros partidos políticos entiendo que así lo evidencian.

Al final de este texto Weil escribe:

Incluso en las escuelas, ya no se sabe estimular de otra manera el pensamiento de los niños si no es invitándoles a tomar partido a favor o en contra. Se les cita una frase de un gran autor y se les dice: “¿Estáis de acuerdo o no? Desarrollad vuestros argumentos”. En el examen, los desgraciados, puesto que tienen que haber terminado la disertación al cabo de tres horas, no pueden pasar más de cinco minutos preguntándose si están de acuerdo. Y sería tan sencillo decirles: “Meditad este texto y expresad las reflexiones que se os ocurran”.

«Notas sobre la supresión general de los partidos políticos» está dedicado a los partidos políticos, pero va mucho más allá. El problema del partidismo no es un problema sólo de los partidos políticos. Tiene que ver con la necesidad constante de posicionarse a favor o en contra, con el estar con nosotros o contra nosotros.

El relato es una palabra clave de la comunicación de los últimos años. Hay que construir un relato. Hay que explicar de manera clara, sencilla, nuestra posición. Lo que hacemos, lo que defendemos, lo que queremos, lo que criticamos. No debería ser nada negativo que haya preocupación por comunicar y hacerlo bien. Quizás el problema está en saber qué significa hacerlo bien.

¿Convencer? ¿Imponer? ¿Ofrecer informaciones y argumentos que puedan formar parte de un debate?

Hoy, desgraciadamente, parece que lo que se acostumbra a perseguir es que la gente piense lo dicho, lo que se quiere.

En los relatos que se construyen no es difícil encontrar la negación de quien se considera enemigo o contrario. Se busca negar su posición e imponer la propia. No se busca la verdad, de lo que se pueda alcanzar, o asumir que no hay una verdad y que necesitamos discutir las diferentes opciones posibles. Seguro que tenemos muchos ejemplos de relatos de estas características. Siempre es más fácil que identifiquemos estos relatos negativos cuando quienes los hacen no somos nosotros, pero es imprescindible ser conscientes de que también nuestras opciones, sean las que sean, pueden caer en estas prácticas.

El problema del partidismo no es un problema solo de los partidos políticos. Tiene que ver con la necesidad constante de posicionarse a favor o en contra, con el estar con nosotros o contra nosotros

Estar con una parte o con otra pasa por encima del pensar, se impone al pensar. En demasiadas ocasiones se confunde la parte con el todo. Lo hacen los partidos políticos, pero no solo. La diversidad y la pluralidad de nuestras sociedades representan una extraordinaria riqueza. Necesitamos tener presente que más allá de nuestra parte, de nuestra posición, hay ideas, propuestas y argumentos que pueden ser necesarios y deseables. Hablemos de lo que hablemos, discutamos de lo que discutamos. Necesitamos tomar partido contra el partidismo para poder pensar con la propia cabeza.

 

Principio de generosidad

Vivimos un modo de hacer política, dentro y fuera de las instituciones, que tiene como uno de sus fundamentos el ataque. Un ataque con razones o sin ellas. Este problema no es propio de un único partido, podíamos decir que es un mal de los partidos políticos, de la manera de hacer partidista.

Habría que defender y promover lo que podemos llamar principio de generosidad, también hay quien habla de principio de caridad. En el ámbito de la filosofía, de la lógica, se presenta de diferentes maneras este principio. Por lo que aquí nos ocupa y nos preocupa podemos definirlo así: el principio de generosidad plantea que toda afirmación o acción debería ser interpretada desde el reconocimiento de la racionalidad de quien la hace y en caso de que nos genere dudas habría que resolverlas antes de responder, criticar o atacar.

El principio de generosidad tiene objetivos claros, busca contribuir a la convivencia, al diálogo, a la discusión, a la comprensión. No se trata de negar las diferencias, ni los conflictos. Esta generosidad busca que podamos debatir, confrontar si es necesario, nuestras diferencias desde el juego limpio. El juego sucio no aporta nada a una manera democrática de entender el conflicto. Hacer decir a la otra parte lo que no dice es juego sucio. Atribuir a la otra parte acciones que no ha hecho es juego sucio. Lo que nos separa, que nos diferencia, incluso que nos enfrenta, necesitamos poderlo tratar constructivamente.

Para poder hacer efectivo un principio de generosidad hay que tener claro que todas las formas de ganar no son válidas; que una sociedad se debilita cuando una mentira pasa por verdad, aunque ello convenga a nuestra opción; que una sociedad se fortalece cuando hacemos pasar la verdad de los hechos por delante de nuestros intereses partidistas. El principio de generosidad, para poder existir, necesita un reconocimiento de las otras opciones que no son nuestras, que no compartimos, que no aceptamos. Pero hay que tener claro que sin esta generosidad no habrá fortalecimiento de todo lo que contribuye a una sociedad de convivencia, democrática, diversa y plural.

Tal como se apuntaba más arriba, sin conflicto no puede haber convivencia. Podríamos hablar del principio del conflicto. No hay conflicto que contribuya a la convivencia si no incorpora el principio de generosidad. Nuestra sociedad estará más lejos de poder ser democrática si no consigue superar la cancelación, el odio, el partidismo y consolidar el reconocimiento de la verdad, de los conflictos y la generosidad.

Jordi Mir es profesor del departamento de Humanidades de la Universitad Pompeu Fabra y en la de Ciencias Políticas y de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona. Es miembro del Centre d’Estudis sobre Moviments Socials (UPF).

 NOTAS

[1] Véase: https://www.letraslibres.com/espana-mexico/cultura/una-carta-sobre-la-justicia-y-el-debate-abierto.

[2] Daniel Gascón, «La nueva censura es la vieja censura», El País, 13 de junio de 2020.

[3] Véase: https://twitter.com/EnricJuliana/status/1271731975515246593

[4] Ed Rampell, «Entrevista a Oliver Stone. El cineasta habla con Jacobin de su vida y de la política», Viento Sur, 28 de septiembre de 2020.

[5] Redacción de La Vanguardia, «Torra pide al independentismo escuchar a un autor que insta a “polarizar más” y a “aceptar sacrificios”», La Vanguardia, 28 de noviembre de 2019.

[6] Amy Goodman, «Noam Chomsky: “Si no paras de decir mentiras, el concepto de verdad simplemente desaparece”», ctxt, 19 de abril de 2020.

[7] Simone Weil, Echar raíces, Trotta, Madrid, 2014, p. 48.

[8] Publicado en Escritos de Londres y últimas cartas, Trotta, Madrid, 2000.

[9] Simone Weil, «Notas sobre la supresión general de los partidos políticos», en Escritos de Londres y últimas cartas, Trotta, Madrid, 2000, p. 116.

 

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