Declive o exterminio: el dilema de la izquierda del crecimiento

El número 157 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global publica en su sección ENSAYO el artículo de Manuel Casal Lodeiro: Si vis pacem, para descensum. Declive o exterminio: el dilema de la izquierda del crecimiento.

El artículo aborda los vericuetos que plantea la crisis ecosocial para la izquierda, que debe examinar su tradicional imaginario productivista, asociado al mantenimiento de puestos de trabajo, y ponderar una profunda transformación de sus narrativas en clave de
decrecimiento, más acordes con el momento de crisis ecosocial.

Como constata el autor, el crecimiento ya solo puede realizarse a costa de otros territorios o de expoliar a generaciones futuras, lo que da base a los discursos supremacistas de la ultraderecha.

También sostiene, de forma un tanto polémica, que si la izquierda se inclina por mantenerse en el paradigma del crecimiento estará dando alas –aunque sea involuntariamente– al ascenso supremacista y los posibles conflictos por el acaparamiento de los recursos que se desencadenarían.

A continuación, ofrecemos el texto completo del artículo, al final del cual, podrá acceder a su descarga libre y gratuita.

En el nivel de consumo de España, el planeta no podría soportar más que a 2.400 millones de habitantes. Sobrarían, por tanto, más de las dos terceras partes de la humanidad. Aún más: en un mundo que utilizase sus recursos naturales y servicios ambientales al nivel en que lo hacen los EEUU hoy –¡que se proponen como modelo al resto del mundo!–, solo podrían vivir 1.400 millones de personas. Si continuamos por la senda de este modelo de desarrollo, los genocidios están preprogramados.
Jorge Riechmann (El socialismo puede llegar sólo en bicicleta)

 

«No vamos a dejar atrás a nadie», dijo el presidente de Gobierno.
Se supone que a nadie «de los nuestros». Los otros ya se quedaron muy atrás, hace demasiado tiempo.

Pedro Prieto

Blindar pensiones y salarios mínimos; ampliar servicios públicos; abaratar el precio de la energía y de los productos básicos; asegurar una vivienda para todos; mejorar ayudas a personas sin empleo y en situación de necesidad; construir infraestructuras de uso público… Nadie dudaría en calificar todo eso de medidas propias de la izquierda. Pero, ¿podemos seguir diciendo que son de izquierda si para llevarlas a cabo es necesario privar a otros países de la posibilidad de ofrecérselas a sus propias poblaciones?

Cuando la abundancia de recursos facilita mantener el crecimiento de manera prolongada la izquierda puede permitirse ser simultáneamente defensora del crecimiento económico y de la solidaridad con otros pueblos. Este ha sido el contexto desde el nacimiento de la izquierda política con la Revolución Francesa hasta ayer mismo. No en vano, dicha revolución (1789) acontece en el mismo contexto histórico en el que surge el capitalismo industrialista, datando el comienzo de la Revolución Industrial entre 1760 y 1780. Se constata así que la izquierda política no ha conocido otro metabolismo económico a lo largo de su historia: un permanente y acelerado crecimiento de la producción, del consumo y de otras variables macroeconómicas, demográficas y sociales. Esto ha forjado su cosmovisión de manera casi impenetrable, junto a un contexto de colonialismo eurocéntrico surgido un par de siglos antes en paralelo a la propia Modernidad y al primer capitalismo.

Pero ese contexto histórico ha cambiado de manera radical al llegar a las primeras décadas del siglo XXI: tal y como habían advertido hace medio siglo los escenarios business-as-usual obtenidos mediante el modelo informatizado del mundo diseñado por los autores del informe al Club de Roma Los límites del crecimiento, la civilización industrial planetaria está chocando con los límites, con la finitud del planeta donde se ha venido desarrollando con características propias de una auténtica metástasis.

Así pues, una vez llegados al punto en que resulta imposible continuar creciendo de manera absoluta a escala planetaria, tan solo resulta posible crecer de manera relativa a escala nacional. Es decir, si ya no es posible que todos los países puedan crecer al 3%, pongamos por caso, porque ya no disponemos del 3% más de energía cada año (o del 2% o del 1,5%1) al haber esta llegado a su cénit, entonces las matemáticas nos muestran la cruda realidad: unos solo podrán crecer si los otros reducen su consumo. Este juego de suma cero (o negativa, incluso) se reproduce en el nuevo contexto energético global a diversas escalas y por sectores.

No resulta difícil percibir que es esto lo que está detrás de ciertos fenómenos a los que se suelen atribuir otras causas en el debate público: la retirada de los vehículos privados diésel; el envío «a la Edad de Piedra» de países que aún tienen capacidad exportadora de combustibles fósiles (Irak, Libia…); las tensiones entre aliados históricos como los EEUU y la UE durante el mandato de Trump, competidores por unos recursos menguantes; la geopolítica del gas fósil entre Argelia-Marruecos-España o entre Alemania-Polonia-Rusia-Ucrania, y un largo etcétera. «Si quieres abundancia, prepárate para la guerra», ha advertido poniendo el dedo en la llaga Ted Trainer.2 Y al revés: ser pacificista mañana, exige ser decrecentista hoy. Todos los países que se empeñen en seguir creciendo están abocados a entrar en colisión bélica por los últimos recursos que necesitarán para alimentar ese crecimiento, en última instancia imposible de mantener.3

 

Ya solo se puede crecer a costa de los otros

En este contexto, inverso al experimentado durante los últimos 200 años, si reclamamos que el PIB de nuestro país crezca (con la justificación social de mantener las tasas de creación de empleo, típicamente) estamos pidiendo que se arrebaten a alguien los recursos materiales y energéticos necesarios para hacerlo. Y lo mismo podemos decir desde el punto de vista de los sumideros: si queremos crecer, tendremos que seguir emitiendo gases de efecto invernadero, entre otros residuos, lo cual saturará la parte de emisiones que le correspondería aún, en justicia e igualdad, a otros países y personas. Trágicamente, de nada de esto se habla cuando se habla de «transición justa» y de «no dejar a nadie atrás”.4 De hecho, cada vez que escuchemos a una ministra o consejero autonómico, a un presidente o alcaldesa decir que trabajan por lograr el «crecimiento económico» deberemos interpretarlo como crecimiento excluyente, que «dejará atrás» a millones de personas que no podrán alcanzar ni nuestro nivel de vida ni siquiera el nivel medio que nos correspondería a todos los seres humanos si realmente buscásemos transitar a un sistema sostenible y justo.

Ser pacificista mañana, exige ser decrecentista hoy. Todos los países que se empeñen en seguir creciendo entrarán en colisión bélica por los últimos recursos

El choque del metabolismo económico de las sociedades industriales contra los límites biológicos y físicos del planeta ha pillado a la izquierda anclada en parámetros que debería haber comenzado a revisar hace por lo menos 50 años. Ahora la excusa de la proverbial tarta que no deja de crecer se ha desvanecido, y una izquierda desnaturalizada, adicta al consumo, queda enfrentada a su propio reflejo en las turbulentas aguas de la Gran Escasez. Un reflejo que no es ajeno al auge de la solución nazi (por resumir en un adjetivo la opción excluyente, hobbesiana, insolidaria, expoliadora, violenta, neodarwinista y militarista) a la situación de colapso: mantenernos a flote todo el tiempo posible, caiga quien tenga que caer. No es más que el viejo imperialismo,5 la doctrina del espacio vital (Lebensraum), trasladada a los tiempos de la huella ecológica y la huella de carbono.[6] O eso que denominó el racista Garrett Hardin la ética del bote salvavidas, un bote del que no queremos arrojar lujos y derechos adquiridos, comodidades y modos de vida dignos de antiguos faraones, pensiones blindadas, servicios sociales de alta complejidad y tecnologías tan sofisticadas que no podríamos distinguirlas de la magia, para poder acomodar en su lugar a otros semejantes que se ahogan cada vez más en el foso de la escasez y de un caos climático que hemos creado desde los países enriquecidos. A quienes debemos arrojar del bote salvavidas son esos fantasmales esclavos energéticos fósiles de que disfrutamos, para poder acoger a nuestros semejantes de carne y hueso.

 

El nuevo Lebensraum verde

Denuncia Asad Rehman:7 «Hablan mucho en el Partido Laborista y en los sectores izquierdistas de los demócratas de los Estados Unidos de una “transición justa”: la transición de empleos intensivos en combustibles fósiles a empleos verdes, y el cambio a “energía 100% renovable”. Sin embargo, estos movimientos no se dan cuenta de que tales soluciones socialdemócratas serían desastrosas para gran parte de la población mundial. Un Green New Deal dentro del molde del pensamiento actual conducirá a una nueva forma de colonialismo verde que continuará sacrificando a la gente del Sur global para mantener nuestro modelo económico quebrado».8 Y añade que se sigue manteniendo la creencia de que los «países ricos tienen derecho a una mayor parte de los recursos finitos del mundo». Pura doctrina del espacio vital. En la misma línea, John Bellamy Foster escribe:9 «en la práctica real, la socialdemocracia europea y de EEUU depende de un sistema imperialista que se enfrenta a los intereses de la gran mayoría de la humanidad».

El choque contra los límites biofísicos del planeta ha pillado a la izquierda anclada en parámetros que debería haber revisado hace 50 años

¿Le importa a esta izquierda de los países sobredesarrollados el futuro que está contribuyendo a crear? ¿Se da cuenta de que está empujando a sus hijos a tomar las armas para defender los privilegios que intenta apuntalar contra aquellos desposeídos a quienes despoja de los medios más básicos para labrarse su propio futuro?10

Aseguraba Adriana Lastra, portavoz del PSOE en el Congreso de los Diputados, que no era cierto que hubiese que elegir entre «crecimiento y derechos”.11 Afirmar algo semejante quiere decir una de dos cosas: o bien se ignora temerariamente que el crecimiento infinito es imposible, o bien se trata de ocultar hipócritamente que el sujeto de dichos derechos es solamente una parte de la humanidad presente, que se aferra no solo a sus derechos sino a sus privilegios a costa del derecho a la mera existencia del resto de la humanidad actual y de toda la humanidad futura.

El caso más triste es el de aquellos sectores de la izquierda más conscientes del choque con los límites que, creyéndose incapaces de trasladar un mensaje convincente de que es posible vivir relativamente bien sin tener que privar a nadie de sus propios medios de vida en otro país,12 se pliegan al consenso de un crecimiento que saben que, por muy verde que lo quieran pintar, no podrá lograrse más que a costa de la privación de los otros (vía colonialismo verde, extractivismo y aumento de las emisiones). Bien sea por falta de autoconfianza en sus capacidades comunicativas y de creatividad política, o por la falta de confianza en la capacidad de las mayorías sociales de entender y aceptar los presupuestos del decrecimiento, el resultado es el mismo: renegar de los valores fundamentales de la izquierda y claudicar ante esa cultura consumista que es la antesala del fascismo, o más bien es el auténtico fascismo triunfante (si bien en forma de criptofascismo), como supo ver Pier Paolo Pasolini.

 

De aquellos polvos antropológicos, estos lodos supremacistas

La degeneración antropológica liderada por la burguesía de la que ya advertía a comienzos de la década de 1970 el poeta y cineasta borgoñés, parece haber acabado por corromper totalmente a la izquierda, al mismo tiempo que la clase obrera se diluía en una ubicua clase media (se aburguesaba) en medio de la bacanal consumista del final del siglo XX y se deshacían las culturas milenarias de solidaridad y de apoyo mutuo entre los de abajo gracias al triunfo antropológico del individualismo y al abandono progresivo del mundo campesino. Al contrario que durante nuestras dictaduras mussolinianas, franquistas, salazaristas o hitlerianas, en las que el comportamiento de la gente común estaba disociado de la conciencia (se hacía una cosa, por fuerza, pero se pensaba otra muy distinta), ahora nos encontramos ante un fascismo mucho peor, puesto que se ha producido –afirmaba Pasolini– la fascistización de la conciencia gracias al consumismo y la búsqueda del bienestar (material).13 La sturmtruppe que ha logrado tamaño éxito póstumo del nazismo ha sido sin duda la industria capitalista del marketing. También alertaba Carl Amery: «Este mundo del bienestar está mucho menos preparado para rechazar la oferta básica de la fórmula hitleriana de lo que lo estaba la confundida sociedad de 1933».14

Paradojas de la historia, quienes ahora se proclaman como la barrera ante el auge del fascismo pueden convertirse, por su pertinaz e irreflexiva defensa de una vía muerta, en las matronas de un fascismo definitivo, como advierte Adrián Almazán:15 «no romper con el marco del industrialismo extractivista y productivista que se esconde detrás de este nuevo consenso “antifascista” hace que el fascismo se acerque cada día más. Un fascismo que, por primera vez en la historia, contará con la rotundidad de un “no hay para todos” refrendado por la propia realidad material y ecológica». Como yo mismo avisaba hace algún tiempo ante las endebles vacunas antifascistas que ha esgrimido el PSOE en nuestro país, el ascenso de la extrema derecha va a ser imparable mientras se siga gobernando como si el actual sistema socioeconómico fuese a durar para siempre .16 Por si fuera poco, la respuesta de política económica de la Comisión Europea ante la pandemia de COVID-19 ha facilitado el surgimiento inesperado, apoyado entusiastamente por la izquierda, de una especie de neocorporativismo fascista que no solo no acaba con el expolio disfrazado bajo el término de austeridad sino que lo multiplica y expone los restos del Welfare State europeo a la amenaza de una inmensa espada de Damocles difícil de esquivar en el contexto de la Gran Escasez que nos espera.17

La posteridad no es ajena a esta disyuntiva ética, pues como avisaba en la década de 1980 William R. Catton (principalmente en sus obras Overshoot y Bottleneck), tras expoliar otros continentes ahora nos dedicamos a expoliar a nuestros propios descendientes, privándolos de los recursos, de los sumideros, de la capacidad de
carga que podría permitirles una vida digna, o tan siquiera una vida, a secas. Es decir, nos convertimos, como en una película de ciencia ficción, en una especie de Terminators pero al revés, verdugos a través del tiempo dispuestos a asesinar a los que aún no han nacido, bajo el dominio de una ubicua mentalidad de carteristas (Catton), en una auténtica guerra contra el futuro, la guerra más asimétrica de la historia.18 Y aún menos justificable: nos convertimos en verdugos de nuestros propios contemporáneos de otras nacionalidades, como demuestran no pocos líderes de la izquierda cuando defienden sin sonrojo la construcción y venta de armamento a regímenes dictatoriales o actualmente en guerra de exterminio contra otros países. Aunque no hace falta acogernos al ejemplo de la industria bélica, pues defender a toda costa los puestos de trabajo en una central térmica no es mucho más ético que defender la construcción y venta de armas para países genocidas: el cambio climático también mata masivamente. Aunque no se perciba en la práctica actual de esta izquierda, hay un gran trecho moral (y político) entre la defensa del derecho a tener un trabajo y la defensa de un puesto de trabajo concreto que contribuye a la destrucción de las bases mismas de la vida. Solo una profunda inmoralidad o una profunda estrechez de miras pueden sostener que ambas cosas son equivalentes. Y no parece verosímil que la dirigencia sindical y política de la generación más preparada de la historia sea tan estúpida.

La izquierda, por supuesto, cuenta con sus propias autojustificaciones:19

1ª) «No excluimos a nadie con nuestro crecimiento: hay recursos suficientes para que todos podamos crecer»: esto ha quedado sobradamente desacreditado por la ciencia y tan solo los apóstoles de la religión del crecimiento infinito y sus acólitos pueden seguir defendiéndolo, contra la realidad biofísica, que es la que es.

2ª) «Hay margen para seguir creciendo aún un poco más, tan solo debemos distribuir mejor los recursos, de manera más justa y eficiente»: pero el margen para seguir creciendo está desmentido por varios factores, entre los cuales destaca principalmente la necesidad de detener urgentemente las emisiones de gases de efecto invernadero, algo que no se puede lograr de manera creíble sin hacer decrecer la producción mundial;20 en cuanto al reparto justo, precisamente es de ahí de donde emana la necesidad de que nosotros decrezcamos para que otros puedan crecer aún un poco (ellos sí), que es la base de la propuesta ecopolítica del decrecimiento; en cuanto a la suficiencia de los recursos existentes «para todos» es bastante dudosa, incluso para lo más básico (los alimentos),21 cuánto más para niveles de abundancia material como los que hemos disfrutado durante las últimas décadas en los países industrializados.

 

Mirar hacia abajo, hacia lo lejos, hacia el mañana

Las cuentas que hay que hacer son abrumadoras, pero es impostergable hacerlas. Según los cálculos que aporta Antonio Turiel no cabría esperar de manera realista que la humanidad pueda mantener una disponibilidad energética mayor del 40% de la actual una vez que finalicemos la famosa «transición» a las fuentes renovables.22 Eso implica una reducción media del 40% de nuestro nivel material de vida, si repartimos la reducción con justicia. O sea, aceptar que en España vamos a un consumo energético per cápita equivalente al que hoy tiene, por ejemplo, la gente de Cuba o de Ecuador (poco más de 40 GJ/año, y eso si hay suerte). Pero si quisiéramos, al tiempo que nos adaptamos a vivir nuevamente solo del sol, repartir con justicia los recursos energéticos y materiales necesarios, deberíamos ir al 40% no del consumo energético actual de España, sino al 40% del consumo medio mundial actual: eso serían unos 32 GJ/año, el nivel actual de Nigeria o Guatemala. Y si la población siguiese aumentando, lo cual es dudoso más allá del medio plazo,23 deberíamos continuar reduciendo ese nivel proporcionalmente. Es decir, aproximadamente 4 GJ/año menos por cada mil millones más de seres humanos: un millardo más y caeríamos al nivel actual de Vietnam, otro millardo más y estaríamos como ahora Corea del Norte, otro más y equivaldría al Pakistán de hoy día… La lógica perversa de esto es que cuantos menos seamos a repartir esa energía limitada, más tocará a cada uno.

Tras expoliar otros continentes, ahora expoliamos a nuestros propios descendientes, privándolos de los recursos para una vida digna, o tan siquiera, una vida, a secas 

Así pues, una izquierda que persista en sostener un crecimiento egoísta –que para mayor escarnio solo podría ser temporal, nunca permanente–,24 debe saber que lo hará a costa de privar de recursos no solo a otros seres humanos contemporáneos sino a las generaciones venideras de su propio país. Una izquierda semejante no merece ostentar tal nombre, portador de los valores de la libertad, la igualidad y la fraternidad, y más bien cabría recolocarla en el mapa ideológico de la historia entre los nacionalismos de imposición y los peores tribalismos de escala nacional, es decir, en una especie de socialismo solo para los nuestros, apenas a un paso del nacional-socialismo. Avisa Riechmann: «en un planeta Tierra que ya está “lleno” o saturado ecológicamente, para que alguien sea grande otro (otros) deben menguar».25

Mi argumento es que la izquierda que continúa defendiendo el crecimiento económico y el III Reich puesto en marcha por Adolf Hitler comparten un mismo núcleo, una misma razón de ser última: aunque no haya para todos, habrá para nosotros. Ese nosotros pueden ser las clases populares, en la versión de izquierdas del ur-fascismo (Umberto Eco), pero claro… solo nuestras clases populares, y a lo sumo las de nuestros aliados. El problema del socialismo que nos proponen, e incluso del ecosocialismo, no es solo que esté calzado –por un usar la imagen inversa del socialismo descalzo de Riechmann–, sino que esté calzado con una bota militar, dispuesto a pisar a quien sea para defender su derecho a crecer.

Pero no pensemos que esta conversión de la izquierda en insolidaria es un repetino ataque febril. Además de haberse retroalimentado de este más de medio siglo de fascistización de la conciencia, que decía Pasolini, no podemos olvidar que nuestros partidos de izquierda siempre se han preocupado más bien de defender a las clases trabajadoras que les votan, y rara vez han ido más allá de una vaga defensa de la solidaridad con otros países. De hecho, no han sido pocos los casos de partidos y sindicatos de izquierda que desde el siglo XIX han apoyado (o, cuando menos, consentido tácitamente) las actuaciones imperialistas de sus estados.26 El momento actual no haría sino extender esa tendencia presente en la izquierda –que ya trataba de combatirse hace un siglo en la III Internacional–27 y exacerbarla con el argumento de que ya no hay para todos y es o ellos o nosotros (o sea, o sus vidas o nuestro nivel de vida). Esto vendría a sumarse a las últimas décadas de disolución de la solidaridad a nivel internacional, de la criminalización generalizada del otro, de la construcción de muros, del pago a países mamporreros para mantener a raya los flujos migratorios, de asfixia de los fondos para ayuda humanitaria y de desprecio del Derecho Internacional Humanitario. Si ante la pandemia de la COVID-19 los gobiernos de todos los países enriquecidos, algunos de los cuales están gobernados por partidos que se autodenominan «de izquierdas», han hecho un indisimulado uso de su poder político y económico para acaparar el máximo posible de vacunas, condenando así a cientos de miles de personas en los países empobrecidos a una muerte segura,28 ¿qué podemos esperar que hagan cuando se trate de repartir un petróleo que escasee,29 el último litio accesible del planeta, los últimos fosfatos minerales o fuentes de agua potable en disputa? Nuestros dirigentes, ha denunciado Bruno Latour, «han lanzado por la borda todos los ideales de solidaridad».30 Una crisis moral política de suma gravedad, que sin duda es parte del proceso de colapso de nuestra civilización.

Conclusión

No me cansaré de insistir: hablar en términos de nazismo no es algo gratuito. Si bien cabría decir que lo que caracteriza moralmente a la derecha política en su conjunto es el egoísmo, el desprecio por la justicia social, el imperialismo y la dominación de los otros, lo que diferencia concretamente a la solución propuesta por Adolf Hitler en Mi lucha es, como bien nos hizo ver Carl Amery, el exterminio de esos otros en un contexto de recursos limitados y escasos. Así, el enemigo por combatir hoy son los Verdes,31 pues «son hoy los portadores de lo que Hitler denostó y despreció como el “bacilo judío”: los portadores del mensaje de la igualdad de todos los hombres, del derecho a la vida del débil, del debate siempre posible y necesario, y del factible y necesario equilibrio pacífico de intereses».32 Por tanto, de insistir en la senda del crecimiento, la izquierda estará provocando, por activa o por pasiva, el exterminio de millones de congéneres en las próximas décadas. Solo la renuncia a esa vía totalmente contraria a los valores fundacionales de la izquierda podría salvarla de transformarse en la comadrona de un nuevo Holocausto de una escala jamás vista.

Y esto no es algo que podamos achacar únicamente a su dirigencia. Si hasta ahora la izquierda se podía permitir, de boquilla o con mayores o menores expresiones en la práctica, ser solidaria con los otros (los no nacionales, los que no pueden votarles en las elecciones) es porque no les restaba votos. Pero cuando los votantes de izquierda empiezan a pensar, e incluso a decir sin tapujos cosas como «yo votaría a un partido nazi si es el que me asegura que cobraré mi pensión», entonces la izquierda se ve a sí misma entre la espada de la pérdida de uno de sus valores fundacionales y la pared de la pérdida de apoyos electorales. O sus valores o sus votantes.33

En resumen: a partir del momento en que la izquierda es consciente de que hemos topado con un techo a las dinámicas expansivas de la civilización industrial-capitalista, tan solo puede plantearse dos escenarios: uno consiste en continuar creciendo a base de pura magia (que crezca la economía sin que crezca el consumo de recursos y las emisiones); el otro, intentar mantener el crecimiento privando de sus recursos a otros países (genocidio), continuando con la saturación de los sumideros planetarios (ecocidio), que en última instancia llevará a la muerte de todo, al omnicidio. Y dado que la magia no existe, ni es razonable confiar en milagros, el momento histórico de choque contra los límites biofísicos del planeta sitúa a la izquierda ante la obligación de elegir: valores de izquierda o sociedad de consumo, solidaridad o crecimiento, el reparto justo de la escasez o la solución hitleriana.

El drama de los refugiados, hoy, es solo un pequeño anticipo de lo que vendrá.

El colapso ecológico (clima, biodiversidad, sumideros, agua…) lo multiplicará x 1000.

Con la Izquierda defendiendo a capa y espada el Sistema será imposible frenar a los nazis.

Debe existir una izquierda que se oponga a las quimeras tecnocientíficas y transhumanistas, una izquierda anti-progre si queréis, que hable de expropiar a los ricos, pero también de austeridad por la abolición de la sociedad de consumo. Y que reconozca, sí: es esto o la extinción.

La Caiguda

 

La primera premisa para [la] aplicación (o reaplicación) [de la fórmula hitleriana] es una situación de crisis que incluya tanto la carestía material como la vivencia de una desorientación existencial.

Esta experiencia de crisis debe suscitar la noción de que no basta para todos

(y de que seguramente nunca más bastará).

En tal caso habremos de descartar de raíz toda posibilidad de solucionar la crisis mediante un programa minucioso, pero humanista.

El grupo o formación dominante que se sienta llamado a conservar los logros de la civilización se verá por ello obligado a acometer una selección; esta anulará lógicamente el carácter intocable de la dignidad humana.

De modo que nuestra primera pregunta reza así: ¿es posible, o probable, una crisis hitleriana en el siglo XXI?

Sí.

Carl Amery (Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, p. 157)

Manuel Casal Lodeiro es coordinador del Instituto Resiliencia y autor de La izquierda ante el colapso
de civilización industria.

Acceso al texto completo en formato pdf: Si vis pacem, para descensum. Declive o exterminio: el dilema de la izquierda del crecimiento.

NOTAS: 

1La relación entre crecimiento del PIB y crecimiento del consumo de energía, a escala global, no es en realidad de 1:1 porque se encuentra distorsionada, entre otros factores, por la cuantificación monetaria de ambos índices, pero no hay duda de su absoluta correlación: Matthieu Auzanneau, «Gaël Giraud, del CNRS: «El verdadero papel de la energía va a obligar los economistas a cambiar de dogma»», The Oil Crash (blog), 30 de mayo de 2014, disponible en: https://crashoil.blogspot.com/2014/05/entrevista-gael-giraud.html

2 Ted Trainer, «If you want affluence, prepare for war», Democracy and Nature, núm. 8 (julio de 2002).
Nuestros ejércitos ya lo llevan tiempo haciendo, de cara a conflictos bélicos a gran escala que prevén en apenas una década: «The Economist, «Las fuerzas armadas francesas se preparan para una guerra de alta intensidad”», La Vanguardia, 30 de marzo de 2021, disponible en: https://www.lavanguardia.com/internacional/20210330/6616738/fuerzas-armadas-francesas-preparan-guerra-alta-intensidad.html

3 Estos conflictos no necesariamente tendrán forma de una guerra de saqueo convencional. Según explica Antonio Turiel, que lleva años advirtiendo de una probable intervención de Francia (quizás con el apoyo de España e Italia) en Argelia, «Estamos pensando en una guerra de conquista, cuando más bien se trataría de una guerra de división y rapiña. Francia no se va a meter a agredir a Argelia así, por las buenas, porque tendría una gran contestación interna obviamente. Pero, ¿qué pasa si estalla una guerra civil en Argelia? Ese es para mí el escenario de referencia. Francia entraría en Argelia (por supuesto de la mano de España y probablemente Italia) para socorrer a la población civil y devolver la democracia, en una guerra de desgaste que se prolongaría en el tiempo. Mientras tanto, se asegurarían el control de los pozos de petróleo y de gas. ¿Qué fue lo primero que hicieron las tropas galas cuando llegaron a Malí en enero de 2014? Se fueron corriendo a la frontera con Níger, atravesaron la frontera y aseguraron las minas de uranio de Níger». (Mensaje a la lista de correo Petrocenitales, 31 de marzo de 2021).

4 El dichoso lema se ha convertido nada menos que en el núcleo del programa de gobierno «más progresista de la historia de España», según se autodenomina el formado por PSOE y Unidas-Podemos en 2019, según afirma la ministra portavoz (rueda de prensa del 16 de marzo de 2021). Pero, ¿qué significa en realidad «no dejar a nadie atrás»? No se concreta nunca, aunque se aprecian claramente varios significados: por un lado, no se admite que ningún sector y ninguna empresa se vea perjudicada por la llamada Transición Ecológica/Energética; por otro, «adelante» significa más crecimiento, más digitalización, más modernización, más de todo, exponencialmente a ser posible; y «atrás» significa, implícitamente, por tanto, lo preindustrial, lo premoderno, lo agrario y rural, las economías homeostáticas, en definitiva. Cuando toca «pisar el freno de emergencia» (Walter Benjamin), quienes nos gobiernan se empeñan en pisar el acelerador hacia el precipio, en una huida hacia adelante que no deje «a nadie atrás». Así, está muy lejos esta izquierda de asumir la necesidad, tras el Peak Oil, el Peak Fossil Fuels, el Peak Net Energy, el Peak Everything, de volver a basar nuestras economías principalmente en los recursos locales. Volver a defender una España eminentemente agrícola es la única alternativa que tenemos si no queremos mantener un nivel industrial a base de recursos foráneos, que en la Era de la Escasez, solo podremos obtener privándoles de ellos a otros, sea por la fuerza de las armas, por alianzas con otras fuerzas neocolonialistas o mediante asimétricos tratados de comercio. O una izquierda neoagraria e internacionalista, o una pseudoizquierda al mando de la desposesión imperialista, ese es, en definitiva, el dilema.

5 Ángel Ferrero y Jaume Portell, «Alemania, el Congo y el nuevo imperialismo energético europeo», Público, 26 de septiembre de 2020, disponible en: https://www.publico.es/internacional/explotacion-africa-alemania-congo-nuevo-imperialismo-energetico-europeo.html

6 Bruno Latour, Dónde aterrizar (p. 124). Aunque Latour mencione el concepto de Lebensraum fijándose únicamente en el caso de EEUU, cabe perfectamente aplicarlo al resto del mundo desarrollado.

7 Citado en Jorge Riechmann, Otro fin del mundo es posible, MRA Ediciones, Barcelona, 2019, p. 23.

8 Una muestra de que las políticas europeas vendidas como «verdes» ocultan este tipo de colonialismo o «depredación energética»: Antonio Turiel, «Asalto al tren del hidrógeno», The Oil Crash (blog), disponible en: https://crashoil.blogspot.com/2020/10/asalto-al-tren-del-hidrogeno.html
El colonialismo sería, afirman algunos, el «problema no resuelto de la vieja izquierda», que también arrastrarían nuevas formulaciones de la izquierda desde el concepto político de «lo común»: Daniel Montáñez y Juan Vicente Iborra, «Los comunes coloniales y la descolonización de la izquierda», El Salto, 17 de febrero de 2019, disponible en: https://www.elsaltodiario.com/colonialismo/los-comunes-coloniales-y-la-descolonizacion-de-la-izquierda
Recordemos que el propio Marx criticaba los excesos del colonialismo (por ejemplo, el británico en India) pero justificaba «su necesidad histórica»: Eddy Sánchez Iglesias, «¿Era Marx eurocéntrico?», Contexto y acción, 05 de mayo de 2020, disponible en: https://ctxt.es/es/20200501/Firmas/32160/Eddy-Sanchez-Iglesias-colonialismo-Karl-Marx-eurocentrismo-capitalismo.htm
Al menos así fue hasta sus últimos años de vida. Por lo visto, las revisiones de su pensamiento anterior al respecto del colonialismo que realizó aquel postrero Marx sufrieron la misma suerte entre sus seguidores que las que hizo acerca de las posibilidades de alcanzar el ideal comunista directamente desde sociedades campesinas comunalistas sin necesidad del famoso «desarrollo de las fuerzas productivas» industriales y del protagonismo obrero de la Revolución (Vid. Carlos Taibo, Marx y Rusia. Un ensayo sobre el Marx tardío). Así, las mismas izquierdas que insisten en que solo hay una vía para lograr sus objetivos, y que este pasa necesariamente por la industrialización y el crecimiento, son las mismas que se quedaron ancladas en la visión ambivalente que finalmente Marx corregiría, de un colonialismo necesario.

9] Juan José Guirado, «El capitalismo ha fracasado, ¿qué viene a continuación? (V)», Esencial o menos (blog), disponible en: https://esencialomenos.blogspot.com/2020/02/el-capitalismo-ha-fracasado-que-viene_8.html
El ideal para la mayoría de la socialdemocracia ha sido tradicionalmente el modelo de los países escandinavos, pero es hora de reconocer que estos países están a la cabeza en emisiones per capita y que, por tanto, su modelo no es extrapolable al resto del mundo y que su propio mantenimiento no es precisamente justo con los demás países: Jason Hickel, «The dark side of the Nordic model», Al Jazeera, 06 de diciembre de 2019, disponible en: https://www.aljazeera.com/amp/indepth/opinion/dark-side-nordic-model-191205102101208.html

10 Bien, en realidad las armas ya se están tomando en la Europa Fortaleza, como se ha demostrado repetidamente, sobornando a gobiernos escasamente democráticos como el marroquí o el turco para que hagan su trabajo de matones de discoteca evitando la entrada de los indeseables. Reservado el derecho de admisión, bien podría ser el lema de esta UE.

11 «Durante décadas la ideología del miedo ha intentado hacernos creer que teníamos que elegir entre economía y bienestar, pero no es cierto; que teníamos que elegir entre crecimiento y derechos, pero no es cierto; (…)», Intervención del 16 de diciembre de 2020 en un debate parlamentario con motivo de los dos meses de la declaración del semestre de Estado de Alarma en España por la pandemia de COVID-19, disponible en: https://www.congreso.es/public_oficiales/L14/CONG/DS/PL/DSCD-14-PL-70.PDF

12 En otros tiempos, la vanguardia de la izquierda tenía el valor de asaltar palacios enfrentándose a los ejércitos, y hoy parece que no se atreve ni a intentar el asalto incruento a los imaginarios culturales.

13 O incluso podríamos decir, con Jorge Armesto, simplemente la búsqueda del goce: «la pulsión por el goce consumista se impone a cualquier tipo de ética de responsabilidad, incluso cuando afecta a la vida y la muerte de miles de personas». Jorge Armesto, «Comprender al votante de Vox», El Salto, 29 de octubre de 2020, disponible en: https://www.elsaltodiario.com/opinion/jorge-armesto-comprender-votante-vox

14 Carl Amery, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, Turner / Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2002, p. 177.

15 Adrián Almazán, «Lo que el antifascismo no permite ver», Contexto y acción, 14 de enero de 2020, disponible en: https://ctxt.es/es/20200115/Firmas/30561/Adrian-Almazan-Gomez-crisis-ecologica-y-social-investidura-PSOE-Unidas-Podemos-Regreso-al-futuro.htm

16 Manuel Casal Lodeiro, «La vacuna (contra el fascismo) con fecha de caducidad», De(s)varia Materia (blog), 11 de enero de  2019, disponible en: http://casdeiro.info/textos/2019/01/11/la-vacuna-contra-el-fascismo-con-fecha-de-caducidad/

17 Pau Llonch, «Los nuevos fondos europeos. ¿Maná o veneno?», El Salto, 28 de enero de 2021, disponible en: https://www.elsaltodiario.com/analisis/nuevos-fondos-europeos-next-generation-capitalismo-verde

18 Sin duda la guerra más asimétrica y brutal de la Historia es la guerra de saqueo y exterminio que estamos llevando a cabo la actual generación contra las generaciones venideras, que no tienen la más mínima posibilidad de defenderse.

19 He analizado con más profundidad los autoengaños de la izquierda ante la situación de colapso civilizacional en la que nos estamos adentrando en La izquierda ante el colapso de la civilización industrial (La Oveja Roja, 2016), sobre todo en su cap. 1. También abordé en dicha obra el riesgo de fascistización, especialmente en el apartado «Antes fascistas que sencillos», del cap. 2.

20 Jason Hickel y Yorgos Kallis, «Is Green Growth Possible?», New Political Economy, vol. 25, núm. 4, 2020., disponible en: https://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/13563467.2019.1598964
El estudio fue citado por importantes medios generalistas españoles: p. ej.: https://www.publico.es/economia/economia-verde-cientificos-defienden-decrecimiento-economico-luchar-crisis-climatica.html  y https://www.lavanguardia.com/vida/20190527/462504961574/estudio-dice-que-para-reducir-calentamiento-hay-que-hacer-decrecer-economia.html

21 He reflexionado sobre ello en mi libro Nosotros, los detritívoros, Ediciones Queimada, Móstoles (Madrid), 2018.

22 Jorge Romero, «El apagón del capitalismo», Blog Planeta Futuro / Alterconsumismo, El País, 8 de febrero de 2022, disponible en: https://elpais.com/planeta-futuro/alterconsumismo/2022-02-08/el-apagon-del-capitalismo.html

23 De nuevo, me remito a los cálculos que recogí en Nosotros, los detritívoros, disponibles en un cuadro resumen en http://www.detritivoros.com

24 Puesto que la vida útil de un panel fotovoltaico o de un aerogenerador no sobrepasa los 25 años de media, y que no se pueden construir sin usar energía fósil, lo que se nos propone es transitar a un nuevo modelo energético que tan solo durará una generación, despojando por el camino a millones de seres humanos de la posibilidad de acceder a los minerales y a los combustibles fósiles que habríamos acaparado y gastado egoístamente para construir un soporte sustitutivo para nuestro nivel de vida que resultará ser sumamente efímero. Nuestras izquierdas están vendiendo su alma a cambio de asegurarse apenas 25 años más de electricidad. El citado estudio de Hickel y Kallis acerca de la viabilidad de las políticas de crecimiento verde, insiste en el corto alcance temporal de las mismas, incluso para los pocos países que pudieran llevarlas a cabo.

25 Ibidem, p. 94. Riechmann es consciente de la gran bifurcación que se le plantea a la izquierda en su identidad y en sus valores ante la crisis ecosocial, al menos desde los años noventa. Vid. la entrevista de 1992 con Julen Rekondo para la revista Hika y reproducida en Un lugar que pueda habitar la abeja, La Oveja Roja, Madrid, 2018, p. 31, donde advierte sobre «la izquierda eurocéntrica, imperialista y subalterna del capitalismo». Este bagaje le convierte en unos de los referentes éticos más necesarios para la izquierda del mundo industrializado.

26 «The Communists and the Colonized», An interview with Selim Nadi, Jacobin, 29/10/2016, disponible en:

https://www.jacobinmag.com/2016/10/pcf-french-communists-sfio-algeria-vietnam-ho-chi-minh/
No podemos tampoco olvidar los apoyos a los imperialismos de terceros estados supuestamente dirigidos por partidos de izquierda, como puede ser típicamente el caso de China.

27 Una de las condiciones para adherirse a la III Internacional Comunista (1919) era que los partidos debían exigir la retirada de sus compatriotas imperialistas de sus colonias.

28 El director de la OMS habla de «un fallo moral catastrófico»: «WHO: just 25 COVID vaccine doses administered in low-income countries», The Guardian, 18 de enero de 2021, disponible en: https://www.theguardian.com/society/2021/jan/18/who-just-25-covid-vaccine-doses-administered-in-low-income-countries
A fecha de 22/02/21, los 3/4 de las vacunas estaban aún en manos de tan solo 10 países. Esta insolidaridad durante la primera vacunación masiva se confirmó de manera agravada cuando los países ricos optaron por impulsar refuerzos vacunales masivos a su población («inyecciones de lujo», según la OMS) junto con la vacunación infantil, ambos innecesarios según la epidemiología, en lugar de ceder las vacunas a aquellos países cuya población aún no había recibido las primeras inyecciones, que son las que resultan realmente decisivas para evitar los casos graves y la muerte. En 2021 solo el 10% de las vacunas llegó a países del Sur mientras en el Norte se tenían que tirar millones de ellas porque habían caducado sin llegar a utilizarse. No han faltado voces expertas e institucionales del máximo rango que han denunciado la profunda inmoralidad y nulo soporte científico de estas decisiones de nuestros gobernantes tanto de derechas como de izquierdas. La OMS da en clavo con su terminología: en esto, como en toda la cuestión de los recursos limitados, es «el lujo» de los ricos a costa de las necesidades básicas de los pobres.

29 Antonio Turiel, «La tormenta negra», Contexto y acción, 29 de abril de 2020, disponible en: https://ctxt.es/es/20200401/Politica/32045/Antonio-Turiel-petroleo-tormenta-negra-crisis-energetica.htm

30 Bruno Latour, Dónde aterrizar. Cómo orientarse en política, Taurus, Barcelona, 2019, p. 41.

31 Cuando empleo este término no estoy pensando precisamente en Greenpeace o en Equo. Me refiero a decrecentistas, gaianos, ecocomunalistas, comuneras indígenas, rebeldes contra la extinción, ecosocialistas descalzas, ecoanarquistas, defensores del Protocolo de Uppsala/Rimini…

32 Amery, 2002, op. cit., p. 167. Esto no es ajeno al hecho de que hoy día los activistas que sufren más asesinatos en todo el mundo sean los ecologistas. Véase también Los verdes somos los nuevos rojos, de Will Potter, Plaza y Valdés, Madrid, 2013.

33 Un valiente manifiesto leído en Palencia el 1 de mayo de 2021 interpelaba a las fuerzas de izquierda: «¿Para qué está alguien en política? ¿Para decir la verdad a los ciudadanos o para obtener votos? Si decir la verdad resta votos lo lógico sería que la izquierda se presentase por el PP o el PSOE, que son los que más votos obtienen. ¿Por qué crece la extrema derecha? Por incomparecencia de la izquierda». Y finalizaba el texto advirtiendo acerca de las consecuencias de mantener oculto el problema del inevitable declive energético: «Si la izquierda silencia esta problemática (como ha sucedido hasta ahora), la población se adherirá al fascismo». Comité IV, «Sobre dónde poner los huevos», 15/15\15, 18 de julio de 2021, disponible en: https://www.15-15-15.org/webzine/2021/07/18/sobre-donde-poner-los-huevos/