Afganistán

 

EEUU y la comunidad internacional que le acompañó en la intervención en Afganistán tras el 11-S abandonan el país dos décadas después con muy pocos o ningún logro de los enunciados entonces.

Con su retirada precipitada, al ritmo de las fechas límite marcadas por los talibán, dejan a sus espaldas una situación incierta y caótica, y muchos de los problemas que encontraron hace veinte años, si cabe hiperdesarrollados por dos décadas de malas prácticas de presencia extranjera: corrupción, violencia de los talibán o los “señores de la guerra”, producción de opio, represión de las mujeres y desprecio de sus derechos…

Los males que ahora se exhiben para tratar de justificar un atropellado repliegue han estado presentes durante estos veinte años de intervención internacional, pero quedaron en segundo plano ocultos tras el exultante entusiasmo y el brillo de los ambiciosos objetivos de la operación, que pretendía sobre el papel dar la vuelta al país e insertarlo en un modelo de democracia a la occidental sin tocar las estructuras profundas, sin tener en cuenta sus necesidades o características, haciendo caso omiso de su historia; es más, en muchos casos fortaleciendo sus brechas. Un ejemplo ilustrativo fue el apoyarse en los “señores de la guerra”, con su violencia, caciquismo y sectarismo, para extender la presencia extranjera.

Aunque se vistió de otros ropajes y un nutrido argumentario, la palanca que llevó a EEUU a la intervención de un país en el corazón de Asia fue su intento de resarcir su orgullo herido después del 11-S; de otro modo, la operación podría haberse limitado a las montañas de Tora Bora donde se escondía Bin Laden, pero se optó por la ocupación de todo un país.

El motor de la operación marcó un enfoque militar a la intervención que no ha abandonado en estos años, un marco muy poco proclive a desarrollar las bonanzas civiles que decía perseguir.  A ello se unió una lluvia de millones repartidos con poco criterio allí donde se buscaban apoyos e influencia, lo que disparó la corrupción. Sin embargo, esta lluvia de millones no ha mejorado las condiciones de vida de la población afgana común.

El país ocupa el puesto 169 de un total de 189 en el último Índice de Desarrollo Humano, publicado en 2021. En 2001 ocupaba el puesto 162. Poco se hizo en dos décadas, salvo acciones simbólicas, para crear las bases de una economía autosostenida que pudiera ir abandonando la producción de opio.

La lucha por los derechos de las mujeres, una de las grandes razones esgrimidas para justificar la intervención –sin lazo aparente con el 11-S–, por lo general no ha ido mucho más allá que gestos cosméticos.

Las mismas razones que se arguyeron para justificar la operación en 2001 siguen presentes ahora. Los clichés sobre el país y sus gentes que llenaron los telediarios en 2001 vuelven ahora a las noticias para tratar de explicar la retirada: opio, corrupción, violencia, derechos de las mujeres pisoteados… sin embargo, no todo sigue igual.

Hoy nos encontramos en peor posición después de la herencia que han dejado las operaciones de intervención de la “guerra contra el terrorismo”, con un Oriente Medio maltrecho –en Siria, recordemos, continúa el conflicto bélico– y un Sahel contagiado por la violencia que ha encontrado en el neocolonialismo, el malgobierno (o desgobierno), y la pobreza atizada por la crisis socioecológica un fértil campo de cultivo.

También estamos peor en la acogida de aquellas personas que huyen. La llamada “crisis de los refugiados” sirios de 2015 aceleró cambios en las políticas de migración y asilo y la fortificación de Europa. Si Alemania se mostró entonces generosa con la acogida de refugiados sirios, hoy la UE, incapaz de alcanzar una posición común, ha dejado en manos de los vecinos de Afganistán –Irán y Pakistán, principalmente– la gestión de los flujos de refugiados, que ya no tocarán suelo europeo, salvo en casos muy concretos. Países de tránsito, como Turquía y Grecia, se blindan ante lo que se avecina.

Esta espiral descendente no solo arrasa las esperanzas de la población afgana; también merma la credibilidad y el prestigio que conservaban las potencias occidentales. China, fronteriza con Afganistán por el corredor de Wakhan, quiere garantizar su propia seguridad y la de la región, y no duda en obtener garantías de los talibán. Su papel, que da imagen de mesura, pragmatismo y responsabilidad, contrasta con la desbaratada retirada de Afganistán de la coalición internacional y el abandono de los socios que prometieron proteger.

En definitiva, estamos peor con un tiempo ya irrecuperable, aspiraciones malogradas y oportunidades perdidas.

Nuestra revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global ha abordado a lo largo de sus diferentes etapas la situación de Afganistán, sus conflictos internos, las guerra que ha sufrido por la invasión e intento de control de diversos países debido a su interés geoestratégico.

En 1989, Eqbal Ahmad y Richard J. Barnet nos ofrecían, en el monográfico de Papeles para la Paz, núm. 34 titulado Afganistán. Tribus y superpotencias, un panorama histórico de las invasiones sufridas por el país desde 1924 hasta la retirada de los soviéticos en 1989.

Según Jordi Raich en el núm. 69 de Papeles de Cuestiones Internacionales (invierno 1999-2000) ¿Quién controla Afganistán? el conflicto de Afganistán se caracteriza por un juego continuo de alianzas y fidelidades en el plano regional e internacional, constantemente rotas y rehechas. Analiza el papel de Pakistán, Irán, arabia Saudí, Rusia, China y las nuevas repúblicas de Asia Central en la financiación y sostenimiento de los talibanes y de sus opositores, en una guerra tras la cual subyacen intereses políticos y religiosos y una competencia por el gas, el petróleo y los oleoductos hacia Occidente.

Los atentados terroristas del 11 de Septiembre de 2001 marcan el inicio de una nueva etapa en la historia de Afganistán.

El número 76 de Papeles de Relaciones Internacionales titulado El impacto del 11 de septiembre (invierno 2001-2002) incluye el artículo Claves para la reconstrucción de Afganistán de Alejandro Pozo que ya destacaba que la reconstrucción de Afganistán no podía quedarse limitada a la política, sino que debía extenderse también al ámbito económico y social, destacando tres acciones de emergencia que debían realizarse: la asistencia humanitaria, la desmovilización de los combatientes y el retorno de los refugiados.

En la primavera de 2002 Papeles publica en su número 77 dedicado a la Prevención de la Guerra un texto de John K. Cooley que destaca varias lecciones de la guerra de Afganistán tanto militares, políticas, históricas y, sobre todo, humanas.

Barnett R. Rubin ofrece una propuestas y recomendaciones para la estabilidad de Afganistán que fueron publicadas en el número 91 de Papeles de Relaciones Internacionales (otoño 2005), destacando que aunque  Afganistán ha hecho avances hacia la estabilidad, sin embargo, el proceso desarrollado hasta ahora es sólo el principio del objetivo estratégico de conseguir un estado legítimo, efectivo y responsable. Esto exige también avanzar en la seguridad y en una base económica que permita el desarrollo del país.

Nuria del Viso, del equipo de FUHEM Ecosocial, firma los últimos análisis publicados sobre Afganistán. En el numero 95 (otoño 2006) de Papeles de Cuestiones Internacionales escribe Afganistán: ¿la paz aplazada? en el momento en que se cumplían cinco años de la caída del régimen talibán, de la invasión internacional liderada por EEUU y del inicio de un “nuevo Afganistán”; y constata que aunque en una primera fase la comunidad internacional percibió la experiencia como exitosa, sin embargo, el aumento de los enfrentamientos con los talibán, los atentados terroristas y el manifiesto descontento de la población afgana, mostraban el reflejo de los problemas que amenazaban el proceso de reconstrucción del país.

La nueva etapa de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global publica tres textos de la autora. En el número 99 (otoño 2007) Afganistán: guerras asimétricas, víctimas civiles, destaca que la población civil no sólo sufren las repercusiones de las hostilidades como receptores pasivos de “efectos colaterales” sino que, en ocasiones, son el objetivo deliberado de los ataques. Afganistán es uno de los países donde el conflicto está afectando con más crudeza a los civiles que se encuentran atrapados en medio de las hostilidades que se desarrollan entre, los talibanes por un lado, el principal grupo de la insurgencia, y, por otro, las tropas internacionales compuestas por la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF), bajo el mando de la OTAN y avalada por la ONU, y la Coalición Libertad Duradera, liderada por EEUU. Aunque el conflicto armado no es la única fuente de inseguridad para los afganos: la extrema pobreza, la fragilidad del Estado, la omnipresente corrupción y la amplia penetración del narcotráfico en la economía sirven de caldo de cultivo para el aumento de las actividades criminales.

En la primavera de 2008, el número 105 incluye el artículo Nuevas estrategias para Afganistán: ¿cambio o continuismo? donde se aborda la nueva estrategia sobre Afganistán de Barak Obama.  En términos generales, como en la etapa anterior, domina un sentido utilitarista, la operación no se realiza guiada por consideraciones éticas –como la mejora de las condiciones de vida de la población afgana–, sino para servir los propios objetivos de las potencias que intervienen, en este caso, su propia seguridad. Esto se liga además con la necesidad de promover gobiernos amigos que se encarguen de controlar en lo posible los territorios considerados inestables.

Esta nueva estrategia se basó en cuatro puntos, que confluyen en el intento de encontrar una solución –rápida– a la difícil situación actual, y se sintetiza en: continuar combatiendo a la insurgencia a través de la fuerza, lo que implica expandir la presencia militar e impulsar el entrenamiento del ejército y la policía afgana,  fortalecer las instituciones y mejorar las condiciones de vida en Afganistán y Pakistán, negociar con los llamados “talibanes moderados” e involucrar a los países de la región en la búsqueda de una salida sostenible para Afganistán.

Sembrando tempestades: una década de la OTAN en Afganistán publicado en el número 115 (otoño 2011) de Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, Nuria del Viso hace balance de la situación de Afganistán 10 años después del inicio de la Operación Libertad Duradera. El artículo repasa las razones que ofreció EE UU y sus aliados para justificar la operación y las contrasta con la situación en 2011, en la que se hace patente la ausencia de avances en los indicadores de desarrollo humano y el agravamiento en otros ámbitos, como la seguridad y la calidad democrática.

El texto combina la visión de la autora con las opiniones de parlamentarios y analistas de centros de investigación recogidas en 2011 para la elaboración del artículo.

Diez años después de la publicación de este último artículo podemos comprobar que la situación política, económica y social en Afganistán apenas ha mejorado. El regreso al poder de los talibanes tras 20 años de ocupación, denota el fracaso de una intervención militar que deja al país con casi el 50% de su población en situación de pobreza, con un aumento del número de desplazados y con unas imágenes desesperadas de personas que quieren salir del país temerosas de las represalias que puedan tomar los talibanes por haber colaborado con países extranjeros; y con el miedo de las mujeres afganas de volver a perder todos sus derechos, unos derechos que fueron esgrimidos como una de las razones que «justificaban» la intervención del país y que serán probablemente las grandes perdedoras de la nueva etapa que en la historia de Afganistán se abrirá a partir del 31 de agosto de 2021.

 

Nuria del Viso Pabón y Susana Fernández Herrero – FUHEM Ecosocial.