Lectura Recomendada: Claves ecofeministas
Claves ecofeministas para rebeldes que aman a la tierra y a los animales
Alicia H. Puleo
Plaza y Valdés, Madrid, 2019, 164 págs.
Alicia H. Puleo (1952) nos abre las puertas al Jardín-huerto ecofeminista con su último libro, donde sintetiza gran parte de su pensamiento dando lugar a una obra orgánica que pretende ser una introducción al ecofeminismo de fácil lectura para cualquiera que quiera aproximarse al tema.
Claves ecofeministas es un libro que se convierte en el modelo de aquello que defiende: con un lenguaje accesible, las autoras (Alicia Puleo del texto y Verónica Perales de las ilustraciones) nos ofrecen una obra hipermedia, que rompe la barrera de la página combinando imágenes, dibujos en las cubiertas y códigos QR que nos llevan a recursos audiovisuales. La autora hace uso de un lenguaje sencillo que se sirve tanto de mitos y relatos como de argumentos filosóficos y análisis históricos y retoma muchas de las tesis que ya desplegó en Ecofeminismo para otro mundo posible (2011), libro que contribuyó a la fundación de la Red Ecofeminista en 2012.
La obra se compone de una introducción en la que nos ofrece un acercamiento a su Jardín-huerto ecofeminista, cuatro capítulos en los que desarrolla sus tesis y un epílogo que es una reflexión en la que se confrontan diferentes perspectivas acerca del futuro de la especie humana.
Alicia H. Puleo propone el Jardín-huerto de Epicuro como un modelo, pero interpretado de manera ecofeminista, es decir, situado críticamente frente a cualquier forma de androcentrismo y antropocentrismo. Este Jardín-huerto, sin dejar de lado la búsqueda de placeres moderados, lejos de sugerir una evasión del mundo, está comprometido ética y políticamente tanto con los seres humanos como con los animales y la naturaleza.
El ecofeminismo crítico que se propone en el libro es una filosofía para pensar un futuro mejor. Por ello, una de las claves de este movimiento es la rebeldía, de ahí el subtítulo del libro: “Para rebeldes que aman a la Tierra y a los animales”. Lo que señala la autora es que no hay cabida para la resignación, sino que la tarea debe ser la reelaboración de la realidad mediante una praxis que sea a la vez feminista, animalista y ecologista, mientras afrontamos con resiliencia (p. 15) situaciones adversas que son ya inexorables.
Puleo trata de esclarecer que el ecofeminismo no es un feminismo ambiental, sino que va más allá de eso: «Implica una nueva visión empática de la naturaleza que redefine al ser humano en clave feminista para avanzar hacia un futuro libre de toda dominación» (p. 19-20). Conlleva, dirá desde una perspectiva que podemos calificar de materialista, el reconocimiento de que la naturaleza no es un mero “medio” para la actividad humana, sino que tiene consistencia ontológica propia. En este sentido, a la autora le parecen ejemplares los movimientos de resistencia al extractivismo de países de América Latina, como pueden ser las madres de Ituzaingó en Argentina o las mujeres de Anamuri en Chile. A ellas se les puede considerar ecofeministas por sus prácticas en defensa de la Tierra porque también están relacionadas con sus problemas en tanto mujeres.
El libro ofrece una pequeña panorámica de lo que ha sido la historia del feminismo para después diferenciar entre los diferentes tipos de ecofeminismos. Lo que se consideró “ecofeminismo clásico” invirtió la valoración del dualismo naturaleza y cultura, viendo esperanza en los atributos femeninos de cuidado y conservación frente al hombre en el que encontraban actitudes nocivas y bélicas. Esta perspectiva esencialista (que exalta como capacidad femenina la maternidad) provocó desconfianza entre las feministas que habían pretendido poner punto final a los roles de género. Puleo desestima abiertamente tanto este «esencialismo determinista que niega la posibilidad del cambio» como un «constructivismo extremo que sostenga que somos una pizarra en blanco» (p. 32). Propone que mediante la educación es posible potenciar y limitar ciertas cualidades. Pero esa transformación social a la que aspiramos debe pasar por un aprendizaje intercultural.
La autora señala que la sororidad del feminismo ha sido y debe ser internacional, y por ello es necesaria una ecojusticia que lleve consigo un rechazo del neocolonialismo, pues el extractivismo, el abuso de los recursos naturales y la crisis climática afectan más a las clases desfavorecidas, a las mujeres y a los animales, siendo estos a su vez los que menos contribuyen. Rechaza de pleno también el alquiler de úteros, comparable a su juicio a la “agricultura por contrato”, una forma de agroextractivismo que se da en los países del Sur global. En definitiva, el ecofeminismo se presenta como un movimiento en lucha contra la interseccionalidad de las opresiones ecológicas y sociales.
La autora recupera una distinción que utiliza en otras de sus obras: distingue entre patriarcados de coerción y patriarcados de consentimiento. Los primeros son propios de sociedades en los que se oprimen todos los aspectos de la vida femenina, dejando a la mujer sin capacidad de decisión sobre su cuerpo. Los patriarcados de consentimiento en cambio son aquellos que encontramos en las sociedades capitalistas neoliberales en que malvivimos, y se caracterizan por restringir el ámbito de libertad de la mujer a través del consumo y la imposición de ciertos cánones culturales (de belleza, por ejemplo).
La precariedad hacia la que empuja el modelo de “contrato basura” es la otra cara de la moneda de los patriarcados de consentimiento. Bajo una falsa apariencia de libertad de elección se esconde una presión que nos empuja a consumir y a elegir aquello que muy probablemente no deseemos en realidad: «El mandato del patriarcado del consentimiento ya no es la represión de los deseos sexuales como en el patriarcado de coerción. Por el contrario, el mandato es la intensificación del deseo y la práctica sexual, transformados en requisitos de la autoestima y del reconocimiento social» (p. 60). La maternidad subrogada, indica la autora, es un ejemplo paradigmático de aquello que en nuestras sociedades se nos vende como forma de liberación femenina; no obstante, hay, según señala, una gran desinformación acerca de los riesgos que corren las mujeres que se someten a este proceso.
Para la filósofa, el modelo de emancipación femenina que se proponga no puede estar basado en la masculinización de la mujer, haciéndola adoptar actitudes de dominación, sino que más bien tiene que pasar por una feminización de la sociedad. Esto no conlleva otra cosa que reivindicar aquellos valores y tareas que han sido tradicionalmente asignados a las mujeres como valores y tareas que son exigibles a toda la especie humana. El modelo del conquistador de la naturaleza que se ha desarrollado durante la modernidad ha sido profundamente androcéntrico, pues han sido los valores masculinos de dominación e impaciencia los que han propiciado una conquista agresiva de la Tierra y una explotación de la vida de los demás animales.
En este contexto, la ciencia, la tecnología y la educación tienen un papel fundamental. Puleo habla de no rechazar la ciencia, sino de adaptarla críticamente a valores como la empatía, también dando pautas para una educación ambiental. Esta debe abandonar su sesgo androcéntrico para proporcionar formación emocional ecológica, proporcionando ejemplos de lucha ambiental femenina. También debe estar impartida por docentes que amen la naturaleza e incluir la conciencia ética hacia los animales, por mencionar algunas de sus características.
A nivel moral, el valor que debe acompañar a estas transformaciones es la generosidad y no la caridad, extendiendo nuestra comunidad moral al resto de los animales y promoviendo pactos de ayuda mutua con luchas ya existentes.
Puleo habla de mostrar el sesgo patriarcal del maltrato animal, por ejemplo, para establecer lazos entre las luchas animalista y feminista: «A través del ecofeminismo, el feminismo puede redefinir a los animales humanos y no humanos y establecer nuevas formas de relación despojadas de explotación y violencia» (p. 108).
El ecofeminismo de Alicia H. Puleo es una propuesta política y moral comprometida con el futuro, lo que acaso dificulta un posicionamiento con respecto al avance tecnocientífico. Puleo da por sentado que tal avance es imparable, mientras que al mismo tiempo considera que sería posible una regulación crítica de sus efectos negativos. Sin embargo, cabría objetar que esto resulta contradictorio pues, si es imparable, ¿hasta qué punto podremos evitar sus derivas destructivas?
Por último, se sirve de la readaptación de Blade Runner como ejemplo de cómo la ciencia ficción ha innovado en su representación de las tecnologías mientras que el modelo del “eterno femenino” no ha cambiado más que para adaptarse. Trae a colación el posthumanismo de Donna Haraway como un punto de partida interesante para pensar en una “reinvención” de lo humano, puesto que deslegitima las barreras construidas entre lo que tiene carácter humano y lo que tiene carácter de máquina. Puleo lleva más allá esta disolución de barreras, pues valora la posición antiesencialista de Haraway y extiende su crítica para subrayar que no hay límites entre lo humano y lo natural, lo cual le lleva a sostener que la comunidad moral debe ser ampliada a todos los sintientes.
Carmen Peinado Andújar e Irene Gómez-Olano Romero
Estudiantes del Máster de Crítica y Argumentación Filosófica
Universidad Autónoma de Madrid