Lectura recomendada: Confesiones de un ecologista en rehabilitación

Confesiones de un ecologista en rehabilitación

Paul Kingsnorth

Editorial Errata Naturae, Madrid 2019, 367 págs.

Reseña de Andrea Frutos, Clara Puente, Guillermo Ríos y Jorge Riechmann publicada en la sección LECTURAS del número 151 de Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global.

«Las falsas esperanzas son peores que la falta de esperanzas, y las acciones inútiles solo conducen a la desesperación»

Nuestras sociedades se están aproximando a un colapso socio-económico y ambiental, si es que no están ya del todo inmersas en él: son muchos los indicios de esta crisis sistémica. En este camino, lo salvaje es sometido al progreso de lo humano (se diría que ya reducido a mero progreso científico-tecnológico), que mira con incomodidad hacia su origen. Nos contamos relatos, errados en su fundamento, que pretenden a toda costa justificar la peligrosa deriva en que nos hallamos… ¿Seremos capaces de visualizar el lugar al que nos dirigimos?

Confesiones de un ecologista en rehabilitación aborda esta problemática. Su autor, el activista y escritor inglés Paul Kingsnorth, nos adentra en su autobiografía como vehículo para una crítica ecológica. Desde su juventud, sus pensamientos se han enmarcado en la estrecha conexión afectiva entre la naturaleza, la ecología y el reencuentro del hombre con el paisaje y el pasado. En palabras del autor: «me hice ecologista por la fuerte relación emocional que siento ante la naturaleza salvaje y el mundo que está más allá de lo humano» (p. 96). Esta obra representa, junto con su última publicación Savage Gods (2019), una llamada a la retirada estratégica, que puede tomar la forma de un renovado vínculo con el hogar, lo autóctono y lo pequeño. En el caso de Kingsnorth, el lugar desde donde se organiza esta reflexión es una zona rural de Irlanda, a la que se mudó en 2014 con su mujer y sus dos hijos (p. 129).

¿Cómo se llega a esta retirada? Nuestro autor lo explicó en otro texto: «Durante quince años, fui un ecologista convencido y escritor especializado en el tema. Durante dos años, fui editor de la revista The Ecologist. Desde sus páginas, luché contra el cambio climático, contra la desforestación, contra la sobrepesca, la destrucción de los ecosistemas, la extinción de las especies, etc. Escribí sobre cómo el sistema económico global estaba afectando al sistema ecológico. Hice todo lo que hacen los ecologistas. Pero después de un tiempo, dejé de hacerlo. Hay dos razones para haber llegado a ese punto. Una es que ninguna de las campañas ha tenido éxito, excepto a un nivel muy local. A nivel global, todo va a peor. La segunda razón es que los ecologistas, me parece a mí, no están siendo honestos consigo mismos. Cada día se hace más obvio que el cambio climático es imparable, que la sociedad actual no es coherente con las necesidades del planeta, y que el crecimiento económico forma parte del problema. Que el futuro no va a ser verde, confortable y sostenible para 10.000 millones de personas. Que va a ser lo contrario. Y todos los ecologistas hemos estado realizando nuestra labor propia, haciendo como que lo imposible va a ocurrir. Yo ya no me trago ese cuento, y creo que no soy el único» («Why I stopped believing in environmentalism and started the Dark Mountain Project», The Guardian, 29 de abril de 2010).

¿Se puede elaborar reflexión certera sobre cuestiones ecológico-sociales a partir de objetos como la guadaña o el inodoro seco, y las prácticas asociadas con ellos? Kingsnorth nos muestra que sí. El estilo de estas confesiones es el de un manifiesto: claro, directo y expresivo. Esto no limita la calidad de la prosa ni el amplio abanico de referencias del autor: científicos, poetas, artistas y novelistas convergen en sus páginas (todo un paradigma de lo que en los últimos tiempos venimos llamando humanidades ecológicas o ambientales). Sus palabras no solo nos remiten a sus experiencias personales, sino que ilustran un compromiso con un modo de vida: «No estoy hablando de derrota ni de rendición. Estoy hablando de recogerse en un lugar donde puedas respirar, para sentirte libre y humano de nuevo. A partir de ahí todos los caminos están abiertos si les prestas atención» (p. 159).

Uno de los asuntos principales que aborda el libro es la ruptura en el mundo occidental del vínculo entre lo humano y lo salvaje o silvestre (no siempre resulta fácil traducir wild): aquello que Thomas Berry –como señala Kingsnorth– denominó «la gran conversación» entre la especie humana y el resto de la naturaleza (p. 18). Esta gran ruptura recorre nuestra historia, desde el relato abrahámico, pasando por la Ilustración europea, hasta la actualidad. Nuestros días están gobernados por una esperanza romántica que idealiza el futuro: una vuelta al paraíso perdido en clave de progreso tecnológico.

A juicio de Kingsnorth, hay tres mitos que constituyen nuestra comprensión del mundo; el mito de la naturaleza, interpretada como algo ajeno a nosotros; el mito del progreso, asentado sobre el delirio racionalista, que considera lo natural como instrumento o medio para lo humano; y el mito de la civilización, responsable de la democracia de consumo y la economía global, consecuencia de los anteriores:

«Somos, nos decimos a nosotros mismos, la única especie que se ha enfrentado a la naturaleza y la ha vencido. Esa es nuestra gloria» (p. 342).

Pero esta fe en el dominio sobre lo natural a través de una industrialización masiva ha tenido consecuencias devastadoras: cambio climático (causado por la sobredosis de gases de efecto invernadero), desaparición de los glaciares y desestabilización de Ártico, aumento del nivel del mar, crisis energética, desforestación, Sexta Gran Extinción, etc. Y ante esta situación de colapso y crisis, ¿cuáles y cómo son los discursos que ofrece el ecologismo actual? Destacan términos como “ecologismo progresista, sostenible, verde”, “ecologismo de izquierda anticapitalista” o “neoecologismo”. Todos ellos, en el fondo –denuncia Kingsnorth, han sido devorados por la mercantilización, subordinándose a un utilitarismo capitalista: «Es la misma narrativa de siempre: la expansión, la colonización, el progreso, pero esta vez despojada de dióxido de carbono. Es la última fase del exterminio continuo de la naturaleza virgen y no humana; la misma falta de reparos, el mismo egocentrismo, la misma ambiciosa confusión. Es la destrucción en masa de los pocos lugares salvajes que quedan en el mundo para seguir alimentando la economía humana. Y, sin ninguna ironía, hay gente que a esto lo llama “ecologismo”» (p. 100).

Kingsnorth, a lo largo de su vida como activista, vio desaparecer el ecologismo de la primera ola, que centraba sus narrativas en torno al ecocentrismo y la biofilia, sustituido acercamientos políticos e ideológicos: «si te limitas a hablar de tecnología, puedes venir a jugar con los chicos grandes, pero tienes que olvidarte de todas las demás tonterías», (p. 71). Aquí cabe evocar el estremecedor documental de Jeff Gibbs, Planet of the Humans (2019), que realiza un análisis similar pero desde EEUU.

De esta manera, viendo cómo el ecologismo global se entregaba al activismo en vez de a la acción presente, real, el autor decidió adoptar una actitud de retiro y abandono estratégico: ir más allá de las murallas de la civilización, huir a lo salvaje, volver al origen de «la gran conversación» perdida. En suma, decidió replantear el relato: y para ello, junto con su amigo Dougald Hine, puso en marcha el Proyecto Dark Mountain (en 2009) vertebrado por cierta idea de “descivilización” (uncivilization). El manifiesto de Dark Mountain tuvo la motivación de reconciliar lo humano y lo salvaje a través de la empatía, la compasión y la contemplación que el arte facilita.

El arte “descivilizado” mantiene una responsabilidad y misión especial: crear nuevas narrativas que, desde un lugar alejado de la civilización, enfrenten la amenaza del ecocidio. «La creatividad sigue siendo la más ingobernable de nuestras fuerzas» (p. 352). Así, la escritura descivilizada pone en perspectiva los mitos sobre los que se sostiene nuestra civilización. El foco se traslada desde lo humano hacia el conjunto de lo vivo, lo salvaje, lo virgen, lo natural, que, ahora sí, debe ser tratado un fin en sí mismo. «No presentamos este manifiesto porque tengamos algo que decir, sino porque tenemos algo que hacer, pero no podemos hacerlo solos» (p. 361).

En definitiva, como señaló Kingsnorth en «The lie of the land» para The Guardian (18 de marzo de 2017), lo que nos propone, tras tantos años de campaña activista, es enraizar nuestra identidad ecológica en nuestra identidad cultural e histórica y así hacerla única. Frente a los excesos del globalismo económico, hay que volver al sentido de pertenencia, de conocimiento y de cuidado en una comunidad. Siguiendo el lema del economista Leopold Kohr en The Breakdown of Nations (1957), luego popularizado por Ernst F. Schumacher: small is beautiful.

Acceso a la reseña en formato PDF: Confesiones de un ecologista en rehabilitación. LECTURAS 151.