Colegios que trabajan El Amor frente al discurso del odio

Para tercero de la ESO, hoy no es un día normal. Tras llegar al colegio y subir al aula, se encuentran que está cerrada y que sus profesores y profesoras les mandan esperar unos minutos en la planta baja. Mientras el equipo docente acaba de prepararse para unas horas distintas, el vestíbulo se llena de voces adolescentes. En breve, caen en la cuenta: “Claro, hoy toca detonante de El Amor”. “¡Ah, es verdad, ¿había que traer el libro?, a mí se me ha olvidado”. “No, creo que no”. “Pues yo lo he traído”.

Al poco rato, se les pide que suban. En la puerta del aula, el profesorado reparte unas letras que deben lucir en sus prendas colgadas por un imperdible: la A, B o C determinará su sitio dentro de la clase y también el trato que van a recibir. Los pupitres están repartidos en tres zonas: la A, está reservada para mesas individuales donde se ofrecen algunas golosinas y sillas provistas de un cojín o manta; la B dispone de mesas y sillas en hilera y sin extras; por último, en la zona C, donde son dirigidas todas las alumnas y quienes tienen características no occidentales, hay mesas, pero no sillas suficientes.

En la pizarra está la fecha que nos lleva al futuro: 21 de enero de 2047. No es el único cambio en el interior del aula. Hay carteles que prohíben reír o amar; cintas de plástico que tachan los murales sobre la necesidad de defender la biodiversidad o la lucha contra el hambre. También están censurados los carteles del 25 de noviembre contra la violencia de género.

Una vez todo el alumnado se encuentra en su nueva ubicación, surgen risas nerviosas y también protestas en la última fila. Algunas chicas reclaman que no tienen dónde sentarse. El profesor, metido en su papel, ignora su queja y comienza su exposición magistral sobre los beneficios de que el odio se haya instalado en la sociedad y que la desigualdad sea consecuencia de la falta de esfuerzo de algunas personas. También asumen su rol teatral un alumno y una alumna previamente seleccionados: el chico insulta a una compañera y ella, tras reclamar justicia, es expulsada por el docente. La protesta del fondo sube de intensidad. Sus compañeras han visto lo que ha ocurrido y se rebelan. Da igual. Se las expulsa también por alzar la voz, mientras se aplaude el gesto de odio y maltrato simulado minutos antes. Justo cuando el profesor propone la realización de una redacción sobre las ventajas sociales del odio, un par de profesoras disfrazadas con batas blancas y pelucas de colores irrumpen en el aula. ¿Qué ha pasado aquí? ¿Cómo habéis consentido esto? ¿No tendríamos que cambiar las cosas?, preguntan al alumnado.

Por un momento, la clase es un ajetreo de mesas y sillas que vuelven a colocarse como siempre: en grupos de cuatro. El profesor siniestro y su propuesta de ejercicio sobre el odio han sido sustituidos por una reflexión de grupo: pensar qué ha ocurrido, cómo se han sentido durante la teatralización previa, qué tenemos que hacer para que nuestra aula no sea realidad en veinticinco años, cómo combatir las distintas discriminaciones que atraviesan nuestra sociedad y cómo contrarrestar el discurso del odio. Reflexionan sobre la expulsión injusta de su compañera. ¿Hay o ha habido situaciones injustas en el mundo? Claro que sí: Siria, las personas refugiadas, las guerras, el racismo, las niñas y mujeres de Afganistán, el holocausto… son algunos de los ejemplos que aporta el grupo. La conclusión compartida, “en nuestras manos está que el futuro no sea como lo hemos representado”, se cierra con un aplauso.

Suena el timbre y entran al aula la profesora de lengua y la tutora del grupo. El cambio de hora no supone cerrar la actividad. Ellas, que no han visto lo ocurrido, piden al alumnado que trabajen por grupos, redacten y expongan lo que han sentido, creído e interpretado en esa primera hora tan distinta. Coinciden en la sensación de extrañeza e incomodidad, han sentido confusión ante la situación de desigualdad, no les ha parecido bien el trato que han recibido las alumnas ni entendían los cambios en el carácter del profesorado, tan bruscos y autoritarios, ni en la decoración.

Ante lo que han vivido, el amor resulta la mejor respuesta. La hora ha pasado volando. Llega el profesor de Matemáticas y abre un nuevo debate: los distintos tipos de amor; la relación entre el amor y el odio; si el amor es espontáneo o requiere procesos físicos y químicos; la falta de amor en los matrimonios de conveniencia a lo largo de la historia; si se sienten o no amados en casa, en el colegio, entre sus amigos y amigas… Leen la definición de amor en el diccionario y surgen risas nerviosas ante la acepción del amor a primera vista. Pero el docente se aleja del amor romántico y del enamoramiento. Es el momento de sacar de la mochila una unidad didáctica titulada El Amor, que les acompañará en todas las asignaturas durante el próximo mes. Aunque, a priori, parezca difícil unir amor y matemáticas, el docente explica la relación de ambos a través de las ecuaciones, que son una formulación de igualdad: “Sé que hay quien odia las ecuaciones, pero estoy seguro de que aprenderéis a amarlas”. Suena el timbre y llega el recreo.

Comentan e intercambian impresiones. Han disfrutado con la sorpresa que ha preparado el equipo docente, les ha gustado romper con la rutina de las clases. A pesar de la confusión inicial, ha sido divertido ver cómo el profesorado no parecía el mismo. También ha supuesto un punto de inflexión para pensar en el respeto, un componente esencial del amor. Creen que es una ventaja que todas las asignaturas tengan un nexo común, así todo lo que aprendan les podrá servir para tener una mirada más rica.

Apenas han ojeado el libro que les servirá de guía, pero están en lo cierto. Del mismo modo que la igualdad y las ecuaciones compartirán pizarra en matemáticas, otros conceptos ligados al amor atravesarán las distintas materias durante cuatro semanas: los límites, en biología; la escucha, en comunicación audiovisual; la cooperación, en educación física; la armonía, en física y química; la generosidad, en geografía e historia; la amabilidad, en inglés; la empatía, en valores éticos; el deseo, en tecnología; la pasión, en música; la libertad, en lengua y literatura y la solidaridad en iniciación a la actividad emprendedora y empresarial…

Así ocurrirá en varios colegios dentro y fuera de la Comunidad de Madrid, y también en algunos centros que se han sumado al proyecto titulado “Nuestro momento es ahora. La juventud madrileña impulsa los ODS para construir una ciudad sostenible y resiliente”, que impulsan las fundaciones Entreculturas y FUHEM, y cuenta con el apoyo del Ayuntamiento de Madrid, con el fin de contribuir a construir una ciudad sostenible y resiliente.

Lo que ocurre fuera y dentro del colegio está conectado: odio y amor atraviesan nuestra vida en sociedad. Y las horas lectivas pueden analizarlo, desde diversas perspectivas, para contribuir a una educación transformadora y a una ciudadanía más comprometida y crítica.

 

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