Lectura Recomendada: Capitalismo, nada más

Esta reseña realizada por Alejandro Castañeda Hernández pertenece a la sección LECTURAS del número 153 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global de FUHEM Ecosocial.

Capitalismo, nada más. El futuro del sistema que domina el mundo. 

Branko Milanovic

Taurus, Barcelona, 2020, 338 págs.

En la actualidad el capitalismo está presente en todo el mundo. No es que sea el sistema económico dominante, sino que es el único sistema económico.

A lo largo de cinco capítulos y tres apéndices (que detallan algunas cuestiones tratadas en los capítulos), Branko Milanovic, uno de los más destacados investigadores mundiales sobre desigualdad, explica en su último libro las razones por las que el capitalismo ha triunfado en todo el mundo y las posibilidades que se abren de conseguir un capitalismo más justo en el futuro en un momento en el que compiten dos modelos distintos de capitalismo: el capitalismo meritocrático liberal (representado por EEUU) y el capitalismo político (representado por China).

El primer capítulo sirve como introducción al tema: nunca, en ningún otro periodo histórico, el capitalismo había estado tan presente en todo el mundo, a la vez que no parece existir una alternativa realista a dicho sistema en el corto plazo. Milanovic explica brevemente los dos tipos de capitalismo que dominan actualmente e introduce lo que considera, siguiendo sus palabras, «el meollo del libro» (p. 20): la competencia entre el capitalismo meritocrático liberal y el capitalismo político. El autor aborda a lo largo del libro los rasgos principales de ambos, con el fin de determinar el atractivo de cada uno y las posibilidades de que uno acabe dominando sobre el otro.

El análisis detallado de cada tipo de capitalismo se hace en los capítulos dos y tres (capitalismo meritocrático liberal y capitalismo político, respectivamente). El autor centra su análisis, y lo remarca de manera explícita, en la esfera de la distribución y no de la producción.  Ambos capítulos son de gran utilidad, no exenta de originalidad en algunas de sus afirmaciones, para entender cómo funcionan los dos tipos de capitalismo y cómo se ha llegado a su existencia.

El capitalismo meritocrático liberal sería la continuación en Occidente del capitalismo clásico (presente hasta la Primera Guerra Mundial) y del capitalismo socialdemócrata (desde la Segunda Guerra Mundial hasta los años ochenta). Milanovic hace un recorrido por esas etapas, comparando distintas formas de desigualdad (la distribución funcional de la renta, la concentración del capital, la homogamia, la movilidad social o la homoploutia término que se explicará más adelante—, entre otros) entre estas formas de capitalismo en Occidente, llegando a la conclusión de que es cada vez más difícil luchar contra la desigualdad creciente.

En el tercer capítulo, tal vez el más estimulante de leer y cuya temática podría dar para un libro en sí mismo, analiza el lugar del comunismo en la historia y los rasgos principales del capitalismo político, así como la posibilidad de que este tipo de capitalismo se expanda a otros países, como ha hecho el capitalismo liberal desde EEUU. Para Milanovic, el principal atractivo del capitalismo político es el éxito económico, el cual se traduce en elevadas tasas de crecimiento, como las cosechadas por China en las últimas décadas. No analiza la China actual en contraposición con EEUU como si de una nueva guerra fría se tratara, sino que su objetivo es analizar el ascenso de la economía china y su transformación en una economía capitalista; de hecho, menciona hasta otros diez países que tienen un capitalismo político, pero China es el más importante de todos ellos con diferencia.

En el capítulo cuatro Milanovic trata la globalización y su interconexión con el capitalismo a través del análisis de la movilidad del trabajo y del capital, del Estado del Bienestar y de la corrupción. Milanovic nos dice lo siguiente respecto a por qué la movilidad del capital es casi ilimitada mientras que la del trabajo tiene muchas más trabas: «El capital, según esta tesis, puede entrar en las distintas sociedades sin provocarles cambios espectaculares, mientras que el trabajo no» (p. 172).

Es verdad que parece existir un mayor rechazo de la población a la inmigración del que existe para el capital extranjero. Puede que sea porque, como apunta la frase entrecomillada, se perciba que el capital no causa “cambios espectaculares”, como sí puede causar el trabajo.

«El capital puede entrar en las distintas sociedades sin provocarles cambios espectaculares, mientras que el trabajo no» 

En este sentido, lo que parece ocurrir (y Milanovic lo apunta, aunque con palabras diferentes), es que el factor capital es “menos visible” que el factor trabajo, es decir, el trabajador necesita estar presente en el lugar de trabajo (aunque cada vez menos), mientras que la actuación del capital “no se ve” a pesar de que pueda causar daños mayores. Es controvertido su acercamiento al tema de la migración, puesto que, como él mismo señala, su planteamiento de una relación negativa entre el número de inmigrantes y los derechos que se les conceden puede crear subclases dentro de un país, como ya ocurre en algunos países, como EEUU o Reino Unido.

Finalmente, el capítulo quinto hace referencia al propio futuro del capitalismo, abordando los problemas que acarrea dicho sistema y también sus virtudes (por algo habrá triunfado en todo el mundo). El autor contrapone los dos tipos de capitalismo explicados anteriormente, comparando las ventajas de uno y otro y hace un repaso de los posibles escenarios existentes. Aquí encontramos a un Milanovic pesimista, ya que no parece existir un final visible al capitalismo («There is no alternative»).

Entre los puntos fuertes del libro está la originalidad de algunos de los planteamientos que hace Milanovic, aunque a su vez puede que sean controvertidos, como el análisis que hace sobre la posición del comunismo en la historia, criticando tanto a la teoría marxista como a la liberal y argumentando que el papel del comunismo en la historia ha sido, precisamente, permitir avanzar hacia el capitalismo para las economías menos desarrolladas. Destaco también un concepto que me ha gustado especialmente: la homoploutia. Indicador que nos muestra el porcentaje de personas que están, a la vez, en el 10 % más alto de ingresos de capital y en el 10 % más alto de ingresos salariales. Este indicador se ha incrementado en los últimos años, mostrando así la complejidad creciente de las sociedades capitalistas, donde cada vez se hace más difícil diferenciar entre capitalistas y cuadros gerenciales y técnicos asalariados.

Sin embargo, para ser un libro que trata sobre el futuro del capitalismo global se echa en falta un análisis sobre el cambio climático y los límites físicos y biológicos existentes. Solo una vez hace referencia a este tema, al final del libro, si bien es justamente para criticar la idea de que los recursos son limitados, argumentando que simplemente no sabemos qué nuevas materias primas podremos usar para sustituir al petróleo o los nuevos usos que tendrán otros recursos. Por otro lado, también hay algunas afirmaciones con las que no todo el mundo estará de acuerdo. Un ejemplo de ello puede ser el punto de vista que tiene Milanovic sobre la corrupción, ya que parece suponer que existe un cierto apego de la población a la corrupción y que no tiene por qué ser especialmente mala en sí misma desde el punto de vista económico si se la tratara como una renta más.

Se trata de un libro no muy extenso, pero con una gran cantidad de anotaciones y de evidencia empírica que sustentan cada afirmación que hace el autor. Es claro en sus explicaciones y analiza perfectamente los dos tipos de capitalismo existentes, destacando las principales virtudes de cada uno, así como los problemas que hacen que se tambaleen: la creciente desigualdad en el caso del capitalismo meritocrático liberal y la corrupción endémica del capitalismo político. También llega a proponer medidas de política económica para reducir la desigualdad en Occidente, como políticas fiscales para incentivar que la clase trabajadora posea acciones o incentivos para que participen en mayor medida en el accionariado de las empresas, así como mayores impuestos de sucesiones o de patrimonio, con el objetivo de «nivelar el acceso al capital» (p. 65) de los adultos jóvenes. Si bien, cabe tener en consideración los efectos que estas medidas puedan tener sobre la ya financiarizada economía actual, son interesantes las medidas que plantea y merecen al menos una reflexión por nuestra parte.

En definitiva, este libro disecciona el funcionamiento del sistema capitalista de manera original, con matices (a pesar de que “divida el mundo en dos”) y en ocasiones de forma un poco provocativa, pero ofreciendo siempre una rica panorámica tanto para aquellas personas que defiendan con uñas y dientes el sistema capitalista como para aquellas que deseen acabar con él.

 

Alejandro Castañeda Hernández

Master de Economía Internacional y Desarrollo (UCM)

 

 

 

 

 

 


Entrevista a Guillermo Fernández Vázquez

La Entrevista a Guillermo Fernández Vázquez a propósito de su libro Qué hacer con la extrema derecha en Europa, realizada por Diego Escribano,  pertenece a la sección A FONDO del número 152 de Papeles de Relaciones Ecosociales Y Cambio Global

Guillermo Fernández Vázquez es investigador en la Universidad Complutense de Madrid, especializado en el estudio de las derechas radicales europeas. Ha dedicado buena parte de sus trabajos al estudio de la retórica política del Front National francés, de Vox en España y de la Lega Norte italiana. Además, ha profundizado en la cuestión de la definición del populismo y de las diferencias entre “populismo de izquierdas” y “populismo de derechas”.

Diego Escribano (DE): En el libro señalas que la manera en que una parte de la izquierda se acerca a las derechas radicales es la sobreactuación, desde los mensajes sensacionalistas.  Señalas casos concretos: Mélenchon en las elecciones presidenciales francesas o, en el contexto español, Pablo Iglesias hablando de “alerta antifascista”.  ¿A quién crees que tienen como destinatarios mensajes de ese tipo? ¿Cuándo hablas de “alerta antifascista” estás eligiendo hablar solo a aquellos que ya están en tu campo político?

Guillermo Fernández (GF): Sí, ese mensaje de Pablo Iglesias fue un error. Ejemplifica esa reacción primaria de la izquierda ante el fenómeno: asustarse y lanzar grandes proclamas, más voluntaristas que otra cosa. Lo mismo sucedió cuando apareció Mélenchon en la noche electoral de las elecciones europeas de 2014 con mensajes voluntaristas.

El problema no es solo que esos mensajes no aporten demasiado políticamente sino que resultan contraproducentes: los partidos de derecha radical, como el Frente Nacional o Vox, al escuchar esos mensajes, se alegran. Están deseando que les llamen fascistas, les viene bien.

DE: ¿Crees que la pandemia ha contribuido a que la izquierda consolide la demonización como parte de su zona de confort?

GF:   Hay varios problemas: por un lado, creo que la tendencia a la moralización, a tomar una perspectiva moral sobre este fenómeno político está muy presente. Particularmente, aunque no solo, en las izquierdas. En general en el establishment.

En ese tipo de enfoque se introducen metáforas de índole bíblico (“el monstruo de la extrema derecha”, “el diablo de la extrema derecha”) o médicas (“la epidemia ultra”, “el virus fascista”).  Son enfoques que buscan el sensacionalismo y ese sensacionalismo tiene un público.

Hay otra derivada de esto que es no tanto abordarlo desde el punto de vista moral, escandalizándose por lo malos que son sino entrar a abordar lo diligentes que son. Desde determinadas perspectivas, a veces vinculadas a la izquierda, se tiende a sobrevalorar la capacidad política y la capacidad de análisis de estos partidos. Se acaba generando una mitología de “genios del mal” ante los que solo cabría decir que son perversos, malos y astutos.

Creo que el fenómeno de la derecha radical, la derecha identitaria, hay que tomárselo en serio sin moralizarlo ni amplificar la capacidad política de sus dirigentes. Su éxito no se basa en que sean “genios del mal” o gente muy lista sino en politizar algunas cuestiones en el contexto actual.

De hecho, cuando hablo con gente de Vox reconocen que el fenómeno Vox trasciende el partido. Existe, a pesar de sus torpezas, una posibilidad de levantar una alternativa política identitaria en un contexto internacional favorable que implica producción política e intelectual, experimentación comunicativa y probablemente mayores fuentes de financiación.

(DE): En el libro se hace mención a la disputa entre el proyecto del Frente Nacional de Marine Le Pen, que busca alejarse de la demonización y la “vuelta a los orígenes” que representaría el proyecto simbolizado por Marion Maréchal Le Pen. La posición del segundo sector parece derivarse de la creencia de que, en tanto el contexto actual tiende a la polarización, ya no sería tan útil tratar de resignificar conceptos importantes para la izquierda sino reconectar con los temas tradicionales del campo político propio.   ¿Crees que en la estrategia de la izquierda pueda estar detrás ese mismo análisis?

GF: Efectivamente, la estrategia de Marion Maréchal Le Pen respondería a la idea de que es inútil tratar de lograr una mayoría replicando la lógica política de 2005, cuando se produce en Francia el rechazo al Tratado de Constitución Europea. Cree que es inútil, incluso en un contexto de austeridad y crisis económica, buscar una mayoría transversal que agrupe a una parte de la izquierda y la derecha con un mensaje soberanista, un mensaje social y algunas gotas de identitarismo.

¿Por qué cree Marion que es inútil? Porque ese mensaje no consigue convencer a las suficientes personas de izquierdas y, al mismo tiempo, aleja a personas de derechas que podrían votarles. Defiende que el eje izquierda-derecha no se puede superar y que la única opción que tienen, por tanto, es ser la fuerza hegemónica en la derecha.

Su estrategia central es liderar la lucha política y cultural para, de un modo muy gramsciano, liderar primero culturalmente y después políticamente. Con la meta de que, a medio plazo, el partido central de la derecha sea el Frente Nacional. Habla constantemente de la unión de las derechas, para superar a Macron. Quiere ir más allá del Frente Nacional, liderando una plataforma unitaria de la derecha. Algo así como constituirse en el “gran otro” frente a la “izquierda progre”. El asunto es que la estrategia de Marion es la que tiene más futuro en Europa.

DE: Una de las cuestiones que más me llamó la atención en el libro, es la estrategia de acercamiento al mundo del trabajo del Frente Nacional. Primero mediante el intento, frenado por reveses judiciales, de desarrollar una organización sindical propia. Posteriormente, mediante el entrismo en grandes organizaciones sindicales. ¿Crees que la idea de Vox de crear un sindicato parte del análisis de lo que se hizo en Francia?

GF: Aunque no es el único lugar donde las derechas radicales lo hicieran, la influencia de las derechas radicales francesas en España es alta. Lo ha sido desde los años setenta. Ahora, además eso está fomentado por las buenas relaciones entre Marion Maréchal Le Pen y dirigentes de Vox.

La estrategia de Vox me recuerda no tanto al entrismo del Frente Nacional en los sindicatos tradicionales (particularmente al sindicato CGT, al que llegó a poner en dificultades al expulsar a delegados sindicales apreciados por sus compañeros) en la etapa de Marine Le Pen y Florian Philippot, sino más bien a la estrategia de los años noventa de crear sindicatos propios.

En el caso del Frente Nacional era una estrategia para tratar de afianzar voto popular creando sindicatos. Es verdad, sin embargo, que el voto popular que tenían en los años noventa era mayor que el que tiene Vox ahora. En el caso del Frente Nacional era más para afianzar ese voto, en el caso de Vox para explorar.

La otra similitud que veo entre el Frente Nacional de los noventa y Vox es que en ambos la retórica anticomunista es muy presente, cosa que en Marine Le Pen no está nada presente. Con un perfil tan rígido no logran expandirse: es ilógico tratar de expandirse usando palabras que son importantes en la biografía de muchas de las personas a las que quieres dirigirte, o en la biografía de sus padres.

DE: ¿Crees que el anuncio de creación de un sindicato por parte de Vox puede tratarse de un giro social en el discurso que les lleve más adelante a algo similar a lo que hizo Marine Le Pen cuando asoció el modelo social francés, el mismo Estado del bienestar, con la identidad francesa?

GF: Tengo la certeza de que Vox está pretendiendo acercarse a ello, está tratando de hacer un cierto giro social. Eso no implica que vayan a hacer lo mismo que Marine Le Pen. Ellos están moviendo un poco el barco. Haber elegido a Buxadé como portavoz (Buxadé fue falangista), y no a alguien del sector más “neocon” o “neoliberal” como por ejemplo Iván Espinosa de los Monteros es significativo.

Vox ha conseguido que ese giro social se empiece a poner en marcha porque ha convencido al ala más neoliberal de que, en el contexto de pandemia, la única opción de que la izquierda pierda es que pasen dos cosas: la primera, fundamental, que la izquierda no se movilice; y la segunda que la derecha esté muy movilizada. Vox entiende que si la izquierda va a votar, no ganará nunca. Al mismo tiempo, es importante que la derecha esté muy movilizada. Aquí hay una cierta división del trabajo: por un lado, movilizar a parte del electorado de derechas que podría quedarse en la abstención. Por otro lado, desafiliar de la izquierda a personas que se sienten incómodas con el feminismo o con el ecologismo.

En comparación con el Frente Nacional, es un giro social mucho más débil, mucho más atenuado. Con algo que además le hace mucho más débil: el imaginario anticomunista. El hecho, por ejemplo, de que el sindicato se llame Solidaridad inspirándose en Polonia, o también que miembros de Vox visiten y etiqueten como “colas del hambre” determinados fenómenos que se están produciendo, forzando un paralelismo con Venezuela. Creo que a Vox le pesan demasiado algunas cadenas del pasado, entre ellas el fuerte imaginario anticomunista: la idea de un gobierno social-comunista que provoca el hambre entre los compatriotas. Se trata de una retórica anticomunista que el FN o el MSI tenían en los años setenta u ochenta, pero que dudo que ahora tenga la eficacia de antaño. En primer lugar, porque ya no hay guerra fría.

Sin embargo, vimos que durante la pandemia Vox exacerbó ese discurso anti-comunista. La idea de que España estaba en una deriva totalitaria. Al inicio, en marzo, el marco discursivo que utilizaba Vox era el de seguridad, el de protección. Las críticas al Gobierno eran porque no había suficientes mascarillas. Ese marco discursivo funcionaba bien para el votante de Vox, y no solo para él. Ahora bien, cuando a partir del mes de abril Vox empieza a apoyar manifestaciones por la libertad y contra el totalitarismo a mi juicio se equivoca: no ve que una parte importante de sus votantes tienen mucho más miedo al virus que a una supuesta “deriva totalitaria” en España.  Quizás eso no se ve tanto en Madrid, pero sí en otras regiones en las que se votó mucho a Vox, como las dos Castillas. Los votantes de Vox estaban pidiendo mayores medidas coercitivas y no un mensaje de libertad.

DE: Con ese mensaje basado en imaginario anticomunista, parecería que Vox se asemeja más a los momentos iniciales del FN en Francia y que no han encontrado nada que pueda permitirles el crecimiento que permitió al Frente Nacional la oposición a la Constitución Europea en 2005. ¿Crees que es así? ¿Su crecimiento está limitado al no haber encontrado ninguna causa que les permita romper el eje izquierda-derecha de la manera como lo hizo esa consulta en Francia?

GF: Aunque no lo parezca, Vox es un partido anterior a Podemos. El partido de Abascal pega el petardazo tras el otoño de 2017 en Cataluña. Vox se sube a una ola que es bastante transversal o, al menos, mucho más transversal de lo que cualquier fuerza política de la derecha radical hubiera soñado en España. Como consecuencia de la “herida identitaria” producida en muchos españoles y sin que ningún partido llamara a ello, se produjo la llamada “revolución de los balcones”. Aparecieron en balcones de decenas de ciudades españolas banderas rojigualdas. Si algo así pudo ocurrir fue por una mezcla de indignación y miedo que hizo que mucha gente estuviera dispuesta a significarse políticamente ante sus vecinos. Indignación contra los dirigentes independentistas y miedo real a que España se desmembrara efectivamente, o que se produjera un conflicto civil.

Esa reacción espontánea y el poso que deja permite a Vox tener un suelo en el que apoyar su discurso meses después. Su mensaje principal consistió en ofrecer a aquellos que se habían sentido agredidos en sus sentimientos nacionales, una dosis compensatoria de sentimiento nacional. O, mejor, una sobredosis. Con un añadido que recuerda a la psicología positiva: le dijo a los españoles: “recordad que somos grandes, que somos una gran nación porque hicimos cosas heroicas en el pasado”.

No es comparable con el 2005 de Francia, pero sí fue un fenómeno transversal que prácticamente permitió a Vox salir de la nada.

DE: Decías antes que Vox insulta a muchas personas y que ese feroz anticomunismo está muy lejos de la situación en Francia, donde Marine Le Pen se ha podido pasear por Marsella y apelar al viejo votante de la izquierda.

Esa situación conecta con una propuesta que está presente en muchos pasajes de tu libro: la necesidad de pelear desde la izquierda por conceptos de los que se ha venido apropiando la derecha. ¿Crees que la dificultad en la izquierda española para utilizar el concepto de España, para apropiarse de él, ha podido provocar que una parte de sus potenciales votantes se sintieran insultados?

GF: Creo que la izquierda española no ha digerido lo que supusieron los años noventa en lo que concierne a la visión de los nacionalismos periféricos. Creo que en los años noventa hay un importante corrimiento del sentido común hacia la derecha, que la inmensa mayoría de la izquierda parlamentaria asume. Eso incluye la demonización de los nacionalismos periféricos, especialmente del vasco. En ese cambio de sentido común, “el gran otro” sobre el que se construye el “nosotros, los demócratas” es ETA. Y no cualquier ETA: la ETA que mata concejales.

Ese cambio, en el que se convierte casi de sentido común la idea de que se ha ido demasiado lejos y que es necesaria la recentralización de ciertas competencias, crea las condiciones para que surja UPyD. Sus votantes son en su mayoría exvotantes socialistas descontentos con Zapatero por su política territorial y su “connivencia” con los nacionalismos periféricos. La tensión en Cataluña ha mantenido vivo ese tema.

Pelear por significantes como patria, la bandera, puede ser hoy aún más interesante para la izquierda. Sin que eso implique renunciar a nada. Disputar esos términos para poder decir “somos españoles” sin que eso tenga necesariamente que conllevar la construcción de un “otro” encarnado en los nacionalistas. Es decir, poder reivindicar el “ser español” confrontando con otra cosa. La cuestión es la pregunta: ser español con respecto a qué. Enseñar la bandera con respecto a qué.

Otra cuestión clave es la cuestión de la familia. No entiendo por qué la izquierda no puede reivindicar la familia o un concepto amplio de las familias. Pondría a la derecha en una posición incómoda. No tiene sentido que la izquierda se pase la vida criticando la maternidad o no hablando de ello y dejándole el tema a la derecha, cuando existe un malestar privado en muchas personas que llegan a una determinada edad y tienen dificultades para tener hijos, o tienen que pagar grandes cantidades de dinero en tratamientos de fertilidad y en psicólogos. Vox está sabiendo politizar eso. Y no solo Vox: la derecha en general con algunos artículos aparentemente poco políticos, como por ejemplo uno titulado Whiskas, satisfyer y lexatin. La izquierda deja sin asidero intelectual a personas con esa clase de conflictos, que se ven obligadas a un cierto tipo de “disonancia cognitiva”. Así que eso les deja más expuestas a mensajes que sacan a la luz esos sufrimientos, pero desde una perspectiva conservadora.

DE: Hay otros dos conceptos que mencionas en el libro, como susceptibles de disputa por la resignificación: meritocracia y seguridad. ¿Aún es posible recuperarlos?

GF: La meritocracia fue reivindicada por Podemos en sus inicios. En 2014 y 2015 trataron de reivindicar la meritocracia para utilizarla en contra de sus principales valedores entonces: el PP, fundamentalmente.

En el caso de la seguridad, me refería a la idea de seguridad vital. Generalmente la derecha prefiere la idea de seguridad, mientras que la izquierda habla de estabilidad. Se puede tomar la idea de estabilidad y empezar a sustituirla por la de seguridad. Significando estabilidad en los contratos, estabilidad en las formas de vida. Es decir: certezas. Ser una fuerza que aporta certezas y que está a favor de las certezas. No veo por qué la izquierda no podría presentarse como la fuerza política española de las certezas securitarias: en el trabajo, en que la comunidad nacional no te va a dejar tirado, en quién eres, en a qué puedes aspirar, etc.

DE: En un pasaje del libro presentas a los votantes de la derecha radical como individuos sometidos a una gran angustia existencial. Individuos desorientados en una sociedad tremendamente competitiva. Frente a eso, Marine Le Pen habla de liberación, en contra del “totalitarismo económico” y presenta como respuesta existencial la lucha por la libertad. Cuando se menciona en el libro que en un momento dado la mayor parte de las personas jóvenes votaban al Frente Nacional, hace pensar que en la tradicional disputa entre justicia (asociada a la izquierda) y libertad (asociada a la derecha) el concepto que goza de mayor atractivo es el de libertad. ¿Puede la izquierda ofrecer una respuesta discursiva, casi existencial, que le permita (re)apropiarse de la idea de libertad?

GF: Todas las derechas radicales están haciendo OPAS semánticas al concepto de libertad. Buena parte de estos partidos se llaman “Partido de la Libertad” (Austria, Holanda). Antes de eso, ya lo hizo Berlusconi. De hecho, Vox podría perfectamente haberse llamado “partido de la libertad”.

Esa reivindicación de la libertad viene de lejos. En los años de Zapatero, la COPE hablaba de libertad. Federico Jiménez Losantos se presentaba como defensor de la libertad frente a un gobierno que obligaba a los ciudadanos a hacer cosas.

Si los problemas territoriales en España siguen siendo fuertes y se ceden mayores competencias, probablemente las derechas den la pelea por el concepto de igualdad. Igualdad de todos los españoles frente a los mimados, privilegiados, independentistas.  La idea de igualdad es la siguiente gran OPA semántica que Vox y su entorno podría tratar de hacer.

DE: Entonces, ¿crees que la derecha está más cerca de apropiarse del concepto de igualdad que la izquierda el de libertad?

GF: Probablemente sí. Sin ser nunca una apropiación definitiva, la derecha está en mejores condiciones de disputar con garantías el concepto de igualdad que la izquierda el de libertad. Es verdad que hay algunas respuestas desde la izquierda. La última vez que la izquierda se apropió de la idea de libertad fue con el matrimonio homosexual: la libertad de amar. Por ahí, por el avance de derechos, la izquierda podría disputar la idea de libertad.

DE: ¿Crees que sería mejor priorizar el concepto de derechos, la idea de ampliar derechos para que su disfrute efectivo sea una realidad de todas las personas, frente al concepto de privilegios ligado a la izquierda tradicional?

GF: En una sociedad en crisis (no solo económica sino de expectativas), en la que predomina un cierto “sálvese quien pueda”, adquirir algún privilegio parcial puede ser un deseo de la mayoría.  Una persona cualquiera, en un entorno muy hostil y no siendo en absoluta privilegiada en otras facetas de su vida, puede querer el privilegio de llevar a sus hijos a un colegio un poco mejor donde sepa que vayan a encontrarse menos problemas. Hablar de “privilegios” no me convence. Por muy de izquierdas que sea la palabra y suene muy bien, como gran insulto. Es un concepto potente pero que no creo que tenga una gran aceptación. Por el contrario, un vocabulario de derechos bajo la égida de la libertad es mucho más potente.

 

Diego Escribano Carrascosa es graduado en Derecho y Ciencia Política y Administración Pública. Máster en Derecho Internacional de los Derechos Humanos.

Acceso al artículo en formato pdf: Entrevista a Guillermo Fernández Vázquez a propósito de su libro Qué hacer con la extrema derecha en Europa. 


Fiscalidad justa ante la crisis económica del Covid19

El texto de  Xavier Casanovas Combalia: Fiscalidad justa: una respuesta solidaria a la crisis económica del Covid19, está incluido en la sección ACTUALIDAD del número 150 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global dedicado al "Trabajo y vida buena en la encrucijada".

La crisis económica derivada de la pandemia del Covid19 supone una oportunidad para abordar una reforma del sistema fiscal que mejore su progresividad y solidaridad. Para ello hacen falta modificaciones del sistema tributario largamente esperadas y medidas excepcionales valientes para que esta crisis no incremente más aún la desigualdad de nuestra sociedad. En este artículo proponemos una revisión del sistema tributario español, en el actual marco de competencia global, así como algunas posibles medidas a implementar.

Empecemos con un ejemplo. La revista Forbes arroja diariamente la variación de la fortuna de las principales riquezas mundiales en base al precio de sus acciones. Algunos periódicos lo han aprovechado para calcular cómo ha cambiado su patrimonio durante los dos primeros meses de pandemia. Parece que mientras 22 millones de personas perdían su empleo en EEUU, la riqueza de sus 600 primeras fortunas aumentaba un 15%, lo equivalente a 434.000 millones de dólares.[1] En el caso de España, a la vez que se perdían casi un millón de empleos y tres millones de personas entraban en un ERTE,[2] la fortuna de los 23 españoles más ricos aumentaba un 16%, sumando a su patrimonio 14.000 millones de euros.[3]

Tenemos un sistema económico extractivo y altamente financiarizado que alimenta de forma acuciante la desigualdad.  A inicios del año 2020 se pronunciaba al respecto la nueva directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, cuando afirmaba que «la desigualdad de oportunidades, entre generaciones, entre mujeres y hombres y, por supuesto, la desigualdad de renta y riqueza» es uno de los más grandes desafíos de la economía global pero que tenemos herramientas para combatirlo: «las políticas fiscales y la tributación progresiva»[4]

Hablar de fiscalidad es hablar del modelo de sociedad que queremos. El debate por una fiscalidad justa choca de frente con dos de las corrientes sociales más fuertes de nuestro tiempo: la falsa meritocracia y el individualismo del sálvese quien pueda.

El discurso meritocrático se ha impuesto como una trampa que alimenta la ambición, pero se reconoce como una mentira que legitima altos grados de desigualdad y estigmatiza a los más pobres. La meritocracia justifica la dejación de responsabilidades de “los de arriba”, olvida que el mérito siempre está repartido y que nuestro esfuerzo –condición necesaria pero nunca suficiente para un buen desempeño en la vida– se construye en base a contextos sociales y estructuras económicas construidas colectivamente.

Hablar de fiscalidad es hablar del modelo de sociedad que queremos

Así pues, todas aquellas personas que apuestan por una sociedad de la responsabilidad colectiva están de acuerdo en que un sistema tributario progresivo y solidario es condición de posibilidad para vivir en sociedades justas. Desde los que creen que solo la fiscalidad permitirá al capitalismo salvarse de sí mismo,[5] a los que abogan por una transición hacia un modelo de socialismo democrático.

 

La fiscalidad española ante el espejo

La primera y evidente constatación es que España no ha conseguido nunca, ni en los tiempos de mayor crecimiento, acercarse a la presión fiscal media de los países de la eurozona. España tiene una presión fiscal del 35,4% mientras que países con economías similares a las nuestras, los llamados países del sur de Europa, están todos por delante nuestro en presión fiscal: Portugal en un 37,2%, Italia en un 42% e incluso Grecia en un 41,5%.[6] Los actuales más de seis puntos de distancia con la media de la eurozona evidencian una incapacidad constante de financiación del gasto público y un déficit enquistado que ha generado un aumento de la deuda llegando a superar el 100% del PIB actualmente. Hemos tenido sobradas oportunidades para salvar ese déficit por la vía de una mejora de nuestro sistema fiscal. No se ha hecho y más bien se nos ha dicho lo contrario: “no nos podemos permitir el estado del bienestar que tenemos”, imponiendo a través de este mantra un modelo social que ha ido externalizando y privatizando servicios básicos las últimas décadas.

En la actual estructura del sistema tributario la recaudación se sostiene básicamente en tres cuartas partes en las rentas de las personas físicas (IRPF), 40,8% de la recaudación, y en la tributación del consumo (IVA), en un 33,6%. Es decir, el sistema fiscal va a ser sostenible, si y solo si, las clases medias en este país no desaparecen. Algo que no parece que estemos evitando, pues viene erosionándose en las últimas crisis por la vía del aumento de la desigualdad.

La aportación vía impuesto de sociedades (IS) ha caído en picado en los últimos 13 años, suponiendo solamente el 11% de la recaudación cuando había llegado a ser del 22% en 2007. La recaudación impositiva en 2019 creció en total un 2% respecto al año anterior llegando al máximo de la serie histórica, pero lo hizo a costa del IRPF que aumentó un 4,9% en su recaudación, mientras que el IS cayó un 4,4%.[7]

La imposición especial o los llamados impuestos verdes tienen un peso realmente pequeño y las aportaciones de los impuestos cedidos a las autonomías suponen solo el 6%, dejando un margen de maniobra bajísimo a una subsidiariedad mal entendida. A todo ello hay que añadir el alto nivel de economía sumergida y fraude fiscal asociado, que se cifra entre el 18 y el 22% del PIB español según los informes. Algo que no ha mejorado especialmente en gobiernos de ningún color político.

 

La reforma que nunca llega

La necesaria reforma de nuestro sistema fiscal no ha llegado a darse a pesar de algunos infructuosos intentos al respecto. El último en 2014 con la presentación bajo bombo y platillo del famoso informe Lagares encargado por el ministro Montoro. Un informe que levantó un gran debate, generando no pocas reacciones, y finalmente siendo casi ninguneado por el mismo gobierno que lo encargó. En la última década, y desde la anterior crisis económica del 2008, en vez de poner las bases para acercarnos a un cierto estándar europeo en España nos hemos dedicado a usar los impuestos en clave electoralista.

Algunos ejemplos de ello son: la rebaja del impuesto de sociedades justo antes de la crisis económica de 2008 con aquel “bajar impuestos es de izquierdas” de Zapatero que ha pasado a la historia; un impuesto de patrimonio eliminado en 2008 pero recuperado con carácter excepcional y de forma temporal a partir de 2011 y renovado cada año en función de la capacidad de aprobar presupuestos del gobierno de turno, pero renunciando a establecer una imposición al patrimonio estable y efectiva; o el necesario aumento de los tipos del IRPF en plena recuperación económica en el bienio 2012-14, que poco se tardó en volver a bajar justo en 2015-2016 antes de elecciones perdiendo así una capacidad de recaudación importante cifrada en torno a los 9.300 millones de euros que hubiese permitido poner las bases para una mejor situación económica a futuras crisis como la actual. [8]

En vez de poner las bases para acercarnos a un cierto estándar europeo en España nos hemos dedicado a usar los impuestos en clave electoralista

Así pues, vamos acumulando evidencias de la necesidad de una reforma de nuestro sistema fiscal que tenga en cuenta los principios de equidad y progresividad, pero que sobre todo busque gravar bases impositivas amplias que permitan mejorar la recaudación eliminando el diferencial histórico que nos separa de la media de los países de la zona euro. Algunos de los consensos generales que deben abordarse para una reforma fiscal pasan por:

  • Mejorar la progresividad del conjunto del sistema fiscal. Se esperaría de éste que la presión fiscal de los hogares creciera con la renta, pero debido al peso de los impuestos indirectos y de las bases mínimas de cotizaciones sociales, el 20% más pobre de los hogares españoles soporta un tipo medio efectivo superior que el siguiente 40%. Sólo el 40% más rico tiene una presión fiscal más alta. Esta anomalía viene siendo alertada desde hace años y aunque la progresividad del conjunto del sistema ha mejorado, sigue penalizando a las rentas más bajas.[9]
  • La eliminación de ciertos beneficios fiscales. El conjunto de exenciones, deducciones y minoraciones de cuota hace del sistema fiscal un entramado con múltiples agujeros de los que se escapa gran parte de la recaudación. En 2017, la Plataforma per una fiscalitat justa analizaba 7.991 millones de euros de los 42.148 de beneficios fiscales y concluía que cada año se pierden 5.501 millones en beneficios fiscales discutibles tanto por su utilidad pública como por su carácter regresivo.[10]
  • La competencia fiscal entre comunidades autónomas. Los impuestos cedidos a las autonomías, así como los ámbitos de regulación que atesoran, se han convertido en un terreno de canibalismo en el cual se compite para atraer rentas y patrimonios. Esta dinámica, de carrera fiscal a la baja, genera grandes pérdidas tributarias que debe ser cortada de raíz con la aplicación de tipos mínimos para todas las comunidades.

Los ámbitos necesitados de reforma son muchos más, pero, ciertamente, algunos escapan a las posibilidades del Estado Español de afrontarlas en solitario. Toda aquella imposición vinculada a la necesidad de gravar la riqueza o los rendimientos del capital, sea por la vía de sociedades o por la vía de la tributación personal, así como atajar de una vez por todas el régimen de privilegio de las sociedades de inversión como las SICAV o las SOCIMI, debería ser una prioridad, pero pide de una mirada al contexto global.[11]

 

Capital versus trabajo, una batalla a muerte en el tablero fiscal global

La globalización está en la base de la incapacidad de los Estados nación para atajar las fugas impositivas. Las razones son múltiples. Por un lado, el papel que juegan los paraísos fiscales como lugares donde el capital esconde fácilmente sus ganancias. Por el otro, la capacidad en una economía altamente financiarizada y globalizada, de trasladar los beneficios en aquellos espacios donde la regulación es más beneficiosa para las rentas del capital. Esto ha dado lugar, no solamente a pérdidas de recaudación, sino también a una dinámica de carrera a la baja en los tipos impositivos por el miedo a ver huir la poca recaudación aún existente en este campo. El caso del impuesto de sociedades lo evidencia: la media de los tipos impositivos en los años ochenta llegaba casi al 50 %. En el año 2000 los países de la Unión Europea (UE) tenían un tipo medio de impuesto de sociedades del 32 %, y en 2016 ya era solamente del 23 %. En diez años, España ha visto disminuir el tipo impositivo del 35 % al 25 %. Algunos estudios confirman que, entre 1994 y 2007, los países de la OCDE respondieron a la globalización aumentando impuestos para las clases medias y reduciéndolos para las empresas y las rentas más altas.[12]

Las empresas del Ibex35 han cuadruplicado el número de sociedades que tienen en paraísos fiscales desde 2009.[13] La realidad actual es que las multinacionales han dejado de declarar 13.500 millones de euros en España perdiendo así un 13% de recaudación en el IS. Según el economista Gabriel Zucman, el 40% de los beneficios de las multinacionales y el 8% de la riqueza financiera de los hogares –el 80% de la cual corresponde al 0,1% de la población más rica– tributa en paraísos fiscales.[14] En España es el 11% de la riqueza de las personas la que se encuentra en paraísos fiscales y el 9,6% sin declarar. Para combatir esta sangría fiscal la UE creó una lista oficial de paraísos fiscales que se ha demostrado totalmente insuficiente. Sobre todo por hipócrita: si se aplicaran sus criterios a los mismos países de la UE deberían entrar en la lista Holanda, Irlanda, Luxemburgo, Malta o Chipre, países que por ser de la UE no están en ella.

Las multinacionales han dejado de declarar 13.500 millones de euros en España perdiendo así un 13% de recaudación en el impuesto de sociedades

Más evidencias. Las primeras conclusiones del informe Country by country presentadas en 2019, una iniciativa que obliga a las empresas de mayor tamaño a declarar cuál es su actividad, ingresos y beneficios, país por país, confirma lo que ya sabíamos: las multinacionales sólo tributan el 12,6% de sus beneficios en España.[15] Cuando la agencia tributaria informa de cuánto pagan las empresas en España en impuestos nos dice que el 7,7%, las grandes empresas, el 14,1% las medianas y las pequeñas el 18,4%,[16] a pesar de que el tipo nominal se encuentra en el 25%. La patronal siempre se queja de estos datos porque dicen que no tienen en cuenta los impuestos que las empresas pagan en otros países. El informe Country by country lo desmiente, si juntamos ambas informaciones concluimos que las empresas que facturan más de 750€ millones de euros pagan de media un 7,7% de impuestos en España y sólo el 4,5% restante fuera del país.

Se nos hace evidente que para abordar efectivamente esta sangría fiscal hacen falta medidas coordinadas e impulsadas en el plano supranacional. Ante la erosión de las bases imponibles en el impuesto de sociedades hemos asistido la última década a la lenta y fatigosa implementación de la agenda Base erosion and profit shifting (BEPS) de la OCDE. Con un cierto avance hemos visto cómo se va forjando la necesidad de tener una misma definición para el cálculo de las bases imponibles del IS en función de donde se localiza la actividad económica –y no donde se trasladan los beneficios– y un suelo mínimo de cotización común. Las diferentes iniciativas en marcha son importantes, pero hace falta más contundencia a través de sanciones a aquellos países que esgrimen descaradamente una competencia desleal. Se han visto tímidos intentos en Europa de combatir estas prácticas, como la famosa multa a Irlanda en el caso Apple en 2016. Pero a la vez poca valentía y falta de mirada a largo plazo de los líderes europeos para tejer dinámicas de cooperación fuertes entre países que pueden y deben marcar las reglas de juego fiscal en Europa. El actual momento puede ser una oportunidad también en este terreno para proponer medidas de cooperación fiscal a nivel de la UE.

 

Medidas extraordinarias ante la crisis de la Covid19

La crisis económica derivada de la Covid19 ha puesto de nuevo sobre la mesa la necesidad de retomar el debate fiscal allí donde quedó parado. El impacto en términos económicos en España se estima entre el 9,5% del PIB según el FMI y el 13,6% según el mismo Banco de España. Se abre un horizonte inquietante con escenarios que hablan de un desempleo cercano al 22%, una reducción del consumo privado en un 11,9% y una desinversión en equipamientos del -57,4% en el Estado en 2020. La fiscalidad puede ser una herramienta que permita en un primer momento aumentar la respuesta social, y en la fase de reanudación sostener las inversiones que reclamará un tejido productivo y una economía dañada. En cuanto a los ingresos, la caída en la recaudación de impuestos y en las cotizaciones, estimada entre 25.700 y 42.000 millones de euros en las primeras previsiones,[17] consolidan la perspectiva de un aumento del déficit y de la deuda pública que no puede trasladarse de nuevo a un empeoramiento de las condiciones de vida y de trabajo de la ciudadanía que ya pagó la anterior crisis.

La crisis económica derivada de la Covid19 ha puesto de nuevo sobre la mesa la necesidad de retomar el debate fiscal allí donde quedó parado

La Plataforma por una Fiscalidad Justa acaba de proponer 15 paquetes de medidas[18] que deberían permitir levantar hasta 34.301 millones de euros abordando las reformas fiscales pendientes ya comentadas y apostando de forma valiente para pedir, en este momento, un mayor esfuerzo a quien más tiene. Lo que se propone no es revolucionario, sino que pone el énfasis en las actuales injusticias de nuestro sistema fiscal, y en lo que ha sido posible hacer en otros momentos históricos de crisis global.  Algunas de las medidas excepcionales deberían pasar por:

  • Un impuesto sobre las ganancias empresariales para aquellas grandes empresas que presenten resultados extraordinarios. Esto debe hacerse a la vez que se implementa una tributación mínima efectiva del 15% sobre el resultado contable, y del 18% para grandes empresas y sector de la banca e hidrocarburos. Con un doble objetivo: evitar la elusión fiscal de los grandes grupos empresariales y aumentar la recaudación del impuesto de sociedades. A la vez la aplicación temporal para la pequeña y mediana empresa, de un sistema anticipado de compensación de pérdidas para el bienio 2020-2021.[19]
  • Diferenciar en tres tramos las cuotas superiores del IRPF a partir de los 60.000 euros –como ya se hace actualmente en algunas comunidades autónomas– con tipos impositivos que puedan llegar alrededor del 50% a partir de los 175.000 euros. [20]
  • Reducir la dualidad fiscal del IRPF equiparando la tributación de las rentas del capital, actualmente con tipos máximos de sólo el 23%, a los tipos de tributación de las rentas del trabajo creando nuevos tramos, así como aumentando su progresividad.
  • Suprimir el régimen fiscal especial aplicable a las personas trabajadoras desplazadas en territorio español. La reforma fiscal de 2015 fijó la tributación en el 24% a los primeros 600.000 euros y en el 45% a partir de dicho importe, si bien se excluyó a los deportistas profesionales.
  • Crear una tasa temporal y extraordinaria (CovidTax) sobre el patrimonio con recaudación finalista para paliar los efectos de la COVID-19, tanto en el ámbito sanitario como en el económico y social. Este nuevo impuesto debería gravar la riqueza de los patrimonios superiores al millón de euros –1% de la población más rica–[21] con tipos impositivos entre el 1% y el 3%.[22] Este impuesto debería ser consensuado en toda la Eurozona, y mientras no sea posible, crear mecanismos de cooperación reforzada entre países para empezar a implementarlo.

Evidentemente a esto hace falta añadir muchas otras medidas como la implementación de una tasa a las empresas tecnológicas, la tan necesaria Tasa Tobin para desincentivar los comportamientos especulativos en los mercados y que lleva estancada en su implementación desde 2012 o un paquete de impuestos “verdes” para profundizar en una fiscalidad ambiental que nos debería servir para atacar las actividades nocivas con el medioambiente e incentivar las inversiones en economía verde que permitan avanzar en la tan necesaria transición ecológica.

 

¿Qué podemos esperar?

Ciertamente no va a haber pasos valientes hacia una reforma fiscal a nivel estatal ni a nivel europeo si no hay un clamor ciudadano que lo secunde. Pero si algo hemos aprendido las entidades sociales y ciudadanas la última década es la importancia capital de hacer pedagogía sobre la bondad de los impuestos. Deben ser defendidos con uñas y dientes como la última posibilidad de una vida social compartida, donde nadie quede al margen. Son la tabla de salvación de un estado del bienestar por terminar de construir.

En el plano europeo, parece que el plan de recuperación que propone la Unión Europea –y de la que España se va a beneficiar– busca dar un paso más a nivel de coordinación fiscal. Se apuesta por la aparición de nuevos impuestos que graven los beneficios empresariales generados por la dinámica del mercado único y sobre el impacto ambiental de la actividad económica. La Comisión Europea propone la idea del single market tax, es decir, liderar la imposición en aquellos campos en los que los estados no consiguen plantar cara: la economía digital y su ubicuidad, y la necesaria transición ecológica. La UE deberá hacerlo contando con un sistema de financiación propio y liderando las inversiones, y para ello le tocará vencer las actuales dinámicas de revitalización de los sistemas estatales-nacionales. La Comisión ha lanzado la propuesta y ahora vamos a necesitar la aprobación de todos los estados miembros, veremos si llega a ser posible.

Necesitamos más valentía que nunca para implementar medidas extraordinarias

En el terreno estatal, ahora que hemos entendido la importancia de los servicios públicos y el mal que los recortes han hecho a una atención sanitaria que ha respondido de manera ejemplar, ¿alguien se atreverá a decir que no se puede mejorar la progresividad del IRPF? ¿O se escandalizará por la implementación de una CovidTax que grave los patrimonios de más de un millón de euros a tan sólo un 1%? ¿O por un impuesto que grave la especulación de quien se ha enriquecido con la volatilidad financiera de los últimos dos meses? Necesitamos más valentía que nunca para implementar medidas extraordinarias, y más consenso que nunca para abordar aquellas reformas fiscales históricamente aparcadas. Se lo debemos a cajeras, transportistas, enfermeras, riders, cuidadoras de ancianos, y tantos otros colectivos que han visto cómo su poder adquisitivo caía año tras año la última década y ahora han sido el último dique de contención de un modelo social y económico que hacía aguas.

No nos engañamos, sabemos que de esta crisis saldremos todos más pobres, y vendrán tiempos muy duros, pero si algo no podemos permitir es que salgamos de nuevo más desiguales. Una fiscalidad más justa puede ayudarnos a ello.

 

Xavier Casanovas Combalia es Director del Centro de Estudios Cristianisme i Justícia, portavoz de la Plataforma per una fiscalitat justa, ambiental i solidària. Autor de Fiscalidad justa: una lucha global (Cuadernos CJ, núm. 205, septiembre de 2017).

NOTAS: 

[1] Kristalina Georgieva, «Tale of two crises: billionaires gain as workers feel pandemic pain», AmericansForTaxFairness.org.

[2] Gabinete Económico Confederal de Comisiones Obreras, Informe de coyuntura laboral, mayo 2020.

[3] Begoña P. Ramírez, «La fortuna de los españoles más ricos crece durante los dos meses de pandemia», Infolibre, 1 de junio de 2020.

[4] Kristina Georgieva, «Reduce inequality to create opportunity», IMFBlog, 7 de enero de 2020.

[5] Joseph E. Stiglitz, Todd N. Tucker, and Gabriel Zucman, «The Starving State. Why Capitalism’s Salvation Depends on Taxation», Foreign Affairs, enero de 2020.

[6] Eurostat, «Tax-to-GDP ratio up to 40.3% in EU A one-to-two ratio across Member State», datos de 2018 publicados per Eurostat en octubre de 2019.

[7] Agencia Tributaria, Informe de recaudación de la Agencia Tributaria 2019.

[8] Agencia Tributaria, Informe de recaudación de la Agencia Tributaria 2016

[9] Julio López Laborda, Carmen Marín y Jorge Onrubia, Observatorio sobre el reparto de los impuestos y las prestaciones monetarias entre los hogares españoles. Cuarto informe: 2016 y 2017, FEDEA, Estudios sobre la Economía Española, núm. 2019-36, Madrid.

[10] Plataforma per una fiscalitat justa, ambiental y solidària, Beneficios fiscales, ¿beneficios para quién?, marzo de 2018.

[11] Es necesaria una revisión del régimen de las sociedades cotizadas de inversión en el mercado inmobiliario (SOCIMI) que mantiene un tipo de gravamen del 0% en impuesto sobre sociedades, y debe exigirse un gravamen especial del 19% sobre los dividendos distribuidos a los socios que estén exentos o tributen a un tipo inferior al 10%, con varias excepciones. El proyecto de Ley de PGE para 2019 preveía un gravamen del 15% sobre los beneficios no distribuidos. Para evitar la elusión de las grandes fortunas hace falta modificar la Ley y el Reglamento de Instituciones de Inversión Colectiva para incluir un nuevo requisito que establezca un límite máximo en el porcentaje de participación en una SICAV, entre el 2% y el 5% del capital social máximo.

[12] Peter Egger, Sergey Nigai y Nora Strecker, The impact of globalisation on tax structures in OECD countries, mayo de 2016, CEPR - Centre for Economic Policy Research.

[13] Oxfam Intermon, Reparto desigual. Cómo distribuyen valor las empresas del IBEX 35, febrero 2019.

[14] Gabriel Zuckman, Annette Alstadsæter y Niels Johannesen, «Who Owns the Wealth in Tax Havens? Macro Evidence and Implications for Global Inequality», Journal of Public Economics, 2018, 162, pp. 89-100.

[15] Agencia Tributaria, Principales resultados de la explotación de la información declarada en el modelo 231 ejercicio 2016, noviembre 2019.

[16] Agencia Tributaria, Cuentas anuales consolidadas del impuesto sobre sociedades.

[17] Gobierno de España. «España remite a la Comisión Europea el Programa de Estabilidad y el Plan Nacional de Reformas», 1 de mayo de 2020.

[18] Plataforma per una fiscalitat justa, ambiental i solidària. Rescate Fiscal. Medidas de choque y propuestas de reforma estructural del sistema impositivo en tiempos de la Covid-19, mayo 2020.

[19] Se trataría de aplicar un impuesto negativo que no pueda superar la cantidad de impuestos pagados en los tres ejercicios anteriores, o la media de los cinco anteriores para mitigar la problemática de financiación de la pequeña y mediana empresa.

[20] Se propone establecer la tarifa estatal del IRPF (aplicable al 50% de la base liquidable) de forma que: a las rentas de más de 60.000€ se les aplique un tipo nominal del 22,5% en la escala estatal, a las de 100.000€, un tipo del 23,5%, a las de más de 140.000€, un 24,5% y a las de más de 175.000€, un 25,5%, (de forma similar a los tramos activos entre 2012 y 2014). En cuanto a la escala autonómica de la cuota (aplicable al otro 50% de la base) establecer también estas tarifas como mínimas, dejando a cada comunidad la posibilidad de poner, si quiere, tipos superiores.

[21] Según el último informe de Crédit Suisse sobre la riqueza en el mundo de 2019, en España hay 979.000 personas con un patrimonio superior al millón de euros. El número de millonarios se ha multiplicado por 4,7 desde el año 2010. En concreto hay: 899.008 que tienen entre uno y cinco millones de euros, 52.585 entre cinco y diez millones de euros, 26.270 entre diez y 100 millones euros; 685 entre 100 y 500 millones de euros; 61 más de 500 millones de euros. Credit Suisse, Global Wealth Report 2019.

[22] En concreto, vale la pena estudiar la medida propuesta por Zucman, Sáez y Landais que explora una tributación del 1% para los patrimonios de más de 1 millón de euros (1% de la población más rica), del 2% para los de más de 8 millones de euros (0,1%) de la población, y del 3% a partir de los 1.000 millones de €. Con esta tasa se podría recaudar el 1,05% del PIB de la UE cada año, con lo que, en diez años, sólo con esta tasa, se financiaría todo el gasto causado por la COVID-19. En países como España el 1% de los patrimonios controlan entre un 20% y un 25% de la riqueza del país. Se pueden ver los detalles de la propuesta en: A progressive European wealth tax to fund the European COVID response, CEPR - Centre for Economic Policy Research, mayo de 2020.

Acceso al texto completo en formato pdf: Fiscalidad justa: una respuesta solidaria a la crisis económica del Covid19

 


Lectura Recomendada: Conexiones perdidas

Esta Lectura Recomendada ha sido publicada en el número 154 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global.

Conexiones perdidas 

Johann Hari

Capitán Swing, Madrid, 2020

358 págs.

Reseña elaborada por: Diego Escribano Carrascosa.

Un libro, publicado en primera versión en 2019, con enorme potencial y actualidad reforzada por las consecuencias de la pandemia.

El autor, el periodista Johann Hari, escribe desde el conocimiento en primera persona del sufrimiento. También, desde la profunda investigación. Acom­paña las reflexiones basadas en expe­riencias personales con multitud de referencias bibliográficas y conversacio­nes con actores relevantes.

Tras alertar sobre el alarmante aumento de consumo de fármacos el autor afirmar que:

«Hemos aceptado que un gran número de las personas que nos rodean se sienten tan afligidas que se creen en la necesidad de ingerir a diario unas sustancias quími­cas muy fuertes para tirar adelante»

Presenta la situación en la que se le plantearon preguntas clave (¿Por qué continuaba deprimido? ¿Por qué había tantos como yo): «A los treinta y un años me encontré químicamente desnudo por primera vez en mi vida adulto. Llevaba casi una década ignorando los amables recordatorios de mi médico de que seguía deprimido pese a la medicación. Solo me animé a escucharle tras sufrir una crisis en mi vida, la cual me hizo sentir fatal de forma inequívoca y de la que no me pude librar. Lo que había estado probando du­rante mucho tiempo daba señales de no funcionar» (p.31).

Aunque aplazó abordar el tema en profun­didad, ya que «una vez has asumido una historia para explicar tu dolor, te muestras muy reticente a desafiarla» (p.31), afirma lo siguiente: «No ha sido un periplo fácil para mí. Como veréis, me afe­rré a la vieja historia que explicaba mi de­presión como resultado de un cerebro roto. Luché por ella. Durante mucho tiempo di la espalda a las pruebas que me presentaban. Esto no fue una transición amable hacia otra manera de pensar. Fue un combate"  (p.27).

Finalmente se sumerge de lleno en una búsqueda de verdad con impacto indivi­dual y colectivo. Una búsqueda que llevó a una revisión radical de la historia, «la propia y la de la angustia esparciéndose por nuestra cultura» (p.25). Una escucha del dolor, individual y colectivo, que per­mita identificar causas reales.

La forma en la que vivimos, la forma en la que se organizan las sociedades, tiene para el autor una importancia fundamen­tal. Afirma, contundente, que «la causa principal de la depresión y la ansiedad cre­cientes no se halla en nuestras cabezas. La descubrí principalmente en el mundo y en el modo en que vivimos en él» (p.27).

Añade que cuando finalmente compren­dió lo que (le) estaba ocurriendo, se le re­veló la existencia de antidepresivos auténticos. «Su aspecto no recuerdo al de los antidepresivos químicos que se han mostrado tan poco efectivos para tantos de nosotros. No son algo que uno compre o ingiera. Pero quizá nos señalen el punto de partida de un camino que de verdad nos aleje de nuestro dolor» (p.28). Un ca­mino en el que las explicaciones tengan en cuenta el contexto, en las que se reco­nozcan la importancia de que nuestras vidas no sean como deberían.

Erich Fromm, psicólogo social y socialista apasionado por la libertad, defendió la idea de que lo que resulta beneficioso para el sistema económico puede resultar nocivo para la salud (mental) de las personas.

Hari, con el objetivo de ofrecer es­peranza a millones de personas, escribió un libro desde la convicción de que las respuestas basadas en las explicaciones vinculadas a desequilibrios químicos son insuficientes. Como apunta el título del libro, identifica en la desconexión el origen principal de la ansiedad y la depresión. En consecuencia, se propone la reconexión como la estrategia más afectiva para en­frentarse a esos males. Desde la convic­ción de que la salud en una sociedad enferma es una anomalía.

Hari, tras hacer repaso a la evolución de su reflexión crítica sobre la eficacia de las respuestas farmacológicas, identifica di­ferentes causas de la depresión y la an­siedad.

La primera causa que menciona es la desconexión de un trabajo con sentido. Más allá de las cuestiones vinculadas a los trabajos de mierda, entendiendo estos como lo hacía David Graeber (un trabajo de mierda como aquel que la persona piensa que no debería existir. Por innece­sario o, incluso, porque el mundo sería mejor sin ese empleo), señala una cues­tión importante en el ámbito laboral rela­cionada con depresión y suicidio: la falta de equilibrio entre esfuerzos y recompen­sas. Una cuestión, esta última, de enorme relevancia al analizar la situación de las personas jóvenes.

La segunda causa enunciada es la desco­nexión de las otras personas. La respuesta desde un individualismo desconectado. La constatación del uso obsesivo de las redes sociales como «un intento por llenar un agujero, un vacío inmenso, que se produjo antes de que dispusiéramos de un teléfono inteligente» (p.125).

El hecho de que la desconexión de otras personas sea una de las causas mencio­nadas por Hari no niega, únicamente complementa, la necesidad de la cone­xión con uno mismo y, concretamente, con los traumas propios. De hecho, la desconexión con los traumas propios es otra de las causas que identifica. El autor apunta así a la necesidad simultánea de conectar con uno mismo y con otras per­sonas. Así, creo que de la lectura del libro puede derivarse dos conclusiones com­plementarias: no todo el sufrimiento indi­vidual está causado por cuestiones colectivas/estructurales y, al mismo tiempo, buena parte del sufrimiento indi­vidual está relacionado con cuestiones colectivas/estructurales.

En esos espacios de interconexión entre lo individual y lo colectivo se sitúan otras causas que identifica como son la desco­nexión de valores significativos, la desco­nexión del mundo natural o la desconexión del estatus y el respeto.

Otra de las causas identificadas es la des­conexión de un futuro esperanzador o se­guro. Alerta, además, de la relación existente entre la pérdida del futuro y el aumento de los suicidios. Recuerda a sus amigos engullidos por el precariado, ami­gos que no «le hallan el sentido a sus vidas: su futuro se ve constantemente fragmentado. Todas las expectativas sobre lo que vendría a continuación en las que fueron educados parecen haberse esfumado» (p.196).

Entre las soluciones, en línea con las cau­sas mencionadas, identifica la reconexión con los otros. La superación de las solu­ciones puramente individuales. Así, junto a la aceptación y superación de traumas individuales, menciona también entre las estrategias efectivas la prescripción so­cial, la superación de la adicción a uno mismo y la reconexión con valores signi­ficativos.

También, la reconexión a un trabajo signi­ficativo. En el capítulo dedicado a esa re­conexión nos acerca el caso de una empresa en la que se toman decisiones democráticas. Una de las personas de que trabajan en esa empresa apunta que  «no es el trabajo en sí lo que te hace en­fermar, sino la sensación de verte contro­lado y de no ser más que un engranaje inútil dentro de un sistema. Es la sensa­ción de que, con independencia de tu grado de rendimiento, te van a tratar de la misma manera y nadie va a prestar aten­ción; un desequilibrio entre esfuerzo y re­compensa» (p.276). Todas las personas que trabajan en esa empresa le asegura­ron que se sentían «menos ansiosos y de­primidos que cuando trabajaban en el tipo de organizaciones piramidales que impe­ran en nuestra sociedad» (p.276).

Por último, Hari propone recobrar el fu­turo. Superando el mayor obstáculo que identificó en su búsqueda: la necesidad de tiempo para reconectar de las maneras que señala. Como él señala, «la mayoría de las personas no paran de trabajar y el futuro les provoca inseguridad. Están ex­haustas y sienten que la presión crece año tras año. No es fácil unirse a una gran batalla cuando llegar al final del día ya se antoja suficiente batalla» (p.329). Par­tiendo de la constatación del hecho de que «cuanto más pobre eres, más proba­bilidades tienes de sufrir depresión o an­siedad, así como de enfermar de cualquier manera posible» (p.331), ex­plora la propuesta de la renta básica uni­versal.

Menciona la defensa de Barack Obama al final de su presidencia, sugi­riendo que «una renta universal podría ser la mejor herramienta a nuestro alcance con el fin de recrear la sensación de se­guridad, no con la promesa absurda de reconstruir un mundo perdido, sino de lle­var a cabo algo genuinamente nuevo» (p.335).

Cierra la exploración con el relato de una conversación con Rutger Breg­man. Bregman señala la existencia de un mercado laboral marcado por «la omni­presencia de la gente desesperada» (p.335). Frente a ello propone «debatir y hacer campaña por la renta generalizada como antidepresivo, como una forma de tratar con el estrés generalizado que está hundiendo a tantos de nosotros, con el tiempo» (p.338) para, sacando a la luz uno de los factores de la desesperación, «devolverles un futuro seguro a aquellos que están perdiendo la capacidad de ima­ginarse uno para ellos mismos, un modo de devolvernos a todos el oxígeno que nos permita cambiar nuestras vidas y nuestra cultura» (p.338).

Diego Escribano Carrascosa

Graduado en Derecho y en Ciencia Política y Administración Pública y Máster en Derecho Internacional de los Derechos Humanos

Acceso al texto pdf de la sección LECTURAS, donde aparece esta reseña.


Diálogo: respuesta vecinal a la COVID-19

Diálogo con Asociaciones Barriales sobre la respuesta vecinal durante la COVID-19

 FUHEM ECOSOCIAL[1]

En las primeras semanas de la COVID-19, en la primavera de 2020, cuando se multiplicaban el desempleo y los ERTE, y empezaban a hacerse visibles los impactos sociales y económicos de la pandemia en las “colas del hambre”, numerosas asociaciones de barrio redoblaron sus actividades para dar respuesta a esta emergencia y apoyar a sus vecinos y vecinas en esta difícil situación. Hemos hablado con tres de estas asociaciones, Somos Tribu, la Red de Solidaridad Popular de Latina-Carabanchel, ambas de Madrid, y la Xarxa de Suport Mutu de Poblenou, en Barcelona. Esta conversación coral cuenta con una introducción de la periodista Helena López, de El periódico, quien retrató en sus artículos la respuesta de las organizaciones de la sociedad civil organizada de Barcelona en aquellos duros momentos.[2]

La respuesta fue inmediata y prácticamente unánime. En cada rellano, en cada escalera, en cada calle. Barrios en los que ya había, por necesidad o tradición, o seguramente por ambas cosas, redes de apoyo mutuo tejidas décadas antes del covid, y barrios en los que no. Lo primero fue preguntar a la vecina mayor que vivía sola si necesitaba que le trajeran algo de la farmacia, pero, al poco tiempo, fue darse cuenta de que más que subirle el carro de la compra, en demasiadas ocasiones el problema era cómo llenarlo. En ciudades turísticas, como Barcelona, además, el crack social que siguió a la COVID dejó en evidencia el espejismo de las bondades del modelo. Cientos de vecinos que vivían al día gracias a empleos vinculados de una forma u otra al turismo se quedaron de un día para el otro sin nada. Literalmente. Trabajadores sin contrato, muchos, o con contratos de la mitad de horas de las que realmente hacían, muchos otras, que ni siquiera podían acceder a esos ERTES que llegaron tarde y de forma caótica. Cocineros, camareros, limpiadores… empleos precarios y sin contrato que permitían a miles de vecinos vivir, pero por supuesto no ahorrar, con lo que a los pocos días del encierro total se quedaron completamente fuera de juego.

Ante ese panorama desolador, cuyo epicentro en Barcelona fue el barrio del Raval, donde los conflictos siempre emergen con más fuerza, la respuesta vecinal fue tan ejemplar como desoladora era la situación. Ver en las calles desiertas a ciudadanos filipinos, siempre tan discretos, desesperados, pidiendo ayuda. Personas que jamás habían acudido a los servicios sociales, con lo que desconocían el circuito, se vieron de un día para el otro totalmente desorientadas, con unos servicios sociales ya saturados con sus usuarios habituales.

Sandra Pardo, la presidenta de la Fundació Pare Manel, que trabaja con familias en el barrio de Verdum, en el distrito de Nou Barris, lo tiene claro: «las redes de apoyo han sido el “airbag” de la pandemia». Lo mismo señalan en las decenas de redes creadas en la capital catalana, muchas de las cuales, como la del Poblenou, cuya voz está presente en este texto, un año después todavía duran, igual que la necesidad.

Helena López

Periodista de El Periódico

 

FUHEM Ecosocial: ¿Qué os movió a actuar en vuestros barrios en los primeros meses de la pandemia? ¿Qué no se estaba atendiendo desde las instituciones que os llevó a actuar?

 Xarxa de Poblenou: A principios de la pandemia de COVID nos dimos cuenta que muchas vecinas del barrio tenían falta de recursos, se quedaban sin trabajo, o bien porque les ponían en ERTE o entraban al paro. Por ello se empezó a activar dentro de la Xarxa de apoyo mutuo del barrio la iniciativa de una recogida de dinero entre las vecinas y vecinos solidarios y la compra de productos para satisfacer las necesidades de todas las familias. Al estar en pleno confinamiento, muchas familias y personas mayores no podían o tenían miedo de salir de casa y se hacia el reparto a domicilio. A medida que iba avanzando la pandemia la situación de crisis se fue acentuando, por tanto las personas que venían a pedirnos ayuda fue aumentando, pero la conciencia de vecinos y vecinas solidarias también iba creciendo. De esta forma se consolidó una xarxa de alimentos propia y autónoma de la red o xarxa de recursos inicial, gracias al trabajo de personas voluntarias que se iban integrando y a un barrio receptivo y participativo que iba colaborando.

Red de Solidaridad Popular de Latina-Carabanchel: Nosotras llevamos trabajando con familias en riesgo de exclusión desdel año 2014, con lo cual cuando arrancó el confinamiento estábamos trabajando, y nos llevó a seguir actuando ante las llamadas de familias pidiendo ayuda. Las instituciones nunca han ayudado a las familias en el tema alimentario, no existen recursos especificos para ello, ni ahora ni antes.

Somos Tribu: No surgimos porque las instituciones no estaban haciendo lo necesario. Somos Tribu VK nace en previsión, conociendo la realidad del distrito de Puente de Vallekas, y con el apoyo de la dinamizadora vecinal de San Diego y de un vecino muy activista del barrio se decidió montar una red para apoyar a vecinos y vecinas en recados para que no tuvieran que salir de casa.

El 14 de marzo de 2020 se declaró el Estado de alarma en todo el país. En Madrid se cerraron los colegios y los centros de mayores el día 12 de marzo. Ese día mediante grupos de Whatsapp nace Somos Tribu VK para apoyarnos mutuamente y superar las dificultades ante la crisis de la COVID-19. El primer grupo se llenó en unas horas, y se crearon grupos de cada barrio del distrito de Puente de Vallekas. Los vecinos y vecinas se organizaron colgando sábanas en los balcones con teléfonos de contacto. Se contactó con los centros de salud, farmacias y hospitales de referencia. Se elaboró un protocolo de seguridad. Estábamos a día 15 de marzo y ya teníamos una cuenta de correo electrónico, perfiles en redes sociales, más de 10 grupos de Whatsapp…

¿Qué estaba haciendo la Administración mientras tanto? No estaba, la gente llamaba a Servicios Sociales y nadie les cogía el teléfono, llamaban al 010 y tampoco, nosotras sí. No nacemos para sustituir la labor de la administración, surgimos para apoyarnos entre todas. Iban a venir tiempos complicados, y un barrio unido es más fuerte para salir adelante ante una crisis como la de la COVID-19.

Hablamos con el departamento de Servicios Sociales, porque se trataba de sumar, y hemos sido de los pocos distritos que ha estado en coordinación constante con la Administración, derivando familias y exigiendo refuerzos necesarios para toda la demanda que había y la que estaba por llegar.

 

FUHEM Ecosocial: ¿Qué tipo de acciones decidísteis poner en marcha y cómo han ido evolucionando?

Xarxa de Poblenou: A partir del crecimiento en la demanda mencionado antes se decidió cambiar un poco la estrategia, además de seguir recogiendo fondos económicos para la compra de recursos, se vio importante visibilizar la Xarxa al barrio con la petición de “Vecinas ayuda a otras vecinas”. Así se empezó a ir con un carrito y los carteles de la xarxa a la salida de los supermercados a buscar alimentos y productos de limpieza. De esta forma además de recoger lo necesario para poder repartir los sábados a las familias apuntadas, iba aumentando la conciencia solidaria en el barrio, creciendo también el número de personas dispuestas a colaborar.

Otro tema importante fue crear conciencia cooperativa y principio de apoyo mutuo a todas las personas apuntadas en las listas para que no solo vinieran a buscar pasivamente los productos como una actividad de beneficencia, sino que la organización y la participación se realizara entre todas con un nivel importante de implicación.

Al ir trabajando a nivel de barrio creamos otras comisiones, como la de escuelas, para divulgar entre los jóvenes la situación social del barrio, el valor de la solidaridad, nuestra actividad reivindicativa como xarxa, acompañado de   una crítica al capitalismo, causante de estas desigualdades y esta crisis.

La comisión de proximidad inició un contacto con comercios concretos del barrio, extendiendo los valores de la xarxa y potenciando que el comercio de proximidad respondiera de forma solidaria ofreciéndose como puntos fijos de recogida.

A partir del 8 de marzo se creó la comisión “Feminismos en la xarxa” que se unió al movimiento de mujeres feministas del barrio y a sus acciones. Esta comisión está en desarrollo, aunque las necesidades urgentes del momento impiden poder ejercer una suficiente dedicación, dado que la mayoría de personas que vienen a recoger alimentos son mujeres y muchas inmigrantes, con importantes cargas familiares, poca autonomía, poca formación y poca socialización. La idea es realizar grupos o talleres de temas que puedan interesar a las mujeres, empezando por cursos de español o catalán e ir yendo hacia un empoderamiento y una concienciación feminista.

 Red de Solidaridad Popular de Latina-Carabanchel: Durante el confinamiento lo único que se podía hacer era repartir alimentos, la RSP Latina-Carabanchel lleva casi siete años realizando múltiples actividades a parte de la despensa, pero el julio 2020 pusimos en marcha una asesoría del Ingreso Mínimo Vital (IMV) y la Renta Mínima de Inserción (RMI) para ayudar en las tramitaciones, asesoría por la que han pasado más de 300 personas.

 Somos Tribu: Desde el primer momento fue increíble la respuesta de la vecindad de Vallekas y sus movimientos. En el segundo día del nacimiento de la red, para mejorar la proximidad y como respuesta a la sobresaturación de los grupos de Whatsapp se dividió Vallekas en 5 barrios (Entrevías/El Pozo, Palomeras, San Diego, Numancia/Portazgo y Doña Carlota) destinados a realizar recados a las vecinas del barrio que no tenían esa posibilidad. Surgieron comisiones de trabajo específicas para solventar muchas de las problemáticas sucedidas por la falta de acción y paralización de la Administración. El grupo de maternidad y el de apoyo laboral son el mayor ejemplo. Nacieron a su vez otras comisiones para fomentar y potenciar los valores y la cultura de nuestro barrio, siendo ejemplo ‘’Somos creatividad’’.

Para consolidar la red y llegar a toda la población de Vallekas se hicieron diferentes campañas de difusión desde vídeos y cartelería por farmacias y comercios hasta sábanas colgadas de los balcones, pero fue utilizar el altavoz que proporcionan los medios de comunicación más relevantes a nivel estatal cuando aflora la necesidad de las familias y vecinas de nuestro barrio que vieron en SomosTribu la herramienta necesaria para superar sus dificultades.

Este incremento de peticiones hace que el modelo establecido no sea eficaz por lo que surge hace un año justamente (mediados de abril) la primera despensa en Palomeras, siguiéndola el resto de barrios y evolucionando a una red donde la solidaridad, autogestión, el apoyo mutuo y el generar vínculos barriales se convierten en los pilares fundamentales de la red, de las familias y vecinas que forman parte, tengan necesidad de alimentos o no, siendo todas partícipes.

Del grupo de creatividad surge una comisión de cultura, donde participan todas las comisiones y despensas, siendo capaces de generar un festival online solidario de unas cinco horas, donde a través de una pantalla, podíamos ver teatro, poesía, grupos de música de nuestro barrio y un sinfín de actividades que culminaron con un documental que fue posible gracias a los compas de #404comunicación (Que siguen al pie del cañón).

Son este el tipo de dinámicas que de una u otra forma van evolucionando y que dan continuidad a las raíces del nacimiento de SomosTribuVk... Cada día que pasa nos conocemos más entre las vecinas, tomamos conciencia de nuestros derechos para reivindicarnos y aportamos desde la humildad un grano de arena que puede mejorar nuestro querido barrio del que tenemos un sentimiento profundo de pertenencia y es un orgullo.

 

FUHEM Ecosocial: ¿De qué formas la pandemia ha agravado situaciones de pobreza y precariedad preexistentes?

 Xarxa de Poblenou: Ha creado un aumento de vulnerabilidad en toda la población, y en concreto en nuestros barrios. Se ha aumentado el número de desempleo, la gente se ha encontrado sin ingresos, sin trabajo, sin recursos y a veces sin techo. Existe cantidad de familias, muchas veces numerosas, que viven en malas condiciones en asentamientos o viviendas con pobreza energética, sin luz, sin gas o sin agua. Son también unos barrios donde hay mucha inmigración, mucha de ella vive en casas o viviendas ocupadas, y es precisamente en este sector de la población donde recae más la crisis económica y social. Pero a esto debemos añadirle familias de clases medias que se han quedado sin trabajo, sin su pequeño negocio y sin recursos y tienen que hacer lo que nunca hubieran imaginado: ir a Servicios Sociales o ante su poca eficiencia y dedicación a una Xarxa solidaria a buscar la comida para subsistir.

Al principio la Xarxa se inició con unas 40 familias, aproximadamente unas 150 personas, actualmente la lista de la xarxa consta de 140 famílias con un total de 450 personas, más 60 familias en lista de espera y se ha tenido que cerrar las inscripciones por imposibilidad de medios y organización.

 Red de Solidaridad Popular de Latina-Carabanchel: Durante los peores meses del confinamiento atendimos a más de 1.800 familias, entregándoles un lote para un mes, con lo cual la mayoría de ellas pasaron tres o cuatro veces por nuestra despensa.

Somos Tribu: Vallecas es un muy humilde y un barrio obrero, por lo que la pandemia nos golpeó de lleno. Muchxs de los vecinxs se dedican a la venta ambulante en mercadillos, muchas a trabajar como limpiadoras o cuidadoras de ancianxs o menores, trabajos que en la inmensa mayoría de los casos son trabajos en B, el índice de inmigración es muy alto, todas estas variables dan como resultado una gran precariedad laboral y la economía sumergida es muy habitual. Otro perfil muy extendido es el de las madres que viven solas con hijos que tienen muy difícil el acceso al mercado laboral. También tenemos muchos vecinos que han estado en ERTE o continúan estando, muchos de ellos no han cobrado aún, por lo que la economía en las familias vallecanas se ha visto muy resentida durante la pandemia.

Recibimos solicitudes de ayuda de todo tipo, familias que no cuentan con ingresos de ningún tipo, con situaciones irregulares, muchxs ancianxs que no llegan a fin de mes con su pensión, familias que nunca se habían visto en una situación crítica y que ahora necesitan ayuda, familias monoparentales, estudiantes, personas dependientes, etc…

Actualmente repartimos más de 500 cestas de comida semanales y hay familias en lista de espera. Estamos en contacto con Servicios Sociales y Cáritas para poder atender la gran demanda de alimentos que recibimos a diario.

 

FUHEM Ecosocial: ¿Qué tipo de medidas institucionales creéis que serían necesarias para paliar la pobreza extrema que se vive en los barrios?

 Xarxa de Poblenou: En realidad la pobreza siempre ha existido aunque la pandemia la haya aumentado. En un principio dicha xarxa se planteó como algo temporal, como un parche a lo que no abarcaban las instituciones, pero la dimensión de la crisis y el aumento que va teniendo la demanda semana tras semana hace que desconozcamos cuál va a ser su evolución, y no descartamos su futura flexibilidad.

Creemos que una salida real de la crisis social y económica debería ir acompañada de un aumento del presupuesto de gastos sociales, una absoluta mejora de los Servicios Sociales tanto en centros, en profesionales, como en presupuesto, un aumento de vivienda social pública y accesible, la creación de sitios de trabajo para todas las personas en paro y desocupadas a través de una economía social solidaria, una mejora de la educación pública universal a lo largo de la vida que sirva para promocionar todas las personas que quieran y además la consecución de papeles y permisos de residencia y nacionalidad para la inmigración. Todo esto es lo que pedimos a las instituciones.

Red de Solidaridad Popular de Latina-Carabanchel: Nuestra actividad lleva desarrollándose desde 2014, con lo cual somos conocedores de que las instituciones ni las del 2014, ni las que llegaron en el 2015, ni la institución actual han hecho nada para solucionar el problema alimentario en la ciudad de Madrid.

 Somos Tribu: Nuestra acción nace del apoyo mutuo vecinal que siempre estuvo y estará presente en nuestro barrio. Es verdad que la red surge durante la pandemia, pero como ya hemos explicado somos portadores de la larga herencia de solidaridad y lucha vecinal vallecana. Somos Tribu no pretende sustituir la acción de los responsables políticos y de la Administración para atender las necesidades y asegurar los derechos de nuestras vecinas y vecinos. Nos encantaría poder dedicarnos a un apoyo mutuo vecinal centrado en otras cuestiones menos vitales, pero, a día de hoy, las despensas solidarias y el resto de grupos y comisiones siguen siendo muy necesarias.

Desgraciadamente, no parece que vayan a venir tiempos mejores, y Somos Tribu seguirá ahí mientras sea necesario pero sin dejar de denunciar y señalar a los responsables de esta situación.

En cuanto a las medidas institucionales más necesarias, resulta fundamental agilizar la recepción del ingreso mínimo vital. Por otro lado, se debería aumentar notablemente la inversión en servicios sociales y en sanidad pública. Los recursos económicos y humanos que se dedican a atender a la población de los barrios son claramente insuficientes. Cuando cerraron los colegios y los comedores escolares, la Comunidad de Madrid no aumentó el presupuesto en servicios sociales, pero tuvieron la "brillante" idea de enviar pizzas a los niños y niñas en situación de vulnerabilidad.

En plena pandemia, el Ayuntamiento de Madrid se está dedicando a expulsar a las despensas solidarias de sus locales como ha sucedido con el Espacio Vecinal Arganzuela.

 

FUHEM Ecosocial: Muchas gracias a las tres organizaciones y a Helena López por atender nuestras preguntas y por vuestra valiosa labor.

 

NOTAS:

[1] Recopilación de respuestas y edición del diálogo: Susana Fernández y Nuria del Viso, miembros de FUHEM Ecosocial.

[2] Sus artículos pueden encontrarse en este enlace: https://www.elperiodico.com/es/autor/helena-lopez-16719

 

Acesso al Diálogo en formato pfd: Diálogo con Asociaciones Barriales sobre la respuesta vecinal durante la COVID-19


Escenarios de trabajo en la transición ecosocial 2020-2030

El artículo de Emilio Santiago Muíño, Escenarios de trabajo en la transición ecosocial 2020-2030. Equilibrios difíciles entre lo ecológicamente necesario y lo políticamente posible fue publicado en la sección A FONDO del número 150 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global.

La transición ecosocial va a suponer mutaciones profundas en el mundo del trabajo. Este artículo analiza las conclusiones del informe Escenarios de trabajo ante la transición ecosocial 2020-2030, publicado por Ecologistas en Acción, que maneja un modelo con tres escenarios prospectivos, con diferentes implicaciones tanto laborales como en emisiones de CO2: Business as Usual, Green New Deal y Decrecimiento. La comparativa que dibuja el informe contribuye a cartografiar el mapa de complejidades y dificultades con el que debemos orientarnos en la tarea central de la próxima década: ajustar los cambios ecológicamente necesarios con las reformas políticamente posibles.

El informe Escenarios de trabajo ante la transición ecosocial 2020-2030,[1] publicado por Ecologistas en Acción con el apoyo de la Fundación Biodiversidad, propone y aplica un modelo para dibujar diferentes escenarios de evolución tanto del empleo como del trabajo en el marco de diferentes opciones de transición ecológica para la próxima década.  Y lo hace en base a una metodología sustancialmente diferente a los informes de prospectiva laboral sostenible en circulación, que ayuda a comprender interrelaciones en el conjunto del sistema económico y sociometabólico que son poco intuitivas y suelen quedar ocultas: contabilizando las horas de trabajo necesarias para el funcionamiento del orden social, incluyendo las horas reproductivas no remuneradas del trabajo de cuidados, y vinculándolas con emisiones de CO2.

Como todo modelo conviene ser cauto con las conclusiones, y situarlas en su justo quicio epistemológico. Decían los estadísticos Norman Draper y Georges Box en 1987 que todos los modelos están equivocados, pero algunos son útiles. Este aforismo aplica perfectamente a este estudio: su valor radica en su utilidad para dibujar ciertos márgenes de verosimilitud cualitativa sobre las diferentes opciones que tenemos por delante antes que en su poder predictivo.

El trabajo compara tres escenarios de transición ecológica arquetípicos: BAU (Business As Usual), Green New Deal y decrecimiento. El escenario BAU se define por dejar que las lógicas económicas actuales sigan su curso sin ninguna modificación. El Green New Deal (GND) toma el marco de trabajo del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) del Ministerio de Transición Ecológica[2] y lo proyecta dentro de una reforma socioeconómica “posneoliberal”. Esto es, conectando con el espíritu histórico del New Deal original, especula con unas transiciones en un escenario de inversiones no encorsetado por los objetivos de déficit y deuda fijados en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la Unión Europea, una mayor importancia de la inversión pública, mayor presión fiscal, herramientas de política industrial y un reparto de la renta nacional más favorable a las rentas del trabajo.  Finalmente, el escenario decrecimiento (D) asume una impugnación ambiciosa del sistema capitalista y del Estado como institución política moderna de regulación social.

Este estudio es útil para dibujar ciertos márgenes de verosimilitud cualitativa sobre las diferentes opciones que tenemos por delante.

Este escenario plantea un horizonte de transición sistémica que, sin haberse desplegado por completo en diez años (presupuesto considerado demasiado utópico) sí que ha comenzado a desarrollar lógicas de desalarización y desmercantilización de la población, con la aparición de un sector del metabolismo social autogestionado que se insertaría dentro de las dinámicas de comunidades que serían, a la vez, embriones de formas postestatales más democráticas de regulación política. En paralelo, el escenario decrecentista permitiría aplicar políticas socioeconómicas mucho más disruptivas y ecológicamente más ambiciosas.

A grandes rasgos, los resultados que arroja el modelo son los siguientes:

El escenario BAU refleja la tendencia ecológicamente destructiva del sistema socioeconómico español. De no hacer nada en 2030 las emisiones de CO2 se incrementarían un 21%. Este aumento va en la dirección contrario respecto a los Acuerdos de París y aleja a España de sus compromisos en la lucha contra el cambio climático (y por tanto nos condena a un escenario de fuerte inestabilidad y alto sufrimiento social, en la medida que España es el país de Europa más vulnerable al cambio climático y sus efectos). En el lado laboral el empleo remunerado se incrementaría un 13% (2,4 millones de nuevos empleos), que se concentrarían en los sectores del turismo, la construcción y el comercio.

El escenario GND obtiene una reducción de emisiones en 2030 del 55%, incluyendo absorción forestal, respecto a los datos de 2019. Esto coloca a este escenario en la senda de los Acuerdos de París y 5 puntos por encima de las ambiciones del PNIEC, que son a la vez uno de los documentos oficiales de descarbonización más avanzados del mundo. En cuanto al trabajo, el escenario GND muestra un gran potencial para el incremento del empleo remunerado en el marco de la próxima década: un volumen de horas que podría repartirse en un millón de empleos nuevos bajo el marco del mercado laboral actualmente existente, y casi cinco millones de empleos en un mercado laboral en el que la jornada laboral se circunscribiera a 30 horas semanales. En este escenario las horas de cuidados no remunerados se mantienen constantes, lo que unido a incremento sustancial de los cuidados salarizados ofertados por el sector público, puede dar lugar, si el GND se articula con una política pública feminista, a una mejora sustancial de la crisis de cuidados que hoy tensa nuestras relaciones reproductivas.

En cuanto a la estructura socioeconómica que resultaría de este escenario, el estudio arroja varias cuestiones interesantes:

  1. La reducción de emisiones del escenario no se conseguiría sin un cambio muy radical en el ámbito del transporte, con una reducción muy sustancial del tráfico de automóviles privados, el transporte de mercancías por carretera y la aviación –con importantes afecciones a sectores como el turismo.
  2. Un modelo de Green New Deal climáticamente ambicioso no se corresponde bien con el modelo Hi Tech de las Smart City, sino más bien con un Green New Deal que ponga mucho énfasis en los cambios de los usos del suelo mediante el desarrollo de la agroecología y la reforestación y una auténtica revolución en el urbanismo y la ordenación del territorio.
  3. Resulta una pilar fundamental del escenario la expansión del empleo público (impensable sin una expansión fiscal progresiva) en ámbitos como la educación, la sanidad o la dependencia, por lo que la pata de redistribución de riqueza del GND se descubre tan importante como la pata de la modernización ecológica del sistema productivo.[3]

Todas estas cuestiones tienen implicaciones políticas profundas. Por ejemplo, entender el turismo, una de las actividades más importantes de nuestro PIB, como sector en reconversión. También impulsar un reequilibrio demográfico entre ciudades congestionadas y campos vaciados política y antropológicamente que es muy complejo. Este GND requiere transformaciones simbólicas en los imaginarios que no casan bien con algunas modulaciones del Green New Deal continuistas con un clima cultural que podríamos llamar “el mito de la Ley de Moore”, que da por hecho un desarrollo tecnológico exponencial, ya que los sectores de la reforestación y la agricultura tienen en la ideología hegemónica resonancias regresivas. Finalmente, el potencial ecológico del GND no puede desligarse de cómo este se module como un instrumento efectivo de la lucha de clases.

En cuanto al escenario D, este arroja las reducciones de emisiones de CO2 más sustanciales: un 80% incluyendo absorción forestal, lo que permitiría cumplir con las exigencias no solo del Acuerdo de París, sino con las reivindicaciones más radicales del movimiento ecologista que están bien alineadas con la extrema gravedad y el tono de urgencia que arrojan los datos científicos. En el aspecto del trabajo, el escenario D, si mantiene la estructura laboral actual, solo logra su objetivo de reducción de emisiones con un empequeñecimiento del mercado de trabajo de alrededor del 10%, con una pérdida neta de 2 millones de puestos de trabajo. Sin embargo, con un mercado laboral de 30 horas semanales equitativamente repartido, este escenario también lograría un incremento sustancial del empleo de 1,3 millones de personas ocupadas más en 2030.  Respecto a las horas de trabajos de cuidados no remuneradas, en este escenario se incrementarían, asumiendo tareas que antes pasaban por el Estado y el mercado, pero en tanto que estas serían gestionadas por nuevas comunidades políticas de signo postestatal y autogestionarias, este incremento del trabajo de cuidados no remunerado no repercutiría en un agravamiento de las lógicas patriarcales.

La estructura socioeconómica del escenario D sufriría una gran mutación, mucho más radical que la planteada en el escenario GND. Este escenario es indisociable de:

  1. Una reducción importante del tamaño de la esfera material de la economía.
  2. Una fuerte primarización del conjunto de la estructura socioeconómica, que además debería orientarse hacia un sector primario poco industrializado, convirtiéndose la agricultura en la tercera actividad del país en volumen de horas dedicadas, solo por detrás de los cuidados no remunerados y los cuidados remunerados.
  3. Un avance sustancial en la autarquía económica de España, con un fuerte desconexión de las cadenas internacionales de producción y de generación de valor. Por poner un ejemplo, la navegación internacional debería reducirse a menos de un 20% de la actual.

Las implicaciones políticas del escenario D son mucho más disruptivas, y cabe calificarlas de auténticamente revolucionarias: este escenario necesita una transición poscapitalista, que además logre ser política y geopolíticamente viable (con todas las dificultades que el siglo XX nos han enseñado al respecto), y lo haga además experimentando con nuevas formas de descentralización política de signo comunitario, autogestionario y postestatal. Si el GND ya implicaba cambios en la correlación de fuerzas y los imaginarios culturales sustanciales, así como una pericia política exquisita para poder llevar el proceso a buen puerto, es fácil consensuar que el escenario D lo exige multiplicando estas implicaciones por varios órdenes de magnitud.

Dejemos a un lado el escenario BAU, cuyo mensaje llueve sobre mojado, pues desde los años setenta existe consenso científico sobre el desenlace de la modernización si no se hace nada respecto a la extralimitación ecológica: el desastre ambiental con alto riesgo de colapso social. Lo interesante de este informe es que dota al debate entre GND y D, muy actual en los círculos ecologistas, de nuevos materiales argumentativos a disputar, significar, comparar y analizar.

La discusión Green New Deal-decrecimiento no es un falso debate, pero sí un debate miope. El elefante en la sala es otro

Pero antes de entrar a discutir sus resultados a la luz de este debate, es preciso hacer una consideración preliminar: la discusión decrecimiento - Green New Deal, que tanta pasión despierta en nuestros microuniversos activistas (la polémica con la película de Michael Moore El planeta de los humanos es un ejemplo) es un debate relativamente secundario y desajustado respecto a los retos más urgentes de nuestra coyuntura. No es un debate falso, porque ambas posiciones chocan en cuestiones esenciales como la tolerancia con el extractivismo minero, pero sí un debate miope. El elefante en la sala es otro. Las posturas decrecentistas están pecando de un eurocentrismo en el sentido más estrecho del término, Europa, preocupante, confundiendo varias cuestiones: confunden Green New Deal con capitalismo verde, pero más preocupante es confundir capitalismo verde con el mainstream geopolíticamente dominante sin darse cuenta que la fuerza que hoy está reconfigurando todo el mapa político de la modernidad, que va a la ofensiva en todos los países, es el negacionismo climático organizado. El debate se dislocó en cuanto Trump accedió al poder y empezó a aplicar una agenda negacionista en el imperio más poderoso de la Tierra: salir de los acuerdos de París, colocar oilmen en todos los puestos clave, desmontar toda la política ambiental precedente, amenazar con cerrar la EPA, facilitar el fracking desregulándolo salvajemente. Y este movimiento de dislocación se ha consumado cuando las diferentes franquicias políticas de Trump empiezan a ganar elecciones y a aplicar un modelo que se basa en a) negacionismo climático para apurar la era de los combustibles fósiles hasta el máximo posible combinado con b) apartheid climático para externalizar las consecuencias, y c) en medio una ambiciosa reinvención de los afectos políticos consistente en desprenderse de todo compromiso con el pacto social que obligaba a los privilegiados a pensarse cohabitando con otros en un mundo común.

Dicho de otro modo: el debate decrecimiento - Green New Deal se distorsiona si no rompemos la dicotomía de estos dos polos con otra posibilidad que además va ganando la partida, que es esa especie de hiper-BAU genocida y criminal del que el trumpismo es vanguardia histórica.

Si comparamos ambos escenarios GND y D solo en su dimensión climática, cabría concluir que el GND se encuentra en la dirección correcta. Sin embargo, una reducción del 55% de las emisiones puede leerse como insuficiente desde la perspectiva del conjunto del planeta. Como España es uno de los principales emisores del mundo en términos históricos, actuales y per cápita, le correspondería, por justicia climática, una reducción mayor de emisiones. Sin dejar hueco al Sur, lo que exige un esfuerzo extra en los países del Norte, la transición ecológica puede convertirse en una oportunidad terrible para reconstruir esa arquitectura de poder global colonial que ha dominado la historia del capitalismo los últimos 500 años y, que con retrocesos y avances, venía desmontándose los últimos setenta años. Por el contrario, el escenario D sí que se ajusta a las exigencias de una transición ecológica socialmente justa a nivel global.

El problema es que ejercicios de solidaridad internacional que supongan niveles tan importantes de erosión de los intereses nacionales de aquel que los promueve (compárese con la lucha por 0,7% para el desarrollo y sus magros resultados, siendo este objetivo de los años noventa muchísimo menos comprometido) es algo literalmente sin precedentes en la historia política. Cuesta imaginar que, salvo que medie una revolución antropológica, algo más ambicioso que el escenario GND sea impulsado por un gobierno en la próxima década. Especialmente si este incremento de las reducciones se fundamenta en la idea de justicia climática global, y si este impulso se da en régimen de competencia electoral donde se disputará el gobierno con partidos que negarán cualquier transferencia de riqueza al sur amparada en criterios morales. No obstante, esto no es obstáculo para que los movimientos sociales ecologistas no busquen arraigar socialmente una idea de justicia climática tan potente que convierta el escenario GND para España en insuficiente. De su éxito en la movilización y el cambio de imaginarios dependerá que los gobiernos puedan ser más avanzados, incluyendo la justicia climática como elemento estratégico (incremento de las reducciones) y no puramente retórico de las políticas públicas.

De esta reflexión sobre la justicia climática resulta evidente que tanto el escenario GND como el escenario D van a toparse con numerosos obstáculos, pero a una escala diferente. En la medida en que el GND es un escenario que depende de la inauguración de un ciclo de gobernanza posneoliberal, los intereses del neoliberalismo van a presentar una oposición intensa. A su vez, las medidas de acompañamiento desde el sector público para la transformación de la estructura del empleo no tienen garantizado su éxito ni aun teniendo la fuerza política para implementarse. Las reconversiones industriales, incluso las promovidas desde una óptica de justicia social, son operaciones muy complejas en la medida en que el reciclaje de las capacidades laborales de un sector a otro no pueden trasvasarse como se mueve el agua entre dos vasos. Se producen fricciones. Y a veces resultan sencillamente imposibles. Por eso no es descartable que el escenario GND no genere bolsas de población que se autoperciba como “perdedores del proceso”, y que encarnen una oposición al mismo que ya no viene solo desde las oligarquías neoliberales sino desde ámbitos sectoriales de las clases populares (modelo chalecos amarillos franceses).

Aunque en un grado sustancialmente menor al escenario D, hacer frente a la emergencia climática y alumbrar sociedades sostenibles implicará también en el GND vidas más frugales para la población en algunos aspectos, con considerables reducciones del consumo de materia y energía. Estos cambios no deben asociase a una pérdida de calidad de vida, pues hay muchas posibilidades de asegurar vidas buenas actuando sobre la obsolescencia programada, potenciando alternativas de vida buena de bajo impacto energético (vida comunitaria, deporte, cultura, creatividad, relaciones sexoafectivas) y potenciando la economía del compartir que permita optimizar la riqueza ya producida.  Pero dados los marcos culturales imperantes, estos cambios pueden generar resistencias en los anticuerpos simbólicos de unas ideologías que han hecho del consumo expresivo de mercancías la relación de identidad constitutiva fundamental de la sociedad moderna. Y necesitan venir acompaños de lo que Gramsci llamaba una reforma moral.

La tarea del ecologismo pragmático es disputar la idea de Green New Deal para encajarla dentro de los límites del crecimiento

Por tanto, ambos escenarios van a enfrentar restricciones importantes en su traducción práctica, pero mucho más acentuadas en el caso del D. Estas fricciones vendrán tanto de las oligarquías capitalistas beneficiarias del orden económico neoliberal,  como también de grandes masas de las clases medias y populares en un país OCDE como el nuestro, que tienen intereses subjetivos fuertes y compromisos de continuidad importantes con el modelo vigente. Los estilos de vida ecológicamente insostenibles no se reducen al 1%, sino que en un país como España abarcan la mayor parte de la población. La dificultad es mayor si se toma la perspectiva de la complejidad que introduce en el juego político democrático, donde se debe ganar a opciones que van a oponerse radicalmente a cualquier idea restrictiva respecto al acaparamiento de espacio ecológico global.

En este sentido, cabe concluir que en la tensión entre lo ecológicamente necesario y lo políticamente posible, en cuya contradicción está resumida la tragedia de la transición ecológica, el escenario D se presenta mucho más cercano a lo ecológicamente necesario mientras que el escenario GND se antoja, de primeras, más cercano a lo políticamente posible, al menos para el plazo de una década. El segundo nos remite a transformaciones exitosas que podemos recordar en el marco del siglo pasado: el cambio en la correlación de fuerzas socioeconómicas de signo posneoliberal que persigue el GND no es diferente del cambio que se pudo propiciar a partir de los años treinta con la implantación del New Deal o en Europa occidental a partir de la Segunda Guerra Mundial con la creación del Estado del Bienestar. El cambio antropológico que persigue el GND se puede asemejar al cambio antropológico neoliberal, la transformación del alma, que persiguió y logró con éxito Margaret Thatcher. Por el contrario, el cambio socioeconómico que impulsa el escenario D nos remite necesariamente a las grandes revoluciones sistémicas del pasado reciente, mucho más complejas y difíciles: la tentativa de revolución sistémica socialista que fracasó en el siglo XX, y a la transformación sistémica que preñó la sociedad moderna burguesa dejando atrás el feudalismo entre 1789 y 1848. En lo antropológico, solo la fuerte reruralización implícita en el escenario D nos lleva a compararlo con el modelo de transformación cultural de mayor magnitud que la historia y la antropología han registrado: las conversiones religiosas.

Por todo ello, y de cara al debate entre decrecimiento y GND, este estudio puede ser interpretado como una prueba de que la solución a esta polémica debe pasar por una síntesis paradójica: para que el decrecimiento sea alguna vez posible, Green New Deal ahora. O dicho de otra forma: la tarea del ecologismo pragmático es disputar la idea de Green New Deal para encajarla dentro de los límites del crecimiento. Y esto se puede hacer sin menoscabo de que las corrientes más utópicas del activismo ecologista sigan pensando haciendo la guerra cultural en pos de un decrecimiento democrático y justo de nuestra esfera material.

Emilio Santiago Muíño es Doctor en Antropología, profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza y coautor del informe Escenarios de trabajo ante la transición ecosocial 2020-2030.

NOTAS:

[1] VVAA, Escenarios de trabajo en la transición ecosocial 2020-2030, Ecologistas en Acción, 2019, disponible en: https://www.ecologistasenaccion.org/132893/informe-escenarios-de-trabajo-en-la-transicion-ecosocial-2020-2030/

[2] Ministerio de Transición Ecológica, Borrador actualizado del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima 2021-2030. 20 de enero de 2020, Disponible en: https://www.miteco.gob.es/images/es/pniec_2021-2030_documentosintetico_borradoractualizado_tcm30-506492.pdf y https://www.miteco.gob.es/images/es/pniec_2021-2030_borradoractualizado_tcm30-506491.pdf

[3] Para una explicación más extensa de este modelo, véase Héctor Tejero, H. y Emilio Santiago, ¿Qué hacer en caso de incendio? Manifiesto por el Green New Deal, Capitán Swing, Madrid, 2019.

Acceso al artículo en formato pdf: Escenarios de trabajo en la transición ecosocial 2020-2030. Equilibrios difíciles entre lo ecológicamente necesario y lo políticamente posible.


Lectura Recomendada: Claves ecofeministas

Claves ecofeministas para rebeldes que aman a la tierra y a los animales

Alicia H. Puleo

Plaza y Valdés, Madrid, 2019, 164 págs.

Alicia H. Puleo (1952) nos abre las puertas al Jardín-huerto ecofeminista con su último libro, donde sintetiza gran parte de su pensam­iento dando lugar a una obra orgánica que pretende ser una introducción al eco­feminismo de fácil lectura para cualquiera que quiera aproximarse al tema.

Claves ecofeministas es un libro que se convierte en el modelo de aquello que de­fiende: con un lenguaje accesible, las au­toras (Alicia Puleo del texto y Verónica Pe­rales de las ilustraciones) nos ofrecen una obra hipermedia, que rompe la barrera de la página combinando imágenes, dibujos en las cubiertas y códigos QR que nos lle­van a recursos audiovisuales. La autora hace uso de un lenguaje sencillo que se sirve tanto de mitos y relatos como de ar­gumentos filosóficos y análisis históricos y retoma muchas de las tesis que ya des­plegó en Ecofeminismo para otro mundo posible (2011), libro que contribuyó a la fundación de la Red Ecofeminista en 2012.

La obra se compone de una introducción en la que nos ofrece un acercamiento a su Jardín-huerto ecofeminista, cuatro capítu­los en los que desarrolla sus tesis y un epí­logo que es una reflexión en la que se confrontan diferentes perspectivas acerca del futuro de la especie humana.

Alicia H. Puleo propone el Jardín-huerto de Epicuro como un modelo, pero interpre­tado de manera ecofeminista, es decir, si­tuado críticamente frente a cualquier forma de androcentrismo y antropocentrismo. Este Jardín-huerto, sin dejar de lado la búsqueda de placeres moderados, lejos de sugerir una evasión del mundo, está com­prometido ética y políticamente tanto con los seres humanos como con los animales y la naturaleza.

El ecofeminismo crítico que se propone en el libro es una filosofía para pensar un futuro mejor. Por ello, una de las claves de este movimiento es la rebeldía, de ahí el subtítulo del libro: “Para rebeldes que aman a la Tierra y a los animales”. Lo que señala la autora es que no hay cabida para la resignación, sino que la tarea debe ser la reelaboración de la realidad me­diante una praxis que sea a la vez femi­nista, animalista y ecologista, mientras afrontamos con resiliencia (p. 15) situacio­nes adversas que son ya inexorables.

Puleo trata de esclarecer que el ecofemi­nismo no es un feminismo ambiental, sino que va más allá de eso: «Implica una nueva visión empática de la naturaleza que redefine al ser humano en clave feminista para avanzar hacia un futuro libre de toda dominación» (p. 19-20). Conlleva, dirá desde una perspectiva que podemos cali­ficar de materialista, el reconocimiento de que la naturaleza no es un mero “medio” para la actividad humana, sino que tiene consistencia ontológica propia. En este sentido, a la autora le parecen ejemplares los movimientos de resistencia al extracti­vismo de países de América Latina, como pueden ser las madres de Ituzaingó en Ar­gentina o las mujeres de Anamuri en Chile. A ellas se les puede considerar ecofeministas por sus prácticas en defensa de la Tierra porque también están relacionadas con sus problemas en tanto mujeres.

El libro ofrece una pequeña panorámica de lo que ha sido la historia del feminismo para después diferenciar entre los diferentes tipos de ecofeminismos. Lo que se consi­deró “ecofeminismo clásico” invirtió la valo­ración del dualismo naturaleza y cultura, viendo esperanza en los atributos femeni­nos de cuidado y conservación frente al hombre en el que encontraban actitudes nocivas y bélicas. Esta perspectiva esen­cialista (que exalta como capacidad feme­nina la maternidad) provocó desconfianza entre las feministas que habían pretendido poner punto final a los roles de género. Puleo desestima abiertamente tanto este «esencialismo determinista que niega la posibilidad del cambio» como un «cons­tructivismo extremo que sostenga que somos una pizarra en blanco» (p. 32). Pro­pone que mediante la educación es posible potenciar y limitar ciertas cualidades. Pero esa transformación social a la que aspira­mos debe pasar por un aprendizaje inter­cultural.

La autora señala que la sororidad del feminismo ha sido y debe ser internacional, y por ello es necesaria una ecojusticia que lleve consigo un rechazo del neocolonialismo, pues el extractivismo, el abuso de los recursos naturales y la cri­sis climática afectan más a las clases des­favorecidas, a las mujeres y a los animales, siendo estos a su vez los que menos con­tribuyen. Rechaza de pleno también el al­quiler de úteros, comparable a su juicio a la “agricultura por contrato”, una forma de agroextractivismo que se da en los países del Sur global. En definitiva, el ecofemi­nismo se presenta como un movimiento en lucha contra la interseccionalidad de las opresiones ecológicas y sociales.

La autora recupera una distinción que uti­liza en otras de sus obras: distingue entre patriarcados de coerción y patriarcados de consentimiento. Los primeros son propios de sociedades en los que se oprimen todos los aspectos de la vida femenina, de­jando a la mujer sin capacidad de decisión sobre su cuerpo. Los patriarcados de con­sentimiento en cambio son aquellos que encontramos en las sociedades capitalis­tas neoliberales en que malvivimos, y se caracterizan por restringir el ámbito de li­bertad de la mujer a través del consumo y la imposición de ciertos cánones culturales (de belleza, por ejemplo).

La precariedad hacia la que empuja el mo­delo de “contrato basura” es la otra cara de la moneda de los patriarcados de consen­timiento. Bajo una falsa apariencia de liber­tad de elección se esconde una presión que nos empuja a consumir y a elegir aquello que muy probablemente no desee­mos en realidad: «El mandato del patriar­cado del consentimiento ya no es la represión de los deseos sexuales como en el patriarcado de coerción. Por el contrario, el mandato es la intensificación del deseo y la práctica sexual, transformados en requisitos de la autoestima y del reconoci­miento social» (p. 60). La maternidad subrogada, indica la autora, es un ejemplo paradigmático de aquello que en nuestras sociedades se nos vende como forma de liberación femenina; no obstante, hay, según señala, una gran desinformación acerca de los riesgos que corren las mujeres que se someten a este proceso.

Para la filósofa, el modelo de emancipa­ción femenina que se proponga no puede estar basado en la masculinización de la mujer, haciéndola adoptar actitudes de do­minación, sino que más bien tiene que pasar por una feminización de la sociedad. Esto no conlleva otra cosa que reivindicar aquellos valores y tareas que han sido tra­dicionalmente asignados a las mujeres como valores y tareas que son exigibles a toda la especie humana. El modelo del conquistador de la naturaleza que se ha desarrollado durante la modernidad ha sido profundamente androcéntrico, pues han sido los valores masculinos de domi­nación e impaciencia los que han propi­ciado una conquista agresiva de la Tierra y una explotación de la vida de los demás animales.

En este contexto, la ciencia, la tecnología y la educación tienen un papel fundamen­tal. Puleo habla de no rechazar la ciencia, sino de adaptarla críticamente a valores como la empatía, también dando pautas para una educación ambiental. Esta debe abandonar su sesgo androcéntrico para proporcionar formación emocional ecoló­gica, proporcionando ejemplos de lucha ambiental femenina. También debe estar impartida por docentes que amen la natu­raleza e incluir la conciencia ética hacia los animales, por mencionar algunas de sus características.

A nivel moral, el valor que debe acompañar a estas transformaciones es la generosi­dad y no la caridad, extendiendo nuestra comunidad moral al resto de los animales y promoviendo pactos de ayuda mutua con luchas ya existentes.

Puleo habla de mos­trar el sesgo patriarcal del maltrato animal, por ejemplo, para establecer lazos entre las luchas animalista y feminista: «A través del ecofeminismo, el feminismo puede re­definir a los animales humanos y no huma­nos y establecer nuevas formas de relación despojadas de explotación y vio­lencia» (p. 108).

El ecofeminismo de Alicia H. Puleo es una propuesta política y moral comprometida con el futuro, lo que acaso dificulta un po­sicionamiento con respecto al avance tecnocientífico. Puleo da por sentado que tal avance es imparable, mientras que al mismo tiempo considera que sería posible una regulación crítica de sus efectos nega­tivos. Sin embargo, cabría objetar que esto resulta contradictorio pues, si es impara­ble, ¿hasta qué punto podremos evitar sus derivas destructivas?

Por último, se sirve de la readaptación de Blade Runner como ejemplo de cómo la ciencia ficción ha innovado en su represen­tación de las tecnologías mientras que el modelo del “eterno femenino” no ha cam­biado más que para adaptarse. Trae a co­lación el posthumanismo de Donna Haraway como un punto de partida interesante para pensar en una “reinvención” de lo humano, puesto que deslegitima las ba­rreras construidas entre lo que tiene carác­ter humano y lo que tiene carácter de máquina. Puleo lleva más allá esta disolu­ción de barreras, pues valora la posición an­tiesencialista de Haraway y extiende su crítica para subrayar que no hay límites entre lo humano y lo natural, lo cual le lleva a sostener que la comunidad moral debe ser ampliada a todos los sintientes.

Carmen Peinado Andújar e Irene Gómez-Olano Romero

Estudiantes del Máster de Crítica y Argumentación Filosófica

Universidad Autónoma de Madrid


Afganistán

 

EEUU y la comunidad internacional que le acompañó en la intervención en Afganistán tras el 11-S abandonan el país dos décadas después con muy pocos o ningún logro de los enunciados entonces.

Con su retirada precipitada, al ritmo de las fechas límite marcadas por los talibán, dejan a sus espaldas una situación incierta y caótica, y muchos de los problemas que encontraron hace veinte años, si cabe hiperdesarrollados por dos décadas de malas prácticas de presencia extranjera: corrupción, violencia de los talibán o los “señores de la guerra”, producción de opio, represión de las mujeres y desprecio de sus derechos…

Los males que ahora se exhiben para tratar de justificar un atropellado repliegue han estado presentes durante estos veinte años de intervención internacional, pero quedaron en segundo plano ocultos tras el exultante entusiasmo y el brillo de los ambiciosos objetivos de la operación, que pretendía sobre el papel dar la vuelta al país e insertarlo en un modelo de democracia a la occidental sin tocar las estructuras profundas, sin tener en cuenta sus necesidades o características, haciendo caso omiso de su historia; es más, en muchos casos fortaleciendo sus brechas. Un ejemplo ilustrativo fue el apoyarse en los “señores de la guerra”, con su violencia, caciquismo y sectarismo, para extender la presencia extranjera.

Aunque se vistió de otros ropajes y un nutrido argumentario, la palanca que llevó a EEUU a la intervención de un país en el corazón de Asia fue su intento de resarcir su orgullo herido después del 11-S; de otro modo, la operación podría haberse limitado a las montañas de Tora Bora donde se escondía Bin Laden, pero se optó por la ocupación de todo un país.

El motor de la operación marcó un enfoque militar a la intervención que no ha abandonado en estos años, un marco muy poco proclive a desarrollar las bonanzas civiles que decía perseguir.  A ello se unió una lluvia de millones repartidos con poco criterio allí donde se buscaban apoyos e influencia, lo que disparó la corrupción. Sin embargo, esta lluvia de millones no ha mejorado las condiciones de vida de la población afgana común.

El país ocupa el puesto 169 de un total de 189 en el último Índice de Desarrollo Humano, publicado en 2021. En 2001 ocupaba el puesto 162. Poco se hizo en dos décadas, salvo acciones simbólicas, para crear las bases de una economía autosostenida que pudiera ir abandonando la producción de opio.

La lucha por los derechos de las mujeres, una de las grandes razones esgrimidas para justificar la intervención –sin lazo aparente con el 11-S–, por lo general no ha ido mucho más allá que gestos cosméticos.

Las mismas razones que se arguyeron para justificar la operación en 2001 siguen presentes ahora. Los clichés sobre el país y sus gentes que llenaron los telediarios en 2001 vuelven ahora a las noticias para tratar de explicar la retirada: opio, corrupción, violencia, derechos de las mujeres pisoteados… sin embargo, no todo sigue igual.

Hoy nos encontramos en peor posición después de la herencia que han dejado las operaciones de intervención de la “guerra contra el terrorismo”, con un Oriente Medio maltrecho –en Siria, recordemos, continúa el conflicto bélico– y un Sahel contagiado por la violencia que ha encontrado en el neocolonialismo, el malgobierno (o desgobierno), y la pobreza atizada por la crisis socioecológica un fértil campo de cultivo.

También estamos peor en la acogida de aquellas personas que huyen. La llamada “crisis de los refugiados” sirios de 2015 aceleró cambios en las políticas de migración y asilo y la fortificación de Europa. Si Alemania se mostró entonces generosa con la acogida de refugiados sirios, hoy la UE, incapaz de alcanzar una posición común, ha dejado en manos de los vecinos de Afganistán –Irán y Pakistán, principalmente– la gestión de los flujos de refugiados, que ya no tocarán suelo europeo, salvo en casos muy concretos. Países de tránsito, como Turquía y Grecia, se blindan ante lo que se avecina.

Esta espiral descendente no solo arrasa las esperanzas de la población afgana; también merma la credibilidad y el prestigio que conservaban las potencias occidentales. China, fronteriza con Afganistán por el corredor de Wakhan, quiere garantizar su propia seguridad y la de la región, y no duda en obtener garantías de los talibán. Su papel, que da imagen de mesura, pragmatismo y responsabilidad, contrasta con la desbaratada retirada de Afganistán de la coalición internacional y el abandono de los socios que prometieron proteger.

En definitiva, estamos peor con un tiempo ya irrecuperable, aspiraciones malogradas y oportunidades perdidas.

Nuestra revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global ha abordado a lo largo de sus diferentes etapas la situación de Afganistán, sus conflictos internos, las guerra que ha sufrido por la invasión e intento de control de diversos países debido a su interés geoestratégico.

En 1989, Eqbal Ahmad y Richard J. Barnet nos ofrecían, en el monográfico de Papeles para la Paz, núm. 34 titulado Afganistán. Tribus y superpotencias, un panorama histórico de las invasiones sufridas por el país desde 1924 hasta la retirada de los soviéticos en 1989.

Según Jordi Raich en el núm. 69 de Papeles de Cuestiones Internacionales (invierno 1999-2000) ¿Quién controla Afganistán? el conflicto de Afganistán se caracteriza por un juego continuo de alianzas y fidelidades en el plano regional e internacional, constantemente rotas y rehechas. Analiza el papel de Pakistán, Irán, arabia Saudí, Rusia, China y las nuevas repúblicas de Asia Central en la financiación y sostenimiento de los talibanes y de sus opositores, en una guerra tras la cual subyacen intereses políticos y religiosos y una competencia por el gas, el petróleo y los oleoductos hacia Occidente.

Los atentados terroristas del 11 de Septiembre de 2001 marcan el inicio de una nueva etapa en la historia de Afganistán.

El número 76 de Papeles de Relaciones Internacionales titulado El impacto del 11 de septiembre (invierno 2001-2002) incluye el artículo Claves para la reconstrucción de Afganistán de Alejandro Pozo que ya destacaba que la reconstrucción de Afganistán no podía quedarse limitada a la política, sino que debía extenderse también al ámbito económico y social, destacando tres acciones de emergencia que debían realizarse: la asistencia humanitaria, la desmovilización de los combatientes y el retorno de los refugiados.

En la primavera de 2002 Papeles publica en su número 77 dedicado a la Prevención de la Guerra un texto de John K. Cooley que destaca varias lecciones de la guerra de Afganistán tanto militares, políticas, históricas y, sobre todo, humanas.

Barnett R. Rubin ofrece una propuestas y recomendaciones para la estabilidad de Afganistán que fueron publicadas en el número 91 de Papeles de Relaciones Internacionales (otoño 2005), destacando que aunque  Afganistán ha hecho avances hacia la estabilidad, sin embargo, el proceso desarrollado hasta ahora es sólo el principio del objetivo estratégico de conseguir un estado legítimo, efectivo y responsable. Esto exige también avanzar en la seguridad y en una base económica que permita el desarrollo del país.

Nuria del Viso, del equipo de FUHEM Ecosocial, firma los últimos análisis publicados sobre Afganistán. En el numero 95 (otoño 2006) de Papeles de Cuestiones Internacionales escribe Afganistán: ¿la paz aplazada? en el momento en que se cumplían cinco años de la caída del régimen talibán, de la invasión internacional liderada por EEUU y del inicio de un “nuevo Afganistán”; y constata que aunque en una primera fase la comunidad internacional percibió la experiencia como exitosa, sin embargo, el aumento de los enfrentamientos con los talibán, los atentados terroristas y el manifiesto descontento de la población afgana, mostraban el reflejo de los problemas que amenazaban el proceso de reconstrucción del país.

La nueva etapa de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global publica tres textos de la autora. En el número 99 (otoño 2007) Afganistán: guerras asimétricas, víctimas civiles, destaca que la población civil no sólo sufren las repercusiones de las hostilidades como receptores pasivos de “efectos colaterales” sino que, en ocasiones, son el objetivo deliberado de los ataques. Afganistán es uno de los países donde el conflicto está afectando con más crudeza a los civiles que se encuentran atrapados en medio de las hostilidades que se desarrollan entre, los talibanes por un lado, el principal grupo de la insurgencia, y, por otro, las tropas internacionales compuestas por la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF), bajo el mando de la OTAN y avalada por la ONU, y la Coalición Libertad Duradera, liderada por EEUU. Aunque el conflicto armado no es la única fuente de inseguridad para los afganos: la extrema pobreza, la fragilidad del Estado, la omnipresente corrupción y la amplia penetración del narcotráfico en la economía sirven de caldo de cultivo para el aumento de las actividades criminales.

En la primavera de 2008, el número 105 incluye el artículo Nuevas estrategias para Afganistán: ¿cambio o continuismo? donde se aborda la nueva estrategia sobre Afganistán de Barak Obama.  En términos generales, como en la etapa anterior, domina un sentido utilitarista, la operación no se realiza guiada por consideraciones éticas –como la mejora de las condiciones de vida de la población afgana–, sino para servir los propios objetivos de las potencias que intervienen, en este caso, su propia seguridad. Esto se liga además con la necesidad de promover gobiernos amigos que se encarguen de controlar en lo posible los territorios considerados inestables.

Esta nueva estrategia se basó en cuatro puntos, que confluyen en el intento de encontrar una solución –rápida– a la difícil situación actual, y se sintetiza en: continuar combatiendo a la insurgencia a través de la fuerza, lo que implica expandir la presencia militar e impulsar el entrenamiento del ejército y la policía afgana,  fortalecer las instituciones y mejorar las condiciones de vida en Afganistán y Pakistán, negociar con los llamados “talibanes moderados” e involucrar a los países de la región en la búsqueda de una salida sostenible para Afganistán.

Sembrando tempestades: una década de la OTAN en Afganistán publicado en el número 115 (otoño 2011) de Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, Nuria del Viso hace balance de la situación de Afganistán 10 años después del inicio de la Operación Libertad Duradera. El artículo repasa las razones que ofreció EE UU y sus aliados para justificar la operación y las contrasta con la situación en 2011, en la que se hace patente la ausencia de avances en los indicadores de desarrollo humano y el agravamiento en otros ámbitos, como la seguridad y la calidad democrática.

El texto combina la visión de la autora con las opiniones de parlamentarios y analistas de centros de investigación recogidas en 2011 para la elaboración del artículo.

Diez años después de la publicación de este último artículo podemos comprobar que la situación política, económica y social en Afganistán apenas ha mejorado. El regreso al poder de los talibanes tras 20 años de ocupación, denota el fracaso de una intervención militar que deja al país con casi el 50% de su población en situación de pobreza, con un aumento del número de desplazados y con unas imágenes desesperadas de personas que quieren salir del país temerosas de las represalias que puedan tomar los talibanes por haber colaborado con países extranjeros; y con el miedo de las mujeres afganas de volver a perder todos sus derechos, unos derechos que fueron esgrimidos como una de las razones que "justificaban" la intervención del país y que serán probablemente las grandes perdedoras de la nueva etapa que en la historia de Afganistán se abrirá a partir del 31 de agosto de 2021.

 

Nuria del Viso Pabón y Susana Fernández Herrero - FUHEM Ecosocial.

 


Emergencia climática, alimentación y vida saludable

Reseña del libro Emergencia climática, alimentación y vida saludable de Carlos A. González Svatetz, elaborada por Monica Di Donato del equipo de FUHEM Ecosocial, publicada en el número 153 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global.

Cuando en 1862 el filósofo alemán Lud­wig Feuerbach dijo que «somos lo que co­memos», en otras palabras, que en la comida se refleja nuestra manera de vivir y convivir en y con la naturaleza, segura­mente no tenía en mente cuestiones como la sostenibilidad o el problema de las emisiones de gases de efecto inverna­dero. Sin embargo, hoy en día, su famoso aforismo puede aplicarse a la perfección a uno de los problemas ambientales emergentes en nuestra sociedad: el sis­tema alimentario repercute no solo en nuestra salud, sino que también afecta a la salud del planeta, ya que, si pensamos en términos de cambio climático, por ejemplo, según datos de la FAO, alrede­dor del 30% de las emisiones que inciden sobre el calentamiento global estarían di­rectamente vinculadas a la forma en que se produce, distribuye y consume nuestra comida. Un reciente artículo aparecido en la revista Nature, bajo el título «Food systems are responsible for a third of glo­bal anthropogenic GHG emissions», co­rrobora claramente esta tendencia tan preocupante mediante el uso de una base de datos que cubre cada etapa de la ca­dena alimentaria para todos los países, proporcionando datos de emisiones de CO2, CH4, óxido nitroso (N2O) y gases fluorados para cada año entre 1990 y 2015.

Bajo una perspectiva más amplia, que todo el sistema de producción y consumo de alimentos se escapa peligrosamente a una mínima lógica de tutela de los ecosis­temas ya lo ponían negro sobre blanco en 2005 los resultados de la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio (Millennium Ecosystem Assessment), y lo confirman informes más recientes como el Informe especial sobre el cambio climático y la tie­rra (SRCCL, siglas en inglés para Special Report on Climate Change and Land), presentado en 2019 por el IPCC. Aquí se alerta, por ejemplo, de que solo la agricul­tura, la silvicultura y otros tipos de uso del suelo representan el 23% de las emisio­nes de gases de efecto invernadero cau­sadas directa o indirectamente por actividades humanas. También se su­braya que el aumento de la población y del consumo per cápita de alimentos en las últimas décadas ha incrementado drásticamente la utilización de tierras y re­cursos hídricos no solo en términos de la extensión de superficie utilizada sino tam­bién en cuanto a la intensidad de su utili­zación, causando erosión y degradación del suelo.

En ese sentido, si por un lado el hombre utiliza actualmente alrededor del 70% de las tierras emergidas no cu­biertas por hielo, por el otro es muy preo­cupante que un 25% de estas sufran degradación causada por la actividad hu­mana. En otros términos, los efectos a largo plazo del cambio climático en rela­ción a la degradación del suelo, la deser­tificación y la seguridad alimentaria de todas las personas dependerán del ca­mino socioeconómico que se escoja. Va­riables clave de dichos caminos serán el ritmo de incremento de la población, el nivel de desigualdad, la capacidad de adaptación y el grado de adopción de modos de producción compatibles con el medio ambiente. Por ello, en las próximas décadas, con un aumento creciente de las necesidades sociales, es previsible que (de hecho, ya hay evidencias) estos sis­temas se enfrentarán a presiones aún mayores, con el riesgo de un debilita­miento más acentuado de la naturaleza, de la que dependen todas las sociedades.

Si pensamos en la crisis multidimensional ligada a la COVID-19, podríamos encon­trar muchas claves en ese sentido.

Las reflexiones introducidas anterior­mente son útiles como telón de fondo para mostrar que la cuestión de la soste­nibilidad ecológica y también social (en otros términos, la viabilidad ecosocial) re­feridas al sistema alimentario en su con­junto (ya que un alimento no es solo un alimento, sino un sistema complejo de múltiples flujos físicos interconectados y con múltiples impactos a diferentes esca­las) es muy relevante y ha impulsado, sobre todo en los últimos años, toda una serie de análisis que intentan cuantificar rigurosamente las cargas y las huellas en los ecosistemas de determinados alimen­tos, dietas, etc., así como sus diferentes impactos en términos de salud de las per­sonas y cargas asociadas a nivel de sis­tema social, con el objetivo de demostrar que seguir una dieta sana es, al mismo tiempo, una forma eficaz de cuidar a los ecosistemas, y también a las personas y a la sociedad en su conjunto, por la reduc­ción, por ejemplo, de los gastos sanitarios derivados de modelos dietéticos inade­cuados.

El libro objeto de esta reseña, Emergen­cia climática, alimentación y vida saluda­ble, del epidemiólogo y especialista en salud publica Carlos González Svatetz constituye un ejemplo en ese tipo de pro­ducción científica de carácter divulgativo.

Para entender la importancia de las apor­taciones del libro, partimos de una breve descripción de la trayectoria profesional de su autor. Carlos González Svatetz ha dedicado más de treinta años de su ca­rrera profesional de experto epidemiólogo a investigar la relación entre los factores ligados al estilo de vida (como la alimen­tación, el tabaco, el alcohol, el exceso de peso, etc.) y los determinantes ambien­tales en el desarrollo de distintos tipos de cáncer, participando, como coordinador, en un importantísimo estudio europeo dentro del ámbito descrito: European Prospective Investigation into Cancer and Nutrition. Con esta especialidad de fondo, una cierta sensibilidad social y con el comienzo de una nueva etapa vital, el autor decide profundizar en una nueva di­rección, investigando acerca de la impor­tancia de analizar el modelo de producción y consumo alimentario dentro del paradigma de la crisis climática, y ahondando en la necesidad de un nuevo paradigma de salud dentro del actual marco socioeconómico capitalista.

Su inquietud a la hora de afrontar estos temas tiene como punto de partida una hi­pótesis en línea con las reflexiones que abrían esta reseña: «la emergencia climá­tica no es un fenómeno puramente natu­ral: es producto de la actividad humana. Y es una cuestión prioritaria que afecta tanto a los sistemas humanos, incluida la salud, como a los sistemas naturales (aire, tierra, agua, océanos, diversidad biológica, etc.) y que altera las complejas relaciones entre estos sistemas. Es con­secuencia de un modelo productivo, de vida y de consumo, guiado únicamente por el mayor beneficio económico en el menor tiempo posible. Desprecia la sos­tenibilidad de nuestro entorno natural y la sostenibilidad del ecosistema», tal y como puede leerse en la introducción al libro. Para cambiar e intentar revertir entonces ese escenario, González Svatetz apela a la necesidad de arrinconar los afanes ne­gacionistas de algunos y de tomar medi­das urgentes y drásticas contra el cambio climático, y esto, en términos de sistema alimentario, implica también cambios ra­dicales como el progresivo abandono de modelos basados prevalentemente en productos de origen animal por dietas ba­sadas en más productos vegetales, que son más saludables y tienen un impacto climático menor. En ese sentido, muchos estudios, como subraya el mismo autor, muestran como el enorme crecimiento de producción y consumo de carnes es in­sostenible, y el exceso en su consumo en los países más desarrollados se asocia a diversos tipos de cáncer, obesidad, diabe­tes tipo 2 y enfermedades cardiovascula­res.

En este ámbito, González Svatetz cuenta con una larga experiencia que le ha llevado a colaborar con el IARC y al­gunos de sus famosos y polémicos infor­mes. El dato descrito antes, además, se torna todavía más preocupante si se piensa que en el siglo XIX y comienzos del XX las enfermedades prevalentes eran las infecto-contagiosas, mientras hoy en día predominan las enfermedades cró­nicas (cáncer, cardiovasculares, diabetes, obesidad) totalmente relacionadas por nuestros hábitos de vida y de consumo, que provocan también, a su vez, la emer­gencia climática.

En el libro, el autor muestra así cómo nuestra salud está li­gada indisolublemente a la salud del eco­sistema. No podemos tener buena salud en un planeta enfermo, tal y como se hace hincapié desde el enfoque de «Una sola salud» (One Health). Cabe pregun­tarse, entonces, qué se puede y qué se debe hacer para prevenir estas enferme­dades y mitigar la crisis climática.

En ese sentido, el autor estructura sus reflexio­nes, fruto del trabajo en su larga trayecto­ria de investigación, a través de seis capítulos, donde se analizan una por una las diez consecuencias principales del ca­lentamiento global, sus causas, se habla de las consecuencias de la crisis climática sobre la salud y se reflexiona sobre qué proponen y hacen los gobiernos, los orga­nismos internacionales, los movimientos sociales y los científicos para proteger la salud. El libro se cierra con un capítulo de­dicado a reflexionar sobre qué podemos y debemos hacer por mejorar nuestra salud y la salud del planeta en el actual contexto de crisis sistémica en la que está involucrada la sociedad (con una clara exhortación a que la salida a la crisis de esta pandemia sea ecológica, y abocando por la formulación de un nuevo marco más radical y basado en el enfoque de una sola salud). En este capítulo se hace especial hincapié en la importancia y el papel de la dieta mediterránea como modelo para esa transición hacia sistemas alimentarios más resilientes, sostenibles y justos.

Finalmente, el apéndice lo ocupa un manifiesto promovido por 350 organizaciones que representan a más de 40 millones de profesionales sanitarios dirigido a los líderes del mundo, solicitando una recuperación de la crisis de la COVID-19 que tenga en cuenta la contaminación del aire y la crisis climática, como una ventana de esperanza, en el sentido que indicaría la magnitud de la conciencia alcanzada en la necesidad de un cambio radical de rumbo.

En un informe muy reciente de IPES-Food y ETC Group, bajo el título Un movimiento a largo plazo por la alimentación: transfor­mar los sistemas alimentarios para 2045, volvemos a encontrar muchas de las re­flexiones que González Svatetz señala en su libro. Al igual que el investigador argen­tino, también esos organismos internacio­nales señalan cómo el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la rápida dis­minución de la fertilidad del suelo están dañando seriamente la salud de las per­sonas y del planeta, quebrando a las so­ciedades y amenazando los sistemas alimentarios de todo el mundo. Además, en el informe se señala otro aspecto de gran preocupación a considerar, que no puede ser dejado de lado cuando se habla de sistemas alimentarios sostenibles y saludables: la inseguridad alimen­taria y el problema del hambre, un problema que todavía atraviesan dema­siadas personas en el mundo.

Así, a pesar de que existe un compromiso a escala mundial para eliminar el hambre en 2030, se ha perdido mucho terreno y los datos parecen haber empeorado. En ese sen­tido, se estima que 690 millones de per­sonas pasaban hambre en 2019 y más de 2.000 millones carecían de acceso a ali­mentos seguros, nutritivos y suficientes de manera regular. Y esto antes de que la pandemia de la COVID-19 aumentara en aproximadamente 130 millones de perso­nas más el número de aquellos que pade­cen hambre, empujara a innumerables millones más al borde de la hambruna, y pusiera en riesgo un tercio de los medios de subsistencia de las personas involu­cradas en la producción agroalimentaria.

Ante este panorama, los autores y auto­ras del estudio hacen referencia a la im­portancia de plantearse cómo serían los sistemas alimentarios en 2045 si se per­mitiera que siguiese la dinámica de fun­cionamiento actual de los sistemas agroalimentarios mundiales. Frente a esos preocupantes escenarios parece fundamental, y esto lo subraya Gonzalez Svatetz también en el libro, que tanto la sociedad civil como los movimientos so­ciales tomen la iniciativa, y se empoderen de alguna manera para exigir cambios ra­dicales a los gobiernos y presionarlos para que actúen ya a favor del cambio para transformar los flujos financieros, las estructuras de gobernanza y los sistemas alimentarios desde la base.

Todas estas reflexiones nos hacen con­cluir que existe una creciente evidencia de que la salud humana, animal y ambien­tal están estrechamente vinculadas, lo que significa que hay que superar visio­nes parcelarias y reduccionistas, y no li­mitarse únicamente a pensar en la seguridad de los alimentos y piensos, sino que se debe adoptar una perspectiva más amplia, para girar hacia un enfoque de «una salud, un medio ambiente» en un contexto de justicia social.

Una vez más, es la misma ciencia la que nos hace tomar conciencia de que lo que elige comer o dejar de comer un individuo marca la diferencia en el camino hacia la sostenibilidad ecológica y social, y hacia la mejora de nuestro estilo de vida. Hay que señalar que es fundamental el papel de las instituciones para que esto sea posible para todas las personas y en todo el mundo.

Monica Di Donato

FUHEM Ecosocial

Acceso a la reseña en formato pdf: Emergencia climática, alimentación y vida saludable

 


Papeles 154: Pandemia y Crisis Ecosocial

La presión humana sobre los ecosistemas y el cambio de los usos del suelo están minando la biodiversidad y los equilibrios protectores que aquellos ofrecen frente a elementos patógenos, proceso que está en la raíz de pandemias como la COVID-19.

Esta nueva pandemia se expandió por todo el planeta con asombrosa rapidez desde finales de 2019 y principios de 2020 debido a la globalización y una intensa movilidad humana. No sirvieron para prevenirla los distintos avisos desde la ciencia a lo largo de una década. El riesgo se conocía bien, pero no se actuó.

La COVID-19 está intensificando problemas sociales previos a escala global, como la desigualdad o la precariedad, y aunque aún no podemos concretar cuáles serán sus impactos a largo plazo, sí podemos adelantar que el coronavirus ha llegado para cambiarlo todo.

En un momento en que el mundo rico empieza a ver retroceder la enfermedad gracias a una intensa campaña de vacunación corremos el riesgo de un cierre en falso si pensamos que el problema ha entrado en vías de solución. Si queremos evitar nuevas pandemias incluso más peligrosas, resulta crucial examinar ahora las causas profundas de la SARS-CoV-2 –que remiten a unos modos de vida insostenibles– cómo se ha gestionado y sus efectos, cuestiones que se examinan en el número 154 de la revista PAPELES a través de los ocho artículos incluidos en la sección A FONDO, que ponen el foco en distintos ángulos del problema: las raíces socioecológicas, nuestra responsabilidad, la desigualdad como la mayor pandemia, los cuidados, las muestras de solidaridad ante la crisis sanitaria, y la ciencia como la mejor herramienta para afrontar las pandemias que vendrán.

ACTUALIDAD examina la crisis alimentaria como otra forma de pandemia con un texto de Enrique Yeves Valero.

En EXPERIENCIAS el equipo consistorial de Villanueva de Viver examina las restricciones de la digitalización en las zonas rurales y el caso de este pueblo para revertirlas.

ENSAYO presenta un artículo introductorio sobre la ciencia posnormal de la mano de Silvio Funtowicz y Cecilia Hidalgo. 

El número se cierra con las reseñas de la sección LECTURAS.

A continuación, ofrecemos el sumario de la revista, que podrás descargar a texto completo, junto con la INTRODUCCIÓN de Santiago Álvarez Cantalapiedra, el artículo firmado por el Colectivo Fractal que aborda las raíces socioecológicas de la pandemia y el ENSAYO de Silvio Funcowicz y Cecilia Hidalgo sobre Ciencia Posnormal.  

 

Sumario

INTRODUCCIÓN

Pandemia, crisis ecosocial y capitalismo global.

Santiago Álvarez Cantalapiedra

A FONDO

Raíces socioecológicas de una pandemia prevista.

Colectivo Fractal

La pandemia, un episodio del Antropoceno.

Antonio Campillo

La desigualdad es la peor pandemia.

Joan Benach

Empleo de hogar y cuidados durante la pandemia.

Isabel Otxoa.

Pandemia, entre la distopía y la utopía ecosocial.

Jordi Mir Garcia y João França.

Diálogo con asociaciones barriales. La activación de la respuesta vecinal durante la COVID-19.

FUHEM Ecosocial.

Entrevista a Joan-Ramon Laporte.

Nuria del Viso

La ciencia es la mejor herramienta para luchar contra las pandemias que vendrán.

Raquel Pérez Gómez

ACTUALIDAD

El hambre, la pandemia del siglo XXI.

Enrique Yeves Valero.

EXPERIENCIAS

Tiempos de cambio en Villanueva de Viver, Castellón. Abordaje de la brecha digital.

María Amparo Pérez, María José Ureña, David Chiva y Andrea Blázquez Colás.

ENSAYO

Pandemia posnormal: las múltiples voces del conocimiento.

SIlvio Funtowicz y Cecilia Hidalgo.

LECTURAS

 Grandes granjas, grandes gripes. Agroindustria y enfermedades infecciosas, de Robert Wallace

Monica Di Donato

Claves ecofeministas para rebeldes que aman a la tierra y a los animales, de Alicia H. Puleo

Carmen Peinado Andújar e Irene Gómez-Olano Romero.

Conexiones perdidas, de Johann Hari

Diego Escribano Carrascosa.

Will the gig economy prevail?, de Colin Crouch

Carlos Jesús Fernández Rodríguez.

Cuaderno de notas

RESÚMENES

 

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Esta publicación ha sido realizada con el apoyo financiero del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITERD). El contenido de la misma es responsabilidad exclusiva de FUHEM y no refleja necesariamente la opinión del MITERD.


Pandemia, crisis ecosocial y capitalismo global

Pandemia, crisis ecosocial y capitalismo global, escrito por Santiago Álvarez Cantalapiedra es el título de la INTRODUCCIÓN del número 154 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global,

Las epidemias no son fenómenos naturales. Hay que verlas, más bien, como fenómenos sociohistóricos de aparición relativamente reciente. Las primeras epidemias humanas surgieron en el contexto de la revolución neolítica. La expansión de la agricultura y la ganadería transformaron profundamente nuestra relación con el medio. La destrucción y transformación de los hábitats para ampliar las tierras de cultivo y la domesticación de animales para usarlos como alimento o como bestias de carga es lo que permitió que las vacas nos trasmitieran el sarampión y la tuberculosis, los cerdos la tosferina o los patos la gripe. Las primeras sociedades urbanas, el desarrollo del comercio, la esclavitud y las guerras entre imperios crearon las condiciones para que las primeras enfermedades infecciosas se convirtieran en epidemias. Las transformaciones en las formas de relacionarnos con la naturaleza asociadas a los cambios en nuestros modos de vida crearon las condiciones para la propagación de las infecciones, incluyendo la posibilidad de la zoonosis, esto es, el contagio de enfermedades de animales a humanos.

Asociamos al medioevo con la peste bubónica. La peste negra, la gran epidemia que afectó a Eurasia a mediados del siglo XIV, ha sido la pandemia más devastadora de la historia de la humanidad, provocando la muerte de entre el 30 y el 60% de la población europea. Introducida por marinos, penetró en Europa desde Asia a través de las rutas comerciales que recababan en puertos como el de Mesina. Las condiciones sociales y demográficas en las ciudades y pueblos medievales hicieron el resto. A falta de una explicación convincente de las causas del flagelo, la ignorancia de la época sirvió para propagar otra de las pandemias recurrentes en la historia humana: la necesidad de buscar un chivo expiatorio a los males propios; en esa ocasión, fueron los judíos a quienes se acusó de envenenar los pozos que abastecían de agua a las poblaciones, reanudándose así los pogromos ya iniciados con la Primera Cruzada en el siglo XI.

La expansión colonial de los imperios europeos provocó oleadas pandémicas de nuevas enfermedades que asolaron el orbe. La viruela, con la inestimable ayuda de las encomiendas, acabó con parte de la población indígena del Nuevo Mundo. En el Congo, un lentivirus portado por los macacos se propagó a la misma rapidez con la que los colonos belgas se apresuraron a saquear los recursos naturales del aquel vasto territorio considerado la finca particular de Leopoldo II. El lentivirus del macaco continuaría su propio desarrollo histórico hasta convertirse en el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) asociado al SIDA. En Bengala, el imperio británico se propuso transformar en arrozales el inmenso humedal de Sundarbans, el manglar más importante del mundo situado en el delta donde confluyen los ríos Ganges, Brahmaputra y Meghna. La proliferación de enfermedades infecciosas se interpuso en los planes de la administración colonial. La historia en este punto sería tan prolija como las atrocidades cometidas en la era colonial.

Con la revolución industrial, el cólera, la sífilis y la tuberculosis provocarán las grandes pandemias de esa época. Son enfermedades estrechamente relaciona- das con las condiciones de vida de la población, por lo que la proliferación de barriadas donde se hacinaba a la clase trabajadora en condiciones miserables e insalubres creó el caldo de cultivo para su desarrollo.

 

COVID-19: la pandemia de la era del capitalismo global

Cada pandemia es hija de su época. La del COVID-19, la primera gran pandemia global stricto sensu, ha sido posible gracias a la combinación de dos hechos estrechamente relacionados: 1) la presión que ejercemos los seres humanos sobre el conjunto de los ecosistemas y 2) la globalización. Aunque habitualmente se ha contemplado esta pandemia en términos exclusivamente sanitarios, tiene como trasfondo la crisis ecosocial provocada por el capitalismo global.

La presión humana sobre los ecosistemas está erosionando la biodiversidad y los equilibrios protectores que aquellos ofrecen frente a elementos patógenos. La comunidad científica no se cansa de subrayar los riesgos que supone la pérdida de biodiversidad en la propagación de las enfermedades infecciosas. Los virus se constituyen verdaderos espacios de amortiguación frente a la virulencia de los patógenos. Ahora que se vuelve a hablar del virus del Nilo, los expertos señalan que las áreas con mayor diversidad de aves muestran tasas más bajas de infección porque los mosquitos –que sirven de vector de infección– disponen en ese caso de menores probabilidades para encontrar el huésped adecuado. Una saludable cobertura vegetal que albergue una amplia variedad de especies animales protege a los seres humanos de la transmisión de enfermedades a través de los mosquitos porque estos se diluyen en el entorno. Se ha establecido que existe una relación entre el advenimiento de epidemias y la deforestación. Los estudios realizados en torno al ébola muestran que este virus, cuyo origen ha sido localizado en varias especies de murciélago, aparece en las zonas de África Central y Occidental más afectadas por la deforestación. La tala de los bosques provoca que las especies de murciélagos que habitaban en ellos tengan que posarse ahora en los árboles de los hábitats ocupados por humanos, aumentando la probabilidad de interacción y transmisión.

Sin embargo, las zonas de amortiguación ecológica están siendo erosionadas a una velocidad sin precedentes. La intensísima intervención humana sobre la Tierra está simplificando la naturaleza. La apropiación humana de la biomasa terrestre y la destrucción de la integralidad de los ecosistemas que ello conlleva no encuentran parangón en la historia. Una muestra de ello es que, del total de la biomasa de vertebrados terrestres, la mayoría es ganado (59%) o seres humanos (36%), y solo alrededor del 5% está compuesta por animales silvestres (otros mamíferos, aves, reptiles y anfibios).1 La destrucción y simplificación de la naturaleza nos hace más vulnerables ante organismos patógenos que en sus ecosistemas naturales mantenían un equilibrio que ahora se rompe al entrar en contacto con el nuestro. El segundo factor que interviene en las pandemias contemporáneas es la globalización, que además de impulsar la destrucción de la naturaleza al incrementar la explotación de los recursos naturales y extender el modelo de ganadería industrial de alta intensidad, facilita la propagación de los brotes infecciosos gracias al desarrollo vertiginoso de unos sistemas de transporte que mueven ingentes cantidades de personas y mercancías por todo el planeta. La globalización ha hecho del mundo una aldea global donde todos sus rincones son accesibles en poco tiempo. Así pues, en el trasfondo de esta pandemia se encuentran las consecuencias de los comportamientos del sapiens contemporáneo. La alteración de los hábitats y la pérdida de biodiversidad en los ecosistemas que provoca el capitalismo mundial derrumban las barreras que podrían amortiguar la expansión de los patógenos, al mismo tiempo que los estilos de vida globalizados tienden puentes cada vez más efectivos para su propagación.

 

Del optimismo tecnológico a las pandemias recurrentes

El higienismo y el descubrimiento de vacunas y antibióticos consiguieron atenuar en gran medida el alcance y los efectos de las epidemias a lo largo del siglo XX. Los éxitos cosechados con estas tecnologías terapéuticas han sido tan relevantes que su generalización propició que las enfermedades infecciosas dejaran de ser una de las principales causas de mortalidad en el mundo. Hace apenas un cuarto de siglo la muerte por enfermedades infecciosas representaba aún el 33% de los fallecimientos; hoy apenas alcanza el 19% del total.2 La rapidez y eficacia con que se han desarrollado y producido las vacunas contra el COVID ha sorprendido y provocado la admiración de casi todo el mundo.

Sin embargo, aunque en la actualidad las principales causas de muerte sean las enfermedades cardiovasculares y los cánceres (enfermedades asociadas en alto grado a los hábitos y a los estilos de vida urbanos), el optimismo tecnológico no debería hacernos olvidar que es imposible pretender acabar con todos los virus que provocan las infecciones, fundamentalmente porque forman parte de la trama de la vida, con sus interacciones y equilibrios naturales. Su desaparición completa equivaldría a la desaparición de la propia vida, entendida como la trama en la que se desarrolla la existencia concreta de cualquier individuo. De ahí que las enfermedades nunca sean aconteceres aislados al margen del sistema social y ecológico del que forman parte, como tampoco la salud está al margen de sus determinantes económicos y socioambientales.

Los avances terapéuticos pueden sumergirnos en un ilusionismo tecnológico que nos impida atender a las causas (los modos de vida) al concentrar la atención sobre los efectos (las enfermedades). La enorme superficie de naturaleza desriesgo de enfermedades infecciosas. Las zoonosis y las enfermedades por coronavirus se sucederán con más frecuencia si no preservamos los ecosistemas naturales. Un estudio de la Universidad de Brown ha estimado que entre la década de los ochenta del siglo pasado y la primera del nuevo siglo el número de brotes epidémicos de enfermedades infecciosas se ha multiplicado por tres.3 La pandemia del COVID-19 parece estar confirmando algo que venía observando con preocupación la comunidad científica desde hace tiempo: desde la segunda mitad del siglo XX, coincidiendo con la gran aceleración de la actividad económica y sus correspondientes impactos sobre la naturaleza, han aparecido muchos microbios patógenos en regiones en las que nunca habían sido advertidos. Es el caso del VIH, del ébola en el oeste de África o del zika en el continente americano, sin olvidar el SARS que apareció en 2002 en el sudeste asiático y las más recientes gripes porcinas (H1N1) y aviar (H5N1). Muchos de esos virus (en torno al 60%) son de origen animal, algunos provenientes de animales domésticos o de ganado, pero en su mayoría –más de las dos terceras partes– procedentes de animales salvajes.4 Por muy elevada que sea la inversión en farmacología, no cabe esperar una remisión de las pandemias en el futuro más inmediato mientras no cambiemos de forma sustancial el modo de vida predominante asociado al capitalismo global.

 

Más allá de la crisis sanitaria

Urge hacer una lectura de esta pandemia más allá de la crisis sanitaria que ha provocado que nos permita extraer las oportunas enseñanzas. La pandemia ha revelado aspectos cruciales de cómo vivimos y nos comportamos. Una de las primeras cosas que mostró fue la clamorosa desigualdad existente en todos los ámbitos sociales. Se repitió con mucha frecuencia, y es cierto, que por ser global representaba una amenaza para todas las personas, pero se omitió frecuente- mente, no siendo menos verdad, que no todas eran igual de vulnerables a esa amenaza. El confinamiento fue muy revelador en este sentido. Uno de los ejemplos más claros de la inequidad en esos meses distópicos fue la división del trabajo: la existencia de una gran brecha entre quienes conservaban su empleo y podían trabajar desde su casa sin exposición ni riesgo y aquellos que perdían su empleo o se veían obligados por la naturaleza de sus funciones a salir a la calle y exponerse al virus. Otra manifestación reveladora de la desigualdad ha sido el “apartheid vacunal” al que se ha sometido a las poblaciones y pueblos más pobres del mundo. Esta segregación ha mostrado que, aunque vivimos en un mundo global, no por ello dejar de ser un mundo fragmentado por los juegos de intereses económicos y geopolíticos del poder. El criterio de reparto aplicado en los planes de vacunación en las sociedades ricas (primeros los mayores y los sanitarios, luego el resto de la población según su edad) no se ha utilizado en las relaciones internacionales, donde todo se ha dejado en manos de las grandes farmacéuticas, las reglas del mercado y la “filantropía” de unos estados que lo que realmente buscan es alcanzar mayor influencia global.

Si nuestra salud se sostiene sobre ecosistemas bien conservados, nuestra sociedad se sostiene sobre las personas menos reconocidas y remuneradas: personal sociosanitario, temporeros, equipos de limpieza, repartidores, reponedores, transportistas, empleadas del hogar o cajeras de supermercados. Justamente la gente a la que el sistema condena a la precariedad y a los sueldos más bajos.  Mientras descubrimos la importancia de todas estas ocupaciones que fueron declaradas en su día esenciales, los medios de comunicación se hacen eco de la noticia de que los directivos de los bancos obtienen remuneraciones y bonos equivalentes a la suma del sueldo medio de miles trabajadores que esos mismos bancos han anunciado que quieren despedir, pudiéndose así comprobar que el salario no se fija por la utilidad del trabajo que se desempeña sino por el prestigio social que concede el ejercicio del poder.

Todo ello invita a que nos replanteemos cómo y a qué otorgamos valor. Y otorgar valor a una cosa no es sinónimo de ponerle un precio, a menos que nos deslicemos hacia la estupidez de la que habla Machado en boca de su Juan de Mairena. Tal vez sea esta la causa última de la pandemia: la incapacidad que tiene la civilización capitalista de valorar adecuadamente lo que socialmente resulta más necesario.

Santiago Álvarez Cantalapiedra es director de FUHEM Ecosocial y de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global.

NOTAS:

1  Yinon M. Bar-On, Rob Phillips y Ron Milo, «The biomass distribution on Earth», Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), junio de 2018, 115 (25) 6506- 6511; DOI: 10.1073/pnas.1711842115.

2  Juan Ignacio Pérez Iglesias, «¿De qué se muere la gente en el mundo?», The Conversation, 18 de mayo de 2020.

3  Katherine F. Smith, Michael Goldberg, Samantha Rosenthal, Lynn Carlson, Jane Chen, Cici Chen y Sohini Ramachandran, «Global rise in human infectious disease outbreaks», Journal of The Royal Society  Interface, Vol. 11, núm. 101, 6 de diciembre de 2014 [https://doi.org/10.1098/rsif.2014.0950]

4  Sonia Shah, «Contra las pandemias, la ecología», Le Monde diplomatique (en español), marzo 2020, pp. 24-25.

 

Acceso al artículo completo en formato pdf: Pandemia, crisis ecosocial y capitalismo global

 


Raíces socioecológicas de una pandemia prevista

La sección A FONDO del número 154 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, se abre con el artículo firmado por el Colectivo Fractal: Raíces socioecológicas de una pandemia prevista, en el que las autoras destacan que aunque la pandemia de la COVID-19 ha cogido por sorpresa a la mayoría, hace décadas que se conocen las relaciones directas e indirectas entre los cambios en los usos del suelo, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la aparición de enfermerdades infecciosas provenientes de zoonosis.

El texto explica algunos de los mecanismos y procesos ecológicos que subyacen al surgimiento de esta amenaza y su relación con los extractivismos, como la ganadería industrial, y la globalización. Invita asimismo a la reflexión sobre algunos de los impactos socioecológicos de la desregulación ambiental que se está generando desde el estallido de la pandemia. Tanto las consecuencias de la pandemia como de esta desregulación, además, están aumentando la vulnerabilidad de las poblaciones de manera diferencial. Propone, a modo de cierre, el impulso de aproximaciones interdisciplinares, la transformación profunda del modelo económico y la incorporación de la mirada de la justicia ambiental para el abordaje y la prevención de futuras pandemias.

La crisis de biodiversidad, la emergencia climática y el colapso del sistema globalizado e industrializado en que vivimos han dado la cara en 2020 con un sombrero nuevo. O no tan nuevo en realidad, visto que desde 1940 la intensificación del sistema agrícola se ha asociado con más del 50% de las enfermedades infecciosas emergentes[1] en humanos derivadas de zoonosis, y se espera que esta proporción siga aumentando según se expande e intensifica un cierto modelo agrícola-alimentario.

El coronavirus 2 del síndrome agudo respiratorio (SARS-CoV-2), responsable de la pandemia mundial COVID-19 es un ejemplo de zoonosis, es decir, una enfermedad o infección que se transmite desde otros animales a los humanos (fenómeno conocido también como desbordamiento), a través de agentes transmisores como virus, bacterias, parásitos u hongos. El 60% de las enfermedades humanas son de origen zoonótico. Esta proporción además está aumentando, de forma que más del 70% de los 180 patógenos emergentes o re-emergentes en las últimas tres décadas son de origen zoonótico , la mayoría causados por virus RNA.[2],[3] Todas las enfermedades de la lista de enfermedades prioritarias por la OMS son de origen zoonótico.[4]

Aparición de enfermedades infecciosas

 ¿Tan fácil es que salten los virus de un animal a otro hasta el ser humano? En realidad es algo extremadamente raro, pues hay una serie de barreras o cuellos de botella que lo suelen impedir: barreras ecológicas que regulan la presencia e intensidad de los patógenos en los huéspedes iniciales y que regulan la liberación y difusión de patógenos, barreras que protegen a los humanos de la exposición y barreras fisiológicas que disminuyen la susceptibilidad de los humanos una vez se han visto expuestos al virus. Así que los procesos por los cuales se da el desbordamiento, o salto de una especie a otra, y emergen las zoonosis incluyen tanto elementos ecológicos, fisiológicos, microbianos y epidemiológicos, como de comportamiento. Estos determinan cómo los patógenos se distribuyen, se liberan y diseminan, cual es la probabilidad, la dosis y la ruta de exposición para los humanos y cuál es la susceptibilidad y por tanto la probabilidad y severidad de una infección.[5]

Desde la década pasada, como poco, sabemos cuáles son los factores que contribuyen a la aparición de zoonosis y enfermedades infecciosas y cómo muchos de ellos están asociados al extractivismo y especialmente al sistema alimentario globalizado e industrializado: la urbanización y en general los cambios de usos del suelo, la pérdida de hábitats y biodiversidad, el cambio climático, el crecimiento y concentración en ciudades de la población humana, el aumento de la conectividad, el incremento del consumo de productos de origen animal y, por tanto, del comercio de especies silvestres y la ganadería intensiva. Aunque estos factores están estrechamente relacionados entre sí y es imposible abordarlos de manera aislada, vamos a ir explicando uno por uno.

 

Un tridente nefasto: cambios de usos del suelo, pérdida de biodiversidad y cambio climático

 Los cambios de usos del suelo, es decir la transformación de los ecosistemas para dar respuesta a una creciente demanda de recursos y materiales por parte de una economía globalizada, es el factor principal del cambio global e incluye la industria extractiva y la deforestación, el acaparamiento de tierras y la intensificación agrícola y ganadera, la urbanización y la fragmentación de hábitats (por ejemplo, por la construcción de infraestructuras). Según un reciente informe del Panel Intergubernamental Ciencia-Política sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES), el 75% de la superficie terrestre ha sido significativamente alterada por dinámicas capitalistas asociadas a empresas e individuos.[6]

La conversión de ecosistemas aumenta la probabilidad de transmisión de patógenos entre especies porque aumenta el contacto entre la fauna silvestre, el ganado y las personas: facilita la captura ilegal de animales, su tráfico, su venta en mercados a menudo ilegales donde pueden estar en contacto con otras especies y muchas personas, y su posterior consumo.[7] La extinción local de especies puede empobrecer las comunidades biológicas y facilitar la expansión de especies oportunistas cuya densidad de población puede aumentar al no tener competidoras. Este es el caso de la fragmentación de bosques, que ha afectado a la zarigüeyas y así impulsado el aumento de la abundancia relativa del ratón de pies blancos (Peromyscus leucopus), una especie reservorio muy competitiva que hospeda la garrapata portadora de la bacteria Borrelia burgdorferi causante de la enfermedad de Lyme.[8] También es el caso de algunas poblaciones de roedores en Asia, que son portadores de hantavirus y adenovirus que causan fiebres hemorrágicas con síndrome renal, como el ébola. Otro ejemplo famoso es el de Malasia, donde se registró un brote de la enfermedad de Nipah en 1992, cuyo origen se asocia al desplazamiento hacia entornos más urbanos de poblaciones de gran zorro volador (Pteropus vampyrus) debido a la deforestación y los incendios de sus hábitats naturales. Allí se cree que el contacto entre estos murciélagos y cerdos hacinados en granjas dio lugar a la cadena de contagios que acabó afectando a la población local, con una letalidad del 40%.

Los cambios de usos del suelo aumentan la probabilidad de transmisión de patógenos porque crece el contacto entre la fauna silvestre, el ganado y las personas.

La agricultura intensiva es el factor determinante detrás de la rápida propagación del virus del Nilo Occidental[9] en Estados Unidos y la facilidad con la que el mirlo americano (Turdus migratorius), huésped preferente del virus, se expande en estos paisajes. Asimismo, algunos estudios han relacionado el consumo de carne de animales silvestres, que desempeña un importante papel en la dieta de los hogares pobres en Camerún, con enfermedades infecciosas asociadas a los virus del VIH/SIDA, Ébola y Marburgo.[10]

Los cambios de usos del suelo son un impulsor directo de la pérdida global de biodiversidad, una de las principales emergencias que vivimos: alrededor del 25% de las especies de grupos de animales y plantas evaluados están amenazadas, alrededor de un millón de especies ya están en peligro de extinción y, si no se adoptan medidas, habrá una mayor aceleración del ritmo de extinción de especies en todo el mundo (IPBES). Sin embargo, la biodiversidad constituye posiblemente el mejor protector frente a la transmisión de patógenos. Por un lado, la diversidad de huéspedes inhibe la abundancia de parásitos.[11] Por otro, a mayor diversidad genética, mayor probabilidad de desarrollo de resistencia, ya que esta diversidad representa la capacidad para encontrar individuos que suplan a otros afectados por diversas dolencias congénitas, malformaciones, debilidad ante patógenos u otros problemas hereditarios. Cuanto mayor diversidad genética, mayores probabilidades tienen las especies de sobrevivir a los cambios del medio ambiente. Patógenos y hospedadores pueden co-evolucionar y adaptarse para sobrevivir juntos sin problemas durante mucho tiempo.

Además, se ha hablado mucho en el último año, de cómo en contextos con mucha diversidad se pueden dar el llamado “efecto de dilución”.[12] Según el efecto de dilución, comprobado empíricamente en la mayoría de casos, en hábitats con gran diversidad de especies y alto número de ejemplares:

1) las poblaciones de especies susceptibles de hospedar patógenos están mejor reguladas,

2) los virus se distribuyen entre las distintas especies e individuos de la población, teniendo muchas posibilidades de acabar en alguno que bloquea su dispersión,

3) se inhibe la proliferación de herbívoros, vectores habituales de patógenos.

En un ecosistema presionado, de hecho, las primeras especies que suelen desaparecer son aquellas más apicales en la cadena trófica, las predadoras, o las especialistas, que son las que más contribuyen al control de la propagación de vectores, dejando así lugar para la proliferación de las poblaciones de otras especies más oportunistas. Sobre el efecto de dilución hay debate y controversia:[13] no parece ubicuo, sino que depende de cada comunidad y las características de las especies, pero las últimas revisiones sistemáticas apoyan su relevancia y por tanto la importancia de la conservación de la biodiversidad a todas las escalas para frenar la aparición de enfermedades infecciosas.

Además, en los territorios muy deteriorados, el cambio climático (a su vez impulsado por estos cambios de usos) puede exacerbar los riesgos de desbordamiento zoonótico. Un ejemplo es el del polvo en suspensión como vector de patógenos: en ecosistemas con suelos muy degradados, la erosión, tanto por agua de escorrentía como por el viento, es frecuente y precisamente el incremento del viento es uno de los efectos del cambio climático. El aumento de las temperaturas medias se ha demostrado que aumenta la incidencia de la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo y la persistencia del virus del Zika. Por efecto del calentamiento global se están derritiendo enormes superficies de hielo y permafrost dentro de las que había encapsulados virus, por ejemplo, en antiguos yacimientos funerarios humanos. El deshielo da lugar a nuevos hábitats donde se pueden desarrollar, reproducir y transmitir patógenos entre especies. De hecho, ya han empezado las apuestas sobre cuál será el origen de la próxima gran pandemia, y algunos de los patógenos mortales de los siglos XVIII y XIX suenan como candidatos fuertes.

 

Otros factores ecológicos relacionados con enfermedades infecciosas

Asociadas a la transformación de los ecosistemas y al cambio climático están las alteraciones en la movilidad, los patrones migratorios y en general la ecología de especies silvestres que sirven de reservorio y/o vector de patógenos. Estas alteraciones influyen en la probabilidad de contacto y exposición entre individuos de la misma especie y entre especies. Por ejemplo, las alteraciones en los patrones migratorios de algunas aves, debidas al cambio climático o al tráfico de aves, resulta en su redistribución y contacto con otras especies o con humanos. En las islas de Sumatra, la migración de los murciélagos de la fruta provocada por la deforestación debida a los incendios de la selva condujo a la aparición de la enfermedad de Nipah entre los ganaderos y el personal de los mataderos de Malasia.

Otro factor ecológico clave en la dispersión de enfermedades infecciosas son la concentración y la conectividad, ya que facilitan la rápida propagación de los patógenos una vez se ha dado la infección y dificulta las medidas de distanciamiento personal para evitar la propagación.[14] El enorme y rápido aumento de la densidad de población en las ciudades, que genera arrabales y barrios especialmente poblados, empobrecidos y sin infraestructuras adecuadas de vivienda y saneamiento, por ejemplo en Asia, no hace más que allanar el camino a las enfermedades infecciosas. También la enorme movilidad a escala mundial, asociada al comercio, el empleo y el ocio, facilita, como hemos visto con la COVID-19, la rápida dispersión de patógenos a escala planetaria.[15] Esto sucede, no solo en tanto en cuanto el ganado y las personas somos vectores, sino también de forma indirecta, ya que las infraestructuras (viarias, ferroviarias, portuarias…) asociadas a dicha conectividad contribuyen a la fragmentación de hábitats cuyos impactos mencionamos antes. Este tipo de conectividad y de concentración de la población mundial en ciudades nos hace por tanto más vulnerables frente a las enfermedades infecciosas emergentes.

Las alteraciones en los patrones migratorios de algunas aves, debidas al cambio climático o al tráfico de aves, resulta en su redistribución y contacto con otras especies.

Las especies invasoras pueden actuar como vectores, como reservorios de patógenos o facilitando la expansión de estos, por ejemplo compitiendo con las especies autóctonas o provocando enfermedades en estas.[16] Además, el estudio de enfermedades infecciosas derivadas de patógenos infecciosos humanos como la COVID-19, tienen características y consecuencias similares al patrón de las invasiones biológicas,[17] así que es necesario buscar sinergias entre disciplinas como la epidemiología y la ecología, para comprenderlas y evitarlas. El riesgo de introducción de especies está estrechamente ligado con las actividades humanas y se ha visto incrementado debido al desarrollo de nuevos y más rápidos sistemas de transporte que permiten un incremento del comercio y el turismo.[18],[19] Además, a su vez, las especies exóticas son una de las principales causas de la pérdida de biodiversidad y uno de los principales motores del cambio global, especialmente en contextos mediterráneos debido a las condiciones ambientales y a consideraciones biogeográficas.[20]

 

Otras relaciones con el sistema alimentario globalizado

 El incremento del consumo de proteínas de origen animal ha contribuido de manera indirecta a aumentar los riesgos de zoonosis. Por un lado, ha impulsado la industrialización masiva de la ganadería en todo el mundo (especialmente de aves y cerdos, estupendos vectores de virus), aumentando enormemente el volumen de ganado en el planeta, su densidad y por tanto la probabilidad de infectar a humanos. Por desgracia, en España la producción de cerdo se ha doblado en las últimas tres décadas y es la primera de Europa y la cuarta a nivel mundial. En el caso de los pollos de engorde, la producción ha duplicado su crecimiento en los últimos cinco años. Por otro lado, está aumentando el consumo de especies silvestres, especialmente en Asia, África y Latinoamérica, incentivando el comercio ilegal de especies y sus productos, así como la caza. En estas zonas, de hecho, son habituales los mercados de animales, un espacio donde coinciden y se concentran animales de diferentes orígenes que pueden portar diversos patógenos y no cuentan con condiciones de salubridad o agua corriente. En términos de impacto, sin embargo, la responsabilidad en los hombros del sistema agro-alimentario industrializado, impulsado por el consumo exacerbado en el Norte global, es mucho mayor que la de los mercados del Sur global donde se comercializan productos derivados de animales silvestres.

La resistencia a insecticidas está creciendo y se espera que siga haciéndolo debido a la intensificación y la simplificación de la agricultura, lo cual plantea enormes dificultades para el control de enfermedades cuyo vector es un insecto. Algo parecido sucede con el abuso indiscriminado de antibióticos, tanto en humanos como en animales, que están generando una resistencia sistémica que la OMS ya teme como la primera causa de muerte a nivel mundial en 2050. También se ha visto que el incremento de nutrientes debido al uso excesivo de fertilizantes agroquímicos en la agricultura industrial y a la contaminación por nitratos derivada de la ganadería intensiva, puede exacerbar el impacto de las enfermedades infecciosas.

Finalmente, en el último eslabón de la cadena, además de la resistencia a antibióticos, todos los problemas relacionados con la salud humana y la capacidad del sistema inmunitario de responder, nos hacen más vulnerables frente a las enfermedades infecciosas emergentes: la deficiencia de determinados nutrientes por malnutrición o desnutrición, la obesidad, el estrés, la diabetes o la exposición a contaminantes.[21]

 

Impactos ambientales de las desregulaciones a causa de la COVID-19

 Es interesante comprobar cómo la epidemia provocada por la COVID-19 a su vez está teniendo un efecto negativo sobre el debilitamiento de las regulaciones ambientales a nivel global, en contra de lo que cabría pensar, aumentando así los futuros riesgos a pandemias. Por ejemplo, la ONG Conservación Internacional a través del rastreador de retrocesos de la conservación global[22] ha contabilizado los retrocesos de las regulaciones ambientales desde que comenzó la pandemia. En Brasil, por ejemplo, ha habido intentos de autorizar la minería en tierras indígenas, construir nuevas carreteras y legalizar la ocupación de tierras indígenas por acaparadores de tierras, generalmente con fines de agronegocios o minería. En India se ha dado vía libre a más de 30 proyectos en áreas protegidas, reservas de elefantes y tigres para la minería del carbón, carreteras y líneas eléctricas. En Canadá se eliminaron muchos requisitos de monitoreo para las compañías petroleras, incluido el monitoreo del agua superficial y del agua subterránea. En el caso de España, se han aprobado diversos decretos, más laxos en regulación ambiental, donde se acortan plazos en procedimientos administrativos con el argumento de estimular la reactivación de la  actividad económica.[23]

En abril de 2020, el relator especial de la ONU sobre derechos humanos y medio ambiente ya avisó de que estas acciones eran «irracionales, irresponsables y ponen en peligro los derechos de las personas vulnerables».[24]  No se puede afirmar que todos estos retrocesos se han debido directamente a la pandemia, pero sí que han ocurrido en un momento donde la participación cívica se ha limitado debido al distanciamiento social y las restricciones de reuniones públicas. Según Global Witness, algunos gobiernos han utilizado la pandemia como excusa para restringir las libertades de las y los defensores de territorios y del medio ambiente, como el derecho a protestar o la libertad de expresión. La limitación de las protestas y manifestaciones ha contrastado con la permisividad con los proyectos extractivos como la minería. La Coalición Defensora de Defensores del Medio Ambiente y la Tierra ha identificado tres tendencias generales que han emergido con la pandemia: el mantenimiento de las amenazas contra las/os defensoras/es, la aparición de nuevos tipos de riesgo y la exposición de pueblos indígenas en particular.

 

Propuestas para evitar futuras pandemias

Ha quedado claro cómo el modelo de producción y consumo y en especial el sistema agroalimentario industrializado y globalizado, tiene una parte importante de la responsabilidad de las zoonosis y la pandemia de la COVID-19 en concreto.[25] Así que es urgente y fundamental transformar radicalmente las relaciones entre la sociedad y la naturaleza, y especialmente el sistema agroalimentario, para acoplar de nuevo el sistema económico y social dentro de los límites planetarios y asegurando los niveles de calidad de vida de la población. Las propuestas de la agroecología, que apuntan de hecho a re-localizar la producción y el consumo, cerrar ciclos, garantizar el bienestar animal y respetar los ritmos y funciones de los agroecosistemas y de las personas, parecen ahora más pertinentes que nunca. La llamada a trabajar por “Una Salud” (One Health) ha cobrado protagonismo también en este sentido: es «el esfuerzo de colaboración de múltiples disciplinas que trabajan a nivel local, nacional y mundial, para lograr una salud óptima para las personas, los animales y nuestro medio ambiente», porque toda está conectado.[26] Sin embargo sigue faltando la valentía para emprender el camino del decrecimiento y dejar atrás el extractivismo exacerbado que sustenta el desarrollismo capitalista.

La comunidad científica lleva años advirtiendo de que la destrucción de ecosistemas y la pérdida de biodiversidad fomenta el surgimiento de enfermedades zoonóticas. Es necesario reconocer que las mismas actividades humanas que impulsan el cambio climático y la pérdida de biodiversidad son las que tamién generan riesgo de pandemia a través de sus impactos directos e indirectos en la naturaleza. Además, las consecuencias no han sido iguales para todo el mundo. Hay poblaciones que, especialmente durante la pandemia, se han visto más vulnerabilizadas. Actuar para prevenir riesgos contra futuras pandemias también significa trabajar sobre los ejes de la justicia social y ambiental, poniendo especial énfasis en proteger y respaldar a aquellas comunidades que están defendiendo el medio ambiente y los territorios.

Finalmente, para responder a futuras pandemias se necesita un conocimiento heterogéneo, abordajes interdisciplinares para mejorar la predicción, prevención y respuesta ante futuros eventos. Recientemente, Montserrat Vilá y colaboradores han reclamado la necesidad de perspectiva interdisciplinar sobre las enfermedades infecciosas y la biología de las invasiones podría hacer avanzar ambos campos,[27] y en particular la necesidad de considerar la complejidad de los sistemas socioecológicos y promover un marco que adopte una perspectiva multiescalar y orientada a los sistemas en un contexto de cambio global.[28] Tomar una perspectiva desde los sistemas complejos adaptativos y los sistemas socioecológicos[29] ayudará a comprender las estrechas interrelaciones e interdependencias entre el sistema ecológico y social para entender mejor las relaciones entre naturaleza y pandemia como parte de una red mayor de relaciones.

 

Colectivo Fractal es un espacio de mujeres investigadoras. En este artículo han colaborado las investigadoras Elisa Oteros Rozas (Universitat Oberta de Catalunya), Irene Iniesta Arandia (ICTA - Universitat Autónoma de Barcelona), Cristina Quintas Soriano (Universidad de Almería), Marina García Llorente (Universidad Autónoma de Madrid), Violeta Hevia (Universidad Autónoma de Madrid), Federica Ravera (Universitat de Girona) y Sara Mingorría.

NOTAS:

[1] La OMS define las "infecciones infecciosas emergentes" como "enfermedades infecciosas que han sido identificadas y clasificadas taxonómicamente recientemente”. Algunas parecen ser "nuevas" enfermedades de los seres humanos, otras pueden existir desde hace muchos siglos y han sido reconocidas solo recientemente porque los cambios ecológicos u otros cambios ambientales han aumentado el riesgo de infección humana.

[2] Mark EJ Woolhous y Sonya Gowtage-Sequeria, «Host range and emerging and reemerging pathogens», Emerging Infectious Diseases 11(12):1842-7, 2005, https://doi.org/10.3201/eid1112.050997

[3] Stuart Levin, «Zoonoses», en: Goldman, L. Schafer, A.I. (Eds.), Goldman’s Cecil Medicine, ed. 24ª, W.B. Saunders, Philadelphia, 2012, pp. 1964–1967.

[4] «Prioritizing diseases for research and development in emergency contexts», OMS, página web, s/f.

[5] Raina K. Plowright, Colin R. Parrish, Hamish McCallum, Peter J. Hudson, Albert I Ko, Andrea L. Graham, James O. Lloyd-Smith, «Pathways to zoonotic spillover», Nat. Rev. Microbiol. 15, 502–510, 2017, https://doi.org/10.1038/nrmicro.2017.45

[6] S. Díaz, J. Settele, E. S. Brondízio et al., Informe de Evaluación Mundial sobre la diversidad biológica y los servicios de los ecosistemas. Resumen para los encargados de la formulación de políticas, IPBES, Bonn, 2019,

[7] Felicia Keesing y Richard S. Ostfeld, «Impacts of biodiversity and biodiversity loss on zoonotic diseases», PNAS, 118 (17) e2023540118, 2021, https://doi.org/10.1073/pnas.2023540118

[8] Kathleen LoGiudice, Richard S. Ostfeld, Kenneth A. Schmidt, Felicia Keesing, «The ecology of infectious disease: effects of host diversity and community composition on Lyme disease risk», PNAS 100, 567–571, 2003, https://doi.org/10.1073/pnas.0233733100

[9] A Marm Kilpatrick,. «Globalization, Land Use, and the Invasion of West Nile Virus», Science 334: 323-327, 2011, https://doi.org/10.1126/science.1201010

[10] LoGiudice et al., 2003, op.cit.

[11] David J. Civitello, Jeremy Cohen, Hiba Fatima, Neal T Halstead, Josue Liriano, Taegan A McMahon, C Nicole Ortega, Erin Louise Sauer, Tanya Sehgal, Suzanne Young, Jason R Rohr, «Biodiversity inhibits parasites: Broad evidence for the dilution effect», PNAS, 112: 8667-8671, 2015, https://doi.org/10.1073/pnas.1506279112

[12] F Keesing, RD Holt, RS Ostfeld, «Effects of species diversity on disease risk», Ecology Letters, 9: 485-498, 2006, https://doi.org/10.1111/j.1461-0248.2006.00885.x

[13] Para ampliar en este sentido se puede consultar el trabajo de Randolph y Dobson, quienes hicieron una crítica a la manera en que se estaba dando por sentado la ubicuidad del efecto de dilusión (https://dspace.stir.ac.uk/bitstream/1893/17673/1/Pangloss%20revisited.pdf); la respuesta de https://www.cambridge.org/core/journals/parasitology/article/abs/candide-response-to-panglossian-accusations-by-randolph-and-dobson-biodiversity-buffers-disease/C2784AE4150C159B9CD0AEC6FC469199

[14] Shima Hamidi, Sadegh Sabouri, Reid Ewing, «Does Density Aggravate the COVID-19 Pandemic?», Journal of the American Planning Association, 86:4, 495-509, 2020,  https://doi.org/10.1080/01944363.2020.1777891

[15] Serina Chang, Emma Pierson, Pang Wei Koh, Jaline Gerardin, Beth Redbird, David Grusky, Jure Leskovec, «Mobility network models of COVID-19 explain inequities and inform reopening», Nature, 589: 82–87, 2021, https://doi.org/10.1038/s41586-020-2923-3

[16] Helen E. Roy, Sven Bacher, Franz Essl, Tim Adriaens, David C. Aldridge, John D. D. Bishop, Tim M. Blackburn, Etienne Branquart, Juliet Brodie, Carles Carboneras, Elizabeth J. Cottier-Cook, Gordon H. Copp, Hannah J. Dean, Jørgen Eilenberg, Belinda Gallardo, Mariana Garcia, Emili García-Berthou, Piero Genovesi, Philip E. Hulme, Marc Kenis, Francis Kerckhof, Marianne Kettunen, Dan Minchin, Wolfgang Nentwig, Ana Nieto, Jan Pergl, Oliver L. Pescott, Jodey M. Peyton, Cristina Preda, Alain Roques, Steph L. Rorke, Riccardo Scalera, Stefan Schindler, Karsten Schönrogge, Jack Sewell, Wojciech Solarz, Alan J. A. Stewart, Elena Tricarico, Sonia Vanderhoeven, Gerard van der Velde, Montserrat Vilà, Christine A. Wood, Argyro Zenetos, Wolfgang Rabitsch, «Developing a list of invasive alien species likely to threaten biodiversity and ecosystems in the European Union», Glob Chang Biol, 25:1032–1048, 2019, https://doi.org/10.1111/gcb.14527

[17] Motserrat Vilá, Alisson M. Dunn, Franz Essl, Elena Gómez-Díaz, Philip E. Hulme, Jonathan M. Jeschke, Martín A. Núñez, Richard S. Ostfeld, Aníbal Pauchard, Anthony Ricciardi, Belinda Gallardo, «Viewing Emerging Human Infectious Epidemics through the Lens of Invasion Biology», BioScience, biab047, 2021, https://doi.org/10.1093/biosci/biab047

[18] Charles Perrings, Katharina Dehnen-Schmutz, Julia Touza, Mark Williamson, «How to manage biological invasions under globalization», Trends in Ecology and Evolution, 20(5): 212–15, 2005, https://doi.org/10.1016/j.tree.2005.02.011

[19] Laura A. Meyerson, Harold A. Mooney, 2007. «Invasive alien species in an era of globalization», Frontiers in Ecology and the Environment, 5: 199–208, 2007, https://doi.org/10.1890/1540-9295(2007)5[199:IASIAE]2.0.CO;2

[20] Osvaldo E. Sala, F. Stuart Chapin III, Juan J. Armesto, Eric Berlow, Janine Bloomfield, Rodolfo Dirzo, Elisabeth Huber-Sanwald, Laura F. Huenneke, Robert B. Jackson, Ann Kinzig, Rik Leemans, David M. Lodge, Harold A. Mooney, Martin Oesterheld, N. LeRoy Poff,  Martin T. Sykes, Brian H. Walker, Marilyn Walker, Diana H. Wall, «Global Biodiversity Scenarios for the Year 2100», Science, 287: 1770-1774, 2000, https://doi.org/10.1126/science.287.5459.1770

[21] Hellas Cena y Marcello Chieppa, «Coronavirus Disease (COVID-19–SARS-CoV-2) and Nutrition: Is Infection in Italy Suggesting a Connection?», Front. Immunol. 11:944, 2020, https://doi.org/10.3389/fimmu.2020.00944

[22] Global Conservation Rollbacks Tracker. ,

[23] Véase a modo de ejemplo: https://www.ecologistasenaccion.org/146703/con-la-excusa-de-la-covid-la-junta-suprime-la-licencia-ambiental-en-castilla-y-leon/ o https://theconversation.com/la-pandemia-de-decretos-leyes-que-ponen-en-riesgo-el-medioambiente-140652

[24] «COVID-19: “no es una excusa” para retroceder en la protección y aplicación medioambiental, afirma un experto de las Naciones Unidas en derechos», ACNUR, Ginebra, 15 de abril de 2020.

[25] Rivera-Ferre MG, López-i-Gelats F, Ravera F, Oteros-Rozas E, di Masso M, Binimelis R, El Bilali H., «The two-way relationship between food systems and the COVID19 pandemic: causes and consequences», Agricultural Systems, 191: 103134, 2021, https://doi.org/10.1016/j.agsy.2021.103134

[26] «One Health : A New Professional Imperative», 2018. American Veterinary Medical Association, 2018, p. 9, [consulta: 20 de agosto de 2017]

[27] Vilá et al., 2021, op.cit.

[28] Graeme S. Cumming, Celia Abolnik, Alexandre Caron, Nicolas Gaidet, John Grewar, Eleonore Hellard, Dominic A. W. Henry, Chevonne Reynolds, «A social–ecological approach to landscape epidemiology: geographic variation and avian influenza», Landscape Ecology, 30: 963–985, 2015, https://doi.org/10.1007/s10980-015-0182-8

[29] Rodrigo Arce Rojas, «Relaciones naturaleza y pandemia desde la perspectiva de los sistemas complejos adaptativos», Pluriversidad, 6: 13-31, 2020, https://doi.org/10.31381/pluriver  sidad.v0i6.362

 

Acceso al artículo completo en formato pdf: Raíces socioecológicas de una pandemia prevista

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Pandemia posnormal: las múltiples voces del conocimiento

Pandemia posnormal: las múltiples voces del conocimiento es el título del artículo de Silvio Funtowicz y Cecilia Hidalgo publicado en la sección ENSAYO del número 154 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global

La pandemia Covid-19 ha puesto en tela de juicio el papel de la ciencia en problemas complejos y ha subrayado la relevancia de las ideas y conceptos de la ciencia posnormal (CPN).

¿Cuál es la originalidad de CPN?

Poner entre paréntesis el ideal de la Verdad, un lujo que no podemos permitirnos en tiempos de crisis y, en función de un propósito común, concentrar esfuerzos en la evaluación de la Calidad de los procesos y productos que informan y legitiman la acción política. Para ello, la CPN propone una extensión de la comunidad de evaluadores más allá de los expertos acreditados, reconociendo que el conocimiento útil para afrontar cuestiones sociales complejas, prácticas y políticas es inclusivo y plural.

El contexto mundial pandémico ha actualizado el interés sobre la ciencia posnormal (CPN), una perspectiva que desde hace ya cuarenta años propone nuevos modelos acerca de la ciencia que se aplica como base de legitimación para la formulación de políticas frente a problemas complejos. Es que la COVID-19 ha dejado expuestas amplias brechas de conocimiento, incertidumbre, conflictos de valores, intereses y visiones contrastantes no solo acerca de la enfermedad sino también acerca de la sociedad.

La CPN forma parte de un movimiento más amplio de democratización de la ciencia y del conocimiento. No es un nuevo paradigma científico que busca transformarse en un método estandarizado, sino un conjunto de ideas y conceptos con consecuencias para la práctica de la investigación y la política en un sentido amplio. Es una perspectiva que deja en suspenso consideraciones acerca de la verdad del conocimiento científico para concentrarse en la calidad de los procesos, que siempre están en relación con un objetivo y un propósito, definidos fundamentalmente en el ámbito político-social de cada comunidad.

Distintos aspectos de la práctica científica, con centro en métodos de diagnóstico- tratamiento clínicos y generación de vacunas, se han movilizado y han recibido apoyo financiero en una escala verdaderamente histórica. No obstante, el conocimiento en áreas cruciales todavía está sumergido en la ignorancia (fuentes del virus, su evolución, mutaciones, inmunidad de los infectados, reinfecciones y consecuencias a futuro, entre muchas otras). La experticia en que se basa el asesoramiento sobre políticas relativas a la COVID-19 corresponde, en el mejor de los casos, a suposiciones especulativas sobre el virus mismo y sobre hasta qué punto es posible controlar y predecir cómo se comportarán las personas en distintas sociedades. Reconocidos expertos hacen visibles divergencias irresueltas de perspectiva con respecto a la utilidad, límites y peligros de tales especulaciones, avivando la memoria del público sobre experiencias previas de improvisación y cacofonía.

Lo que “se sabe que no se sabe” incluye elementos clave de epidemiología como la prevalencia real del virus en la población, el papel de los casos asintomáticos en la rápida propagación del virus y sus mutaciones, el grado en que los humanos desarrollan inmunidad, las vías de exposición dominantes, el comportamiento estacional de la enfermedad; y también factores sociales clave, como la aceptación de la población a las medidas de aislamiento o distanciamiento social, el uso de mascarillas en los espacios públicos, la escasa capacidad de prevención de los sectores más vulnerables de la población, la saturación de las capacidades hospitalarias y de los servicios de salud pública; la reducción, cierre o desaparición de empresas y empleos; la desigual distribución mundial de las escasas vacunas disponibles. Ante el coronavirus cualquier tipo de predicción cuantitativa se muestra especulativa y poco confiable, en tanto “respuesta numérica” resultado de modelos matemáticos que producen cuantificaciones precisas, obtenidas solo a costa de omitir o menospreciar las incertidumbres asociadas.

El conocimiento en áreas cruciales todavía está sumergido en la ignorancia: fuentes del virus, su evolución, mutaciones, inmunidad de los infectados, reinfecciones y consecuencias a futuro.

En todas partes asistimos a un quiebre del consenso epistémico que se requiere para hacer que la ciencia normal funcione. Esto está sucediendo no solo en los campos en que era esperable: psicología conductual, sociología y ética, sino también en virología, genética y epidemiología. En otras palabras, cuando quienes se dedican a la ciencia aplicada o a la consultoría profesional ya no están en sus zonas de confort, sino que se encuentran en un contexto que ya no es el normal sino posnormal, cambia el significado de lo que es ser adecuado al propósito. Incluso en los campos científicos establecidos, en la actualidad es imposible ocultar los desacuerdos o imponer el consenso al público general. De allí que abunden la disidencia y la controversia en torno a la justificación de las medidas de acción que se toman cotidianamente.

El estado actual del conocimiento científico no es capaz de garantizar la predicción absoluta y el control sobre cualquier tipo de perturbación que podamos experimentar en el futuro. Así las cosas, probablemente sería mucho más efectivo que nuestras sociedades fueran orientadas a actuar en búsqueda de resiliencia y no bajo el supuesto de que los recursos deberían asignarse de acuerdo a una estrategia de predicción y control.

 

Limitaciones de la ciencia normal cuando las condiciones son posnormales

El siguiente diagrama (Diagrama 1) muestra la estrategia de resolución de problemas (simples) en el Estado moderno, que comienza después de los tratados de Westfalia (1648). El sistema de legitimación de la acción política del Estado moderno toma como insumo privilegiado a la ciencia, a la que atribuye la capacidad de proporcionar evidencia cuantitativa objetiva y neutral. Ya no es Dios o el monarca sino la ciencia quien define la acción política del Estado moderno. Elocuente en este sentido es el desarrollo de la estadística en tanto disciplina orientada a proveer al Estado indicadores cuantitativos que permitan a las instituciones de gobernanza predecir, controlar y gestionar racionalmente.

La idea es sencilla: (a) que cualquier problema práctico-político se puede traducir como un problema técnico-científico; y (b) que la resolución del problema técnico-científico resuelve el problema práctico-político. Esta idea es fundante en el Estado moderno: cuando se habla de la ciencia se habla de la verdad, de los hechos, mientras que cuando se habla de la sociedad se habla del bien, de valores e intereses.

El modelo moderno de resolución de problemas preveía la estricta separación entre hechos (el territorio de la ciencia) y valores (el territorio de la gobernanza), y un proceso en el que, obtenida la verdad, se procedía a la acción política para el bien común. Históricamente este modelo funcionó muy bien, la ciencia y la tecnología se desarrollaron extraordinariamente y las instituciones de gobernanza maduraron. Los estados modernos —incluso pequeños países europeos— se convirtieron en potencias coloniales que conquistaron el mundo e impusieron el modelo.

 

Avanzando rápidamente en el tiempo, podemos argumentar que el triunfalismo y optimismo sobre el desarrollo de la ciencia y el crecimiento económico empiezan a ser matizados a inicios de la década de los sesenta y encuentra un hito en la Conferencia de Río de Janeiro, Brasil, de 1992, donde se introduce lo que se conoce como el principio de precaución.

En su Primavera Silenciosa,[1] Rachel Carson revela la ambigüedad y las patologías ocultas del crecimiento y la tecnociencia; el mismo año, Thomas Kuhn, en la Estructura de las Revoluciones Científicas,[2] cuestiona el ideal de progreso científico de la modernidad; un año después Derek de Solla Price publica un libro menos conocido pero igualmente importante Little Science Big Science[3] donde cuestiona el crecimiento exponencial de la ciencia, anticipando serios problemas de control de calidad de la producción científica. Derek Price es el padre de los indicadores cuantitativos de excelencia científica que todos los académicos conocen y temen. La justificación de la introducción de estos indicadores es simple: cuando la ciencia era pequeña, los miembros de una comunidad disciplinar se conocían entre sí y el proceso de evaluación de calidad era informal. Cuando la ciencia se convierte en grande, se industrializa, los miembros de la comunidad dejan de conocerse y es necesario formalizar la evaluación de la calidad.

Tal industrialización es la culminación de un proceso que ve a la ciencia convertirse en el motor principal del crecimiento económico después de la Segunda Guerra Mundial, justificado por su contribución al esfuerzo bélico. Cabe señalar que no solo los físicos trabajaron para construir la bomba atómica, sino científicos como Alan Turing y otros matemáticos y lógicos que desarrollaron la investigación operativa que continuaría luego con la teoría de las decisiones. La conexión cada vez más estrecha entre la tecnociencia y la sociedad tuvo profundas consecuencias no solo para el crecimiento económico, sino también para el modelo de legitimación de las decisiones y de la acción política. Por no hablar de las transformaciones correspondientes en el ámbito académico.

La conciencia sobre las patologías denunciadas por Rachel Carson se refleja, por ejemplo, en el surgimiento de movimientos ambientalistas y va trascendiendo a otros ámbitos a medida que la tecnociencia se va convirtiendo en omnipresente, con influencia en casi todos los aspectos de la vida humana, incluso los más íntimos. Hasta ese momento no se ponía en duda que si una cuestión práctico-política se podía expresar científicamente, también se la podía resolver científicamente. Pero en los años setenta, Alvin Weinberg introduce el término “trans-ciencia” para definir escenarios de riesgo que aún cuando pueden expresarse en el lenguaje de la ciencia, no pueden ser resueltos científicamente[4]. El problema de Weinberg era si los efectos de las emisiones de rutina de una central de energía nuclear sobre la salud humana se podían establecer científicamente con un alto grado de fiabilidad. Ante su conclusión negativa se hizo evidente para muchos que casi todos los grandes problemas generados en la sociedad denominada “sociedad del riesgo” eran de carácter transcientífico. En ese momento la legitimidad de la acción política basada en la ciencia empieza a vacilar y se producen distintos episodios que señalan un cambio importante en la conciencia colectiva acerca del rol de la ciencia. Como ejemplo, hacia fines de la década de 1970 cuando emerge el movimiento conocido como epidemiología popular como reacción a casos de contaminación local y enfermedades que los expertos acreditados ignoran o no reconocen. En Latinoamérica, es un caso emblemático el reclamo contra el uso extensivo del glifosato en la producción de soja que se generalizó con la expansión de la frontera agropecuaria, la liberalización de los transgénicos y el paquete tecnológico de siembra directa asociado.[5]

 La conexión cada vez más estrecha entre la tecnociencia y la sociedad tuvo profundas consecuencias no solo para el crecimiento económico, sino también para el modelo de legitimación de las decisiones y de la acción política.

Un hito en el proceso de concienciación corresponde a la Conferencia de Rio de Janeiro de 1992, que confiere estatus internacional a la necesidad de dar solución a las crisis ambientales. La sostenibilidad se convierte en un objetivo público y en el capítulo denominado Agenda 21 se introduce lo que se conoce como el principio de precaución, que posteriormente se extendería del ambiente a la salud. ¿Cuál es el objetivo del principio de precaución? Resolver la anomalía del modelo moderno extendiendo la legitimidad de la acción también a casos en los cuales existe incertidumbre. A los fines de la protección del medio ambiente, el principio afirma, entre otras cosas:

Ante daño grave o irreversible, la falta de certeza científica absoluta no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas.

Tal formulación del principio.[6] se entiende precisamente en relación con el régimen de legitimación de la acción política del Estado moderno, en el cual la acción política es legítima solo en caso de certeza científica. Es sorprendente que aun cuando el principio se refiere a la acción política en caso de incertidumbre, la palabra “incertidumbre” no figura en el texto, lo que sugiere dos preguntas:

(1) ¿Por qué no aparece explícitamente?

(2) ¿Incertidumbre es lo mismo que falta de certeza científica absoluta?

No debe subestimarse la importancia y la dificultad de aceptar un principio como este, cuya implementación implica cambios institucionales sustantivos, que pueden llegar incluso a la necesidad de reformas constitucionales.

La estrategia moderna de resolución de problemas práctico-políticos pierde sentido cuando los problemas ya no son concebidos como simples o meramente complicados (un conjunto de problemas simples organizados linealmente). Cuando el problema práctico-político es concebido como complejo, se transforma en ambiguo y aquella estrategia deja de ser aplicable.

 

Una ciencia que responda a condiciones posnormales

A principios de los años ochenta, reflexionando acerca de una serie de cuestiones prácticas y políticas complejas que se traducen en problemas tecnocientíficos igualmente complejos y no simples o lineales, Silvio Funtowicz y Jerry Ravetz comenzaron a desarrollar lo que hoy se denomina CPN (ciencia posnormal). En sus primeros trabajos comienzan a elucidar las dificultades políticas que plantea lo que Weinberg identificara como trasnciencia a la hora de caracterizar un tipo de ciencia que enfrenta el desafío de las cuestiones políticas atinentes al riesgo y el ambiente.[7] Para ello, acuñaron el término “posnormal” en claro contraste con la actividad científica ordinaria de las ciencias maduras descrita por Thomas Kuhn como “ciencia normal”. En sus análisis juega un rol fundamental la crítica a cómo se expresa y comunica la incertidumbre en el campo del análisis de riesgos, en particular, la incertidumbre que concierne a los resultados cuantitativos. Hacia 1990 crearon el sistema NUSAP y publicaron el libro Uncertainty and quality in science for policy.[8]

¿Cuáles son las características de los problemas que definen a la CPN?[9]

  • Los hechos son inciertos.
  • Existe una pluralidad de valores, usualmente en conflicto.
  • Lo que se pone en juego es potencialmente muy elevado.
  • Las decisiones son urgentes.

Es importante señalar que las características que la CPN introduce son criterios considerados externalidades a la ciencia. Incluso la primera puede ser interpretada irónicamente: ¿cómo es posible que un hecho sea incierto?

Se advierte con facilidad que las cuatro son características de la crisis de la COVID-19 y de tantas otras crisis como las atientes al clima, la biodiversidad, la sostenibilidad, junto a la gran mayoría de las cuestiones políticas y prácticas que nos preocupan. A diferencia de otras formas de concebir el desarrollo actual de la ciencia, para la ciencia posnormal la complejidad de los problemas y su ambigüedad son inherentes. Decir que un problema es ambiguo significa reconocer que se da la coexistencia de una pluralidad de perspectivas legítimas, pero no se pueden reducir unas a otras. Estos problemas ya no son simples o meramente complicados sino malvados (wicked): son ambiguos e implican cuestiones decisionales. Para enfrentarlos se debe trabajar con la diversidad y pluralidad de perspectivas, con la incertidumbre, la indeterminación e incluso la ignorancia. Hablamos de ambigüedad y no de relativismo, que puede entenderse como un principio sano de puesta en cuestión de posiciones alternativas. La CPN reconoce la importancia de la cuestión de la verdad, pero considera que lo que es preciso valorar del conocimiento que provee la ciencia no es el rigor o el método sino su calidad, entendida como una relación armoniosa de adecuación (fitness) a un propósito o una función social, relación que se construye a través de un proceso político.

En Latinoamérica, donde muchos países no han logrado una industrialización plena y la búsqueda de “modernización” aparece reiteradamente como un ideal fuera de toda disputa, los debates alrededor de la agroindustria, la producción minera, la agenda de investigación vacante y los cursos de acción a seguir para afrontar el cambio global, entre muchos otros ejemplos, ilustran este punto.[10] Queda en evidencia la parcialidad de perspectiva de los expertos científicos o los administradores gubernamentales, quienes ya no son los únicos participantes legítimos en los debates. En consonancia con alegatos de larga data entre activistas civiles, movimientos sociales y voces de las ciencias humanas y la ética, hoy se reconoce la autonomía y conocimiento de los agentes "legos" y son cada vez más comunes las formas de organización de la investigación que se orientan a apoyar la toma de decisiones, a proporcionar estimaciones directas de la incertidumbre y a satisfacer las necesidades de los sectores más sensibles a los problemas que se investigan. Formas que instan a la coproducción del conocimiento e implican la colaboración entre investigadores, agentes sociales y funcionarios gubernamentales.

 

Calidad y pertinencia a un propósito socialmente establecido

El diagrama que sigue (Diagrama 2) representa la relación entre dos dimensiones, la incertidumbre del sistema y lo que se pone en juego en las decisiones. Ambas dimensiones no son independientes, la incertidumbre emerge de aquello que se está poniendo en juego.

 

 

Se tornan centrales el reconocimiento de distintos tipos de incertidumbre, la inclusión de otros tipos de conocimiento, fundamentalmente el conocimiento práctico-local, el conocimiento de vivir y hacer. En este caso quienes determinan los propósitos, quienes valoran la calidad, los actores que evalúan la adecuación de las decisiones constituyen una comunidad distinta, plural, más extendida.

¿Cuál es la originalidad de la CPN? Poner entre paréntesis el ideal de verdad, un lujo que no nos podemos permitir en tiempos de crisis, y concentrar los esfuerzos en la calidad. Evaluar la calidad de los procesos y productos que informan y dan legitimidad a la acción política en función de un propósito compartido. La cuestión por evaluar no es la verdad de la propuesta científica sino si se ajusta y es pertinente a un propósito establecido socialmente.

La pandemia ha demostrado que la ciencia no habla con una sola voz; aún nos falta aprender que el conocimiento nos habla con muchas voces. 

En este sentido, la CPN propone una extensión de la comunidad de evaluadores más allá de los de los expertos acreditados, reconociendo que el conocimiento útil a la resolución de las cuestiones complejas, prácticas y políticas de una sociedad, es inclusivo y plural. La pandemia ha demostrado que la ciencia no habla con una sola voz, pero aún nos falta aprender que el conocimiento nos habla con muchas voces.

La llamamos comunidad extendida o ampliada de pares para recordar que, en el modelo de resolución de problemas del Estado moderno, la evaluación de calidad está reservada a los expertos disciplinares, aquellos que estudiaron en las mismas instituciones académicas y publican en las mismas revistas científicas. A medida que crece la incertidumbre o lo que se pone en juego, se reconoce una extensión de los evaluadores de calidad; por ejemplo, el contrato social de la medicina y la ingeniería es diferente del de la ciencia.

La CPN no renuncia al conocimiento y la pericia de los expertos científicos o técnicos, sino que los sitúa en su contexto adecuado. No postula que todos debemos saber hacer una operación de corazón o volar un jet, o que hay que organizar un proceso participativo para establecer las leyes de la termodinámica.

 

¿Nueva normalidad pospandemia?

Este es un momento muy particular, la COVID-19 y sus consecuencias han obligado a cambios impensables poco tiempo atrás, demostrando la capacidad de adaptación de la gente, incluyendo la adaptación a distintos grados de confinamiento y modalidades virtuales de comunicación. Al respecto, debemos responder dos preguntas:

¿Es posible volver a la normalidad pre-COVID?

¿Es deseable retornar a la normalidad pre-COVID?

Con relación a la primera pregunta, parece improbable revertir los efectos de la pandemia: pérdida de empleos y actividades comerciales y culturales, adopción permanente de medidas de precaución (mascarillas, distancia física, comunicación en modalidad virtual), consecuencias traumáticas (humanas, sociales y psicológicas), implementación de tecnologías de rastreo potencialmente invasivas, etc. Pero es la segunda pregunta la que nos interesa en este trabajo: ¿Es deseable retornar a la normalidad pre-COVID? Nuestra respuesta es que, aun si se pudiese retornar a la aparente normalidad pre-COVID, no debemos hacerlo.

Es importante no olvidar los debates sobre los grandes desafíos preexistentes a la pandemia y que no han desaparecido: las perturbaciones serias a los ecosistemas y al clima, la falta de progreso hacia la sostenibilidad, las crecientes y escandalosas desigualdades políticas y socioeconómicas, las tentaciones políticas autoritarias y la debilidad de las instituciones democráticas.

El virus no ha eliminado los desafíos de nuestra época, por el contrario, los ha agravado. Tales retos ilustran un sistema ya en crisis mucho antes de la COVID-19.  Después de mucho tiempo, y en realidad solo recientemente, se ha extendido entre amplios sectores sociales el cuestionamiento al triunfalismo de la narración del progreso de la ciencia y el crecimiento económico y social. En este sentido, la COVID-19 ha mostrado aspectos innovadores dignos de reflexión. ¿Cuáles son estos aspectos innovadores?

Es cierto que casi todos los gobiernos han legitimado decisiones, en algunos casos con medidas muy drásticas, alegando que «seguían los dictados de la ciencia» (follow the science), un tipo de justificación perfectamente consistente con el marco de referencia vigente desde los orígenes del Estado Moderno. Pero el público ha seguido de cerca, prácticamente a diario, el conocimiento científico que se iba generando y ha reclamado información completa y adecuada como fundamento básico para el ejercicio de libertades fundamentales. De este modo, ha asistido casi en primera fila a grandes debates públicos entre expertos, que cándidamente reconocían incertidumbre (e ignorancia) y desacuerdos; común en las ciencias sociales y humanidades, pero raramente visto en disciplinas biomédicas maduras.

En Europa y los EEUU solo en pocas ocasiones anteriores se había visto a expertos discutir acaloradamente y exhibir graves desacuerdos en público, tal vez el ejemplo más claro sea la BSE (o la enfermedad de la vaca loca) al final de la década de los ochenta, o los de la aftosa humana boca-manos-pies, el SARS, la gripe H1N1 y toda una serie de otros desastres que comparten características similares a la de la pandemia COVID y parecen ser exactamente el tipo de situaciones para cuyo abordaje ha sido diseñada la CPN.

En Latinoamérica, donde las diferencias entre expertos son moneda corriente, se ha dado una notoria diferencia entre crisis como la pandemia y los casos que son objeto de discusión continua como, por ejemplo, el uso de transgénicos o agroquímicos en la agricultura o los megaproyectos de ingeniería. En estos últimos, las discusiones se dan entre expertos de partes: los expertos de los que proponen y los expertos de los que se oponen. En general, se puede decir que se da una contienda entre dos o más certezas contradictorias.[11] Pero en relación con la COVID hemos visto expertos y autoridades que declaraban tanto conocimiento de lo que ignoraban como ignorancia de lo que ignoraban. Y prácticamente no hemos visto intentos de forzar el consenso científico. En todo el mundo parece haberse aprendido que el conocimiento no se expresa con una sola voz.

Sin embargo y generalizando, esta cautela —que en algunos casos roza la humildad— se ha insertado en una estructura de asesoramiento científico muy conservadora. Los expertos que componían los comités han sido de una falta de diversidad notable, no solo de género, sino también en cuanto al conocimiento y experiencia que representan. Una colección que incluyó preferentemente la elite biomédica y economistas, simbolizando el encuadre del problema en el falso dilema de salvar vidas o salvar la economía. Otros tipos de conocimiento, incluido el local, práctico y experiencial, han sido raramente considerados. Pensemos en las consecuencias de confinar familias en alojamientos inadecuados, muchas con historias de violencia y abuso, o en recomendar medidas de higiene imposibles de implementar para muchos. Hemos visto también una carrera poco edificante por anunciar resultados incompletos, metodológicamente dudosos y no evaluados adecuadamente, que ha hecho avergonzar a publicaciones de prestigio. Situación ya preexistente con serios problemas de reproducibilidad de los resultados científicos y un sistema de evaluación académica en crisis.

 

Conclusión

L'illusione è la gramigna più tenace della coscienza collettiva; la storia insegna, ma non ha scolari (Da Italia e Spagna, L'Ordine Nuovo, 11 marzo 1921, anno I, n. 70)

Antonio Gramsci

El modelo de resolución de problemas y de legitimación del Estado moderno es obsoleto para afrontar los retos del presente. La estrategia que funcionó exitosamente y dio como resultado crecimiento y desarrollo en otras épocas no puede hacer frente a desafíos actuales como los que plantea la catástrofe de la pandemia COVID-19.

Sin embargo, las catástrofes son y han sido oportunidades, donde la posibilidad del cambio es ponderada en relación con la tragedia que el desastre conlleva. Recordemos, por ejemplo, el gran terremoto de Lisboa (1755) que desencadenó importantes debates acerca de la necesidad de cambios fundamentales en los que participaron entre otros Voltaire y Rousseau. No perdamos la oportunidad de que una crisis tan dolorosa como la que atravesamos deje lugar a la nostalgia y la añoranza de una normalidad pre-COVID que no toma en cuenta lo aprendido y naturaliza un sistema socioeconómico en extremo injusto y al borde del colapso ambiental.

El conocimiento práctico, experiencial situado, adquirido por vivir en un cierto lugar y condición no es inferior a un conocimiento que se pretende objetivo. 

La CPN plantea una reforma en la cual la extensión democrática al derecho al conocimiento es no solo políticamente eficaz o éticamente justa, sino que también potencia la calidad de la evidencia tecnocientífica en los procesos de decisión para la acción orientada al bien común. La CPN reconoce como paritario el conocimiento creado histórica y culturalmente fuera del ámbito científico. No se trata solamente de reconocer que los campesinos y los pescadores tienen conocimientos válidos y útiles. No basta solo con “saber qué” sino también “saber cómo”. El conocimiento práctico, experiencial, situado, adquirido por vivir en un cierto lugar y condición no es inferior a un conocimiento que se pretende objetivo,  una visión neutral que se da desde ninguna parte.

Hace 100 años, el filósofo y político Antonio Gramsci, escribía que la historia enseña, pero no tiene alumnos. Refutemos a Gramsci, apostemos a cierto tipo de cultura o civilización donde la memoria y el conocimiento de todos dé lugar al aprendizaje.

El sistema ya estaba en crisis antes de la COVID-19 y la pandemia nos brinda la oportunidad de no retornar a la aparente normalidad pre-COVID, la ocasión de apropiarnos de lo que hemos aprendido en estos largos meses. Por cierto, los desafíos no tienen una resolución simple. Tenemos que convivir en complejidad y aprender cómo hacerlo.

El qué hacer dependerá de la calidad del proceso, necesariamente plural e inclusivo, reconociendo el gran diferencial de poder existente. Tenemos que confiar en que, si tenemos éxito en la creación de un proceso de alta calidad, el qué hacer, finalmente emergerá.

 

Silvio Funtowicz es miembro del Centre for the Study of the Sciences & the Humanities (SVT) de la University of Bergen (UiB).

Cecilia Hidalgo pertenece al Instituto de Ciencias Antropológicas (ICA) de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

 

NOTAS:

[1] Rachel L. Carson, Silent Spring, Boston, MA: Houghton Mifflin Company, 1962. [Hay traducción al español: Primavera silenciosa, editorial Crítica, Madrid, 2005].

[2] Thomas Kuhn, The Structure of Scientific Revolutions, The University of Chicago Press, Chicago, 1962. [Hay traducción en español: La estructura de las revoluciones científicas, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1971].

[3] Derek J. De Solla Price, Little Science, Big Science, Columbia University Press, 1963.

[4] Alvin Weinberg, «Science and tran-science», Minerva, 10, 1972, págs. 209-222.

[5] Véase también Atlas Global de Justicia Ambiental, creado por Joan Martínez Alier y Federico Demaria, Institut de Ciència i Tecnologia Ambiental (ICTA) de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y un equipo internacional de expertos, que documenta la expansión de los litigios de raíz ecológica en todo el planeta y demuestra la insostenibilidad del actual modelo económico.

[6] Es importante aclarar que existen otras definiciones del principio de precaución, véase Van der Sluijs, J.P., M. Kaiser, S. Beder, V. Hosle, A. Kemelmajer de Carlucci, A. Kinzig, The Precautionary Principle, UNESCO, Paris Cedex, París, France, marzo de 2005, 54 pp.

[7] Steve Rayner y Daniel Sarewitz, «Policy making in the post-truth world. On the limits of sciencia and the rise of Inappropriate Expertise», Breakthrough Journal núm.13, invierno 2021.

[8] Silvio Funtowicz y Jerome Ravetz, Uncertainty and quality in science for policy, Kluwer Academic Publishers, Dordrecht, 1990.

[9] Silvio Funtowicz y Jerome Ravetz, «Science for the post-normal age», Futures, 31(7): 1993,735-755, 2020;  Silvio Funtowicz y Jerome Ravetz, La ciencia posnormal. Ciencia con la gente, Icaria, Barcelona, 2000 (Primera edición como Epistemología política. Ciencia con la gente, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1993).

[10] Silvio Funtowicz y Cecilia Hidalgo, «Ciencia y política con la gente en tiempos de incertidumbre, conflicto de intereses e indeterminación», en José A. López Cerezo, Francisco Javier Gómez González (eds.), Apropiación social de la ciencia, Biblioteca Nueva, Madrid, 2008; Renzo Taddei y Cecilia Hidalgo, «Antropología Posnormal», Cuadernos de Antropología Social, núm. 42, FFyL-UBA, 2016;  Cecilia Hidalgo, «Interdisciplinarity and Knowledge Networking: Co-Production Of Climate Authoritative Knowledge In Southern South America», Issues in Interdisciplinary Studies, Association For Interdisciplinary Studies, núm. 34, 2016.

[11] Michael Thompson y Michael Warburton, «Decision Making Under Contradictory Certainties: How to save the Himalayas when you can’t find what's wrong with them», J. Applied Systems Analysis, 12, pp. 3-34,  1985.

 

Acceso al artículo en formato pdf: Pandemia posnormal: las múltiples voces del conocimiento.


Entrevista a César Rendueles

El número 152  de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global publica una entrevista que José Bellver realiza a César Rendueles sobre las bases materiales de la polarización, una polarización en el plano político que ocupa actualmente portadas y titulares de periódicos (o revistas como esta misma) y telediarios. Pero también conviene seguir el rastro de la fragmentación ideológica y afectiva que parece estar afectando crecientemente a nuestras sociedades.

La fragilización social, la disminución de la solidaridad comunitaria y el aumento de la desconfianza colectiva han sido, a lo largo de la historia, rasgos comunes cuando se incrementa la desigualdad.

Así lo atestigua en su último libro César Rendueles (Girona, 1975), sociólogo y filósofo, que desde  su  –muy reconocido– primer libro de ensayo, Sociofobia (Capitán Swing, 2013), viene denunciando cómo el capitalismo constituye un sistema destructor de las relaciones comunitarias y los vínculos sociales que resultan imprescindibles en cualquier proyecto de vida buena. A su opera prima le siguieron dos obras, Capitalismo canalla (Seix Barral, 2015) y En bruto (Catarata, 2016), que lo consolidaron como uno de los más destacados pensadores del panorama actual.

En Contra la igualdad de oportunidades (Seix Barral, 2020), que el propio autor reivindica de manera provocadora como panfleto igualitarista, Rendueles ahonda el carácter corrosivo de la desigualdad y en la reivindicación de la centralidad social, cultural y ética que ha de tener la igualdad en las políticas emancipadoras contemporáneas frente a la perversión meritocrática del igualitarismo.

 

 JOSÉ BELLVER (JB): En varios pasajes de tu último libro subrayas la estrecha relación que existe entre igualdad y cohesión social. Por tanto, podemos entender que, a la inversa, la polarización política y social que vivimos actualmente encuentra sus raíces en el aumento de la desigualdad económica. ¿Lo ves así? ¿Se conecta esto con el malestar social que ha dado lugar a la oleada populista en tantos lugares del mundo, pero especialmente en los países occidentales en los últimos años?

CÉSAR RENDUELES (CR): Los estudios sobre los efectos de la desigualdad material han experimentado un salto cualitativo en las últimas décadas. Cada vez somos más conscientes de que la desigualdad está estrechamente correlacionada con un abanico de problemas y malestares sociales amplísimo. No estamos muy seguros de cuáles son los mecanismos causales implicados pero hay una conexión fuerte entre desigualdad, esperanza de vida, enfermedades mentales, delincuencia, resultados educativos…

Tradicionalmente se había achacado la proliferación de este tipo de problemas a la pobreza pero ahora sabemos que, al menos en las sociedades más ricas, son más frecuentes cuanta más desigualdad existe, con independencia de la situación absoluta de los más pobres. A partir de cierto nivel de bienestar material, más o menos el de los países de la OCDE, incluso cuando la situación material de quienes peor están en una sociedad es comparativamente buena, si en esa sociedad existen grandes diferencias de ingresos entre las clases altas y las clases bajas esos problemas serán más intensos que en sociedades más igualitarias, aunque estas últimas sean algo más pobres en términos absolutos. La relación entre la pérdida de cohesión social y el aumento de la desigualdad es un fenómeno igualmente conocido. En general, en las sociedades más desiguales la gente considera a los demás menos dignos de confianza. Por supuesto, “cohesión” es un concepto complejo que puede significar muy distintas cosas y ni mucho menos todas ellas políticamente positivas. Pero, en general, la competencia y la comparación odiosa son difícilmente compatibles con la sensación de compartir un espacio social, una serie de reglas e instituciones que de alguna manera reducen la conflictividad a unas dimensiones asumibles en una sociedad democrática.

En un estudio ya clásico, Robert Putnam detectó un deterioro muy amplio en la participación en la esfera pública en EEUU a partir de los años setenta del siglo XX tras un ciclo de varias décadas de incremento posterior a la Segunda Guerra Mundial. Putnam no saca esa conclusión, pero creo que hay una conexión evidente entre la pérdida de lo que él llama “capital social” y la restauración mercantil que comienza en esos años, que son los inicios del proyecto neoliberal.

Tenemos buenas razones para pensar que la mercantilización deteriora las condiciones sociales necesarias para crear un espacio democrático digno de tal nombre. Las políticas iliberales contemporáneas y eso que se llama a veces “polarización” es el resultado de esta desfundamentación. Cuando la gente intenta recuperar la voz que el mercado le ha arrebatado, se encuentra con un entorno institucional degradado en el que prolifera la irracionalidad.

 

JB: En el libro realizas una crítica frontal a la meritocracia, al igual que lo hace el filósofo americano Michael Sandel en su último libro que, curiosamente, habéis sacado prácticamente a la par. ¿Cómo incide la meritocracia en la polarización política y cultural presente en nuestros días?

CR: La meritocracia es el proyecto que queda cuando se ha abandonado la esperanza de alcanzar la igualdad real. Viene a decir, “ya que no podemos dar a cada uno lo que necesita, al menos demos a cada cual lo que se merece”. La doctrina de la igualdad de oportunidades es, de hecho, una formulación muy precisa del programa elitista moderno, o sea, una teoría de la circulación de las élites. La legitimación del elitismo ha consistido siempre en la defensa que las clases altas hacían de sus propios privilegios en virtud de sus supuestas virtudes del tipo que fuera: morales, militares, religiosos, intelectuales... Los proyectos igualitaristas, en cambio, proponían dar a cada uno lo que necesitaba, no lo que merecía, y también tomar de cada uno en función de sus capacidades: eran un conjunto de derechos, pero también de obligaciones.

Creo que a veces la gente atribuye ciertas virtudes a la meritocracia porque la entiende así, como la posibilidad de que, con independencia de cuál sea tu situación social de partida, tengas la oportunidad real de dedicarte a aquello que se te da mejor y que esa posibilidad implique una cierta responsabilidad social. Pero me parece que eso tiene que ver con la idea de movilidad social horizontal más que con la meritocracia, que implica una especie de chantaje: premiar especialmente a algunos grupos como condición para que desarrollen sus talentos. En este sentido, el elitismo meritocrático tiene algunos rasgos más destructivos que otras formas de desigualdad, ya que libera a las élites de cualquier tipo de responsabilidad hacia los demás, pues se supone que lo que tienen se lo han ganado y, además, cualquiera tiene la oportunidad de llegar a su posición si se esfuerza y tiene el talento suficiente. No creo que nuestras élites sean exactamente peores que las del pasado pero sí más abiertamente desarraigadas: su comunidad es el paraíso fiscal más conveniente, su patria algún hotel Hilton.

Esa emancipación de las clases altas fomenta claramente la polarización. De hecho, muchos discursos de la derecha radical contemporánea identifican a un doble enemigo que relacionan con la globalización: por un lado, los flujos globales de inmigración, por otro, las élites financieras e intelectuales globales, gente desarraigada que tiene la capacidad económica o las cualificaciones para surfear los desastres de la economía. Frente a esta amenaza global, una parte de la extrema derecha, la más peligrosa políticamente, apuesta por una alianza de las clases trabajadoras locales con los honestos empresarios industriales nacionales.

 

JB: Ligado a todo esto, se habla mucho de que los perdedores de la globalización son las clases medias occidentales; pero al mismo tiempo parece haber cierta confusión en torno a la propia concepción de clase media, aunque mantenga la centralidad del discurso de los partidos políticos.

¿Qué es hoy la clase media y cómo se relaciona con la política?

CR: En primer lugar, la idea de que las clases medias son las que más han perdido es simplemente falsa. Según el Barómetro Social del Colectivo IOE entre 2002 y 2014 los hogares medio-altos (los centiles 50-90) aumentaron su patrimonio un 7%, los hogares medio-bajos (los centiles 25-50) perdieron un 16% de su patrimonio. Pero es que el 25% más pobre perdió un alucinante 108%. Literalmente lo perdieron todo. Si miramos las rentas pasa algo parecido. Quienes peor lo están pasando son los que ya estaban muy mal antes de la crisis. El 30% que menos tiene de este país ha visto como su situación ha pasado de mala a desesperada.

Lo que ha sucedido con las clases medias es que han experimentado una profunda crisis de expectativas, una bancarrota de su horizonte vital. Se ha roto el pacto social en el que mucha gente se socializó: la idea de que si estudiabas mucho y te quejabas poco se abrirían ante ti amplias posibilidades de mejora económica y oportunidades de consumo sofisticado. Se ha derrumbado el horizonte de ascenso social que, de hecho, modulaba el sentido mismo de la noción de clase media. Porque la noción de clase media es bastante difusa, tiene un fuerte componente aspiracional y no tanto características sustantivas, como si ocurre con “clase trabajadora” o “clase alta”. Clase media es una categoría sociológicamente vacía que define algo así como el deseo de parecerse a los ricos en sus estilos de vida, en su consumo sofisticado.  Ser de clase media es soltar lastre y aspirar a más. Por eso, paradójicamente, en España no sólo las clases trabajadoras sino los grupos de clase alta se ven a sí mismos como de clase media. En las encuestas del CIS prácticamente nadie se autodefine como de clase alta.

 

JB: Uno de los capítulos de tu último libro pone el foco sobre la igualdad de género en cuyo inicio recuerdas la distinción entre las reivindicaciones universalistas y aquellas otras de tipo identitario, que podemos extender a otras cuestiones como la orientación sexual, la etnia o la edad. Todos estos asuntos han dado lugar de una manera o de otra manera a importantes ejes de confrontación en la política (no sólo de España) entre distintos grupos de la sociedad.

¿Sigue existiendo una dicotomía entre redistribución y reconocimiento?

¿Crees que ha habido un desplazamiento de la confrontación ideológica hacia cuestiones identitarias o estas se están entrelazando con las problemáticas distributivas?

CR: Vamos a ver, una reivindicación identitaria puede ser la recuperación de la cultura de, yo que sé, los vaqueiros de alzada. El feminismo no es una reivindicación identitaria. Considerar la defensa de los intereses de al menos el 50% de la humanidad como un asunto identitario es absurdo. De hecho, dudo mucho de que el número de asalariados en sectores considerados típicamente “proletarios” haya alcanzado nunca ese porcentaje en ningún país del mundo. De igual modo, considerar que el ecologismo es un movimiento identitario o, peor aún, postmaterialista es simplemente grotesco. Pero no se trata sólo del número de personas a las que interpelan directamente esos movimientos. En realidad, cuando el socialismo clásico consideraba que la clase trabajadora representaba intereses universales no era sólo porque fuera un movimiento social masivo sino porque planteaba reivindicaciones que podían mejorar la situación de todo el mundo pero que ningún otro colectivo podía defender.

Otros colectivos tal vez más numerosos –por ejemplo, el campesinado– estaban atrapados en dilemas pragmáticos que les impedían proponer un modelo de mejora social global. También en ese sentido más profundo creo que muchos movimientos a veces tachados de identitarios son, en realidad, universalistas. El aumento de la igualdad entre hombres y mujeres nos ha mostrado que los privilegios degradan la vida de todos, tanto de quienes los sufren como de quienes los disfrutan, y nos impiden llevar una vida buena compartida. Sin duda se pueden hacer muchas críticas a las políticas antagonistas de las últimas décadas pero de ningún modo creo que nos hayamos equivocado al apoyar a colectivos subordinados que vivían situaciones insoportables.

Todas esas luchas nos ayudan a afianzar una igualdad más compleja, más rica y más digna de ser vivida. No veo ninguna contradicción en las políticas que han tratado de mejorar la situación de colectivos tradicionalmente relegados. La igualdad y la libertad son aspectos que se retroalimentan, dos dimensiones que se nutren entre sí: la igualdad ayuda a ser más libre y la libertad nos ayuda a ser más iguales. Por otro lado, la distinción entre redistribución y reconocimiento de Nancy Fraser es interesante analíticamente pero compleja. Jacques Rancière descubrió que muchas de las reivindicaciones de los trabajadores de la época tenían que ver no sólo con la mejora de sus condiciones laborales sino también con exigencias de muestras de respeto. Por ejemplo, una demanda habitual de los trabajadores era que el patrón se quitara el sombrero al entrar al taller. Cuando nos pensamos como iguales, los aumentos en la autonomía generan aspiraciones renovadas de reconocimiento, pues profundizamos en el sentido de nuestra dignidad propia.

De la igualdad entre hombres y mujeres surgen preguntas sobre qué significa ser mujer u hombre en distintos momentos de nuestra vida –como hijos, como madres y padres, como compañeros de trabajo, como amantes…– o incluso si esa dualidad agota el abanico de identidades de género posibles. Y esas preguntas, a su vez, plantean nuevos desafíos igualitarios.

 

JB: ¿En qué medida crees que existe una radicalización de los discursos como consecuencia de la decadencia de los modelos que anteriormente han sentado las bases del orden social keynesiano y posteriormente el régimen neoliberal que parece haber sobrevivido como un zombi desde la crisis de 2008?

¿Ves nuevas posibilidades de articulación entre movimientos emancipadores en el contexto actual?

CR: La crisis del proyecto neoliberal a partir de 2008, ha provocado un retorno de las pasiones políticas. Al fin y al cabo, la extensión del mercado siempre se basa en una promesa extrapolítica, en la esperanza de que el comercio conseguirá fomentar la prosperidad y la concordia mejor que el juego político. La idea era que la globalización tendría un efecto arrastre sobre las instituciones democráticas. Por eso, en la Unión Europea se apostó por la unión monetaria sin una estructura política acorde con ese proyecto. El crash financiero arruinó esas esperanzas y hemos vuelto a buscar en las intervenciones políticas una solución a los problemas compartidos. Lo que ocurre es que las intervenciones políticas pueden ir en muchas direcciones, no todas ellas amables o democratizadoras. De hecho, el terreno político que nos han dejado cuatro décadas de neoliberalismo parece abonado para los proyectos iliberales y la descomposición institucional.  Es un proceso que ya se dio en el periodo de entreguerras del siglo XX. En un famoso discurso del 21 de marzo de 1933, Adolf Hitler afirmó: «Queremos restaurar la primacía de la política, que tiene la obligación de organizar y dirigir la batalla por la vida de la nación». Pero esa es una idea que seguramente también podrían haber suscrito Roosevelt o Attlee. Quiero decir, que sin duda el colapso de la globalización ha liberado las fuerzas totalitarias que habían estado contenidas en Occidente.

No deberíamos olvidar que eso sólo ha sido así en Occidente, y que en otros lugares del mundo la extensión libre mercado ha sido sinónimo de genocidio. Pero ese colapso también abre posibilidades de otras articulaciones de posibilidades políticas que parecían fuera del horizonte de lo factible. Creo que hemos vivido una década políticamente muy intensa, en la que han pasado cosas que parecían imposibles y se han producido giros políticos inesperados a toda velocidad. Dar la partida por perdida me parece absurdo.

 

Acceso al texto completo del artículo en formato pdf: Entrevista a César Rendueles sobre las bases materiales de la polarización.

 

 

 

 


Hacia una nueva antropología

Desde FUHEM Ecosocial queremos hacer un homenaje a nuestro colaborador Paco Puche,  fallecido recientemente,  y para ello, recuperamos un ENSAYO publicado en el número 147 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, titulado: Hacia una nueva antropología, en un contexto de simbiosis generalizado en el mundo de la vida.

Lo que necesitamos es una revisión

completa de las suposiciones

sobre la naturaleza humana

De Waal[1]

Si la simbiosis es tan frecuente

e importante como parece,

habrá que reconsiderar la

biología desde el principio.

Lynn Margulis[2]

Ingeniero técnico y economista de formación, librero de profesión y militante ecologista, Puche en este texto plantea la necesidad de un cambio de paradigma en nuestra forma de entender la naturaleza, a partir de la crítica al neodarwinismo y las aportaciones de Lynn Margulis en torno al mundo microbiano como pilar de la naturaleza. De todo ello se desprende un significado radicalmente opuesto a la vieja Biología, y de él pueden extraerse lecciones para el reino de lo humano formado por seres sociales y de la naturaleza, a cuyas leyes, tendencias y limitaciones están sometidos los seres sociales de manera fuerte. Se subraya igualmente cómo han existido épocas y lugares en que los asuntos humanos han estado más del lado de lo más constitutivo de la naturaleza humana: la cooperación, el afecto y la vida en común, la simbiosis mutualista. Planteamientos que el autor considera necesario poner en el centro del nuevo paradigma para evitar que este mundo no llegue a la mayor de sus catástrofes vividas.

Reconsiderar la biología desde el principio, revisar completamente la antropología, ¡vaya reto! Pero es imprescindible.

El contexto en que se formulan estas propuestas es un mundo que se acaba para los seres humanos y para otras especies, y el propósito es indagar cómo podemos hacer, de la mejor manera posible, la transición desde este mundo finiquitado hasta ese otro que esperamos emerge en pocos decenios. La “mejor manera” es la más igualitaria, la que reduce los sufrimientos y preserva los mayores escenarios en que discurren los ecosistemas, pero, también, “la mejor manera” es indagar caminos y perspectivas nuevas.

No insistimos en las causas del porqué este mundo finito no se sostiene tal cual, las damos por verificadas.[3] Es una cuestión de capacidad de carga global y de endiosamiento de nuestra especie. Factores materiales y psicosociales, por tanto. Hemos culminado el mandato bíblico de «creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla», y nos hemos creído estar hechos a imagen de Dios.[4] El capitalismo, el crecimiento y las religiones se han encargado de realizar este programa. El tiempo de este mundo considerado infinito ha sido colmado.

Nos corresponde indagar otro paradigma y sus prácticas correspondientes.

 

Acerca de un cambio de paradigma en biología evolutiva

Hincarle el diente al darwinismo y al neodarwinismo es peliagudo. Están situados en la poltrona de la “verdad científica” y del paradigma dominante, y el cambio implica, como sostenía Kuhn, «la destrucción de paradigmas a gran escala y cambios importantes en los problemas y técnicas de la ciencia normal, (por eso) el surgimiento de nuevas teorías es precedido generalmente por un periodo de inseguridad profesional profunda (…) porque las revoluciones científicas se consideran como aquellos episodios de desarrollo no acumulativo en que un antiguo paradigma es reemplazado, completamente o en parte, por otro nuevo e incompatible».[5]

Hablar de cambio de paradigma en biología hoy hace despertar la sospecha de una corriente creacionista. Nada más lejos de esta propuesta, que sí apunta a la falsación de lo más granado del neodarwinismo y a la aparición de otra cosmovisión incompatible con la anterior, en el sentido kuhnniano.

El intento de hacer este cambio revolucionario en biología en nuestra época se debe, principalmente, a Lynn Margulis. Con motivo de la concesión del doctorado honoris causa que le concedió la Universitat de València en 2001, se editó un libro titulado Una revolución en la evolución, referido a su abundante trabajo que expresaba muy bien lo que decimos. Margulis es la persona que aporta un nuevo paradigma en biología extremadamente interesante para la humanidad. A ella la seguiremos.

 

El neodarwinismo en la pendiente de la falsación.

Daremos una visión esquemática de este primer proceso que tiene que ver con la crisis de la ciencia normal.

Hablar de cambio de paradigma en biología hoy hace despertar la sospecha de una corriente creacionista. Nada más lejos de esta propuesta, que sí apunta a la falsación de lo más granado del neodarwinismo. 

Primero hay que considerar el contexto en el que Darwin (1809-1882) formula su teoría hace ya más de 150 años. Se trata de un inglés formado en el imperialismo y el supremacismo británico, de clase alta y con serias influencias de la iglesia anglicana (él iba para cura), como es el caso de la doctrina de Malthus que explícitamente adopta a su visión evolutiva; y de los economistas de la época, especialmente del escocés Adam Smith y su teoría de la competitividad y la mano invisible. Por otra parte, no sabía nada de microbiología, ni podía saber puesto que el microscopio electrónico no se usó hasta los años sesenta del siglo XX; tampoco sabía nada de genética o ADN, y el registro fósil, como él admitía, de momento no le daba la razón, pero creía que era cuestión de nuevos descubrimientos.

Sus grandes pilares teóricos: la evolución frente al creacionismo; la criba de los individuos sobrantes por medio de la selección natural, con la tendencia hacia los más aptos y hacia la perfección de los que iban quedando; la adaptación gradual como mecanismo creativo de aparición de nuevas especies, y la competencia en la lucha por la vida para sobrevivir y dejar a las siguientes generaciones mayor número de individuos mejorados, vienen a ser las grandes propuestas del paradigma darwiniano. Si añadimos la aportación del neodarwinismo de las mutaciones al azar heredables en las siguientes generaciones, tenemos el escenario que, en gran parte, se derrumba.

Unos textos seleccionados nos ayudarán a ilustrar esta crisis.

 Sobre el registro fósil y su silencio

Dice Darwin: «La dificultad de encontrar una razón buena para la carencia de vastas capas ricas en fósiles, por debajo del sistema cámbrico, es muy grande (…) el caso, por ahora, tiene que quedar sin explicación, y bien puede ser presentado como argumento válido contra las opiniones aquí sostenidas».[6] Después de 150 años de estas palabras, no aparecen los múltiples eslabones perdidos que el gradualismo darwinista inducía que deberían de haber existido, y lo que sí han aparecido son las pruebas de los periodos de estabilidad (estasis) de muchas especies en cientos de miles de años. La llamada explosión del Cámbrico[7] sigue sin aclarase del todo.

 La selección natural, poco natural

La obra magna de Darwin no tiene por nombre el Origen de las especies, tal como la conocemos habitualmente, sino El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la existencia. Y ¿cuáles son esas razas? Según el sexto Tratado Bridgewater[8] sobre «el Poder, la Sabiduría y la Bondad de Dios», estas potencias divinas «se manifestarán por sus obras y, particularmente, por la acertada distribución de carbón, hierro y caliza, por las cuales el Ingeniero Divino ha garantizado la primacía industrial a sus creaciones británicas».[9] En Una revolución en la evolución Margulis es más explícita si cabe. Afirma:

«que todos los organismos que viven hoy sobre la Tierra, solo los procariotas (las bacterias) son individuales. Todos los demás (cuatro de los cinco Reinos que constituyen toda la vida, como animales, plantas y hongos) son comunidades complejas desde el punto de vista metabólico formadas por una multitud de seres íntimamente organizados, reconocibles como una colección de varias entidades autopoyéticas[10] de distinto tipo. Resumiendo, todos los organismos mayores que las bacterias son, de manera intrínseca, comunidades. Las plantas y los animales no son elegidos por la selección natural, porque en el sentido literal no existen animales o plantas individuales».[11]12]

 La ignorancia del mundo microbiano, pilar de la naturaleza

Ernst Mayr, uno de los padres del neodarwinismo, en el prólogo a un libro de Margulis, admite que «el estudioso medio de animales y plantas sabe más bien poco –¡o casi nada!– de este mundo» (de los microbios), y le agradece que llame la atención sobre estos seres tan importantes en el edificio de la naturaleza.[13]

Generaciones de estudiantes universitarios adquieren una cosmovisión de lucha por la vida frente a un modelo simbiótico. 

En un influyente libro de texto actual, los términos «combate», «competencia» y «conflicto» aparecen al menos en 18 páginas, mientras que los términos «simbiosis» y «simbiogénesis» no se mencionan ni una sola vez en sus más de 700 páginas.[14] Estos son los poderes de la ciencia normal, generaciones de estudiantes universitarios adquieren una cosmovisión de lucha por la vida frente a un modelo simbiótico.

 El azar como clave de la aparición de especies

Mantiene Margulis que «Hermann Muller, premio Nobel, demostró que el 99,9% de las mutaciones son dañinas (…) únicamente insistimos, en que siendo una parte de la saga evolutiva la mutación ha estado siempre dogmáticamente sobrevalorada».[15]

 

La simbiosis

Como veremos, la simbiosis es un universal en el mundo de la vida. ¿Pero qué entendemos por simbiosis?

Literalmente quiere decir «vida en común». Puesto en circulación el término por el botánico alemán Anton de Bary, en 1879, ya la definió como «la vida en conjunción de dos organismos disímiles, normalmente en íntima asociación, y por lo general con efectos benéficos para al menos uno de ellos». Desde muy pronto el término añadió a su literalidad la cualidad del beneficio mutuo. Pero no siempre es así. Hay distintas maneras de llevar adelante una vida en común: mutualista, comensalista, depredadora y parasitaria.

La tendencia, es hacia el mutualismo, es decir hacia interacciones, esporádicas o permanentes, de las que salgan beneficiados los y las simbiontes, porque si no para qué interactuar mucho tiempo. Hay simbiosis que se reconstruyen en cada generación, como el que se establece entre comunidades de bacterias y el intestino de animales. Por ejemplo, en nuestra masa corporal adulta hay más de dos kilos de microorganismos. Hay otras simbiosis que se convierten en permanentes, en la que los y las simbiontes se trasmiten verticalmente por vía materna, de generación en generación. Es el caso de la aparición de las células eucariotas y sus siguientes concreciones en protoctistas, animales, hongos y plantas en las que la fusión simbiótica constituye la propia célula.

Hay simbiosis que se reconstruyen en cada generación, como el que se establece entre comunidades de bacterias y el intestino de los animales. Poe ejemplo, en nuestra masa corporal adulta hay más de dos kilos de microorganismos. 

Hay una plétora de asociaciones simbióticas en la naturaleza. Hay microorganismos que viven en asociación estrecha con protoctistas, hongos, animales y plantas, y comunidades de bacterias o arqueas que viven dentro de eucariotas unicelulares y pluricelulares. Esta variedad de asociaciones relacionales que llamamos simbiosis, produce diferencias entre los distintos modos de asociarse que se presentan en la naturaleza. Pero hay una cierta regla general y es que, cuando la simbiosis es avanzada y madura, la tendencia, con toda probabilidad, es hacia el establecimiento firme de una simbiosis de tipo mutualista.[16]

En un libro de texto universitario sobre Botánica podemos leer:

«el fenómeno de la simbiosis está tan generalizado en los distintos grupos de seres vivos, que se propone actualmente como uno de los mecanismos más importantes de los procesos de la evolución de los organismos, generador de nuevas formas».[17] Y «la simbiosis mutualista en los vegetales son un fenómeno esencial en la utilización y reciclaje de los elementos más importantes en la biosfera (…). La formación de simbiosis mutualistas de los hongos con fotobiontes (…) está tan ampliamente extendida que podría confirmar la existencia de una mayor ventaja desde el punto de vista evolutivo».[18]

Un ejemplo extraordinario es el de la micorrización o fusión de las plantas y los hongos. En efecto «las micorrizas son uno de los tipos de simbiosis más abundantes en la biosfera, y se ha demostrado ampliamente que las raíces con micorrizas son órganos absorbentes más eficaces que sin ellas. Más del 90% de las plantas presentan estas asociaciones».[19]

También, las asociaciones de insectos y bacterias intracelulares son bastantes comunes. Se calcula que cerca del 20% de los insectos albergan endosimbiontes. Veamos el asunto por el lado de las relaciones tróficas, que es el escenario en el que más se resalta la competencia entre individuos y especies y en donde aparecen las simbiosis no mutualistas como el parasitismo y la depredación, y que pasamos a considerar.

Acerca del herbivorismo, es decir de aquellos seres vivos que se alimentan de plantas (heterótrofos), «destacamos que las plantas han estructurado su cuerpo de forma modular (carente de órganos únicos) para hacer frente a los ataques externos. Gracias a esta estructura, la depredación animal no constituye un problema grave (…) son capaces de sobrevivir a depredaciones a gran escala».[20] Por eso, existen pruebas de que las vastas manadas de antílopes en las planicies del este de África facilitan la producción de hierba; la producción primaria neta es mayor con los herbívoros que sin ellos. Una simbiosis de grupo a partir de la depredación. Si tenemos en cuenta que cerca del 99% en peso de la biota terrestre la constituyen el reino de las plantas, vemos lo atenuado que queda en este escenario esta versión de la simbiosis no mutualista.

En cuanto a la competencia, los trabajos de den Boer de 1986, que revisó esta interacción, concluyen que «la coexistencia es la regla y la exclusión competitiva completa es la excepción».[21]

El parasitismo es una relación trófica en la que un simbionte vive a expensas del otro. El ataque que no mata o lo hace de manera lenta es un tema que se repite en la evolución. Con el tiempo se producen cambios entre depredadores y presas y la hostilidad de convierte en mutualismo, como ocurre en la formación de las células eucariotas. O bien, se tiende a largo plazo a un parasitismo “razonable”, y en donde las poblaciones concernidas tienden a estabilizarse. El principio general que se puede establecer es que cuando los parásitos han estado asociados a sus hospedantes largo tiempo, la interacción es moderada y es neutra o beneficiosa bajo un punto de vista del largo plazo.[22]

En cuanto a las relaciones tróficas, no hay que olvidar la pléyade de seres vivos autótrofos que se alimentan del sol (cianobacterias, algas y plantas, por ejemplo), y de los litoautotrófos que lo hacen de los compuestos inorgánicos, ni las diversas situaciones de simbiosis mutualista en la que cada simbionte aporta su parte alimenticia.

Podemos concluir que el resultado de todas estas interacciones de simbiosis de cualquier signo está dominado por la evidencia que plantea Margulis cuando sostiene que: «La vida no conquistó el planeta mediante combates, sino gracias a la cooperación. Las formas de vida se multiplicaron y se hicieron más complejas asociándose a otras, no matándolas».[23]

El comensalismo en términos tróficos sería más bien un detritivorismo débil, que no perjudica a uno de los simbiontes y favorece al otro. El detritivorismo llevado a cabo por bacterias y hongos principalmente, es la apuesta por el reciclaje de nutrientes que arbitra la biosfera en su lucha contra la entropía.


Como resumen de lo hasta aquí aportado, podemos concluir con Máximo Sandín, que los nuevos datos están descubriendo una naturaleza que presenta un significado radicalmente opuesto a la vieja biología: «de cooperación frente a competencia, de comunidades (sistemas) frente a individuos, de integración en el ambiente frente a lucha contra él, de procesos explicables científicamente frente al absurdo azar sin sentido».[24] En definitiva, y su programa coincide con el de Margulis, «se trata, nada menos, que de rehacer la Biología».

 

Las bacterias y la aparición de las células eucariotas

En el principio de la vida fueron las bacterias, o seres vivos procariotas, las primeras células. La célula es la unidad mínima de la vida por su condición autopoyética, es decir con capacidad de autocrearse y de replicarse en conexión con el exterior. Desde que la autopoiesis empezó nunca ha dejado de funcionar, y cuando deje de hacerlo la vida desaparecerá.

Situados en este escenario vital, la primera consideración que hay que hacer es la distinción entre células procariotas y células eucariotas, es una diferencia en la estructura y en el tiempo. Primero aparecieron las procariotas, células sin núcleo y pequeñas, y a partir de ellas siguieron las eucariotas, células con núcleo, mayores y más complejas. Una figura comparativa:

Esta encrucijada de la vida, habida hace más de dos mil millones de años atrás, significó uno de los pasos más importantes para la diversidad de la vida. En este tiempo, a partir de células procariotas, bacterias y arqueobacterias, y por simbiosis mutualista de las mismas, se crearon las eucariotas, células de la que están hechos los cuatro reinos más conocidos de la vida: Protoctistas, Animales, Plantas y Hongos. De estos reinos, los tres últimos, se fueron formando desde hace 580 millones de años atrás, son unos recién llegados a la vida si tenemos en cuenta que de las bacterias existen registros fósiles desde hace 3.700 millones de años. Estos nuevos seres coexistieron y coexisten con el reino de las moneras o reino de las bacterias, que sigue siendo el más imprescindible para que la vida continúe.

El proceso histórico tan importante para la diversidad de vida, el paso simbiótico de las procariotas a las eucariotas, lo explica Margulis en su Teoría de la Endosimbiosis Seriada (SET), esbozada ya en un primer trabajo de 1967.[25] Es compleja porque abarca miles de millones de años y los registros fósiles validantes no son abundantes, pero suficientes.[26] Como pauta mantenida a lo largo de esos miles de millones de años, se trata en todos los pasos históricos dados de una simbiosis mutualista que tiene como protagonistas a bacterias y arqueobacterias: primero se fusionan permanentemente arqueobacterias termófilas con bacterias con motilidad (espiroquetas), hace unos 2.200 millones de años. Aparecen los nucleocitoplasmas, o primeras eucariotas. Es el reino de las Protoctistas.  Luego, esta simbiosis hace una nueva simbiosis mutualista con bacterias que respiran oxígeno, hace unos 2.000 millones de años. Es el origen de las mitocondrias. De esta fusión y 580 millones de años atrás, van apareciendo los animales y los hongos. Por último, hace unos 1.200 millones de años algunas se fusionan de nuevo con bacterias fotosintéticas o cianobacterias y dan lugar a los plástidos, que hace 480 millones de años dieron lugar a las plantas. Nuestra especie apenas cuenta históricamente, es una recién aparecida. Todo lo dicho queda expresado en el siguiente esquema de Margulis:

Como se puede ver, el proceso vital es una dinámica que en todo momento dirigen y propician las bacterias, es decir las células procariotas. Pero su papel no ha terminado aquí. Como resumen de su importancia destacamos lo siguiente:

Las tareas que realizan los equipos de bacterias son, nada menos, que el acondicionamiento del planeta entero (planeta simbiótico). Son ellas las que evitan que la materia viva acabe convirtiéndose en polvo (entropía). Convierten unos organismos en alimento para otros. Mantienen los elementos orgánicos e inorgánicos en el ciclo de la biosfera. Purifican el agua de la Tierra y hacen los suelos fértiles. Perpetúan la anomalía química que es nuestra atmósfera. Con Lovelock, Margulis mantiene que los gases producidos por microbios actúan como un sistema de control para estabilizar el medio ambiente vivo (hipótesis Gaia).[27]

 

 

Los procariotas transfieren de manera rutinaria y rápida distintos fragmentos de su material genético de unos individuos a otros. Todas las bacterias tienen acceso a la reserva de genes de todo el reino bacteriano y a sus mecanismos adaptativos. Como su velocidad de recombinación es superior a la de mutación de los organismos superiores, estos podrían tardar un millón de años en adaptarse a un cambio a escala mundial, cuando las bacterias podrían conseguirlo en unos pocos años. Por medio de constantes y rápidas adaptaciones a las condiciones ambientales, los organismos del microcosmos son el pilar en que se apoya la biota entera, ya que su red de intercambio global afecta, en última instancia, a todos los seres vivos. Las teorías del cambio por las mutaciones al azar quedan en un segundo plano. Es la otra teoría importante de Margulis llamada Simbiogénesis. Desde esta formulación, el árbol lineal de la vida de Darwin, queda como un arbusto, lleno de fusiones de ramas.

Las bacterias son, nada menos, que el acondicionamiento del planeta entero: evitan que la materia viva acabe convirtiéndose en polvo, purifican el agua de la Tierra y hacen los suelos fértiles. 

Los microorganismos no han quedado rezagados en la historia de la vida, al contrario, nos rodean por todas partes y forman parte de nosotros. Además, el nuevo conocimiento de la biología altera la visión de nuestra evolución como una competición continuada y sanguinaria entre individuos y especies. La vida no conquistó el planeta mediante combates, sino gracias a la cooperación. Las formas de vida se multiplicaron y se hicieron más completas asociándose a otras no matándolas. El resultado es un planeta que ha llegado a ser fértil y habitable para formas de vida de mayor tamaño gracias a una supraorganización de bacterias que han actuado comunicándose y cooperando a escala global.

Con todo lo aportado, podemos decir que la tendencia fundamental en la dinámica de la vida, de toda clase de vida, es la simbiosis mutualista. Y que los verdaderos agentes creadores son las bacterias. Nuestro endiosamiento, una vez más, debe caer por los suelos. Somos solo unos recién llegados a la vida (menos del 1% de su tiempo) y somos como especie absolutamente prescindibles. Al lado de las diminutas, maltratadas y denostadas bacterias no somos nada.

 

La hipótesis Gaia

El nombre de esta teoría es muy curioso. Lovelock la empezó llamando con la engorrosa denominación de «Un sistema cibernético biológico capaz de mantener homeostáticamente el planeta en un estado físico y químico óptimo apropiado para su biosfera actual», pero no le parecía un nombre adecuado y consultó a su vecino, el premio Nobel de literatura William Golding (autor del Señor de las moscas) para  que le sugiriese otro nombre, que debería ser de cuatro letras; y este, a la vista del contenido, le propuso llamarla Gaia,[28] nombre que Lovelock aceptó inmediatamente. En homenaje, cuenta con una escultura de la diosa griega en el jardín de su casa de campo.

Podemos definir a Gaia como una entidad compleja que comprende el suelo, los océanos, la atmósfera y la biosfera terrestre: el conjunto constituye un sistema cibernético autoajustado por realimentación que se encarga de mantener en el planeta un entorno física y químicamente óptimo para la vida. El mantenimiento de unas condiciones hasta cierto punto constantes mediante control activo es adecuadamente descrito con el término «homeostasis», si se refiere al equilibrio hacia un punto fijo. Si se refiere a la regulación alrededor de un punto cambiante se le llama «homeorresis».

Por ello podemos decir que «la vida no está rodeada por un medio esencialmente pasivo al cual se ha adaptado, sino que se va construyendo una y otra vez su propio ambiente».[29] La teoría Gaia es una intensa revisión de la selección natural de mutaciones genéticas, ya que los procesos de regulación gaianos son los «selectores naturales».

Las bases para sostener esta hipótesis se basan en que la estabilidad de la temperatura media en los últimos 3.000 millones de años, a pesar de que la luminosidad del sol ha ido aumentando en esos años y que la temperatura media de la Tierra, por ello, debería haber aumentado; en el mantenimiento dinámico del oxígeno para que no alcance niveles de combustibilidad ni de anoxia (baja concentración)[30] y de la neutralización de la tendencia a la acidez del planeta, que se lleva a cabo mediante la producción de sustancia alcalinas, como el amoniaco, por millones de organismos.

La naturaleza ha sido, desde tiempos relativamente recientes, maltratada, instrumentalizada y temida por la especie humana. No siempre fue así.

La hipótesis Gaia es simplemente la simbiosis vista desde el espacio. Una visión simbiótica desde arriba, de la misma manera que a principios de los sesenta, Lynn Margulis nos proporcionó una visión desde debajo de Gaia a través de su microscopio y nos mostró que se componía de microorganismos simbiontes y que estaba viva.

 

Hacia la veracidad naturalista

La naturaleza ha sido, desde tiempos relativamente recientes, maltratada, instrumentalizada y temida por la especie humana. No siempre fue así. En tiempo remotos, digamos 200.000 años atrás hasta el Holoceno, fue venerada. Fruto de esta distancia y complejo de señorío sobre la misma que nos hemos fabricado, ha sido el invento de la llamada “falacia naturalista”, es decir del intento de hacer costumbres y éticas autónomas respecto a Natura. Lo que pudiese derivarse de Gaia era considerado falso y peligroso.

Frente a esta vieja concepción, que corresponde a nuestro endiosamiento y a la consideración del mundo de la vida en el que ahora estamos asentados (la naturaleza de “dientes y garras ensangrentadas”, o el principio de muerte freudiano), aparece en todo su esplendor el conjunto de la concepción marguliniana de la vida como cooperación universal, como modestia humana, como inserción y veneración por Gaia.

En este contexto debemos hablar de imitación de la naturaleza, de inspiración de la naturaleza, de comportamiento congruente con la misma, de reconocimiento y veneración por Gaia: de panteísmo.

Claro que hay que salvar escollos y estar atentos en varios sentidos: quién se apropia de la verdad de nuestro ser natural, de qué verdad y con qué modos. Esto tiene dos pilares: la lucha por una suerte de democracia que reduce todas las desigualdades e impide las coerciones más o menos patentes, y la búsqueda humilde, no dogmática, no inquisitorial, de esa verdad. Dada nuestra condición subjetivista y nuestra incapacidad esencial para lograr ese empeño, iremos conviviendo con esas verdades no absolutas, que además esperan su corrección, pero que de momento no la encuentran. Un escollo es salvar la petitio principii en todo caso, no dando por bueno como partida ni fundamento aquello que hemos de validar. Mejor andar con dudas que salirse de nuestro ser natural. Se nos ocurre bautizar a la falacia naturalista como una falacia.

 

La revisión del concepto de naturaleza humana

En este contexto hemos de empezar por la naturaleza para poder indagar en la condición humana, como nos advertía Frans de Waal que deberíamos hacer. Porque parece ilógico no querer aplicar las lecciones de la evolución y la ecología al reino terrenal de lo humano. O quedarnos en una esfera privilegiada de autonomía como especie elegida, que puede ignorar las verdades evolutivas y tendenciales de la vida, como si fuésemos animales aparte.

Pero la mente igual que el cuerpo, surge de la autopoiesis. Mente, cuerpo y percepción son procesos igualmente autorreferenciales y autorreflexivos, presentes ya en las bacterias más primitivas.  Todo lo que sabemos, todo lo que somos capaces de conocer es un producto de nuestra evolución como criaturas adaptadas a la supervivencia.

Entre la altanera concepción de la especie humana derivada de la visión renacentista representada por Pico della Mirandola, contenida en su discurso sobre la dignidad del hombre,[31] y el determinismo estructural,[32] creemos que todos los seres vivos tenemos algunos márgenes para el libre albedrio, pero no dejamos de ser seres de la naturaleza, sometidos a sus leyes, tendencias y limitaciones de manera fuerte. Los potentes mecanismos de autoengaño de que estamos dotados, los miedos, el sometimiento a líderes, dictadores, gurúes, principalmente masculinos, la aceptación de religiones mayormente irracionales y fantasiosas, nos indican meros mecanismos de (inadecuada) adaptación para la supervivencia, amén de nuestra renuncia a integrarnos en nuestra casa común, en Gaia, que esa es la libertad de que gozamos. La libertad de equivocarnos fuera de nuestro mundo. También, por tanto, la libertad de retomar la senda de la simbiosis vital inclusiva.

La ilusión de considerar al ser humano independiente de la naturaleza es un caso peligroso de ignorancia. Una línea continua de vida, sin fragmentación, existe ahora y ha existido siempre, a través de los 4.000 millones de años del tiempo darwiniano y de los aproximadamente 25 km de espesor de espesor que se extiende desde 10 km por debajo de la superficie marina hasta 10 km por encima en lo más alto de la troposfera, constituyendo lo que se llama espacio de Vernadsky. Todos los organismos estamos comprendidos en este sistema vivo.[33]

La simbiosis mutualista es una tendencia universal y a largo plazo, es nuestra mayor esperanza. Lo decía de Waal: «La antigüedad evolutiva de la empatía hace que me sienta extremadamente optimista (…). Es un universal humano. (…) De hecho yo diría que la biología constituye nuestra mayor esperanza».[34]

 

La antropología en los tiempos originales del homo sapiens

El homo sapiens moderno podemos decir que habita el planeta desde unos 200.000 años atrás hasta nuestros días.

A la vista de la ambigüedad humana (fuerte empatía frente a demoledoras experiencias de matanzas) en un contexto tendencial de simbiosis mutualista, cabe esperar épocas en que los asuntos humanos estuviesen más del lado de lo más constitutivo de la naturaleza humana: la cooperación, el afecto y la vida en común, la simbiosis mutualista.

Y, efectivamente, podemos afirmar que existió esa época (o épocas), que existió ese “paraíso” y de ahí la nostalgia histórica del mismo, expresada en muchos mitos: la Biblia, Hesiodo, Ovidio, Cervantes, Milton, etc. Nos referimos a los más de 150.000 años en que el homo sapiens era principalmente una sociedad recolectora, cazadora y carroñera.

Este periodo de la historia humana es muy importante porque representa el 95% de la misma, en el cual ha vivido nuestra especie en este tipo de sociedades conocidas también como extractivas o cinegéticas. Y en la actualidad subsisten aún más de mil culturas que viven según este sistema de apropiación, aglutinando una población en torno a 500.000 personas que presenta una gran diversidad cultural: identificadas por su lengua conforman unos mil pueblos que representan una sexta parte de la riqueza cultural del mundo.[35]

Se trata de sociedades con fuertes vínculos de parentesco y en las que la posición de la mujer y el hombre no está muy desequilibrada, no hay matriarcado, pero tampoco patriarcado. Eso sí, existe una diferenciación sexual del trabajo: la mujer recolecta y cuida la “casa” y el hombre caza, pero la mujer aporta cerca el 80% de los alimentos que se consumen, que son vegetales. Por eso se ha propuesto con razón que se les llame sociedades de «recolectoras-cazadores».

La economía está destinada a obtener el sustento necesario, por eso el tiempo dedicado a la misma no sobrepasa las 2 a 3 horas diarias,[36] el resto del tiempo es de ocio y de relaciones sociales. «Es la gente del mundo que tiene más tiempo libre», al decir de Service.[37] O como las califica Sahlins, las primeras sociedades de la abundancia.

Tienen una buena dieta alimenticia por lo que, en general gozan de muy buena salud: buena comida y suficiente, agua limpia, aire nada contaminado y ausencia total de estrés. Están muy dotadas, pues, para hacer frente a las enfermedades infecciosas. [38] Los recursos naturales de los que depende la banda son propiedad colectiva o comunal. La igualdad y la democracia son la norma. Lo primero se explica por la práctica hegemónica de la reciprocidad generalizada (todos/as “dan”, todos/as “toman”) entendida como la disposición universal a dar, esperando la devolución sin tiempo, lugar o cantidad similar a devolver. El trabajo clásico de Marcel Mauss sobre el don habla de la obligación de dar, de la obligación de recibir y de la obligación de devolver en el tiempo con demasía.[39] También existe la práctica de la redistribución, según la cual todo lo obtenido en la cosecha y caza es concentrado en un lugar central que administra el “jefe” de la banda o de la tribu repartiéndolo entre todos.[40]

La guerra externa, contra otras sociedades, es muy rara y existen instituciones como el tabú del incesto que obliga a casamientos fuera del grupo doméstico o banda, con lo que se fomentan las alianzas políticas con los extraños al grupo y con eso se ventila en muchos casos el desencadenamiento de conflictos, o se tiene más fuerza a la hora de padecerlos. Igualmente, instituciones como el potlatch (la fiesta de la distribución y el prestigio) y el kula (una mezcla de comercio y de fomento de buenas relaciones) sirven para evitar los conflictos armados.[41] Los trabajos arqueológicos ratifican este estado de paz perpetua. Menéndez et al. mantienen que «todavía con una cultura paleolítica, la necrópolis sudanesa de Jebel Sahaba (c. 12.000 a 10.000 B.P.)  muestra el ejemplo más antiguo conocido de muerte violenta colectiva, resultado tal vez de un conflicto por los recursos en un momento de gran sequía».[42]

La esperanza media de vida al nacer se calcula alrededor de los 33 años.[43] Como dice Wright [44] «la triste verdad es que hasta mediados del siglo XIX, la mayoría de las ciudades eran trampas mortales, infestadas de enfermedades, alimañas y parásitos. La esperanza media de vida de la antigua Roma no pasaba de 19 ó 20 años, menos que en la ciudad neolítica de Catal Hüyük, aunque algo mejor todavía que en la región industrial de Birmingham, tan vívidamente descrita por Dickens, donde la media decayó a 17 o 18 años”. En todas ellas la esperanza de vida era menor que en la Edad de Piedra.

Estudios actuales (c.1988) sobre los Kung, pueblos cazadores-recolectores que viven en el desierto de Kalahari, muestran que el 10% de ellos tiene más de 60 años (comparado con el 5% de países agrícolas como India o Brasil) y los exámenes médicos demuestran que gozan de buena salud.[45]

 

Los reflejos de la simbiosis en la esfera humana

También, como cabría esperar de un contexto generalizado de simbiosis mutualista, hay rastros firmes de esa tendencia universal. Por ejemplo, en relación a la empatía, de Waal sostiene que «no decidimos ser empáticos: simplemente lo somos (...) lo cual significa que la empatía es innata (…) A lo largo de 200 millones de años de evolución mamífera, las hembras sensibles a sus retoños dejaron más descendencia que las que eran frías y distantes: las madres que no respondían no perpetuaron sus genes».[46]

Hace unas tres décadas se descubrieron en unos primates un singular grupo de neuronas que se activaban simplemente cuando se contemplaba el movimiento de otros monos, se les llamó neuronas espejo. Se ha comprobado que también existen en el cerebro de los humanos y que también permiten hacer propias las acciones, sensaciones y emociones de los demás. Constituyen la base neurológica de la empatía, lo que demuestra que somos seres profundamente sociales. La sociedad, la familia, y la comunidad son valores realmente innatos.[47][48]

Es llamativo también nuestro parecido genético con los bonobos, nuestros parientes más próximos con los que compartimos el 99% del ADN; ellos son pacíficos y amoroso y resuelven sus conflictos con actos de amor-sexo, es un caso de simbiosis mutualista sin mezcla de mal alguno.

Los bonobos, nuestros pariente más próximos con los que compartimos el 99% del ADN son pacíficos y amorosos y resuelven sus conflictos con actos de amor-sexo: un caso de simbiosis mutualista sin mezcla de mal alguno. 

Y en orden a lo que es la naturaleza humana, hay que oír las opiniones de Michael Tomasello, codirector del Instituto de Antropología Evolutiva de Leipzig, que, observando a niños de 1 a 3 años, llega a la conclusión de que los niños y niñas «a partir del primer año de vida –cuando empiezan a hablar y a caminar y se van transformando en seres culturales–, ya muestran inclinación por cooperar y hacerse útiles en muchas situaciones. Además, no aprenden esta actitud de los adultos: es algo que les nace (…) son altruistas por naturaleza y esa predisposición es la que intentan cultivar los adultos, pues los niños también son egoístas por naturaleza. Porque todos los organismos viables deben tener algún rasgo egoísta; deben preocuparse por su propia supervivencia y bienestar. El afán de cooperar y ser útiles descansa sobre esos cimientos egoístas».[49]

Por último, son de destacar en este capítulo los trabajos de la economista, premio Nobel en 2009, Elinor Ostrom. Según el propio Comité, que le ha concedido ese galardón, la concesión se le ha dado por que «ha puesto en cuestión la afirmación convencional de que la gestión de la propiedad común suele ser ineficiente, razón por la cual debería ser gestionada por una autoridad centralizada o ser privatizada».

Sus trabajos muestran que no solo en el espacio («Hemos estudiado varios cientos de sistemas de irrigación en el Nepal, y sabemos que los sistemas de irrigación gestionados por los campesinos son más eficaces  que los muy tecnificados construidos por el Banco Mundial», confiesa ella misma) sino también en el tiempo (ha estudiado bienes comunes en Suiza, Japón, España, Filipinas, etc., que llevan funcionando hasta 800 años con éxito y sin sufrir deterioro ecológico, es decir de forma sostenible) los bienes comunes funcionan con éxito y proliferan, más allá de los bienes privados o estatales.[50] Aunque, insiste, que deben de cumplirse ciertas condiciones.

Los economistas Bowles y Gintis ratifican las propuestas de Ostrom, y de los antropólogos Knauft y Boehm, y admiten que ese periodo de cien mil años de solidaridad vivido por la humanidad abarca más del 90% de su existencia.[51]

 

Los diez mandamientos gaianos y una propuesta semántica.

Llegados a este punto queremos formular una guía para la vida, que formulamos como sigue:

  1. La simbiosis, con tendencias mutualistas, es la orientación social e individual más prometedora para tener éxito. Por ello, hay que favorecer el comunalismo respecto a la propiedad, uso y gestión privada de los bienes. Ya hemos visto con Ostrom que no se trata de una utopía sino de todo lo contrario.
  2. La inserción, de nuevo, de los seres humanos en la naturaleza, su economía, su hábitat, su sensibilidad y su mística. Sin ella no solo no hay porvenir, sino que sin ella perdemos lo mejor de nuestro conocimiento, percepción, y adecuación a los más importante para nosotros que es la alegría de vivir.
  3. La vuelta a la tierra, al humus, a la humildad profunda, al igualitarismo con los demás seres vivos. Por razones de congruencia con el proceso que nos ha constituido. Poniendo cierto énfasis en la propia especie.
  4. La simplicidad de la vida para adaptarla a la capacidad de carga, a la convivencia con las demás especies, al desarrollo fraternal y a la vida interior.
  5. El cultivo de la resiliencia, esa propiedad para adaptarse y superar situaciones de crisis y poder desencadenar la homeostasis y la homeorresis.
  6. El sentido de la vida como alegre permanencia en el ser y en estar vivo. Como fusión inteligente, como simbiosis mutualista.
  7. La igualdad básica entre todos los seres humanos, sin que puedan ser coexistentes las carencias graves con las riquezas ostentosas. No siempre habrá ricos y pobres (ni siempre los ha habido), mejor predicar las dificultades de los ricos para la vida buena, comparables a la entrada del camello por el ojo de la aguja, que la profecía de que los pobres “siempre los tendremos entre nosotros”.
  8. El reconocimiento de la centralidad de las bacterias en el origen, mantenimiento y futuro de la vida. Del antropocentrismo al bacteriocentrismo.
  9. Una mirada gaiana sobre la muerte, como reintegración en el ciclo vital. Solo los individuos mueren. Pero sus reservas corporales no se pierden. «Morir es perder la identidad y unirse al resto».[52] En vez del “descanse en paz”, mejor “las bacterias nos lo devolverán”.
  10. La “religión” (religación) panteísta. Todo es sagrado, el todo es lo sagrado. Ese es el objeto de nuestra reverencia.

La propuesta semántica consta de dos apartados: en el primero hay que abogar para que el nuevo paradigma tenga su reflejo en los términos del lenguaje geológico. Proponemos que la denominación Super Eón Bacteriano debe sustituir a ese cajón de sastre que ahora llamamos informalmente Precámbrico. En el segundo, la denominación de época Gaiaceno debe sustituir a esa novedad que se propugna titulada Antropoceno. Estas propuestas deben llegar a la Comisión Internacional de Estratigrafía para su aceptación universal.

 

Conclusión

A la vista de todo lo dicho, hay que afirmar que para que este mundo, para los seres humanos, no llegue a la mayor de sus catástrofes vividas, será necesario cambiar la cosmovisión hoy dominante de exponencialidad, egoísmo, hybris, endiosamiento, y desprecio a Natura, por el nuevo paradigma que se atisba en este contexto de simbiosis mutualista generalizada, que hemos tratado de argumentar, que implica la reverencia a Gaia.

Con Riechmann cantamos que… siempre nos quedarán las bacterias y los bosquimanos, y añadiríamos, y los bonobos. Tres bes benditas.

NOTAS:

[1] F. de Waal, La edad de la empatía. ¿Somos altruistas por naturaleza?, Tusquets, Barcelona, 2013, p. 22)

[2] L. Margulis, Micocosmos, Tusquets, Barcelona, 1995, p. 108.

[3]  W. Steffen et al., «Planetary boundaries: Guiding human development on a changing planet», Sciencexpress, 15 de enero de 2015.

[4] Génesis 1, 27 y 28

[5] T.S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1971 [1962], pp. 114 y 149.

[6] C. Darwin,  El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la existencia, Akal, Madrid, 1985 [1859], pp. 378-379.

[7] El térmico “Cámbrico” hace referencia al nombre antiguo de Escocia.

[8] En 1829, el conde de Bridgewater dejó en su testamento 8.000 libras para cualquier gran hombre que estudiase el Poder, la Sabiduría y la Bondad de Dios. Se escribieron ocho tratados.

[9] L. Margulis y D. Sagan, Captando genomas. Una teoría sobre el origen de las especies, Editorial Kairós, Barcelona, 2003, p. 253.

[10] Autopoieisis: capacidad de un ser para autocrearse, automentenerse y replicarse. Es la condición que separa un ser vivo de uno no vivo. Fue el salto sistémico del mundo inorgánico al mundo orgánico de la vida.

[11] Los cuatro Reinos no bacterianos son todos eucariotas, es decir están formados por células con núcleo, procedentes de simbiosis permanente de bacterias, y que se diferencian sustantivamente de las procariotas, células sin núcleo. Por eso todos estos seres vivos son literalmente compuestos, en todos los casos.

[12] L. Margulis et al., Una revolución en la evolución, Publicaciones de la Universitat de València, Valencia, 2002, p. 287

[13] L. Margulis y D. Sagan, Op.cit., 2003, p. 16.

[14] J. Herron y S. Freeman, Análisis evolutivo. Pearson, 2002.

[15] L. Margulis y D. Sagan, Op.cit., 2003, p.36

[16] A. Moya y J. Peretó, Simbiosis. Seres que evolucionan juntos, Editorial Síntesis, Madrid, p. 53, 2011.

[17] J. Izco et. al., Botánica, McGraw-Hill, Madrid, 1997, p. 51.

[18] Ibidem, p. 309.

[19] Ibidem, p. 336 y 337.

[20] S. Mancuso y A. Viola, Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2015, pp. 6 y 108.

[21] E.P. Odum y F.O. Sarmiento, Ecología. El puente entre ciencia y sociedad, McGraw-Hill, México D.F., 1997, p. 192.

[22] Ibidem, p. 176.

[23] L. Margulis et al., Op.cit., 2002, p. 108.

[24] M. Sandín, Pensando la evolución, pensando la vida. La biología más allá del darwinismo, Editorial Nativa, Cauac, 2010, p. 105.

[25] L. Margulis, «On the Origin of mitosing cells», Journal of Theoretical Biology, vol. 14, n.º 3, 1967 (Lo firma con el nombre de casada Lynn Sagan).

[26] L. Margulis y D. Sagan, Op.cit., pp. 86 y ss.

[27] L. Margulis, op.cit., 1995, p. 108.

[28] Gaia, diosa griega que, según Hesíodo, ante todo fue el Caos; luego Gaia, la del ancho seno, eterno e inquebrantable sostén de todas las cosas.

[29] L. Margulis, Op.cit., 1995, p. 290.

[30] Ibidem, pp. 289 y ss.

[31] Habla Dios así: «No te he dado una forma, ni una función específica, a ti, Adán. Por tal motivo, tendrás la forma y función que desees. La naturaleza de las demás criaturas la he dado de acuerdo a mi deseo. Pero tú no tendrás límites. Tú definirás tus propias limitaciones de acuerdo con tu libre albedrío. Te colocaré en el centro del universo, de manera que te sea más fácil dominar tus alrededores. No te he hecho mortal, ni inmortal; ni de la tierra, ni del cielo. De tal manera, que podrás transformarte a ti mismo en lo que desees. Podrás descender a la forma más baja de existencia como si fueras una bestia o podrás, en cambio, renacer más allá del juicio de tu propia alma, entre los más altos espíritus, aquellos que son divinos».

[32] ¿Cómo olvidar aquella mecánica causalidad con la que tanto hemos argumentado, que nos somete al desarrollo de las fuerzas productivas, generadores de unas relaciones de producción y a unas superestructuras adecuadas, entre las que se encuentran las psicológicas y las epistemológicas?

[33] L. Margulis y D. Sagan, Op.cit., 2003, p. 27.

[34] F. de Waal, Op.cit., pp. 267 y 69.

[35] M. González de Molina, y V. Toledo, Metabolismos, naturaleza e historia. Hacia una teoría de las transformaciones socioecológicas, Icaria, Barcelona, p.123, 2011.

[36] M. Sahlins, Economía de la edad de pieda, Akal, Madrid, 1983, pp. 13 y 36

[37] E.L. Service, Los cazadores, Editorial Labor, Barcelona, 1973, p. 22.

[38] Harris (1995:26) sostiene que «sin duda había enfermedades, pero como factor de mortalidad debieron ser considerablemente menos significativas durante la Edad de Pìedra que en nuestros días».

[39] M. Mauss, Ensayo sobre el don. Formas y función del intercambio en las sociedades arcaicas, Katz Editores, Madrid, 2009, [1925], p. 91.

[40] R. Gargarella y F. Ovejero, Razones para el socialismo, Paidós, Barcelona, p. 176: «todas las sociedades humanas practicaron un comportamiento igualitarista y en su mayoría tuvieron éxito en su empresa», 2001.

[41] Service (Op.cit., pp. 70 y 75): «la condición normal es la paz dentro de la banda, no la guerra de todos contra todos. También resulta raro que haya verdadera lucha entre bandas (…) es excepcional y no se prolonga ni se registra gran número de muertos».

[42] M. Menéndez, A. Jimeno y V. Fernández Diccionario de prehistoria (2ª edición), Alianza Diccionarios, Madrid, 2011, p. 146.

[43] «Esta cifra sale favorecida en comparación con las de muchas naciones modernas de África y Asia» (se refiere a finales de los setenta del siglo XX). M. Harris, Antropología cultural, Alianza Editorial, Madrid, 2000 [1983], p. 28.

[44] R. Wright, Breve historia del progreso. ¿Hemos aprendido por fin las lecciones del pasado?, Ediciones Urano, Barcelona, 2006, p.108.

[45] M. Harris, Op. cit., p. 109.

[46] F. de Waal, Op.cit., pp. 96.

[47] J. Riechmann, La habitación de Pascal. Ensayos para fundamentar éticas de suficiencia y políticas de autocontención, Los Libros de la Catarata, Madrid, 2009, p. 252.

[48] M. Jacoboni sostiene que «cuando vemos que alguien sufre o siente dolor, las neuronas espejo nos ayudan a leer la expresión facial de esa persona (…) esos momentos constituyen los cimientos de la empatía y quizá de la moralidad, una moralidad enraizada en nuestras características biológicas» (Las neuronas espejo. Empatía, neuropolítica, autismo, imitación o de cómo entendemos a los otras, Katz Editores, Buenos Aires, 2009, p. 14).

[49] M. Tomasello, ¿Por qué cooperamos?, Katz Editores, Madrid, 2010, pp. 24-25 y 69.

[50] E. Ostrom, El gobierno de los bienes comunes, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1990, pp. 110-145.

[51] R. Gargarella y F. Ovejero, Op.cit. pp. 174-176.

[52] U.K. Le Guin, Los desposeídos. Minotauro, Barcelona, 1983, p.16.

 

Acceso  al texto completo en formato pdf: Hacia una nueva antropología, en un contexto de simbiosis generalizado en el mundo de la vida. 

 

 


Lecturas Recomendadas

Las epidemias no son fenómenos naturales. Hay que verlas, más bien, como fenómenos sociohistóricos de aparición relativamente reciente.

Santiago Álvarez Cantalapiedra en la INTRODUCCIÓN del número 154 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, Pandemia y Crisis Ecosocial, constata que cada pandemia es hija de su época y que la del COVID-19, que sería la primera de carácter global stricto sensu, ha sido posible gracias a la combinación de dos hechos estrechamente relacionados:

  • la presión que ejercemos los seres humanos sobre el conjunto de los ecosistemas
  • la globalización.

Aunque habitualmente se ha contemplado esta pandemia en términos exclusivamente sanitarios, tiene como trasfondo la crisis ecosocial provocada por el capitalismo global.

La presión humana sobre los ecosistemas está erosionando la biodiversidad y los equilibrios protectores que aquellos ofrecen frente a elementos patógenos. La comunidad científica no se cansa de subrayar los riesgos que supone la pérdida de biodiversidad en la propagación de las enfermedades infecciosas.

Desde el Centro de Documentación de FUHEM Ecosocial queremos hoy recomendar dos lecturas que abordan el origen y las causas de estas enfermedades desde diferentes perspectivas.

La primera de ellas Grandes Granjas, grandes gripes. Agroindustria y enfermedades infecciosas de Robert Wallace, publicada en la sección RESEÑAS del número 154 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, rastrea las formas en que la gripe y otros patógenos emergen de una agricultura controlada por corporaciones multinacionales, ofreciendo alternativas sensatas al agronegocio letal.

La segunda recomendación apareció en la sección de CUADERNO DE NOTAS del número 151 de nuestra revista. Escrito por Mike Davis el libro: Llega el monstruo. COVID-19, Gripe aviar y las plagas del capitalismo analiza la actual pandemia, situando esta crisis en el contexto de algunas catástrofes virales previas, en particular, el desastre de la gripe de 1918, la gripe aviar de hace una década y media, pasando por la SARS o la MERS, hasta llegar al devastador brote que estamos viviendo.

 

Grandes Granjas, grandes gripes. Agroindustria y enfermedades infecciosas

Robert Wallace

Capitán Swing, Madrid, 2020, 509 págs.

Traducida al caste­llano por J. M. Álvarez-Flórez de la homó­loga en inglés del 2016, representa un estudio acerca del origen de algunas de las enfermedades más alarmantes de nuestro tiempo, dividido en sietes partes introducidas por un prefacio a la edición española que contextualiza el libro dentro del escenario de la COVID-19.

El autor, un biólogo evolutivo y filogeógrafo de salud pública cuya investigación se centra en las formas en que la agricultura y la economía influyen en la evolución y pro­pagación de los patógenos –en particular, los que causan la gripe porcina (H1N1) y aviar (H5N1)–, utiliza aquí una escritura técnica, precisa, y detallada, pero cer­cana, para componer un itinerario de ex­ploración sobre cómo ha crecido intensamente el consumo de carne en tan solo dos décadas, y de qué forma ha afectado eso a la dimensión socioecoló­gica.

Con todo ello, Wallace nos muestra la cara B del modelo económico de la agroindustria y nos proporciona muchas razones para cambiar nuestros hábitos alimenticios y la relación que mantene­mos con la naturaleza.

Esta intencionali­dad se resume de manera excelente en una declaración suya en la cual afirmó que «Cualquiera que pretenda compren­der por qué los virus se están volviendo más peligrosos debe investigar el modelo industrial de la agricultura y, más especí­ficamente, la producción ganadera. En la actualidad, pocos gobiernos y pocos cien­tíficos están preparados para hacerlo».

En ese sentido, el libro aparece como el intento de comprender la distribución histórica y geográfica de peligrosos virus y debería haber servido como una gran advertencia o llamada de atención para la actual pandemia de coronavirus.

Una de las ideas fundamentales que pro­pone el autor de Grandes granjas, gran­des gripes es que para muchas “familias” de virus zoonóticos (es decir, los virus que pueden transmitirse de animales a huma­nos), los factores socioeconómicos y/o las variables materiales que subyacen a su evolución viral, propagación e impacto no son totalmente aleatorios. Esto tiene implicaciones importantes: el mayor foco de atención se pone en tratar de comprender los “mecanismos moleculares” (es decir, la técnica) por los cuales tales virus pre­valecen sobre el sistema inmunológico humano, mientras que se pone poco én­fasis en tratar de comprender las otras causas, quizás menos lineales y más complejas, que están detrás de que una cepa de gripe “poco patógena” se con­vierta en una cepa “altamente patógena”, capaz de infectar y matar a millones de personas.

La consecuencia de ello es que, si por un lado este mecanismo nos garantiza que se llegará a desarrollar res­puestas de “ataque” al virus, como por ejemplo vacunas efectivas con tecnologías muy innovadoras, por el otro no se llega a la raíz del problema que conduciría a la prevención de futuros brotes, ya que no se cuestionan las fuerzas que de al­guna manera impulsan la evolución de los virus. Y, como explica Wallace, una de las razones por las que se adopta este “enfo­que molecular” para las pandemias virales se puede encontrar en el tipo de ciencia con fines de lucro que interesa a las gran­des compañías farmacéuticas y a las grandes corporaciones agroindustriales. En este sentido, la lógica capitalista muestra descarnadamente que es más rentable atender el problema que preve­nirlo en primer lugar. «La perversión de la ciencia para obtener beneficios políticos es en sí misma una fase de la pandemia», advierte el autor.

Uno de los asuntos tratados por Wallace tiene que ver con la nomenclatura. En ese sentido, el estadounidense proporciona una recopilación de incidentes registrados en algunos países que se habrían negado a cooperar con la Organización Mundial de la Salud (OMS), e incluso la presiona­ron para que se adoptaran nuevos siste­mas de nomenclatura con el fin de desviar la atención sobre ciertos gobiernos o in­dustrias que podían tener alguna respon­sabilidad en un brote inicial.

El argumento del biólogo es que en verdad aquí se es­conden intereses más profundos: si por un lado hay un gran intento de limpiar su imagen y negar sus responsabilidades, por el otro es evidente que su falta de vo­luntad para cooperar surge porque el poder estatal ha sido capturado por los grandes agronegocios.

Así, si por un lado se afirma:

¿Podemos asignar la culpa a un determinado país como Indonesia, Vietnam o Nigeria, porque es en el que primero surge una cierta enfermedad entre humanos?

¿Debemos culpar a China por generar repetidamente brotes a nivel regional e internacional?

¿O debe­mos culpar a los EEUU donde se originó el modelo industrial de aves de corral in­tegradas verticalmente, con miles de ellas empacadas como alimento para la gripe?

Las respuestas son sí, sí y sí», por el otro, en el libro se advierte de que «No importa si el brote comenzó en el infame mercado de alimentos vivos de Wuhan o en otra terminal periurbana. Lo que necesitamos es reajustar nuestra visión conceptual de los procesos por los cuales los organis­mos vivos se convierten en mercancías y transforman cadenas de producción com­pletas en vectores de enfermedades».

Un buen ejemplo de todo esto sería el brote de gripe porcina de 2009, que Wallace identifica como una pandemia que resultó casi imposible de rastrear debido precisa­mente al inmenso poder que ejerce la agroindustria a nivel mundial.

En la base de estas reflexiones subyace el convencimiento de que las pandemias virales son intrínsecas a un modelo eco­nómico capitalista en el cual existe un sector agroindustrial —entre otros— cuyo único interés es el de maximizar las ga­nancias mediante la brutal explotación de animales que viven hacinados y están ex­puestos a una gran variedad de virus y enfermedades. Es el caso, por ejemplo, de la gran industria aviar, donde los pollos de engorde genéticamente uniformes se han criado selectivamente para crecer tres veces más rápido con la mitad de la cantidad de alimento que sus parientes silvestres. Y esta “productividad” capita­lista y agresiva se obtiene a costa de “ga­rantizar” técnicamente un sistema inmunológico robusto.

Además, los sistemas de naves cerradas empleados por los productores industria­ les evitan la exposición a los virus de baja patogenicidad que circulan naturalmente a través de las poblaciones de aves de corral criadas en libertad por los peque­ños agricultores. Hay entonces dos gran­des peros que considerar: el primero es que, dado que sus sistemas inmunológi­cos no están tensionados regularmente por estas cepas poco patógenas, si se dan las circunstancias de que tales cepas entran en las poblaciones, evolucionan rá­pidamente para volverse altamente pató­genas y virulentas. Y el segundo elemento a considerar es que, en un contexto de cambio climático y pérdida de superficie de bosques con progresiva pérdida de biodiversidad, la probabilidad de que las poblaciones de pollos de engorde contrai­gan cepas de baja patogenicidad au­menta ya que las poblaciones de aves silvestres se acercan cada vez más a las granjas industriales.

Está claro que exis­tirían medidas preventivas de bioseguri­dad, pero es también evidente que, en la mayoría de los casos, estas tienen altos costes, que no son compatibles con los in­tereses del capitalismo industrial. Así, lo que habría que implementar es, por el contrario, una producción a pequeña es­cala y local. Los monocultivos genéticos de aves de corral deberían ser revertidos por una mayor variedad de cultivos, y para ello habría que restaurar los ecosis­temas de ciertas regiones del mundo.

En definitiva, el libro da una vuelta de tuerca más al argumento según el cual el neoliberalismo sería la causa fundamental de las pandemias virales; Wallace afirma repetidas veces que sería más exacto decir que el capitalismo en sí mismo es la fuerza impulsora. Por la naturaleza en la que el capital atrae y compra el poder es­tatal, la agroindustria no está realmente disciplinada por la economía de “libre mer­cado”, sino que utiliza al Estado para des­tripar derechos, asegurarse contra recesiones económicas y adquirir cada vez más zonas de control y poder.

En particular, y dentro de este marco de relaciones y poder corporativo, Wallace deja claro que la red globalizada de pro­ducción ganadera no solo potencia las pandemias virales, sino que en realidad actúa como una fuerza selectiva que de­termina inextricablemente la evolución viral. Si los modelos epidemiológicos in­corporaran los factores que determinan la tasa de propagación ligada a los métodos de agricultura industrial intensiva, la dis­minución de superficie de los ecosistemas terrestres y la pérdida de biodiversidad, sin duda se potenciaría enormemente su poder predictivo.

Para reducir la aparición de nuevas epi­demias, la producción de alimentos debe­ría cambiar radicalmente. La autonomía de los agricultores y un sector público fuerte pueden, en cierta medida, contener el impacto ambiental y ahuyentar las in­fecciones. Sería necesario introducir re­servas y cultivos, y restaurar las áreas sin cultivar. Además, y para nada secundario, habría que permitir que los animales se reprodujesen en el lugar para permitirles desarrollar y transmitir sus “patrimonio in­munológico”. Wallace insiste en que es fundamental, en ese sentido, proporcionar subsidios y fomentar las compras para apoyar la producción agroecológica y, en última instancia, defender estas medidas tanto frente a las coacciones que la eco­nomía neoliberal impone a los individuos y comunidades como frente a las amena­zas de la represión estatal liderada por los capitalistas.

La agroindustria, como forma de repro­ducción social, debería terminar, aunque solo sea por una cuestión de salud pú­blica. La producción de alimentos alta­mente capitalizada depende de prácticas que ponen en peligro a toda la especie humana, en este caso contribuyendo a provocar una nueva pandemia mortal. Se necesitaría, en palabras del autor, una verdadera socialización de los sistemas alimentarios para evitar la aparición de nuevos patógenos tan peligrosos. Esto re­querirá, en primer lugar, armonizar la pro­ducción de alimentos con las necesidades de las comunidades agrícolas y, además, implementar prácticas agroecológicas que protejan el medio ambiente y a los agricultores cuando cultivan nuestros ali­mentos. A una mayor escala, necesitaría­mos, tal y como señalan muchos otros autores, sanar las fracturas metabólicas que separan la economía de la ecología.

En resumen, Wallace advierte: «tenemos un planeta que recuperar».

Monica Di Donato. Investigadora, FUHEM Ecosocial

 

Llega el monstruo. COVID-19, Gripe aviar y las plagas del capitalismo

Mike Davis

Capitán Swing, Madrid, 2020, 175 págs.

 Hace aproximadamente quince años el autor de este trabajo, el activista y escritor estadounidense Mike Davis, escribía otro libro bajo el título El monstruo llama a nuestra puerta: la amenaza global de la gripe aviar. Desde aquel entonces, numerosos estudios, investigaciones, o ensayos (cómo no recordar en ese sentido «Grandes granjas hacen grandes gripes», del biólogo evolutivo y fitogeógrafo Rob Wallace) advirtieron de la posibilidad de nuevas y peligrosas pandemias, destacando las responsabilidades y los intereses económicos de las “grandes farmacéuticas” y de las políticas neoliberales en la difusión de los virus y las enfermedades infecciosas. Y, una vez más, las predicciones se han cumplido: ¡la COVID-19 es finalmente ese monstruo que llama a nuestras puertas! Y los coronavirus, que antes eran de interés sobre todo para la ciencia veterinaria, ahora son el gran desafío de la ciencia médica y biotecnológica en general.

El libro reseñado en esta nota de lectura representa una edición sustancialmente ampliada del libro del Davis antes mencionado, y una revisión exhaustiva y muy acertada de la COVID-19 y sus plagas precursoras. En ese sentido, Mike Davis analiza la actual pandemia, situando esta crisis en el contexto de algunas catástrofes virales previas, en particular, el desastre de la gripe de 1918, que mató a millones de personas en pocos meses, la gripe aviar de hace una década y media, rápidamente olvidada por los grandes poderes, pasando por la SARS o la MERS, hasta llegar al devastador brote que estamos viviendo.

El autor reconoce que precisamente la SARS activó las alarmas de que una nueva pandemia vírica era inminente, amenazándonos a todos «independientemente de las costumbres sexuales y del uso o no de jeringuillas», y poniendo de manifiesto que «la presunción de que nuestra infraestructura sanitaria y de gestión tiene el conocimiento o el poder para controlar enfermedades infecciosas ya no se sostiene, y es peligrosamente arrogante».

A pesar de la enjundia de determinadas reflexiones y análisis, el lenguaje utilizado por Davis resulta en todo momento accesible y acertado para examinar las raíces científicas y políticas del apocalipsis viral actual. Al hacerlo, denuncia, como de costumbre en sus obras, el papel clave de las grandes farmacéuticas, los agronegocios y las industrias de comida rápida (incubadoras y distribuidoras de los nuevos tipos de gripe, debido a los modelos de producción que las sostienen), instigados por gobiernos corruptos y por un sistema global capitalista descontrolado, en la creación de las “perfectas” condiciones previas, desde un punto de vista ecológico, para la difusión de un virus que ha llevado a gran parte de la población mundial (y en particular a los más vulnerables) a una crisis de múltiples dimensiones.

Podríamos concluir señalando que dos son las reflexiones que hacen de telón de fondo a los análisis que se exponen en el libro y que, precisamente, invitan a una lectura atenta del trabajo para entender mejor las dinámicas de nuestros tiempos. Por un lado, el capital multinacional ha sido el motor que ha impulsado la evolución cada vez más significativa de determinadas enfermedades infecciosas mediante, sobre todo, la tala de bosques tropicales, que rompió las barreras naturales entre las poblaciones humanas y los virus, el aumento de la caza de animales silvestres a gran escala para abastecer de carne los mercados urbanos, el auge de la industria cárnica y el crecimiento exponencial de los barrios pobres, a lo que hay que añadir el empleo informal y el fracaso de la industria farmacéutica para encontrar beneficios en la producción masiva de antivirales esenciales, antibióticos de nueva generación y vacunas que sean universales.

El autor subraya cómo el enfoque basado en intervenciones técnicas específicas para cada enfermedad ha salvado vidas, pero deja casi inalteradas las condiciones sociales que promueven las enfermedades, y señala la necesidad de invertir en infraestructuras de atención primaria de salud en grupos, áreas regionales y países más pobres y vulnerables, basadas en las ideas de la “medicina social”, junto con reformas sociales radicales.

Por otro lado, es necesario promover un debate sobre modelos democráticos de respuesta efectiva para las “pestes” presentes y futuras, unos modelos que activen el empuje popular, coloquen a la ciencia al mando y empleen los recursos de un sistema de cobertura sanitaria universal y de salud pública (con una visión claramente tipo “One Health”).

En definitiva, la COVID-19 nos está obligando a comprender que no vivimos en una pandemia, sino en una era de pandemias. Ahora bien, con verdaderos monstruos que llegan y llegarán a nuestra puerta, ¿despertaremos a tiempo?.

FUHEM Ecosocial

 


La civilización del malestar: precarización del trabajo y efectos sociales y de salud

La civilización del malestar: precarización del trabajo y efectos sociales y de salud, de Joan Benach, Pere Jódar y Ramón Alòs, publicado en la sección A FONDO del número 150 de Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global. 

¿Te has dado cuenta de que cada vez es más difícil abrir el envoltorio de los pequeños objetos de consumo?

Algo parecido ha sucedido con las vidas de quienes tienen un trabajo remunerado. Quienes tienen un empleo legal y no son pobres viven en un espacio muy reducido, que cada vez les permite menos capacidad de elección, a excepción de la sempiterna elección binaria entre la obediencia y la desobediencia.

Sus horarios de trabajo, su lugar de residencia, su experiencia y sus capacidades, su salud, el futuro de sus hijos, todo lo que trasciende su función como empleados debe ocupar un pequeño lugar subordinado a las exigencias enormes e imprevisibles del beneficio económico. Es más, a esta rígida regla general se le denomina flexibilidad.     John Berger. Mientras tanto[1]

Nacemos frágiles y precarios, nos quieren precarios y frágiles. La precariedad es la otra cara de la moneda de la flexibilidad. La pandemia que estamos viviendo une de forma dramática la precariedad laboral, vital y social, así como la fragilidad de nuestra relación con la naturaleza que, acorde con la desigualdad, multiplica nuestra vulnerabilidad de salud.

Aceptemos, de entrada y para definir la situación, la aproximación de Andrés Bilbao:[2]: «[precariedad] significa romper la norma que identificaba empleo con ocupación estable de un puesto de trabajo», una brecha que se acompaña con la pérdida de derechos y de la capacidad negociadora colectiva de los trabajadores. Esta situación objetiva, en la que el mismo puesto de trabajo puede ser ocupado por diversas personas (en formato temporal, a tiempo parcial, subcontratado, etc.), se complementa, como argumenta Robert Castel,[3] con una presión político-moral que hace que mientras se genera una “penuria de empleos”,[4] la respetabilidad social se centre en una ocupación idealizada, sobrevalorada; de manera que el desempleo, la informalidad, o la misma situación precaria, se asimile a una falta de competencia laboral o a “una ociosidad culpable”.

La precariedad actual en los países dominantes, nace como una estrategia política de las elites y clases opulentas de manera que el hambre, la penuria y las deudas constituyan incentivos necesarios para que la ciudadanía trabaje a bajo precio. Con la emergencia de China y la India se ha expandido la reserva de mano de obra hasta límites insospechados. Pero lo más grave es cómo han conseguido expandir un sentido común individualista, competitivo, excluyente. El trato con la servidumbre siempre ha sido distante, con ciertas dosis de cinismo o crueldad, cuando no de racismo y supremacismo. Una actitud similar a la de muchos trabajadores europeos ante los inmigrantes. Como dice John Berger, se expande una fórmula en la que: «los que trabajan son delincuentes latentes».[5] Siempre están bajo sospecha.

Por ello y por las razones que enumeraremos seguidamente es necesario hablar de precariedad o, quizás mejor, de precarización. Junto al desempleo, la informalidad, la pobreza y las migraciones, debemos rescatarla del manto de sospecha, indignidad, estigmatización y represión diseñado por los que, precarizando y empobreciendo, se enriquecen hasta límites que sonrojan.

En primer lugar, la precariedad, es una estrategia política que implica una pérdida del poder negociador de trabajadores y sindicatos. Esta estrategia en su expansión borra las fronteras entre situaciones ocupacionales (trabajo fijo, precario, desempleo) y de la vida material. La lógica del tiempo y el espacio fordista se disuelve; ahora se puede trabajar y se debe estar disponible para trabajar en cualquier lugar y momento. Así, aparecen nuevas formas de gestión basadas en la disciplina del pago por tareas, proyectos, objetivos y resultados. La disolución del tiempo y del espacio ocupacional favorece nuevas formas de precariedad, disciplina y de dependencia, múltiples. Es, en este sentido, que mantenemos que la precariedad es la otra cara de la moneda de la flexibilidad promovida por las agencias internacionales y las políticas neoliberales, bajo el pretexto de ser la mejor opción para reducir el paro. Una precarización que, en España, junto al desempleo, está sobredimensionada si se compara con países del entorno europeo occidental.

En segundo lugar,  , que se expande con base a realidades objetivas mediante los diferentes tipos de crisis (militares, económicas, sociales, políticas, sanitarias, ambientales), y sus derivados en forma de desempleo, pobreza o grandes migraciones. Que, asimismo, vienen acompañadas de acciones que fomentan una determinada subjetividad, un discurso ideológico o sentido común concreto. Por un lado, contienen unos mensajes en positivo: flexibilidad para adaptarse a los nuevos retos, autonomía y libertad para el individuo emprendedor; y, por otro lado, discursos en negativo: los estereotipos y la estigmatización sobre países y colectivos determinados.

De este modo, la expansión de la precariedad y el desempleo, bajo el paraguas de la “libertad” de mercado, destruye el tejido social y comunitario . El trabajo autónomo y cualificado, antes vinculado a las bien remuneradas profesiones liberales, aún continúa planteándose como promotor de “libertad de elección”, pero tras ella se puede amagar un trabajo mal pagado, disciplinado e inseguro. Esta falsa sensación de libertad es un intento de conseguir la forma más segura de vigilancia de los trabajadores, que no es otra que la autodisciplina y el autocontrol.[6] No sólo se trata de que el empleado trabaje, sino que además se identifique emocionalmente, aunque los incentivos materiales o las recompensas morales no sean más que humo embotellado. Se borra la distinción entre el trabajador y la persona. La vieja idea de alienación de Marx experimenta una nueva vuelta de tuerca.[7] Ya desde el sistema educativo y su énfasis actual en cuestiones empresariales (las competencias) y financieras, nos preparan para la subordinación y el endeudamiento. El trabajo gratis, tanto mediante la extracción de datos de nuestros dispositivos móviles, como a través del sistema generalizado de prácticas, nos dejan aún más inermes.[8]

La expansión de la precariedad y el desempleo, bajo el paraguas de la “libertad” de mercado, destruye el tejido social y comunitario

Este sistema de precarización, en cierto modo nos remite a las contundentes conclusiones de Pierre Bourdieu sobre la flexiexplotación[9] que, con instrumentos como la informalización y la desocupación, suponen un nuevo modo de dominación; o también a Isabell Lorey[10] cuando señala la precarización como proceso de precarizar personas hasta hacer hegemónico un sentido común que legitima la precariedad y «la convierte en una estrategia de gobierno».[11] En definitiva, la precariedad laboral es un proceso de dominación donde trabajadoras y trabajadores se ven obligados a aceptar la explotación o la autoexplotación.

Las causas de tipo sistémico y político que hay detrás de esta vulnerabilidad socio-laboral generalizada, junto con la destrucción del medio natural y la crisis eco-social, o las crisis sanitarias tras probables nuevas pandemias, representan retos fundamentales para recuperar la salud de las sociedades y de las personas. Los tiempos se polarizan entre la barbarie autoritaria o la supervivencia social. Hay un margen cada vez más estrecho para la emancipación democrática.

La precariedad, sin embargo, no es un fenómeno nuevo ya que ha acompañado al trabajo asalariado o dependiente desde los inicios del capitalismo (y, si nos ceñimos al trabajo, desde que hubo dominadores y dominados, explotadores y explotados). Ahora simplemente muestra caras diferenciadas, sobre todo en los países ricos. Es, también, un fenómeno global que debe entenderse y medir de forma multidimensional.[12] [13]

Finalmente, es imprescindible comprender la precarización si queremos desarrollar estrategias alternativas. La precariedad no es un fenómeno natural sino impuesto. Tras 40 años de experimentación, se observa con claridad su objetivo implícito: el aumento de la reserva de mano de obra mediante el desempleo, el trabajo incierto y mal remunerado, sin los derechos laborales y sociales que acompañaron al empleo regulado y protegido en buena parte de los países más ricos. Y, como se ha dicho previamente, la auto-inculpación por parte del trabajador precario de su situación laboral; en definitiva, un ataque frontal a la solidaridad de clase, a la acción colectiva, a los sindicatos. Sin importar en todo ello las calamidades sociales, ecológicas o sanitarias que surjan de su flexible y voraz desarrollo. Con ello los sindicatos, la negociación colectiva y las relaciones laborales han pasado de ser instrumentos para la solución de los problemas sociales derivados del crecimiento económico (un instrumento válido para equilibrar y pacificar el intercambio de trabajo por salario), a ser, en sí mismos, el problema para el nuevo capitalismo neoliberal.

 

¿Cómo se extiende la precarización y qué efectos sociales produce?

Hace más de un cuarto de siglo, un documento de la OCDE era muy explícito.[14] Estados Unidos, eliminando protecciones a los trabajadores, rebajando el bienestar y disminuyendo la administración pública tenía menos desempleo; por tanto, la Unión Europea (UE) tenía señalado el camino a seguir. Poco importaba que en Estados Unidos creciera la precariedad y el trabajo mal remunerado; ya que, como decía el mismo documento: «sus problemas sociales serían mucho peores sin esos empleos». Y Europa se puso manos a la obra y, en esa acción, España fue un alumno aventajado, reforma laboral tras reforma laboral, precarizamos a través de instrumentos sumamente sensibles al ciclo económico: el trabajo temporal, el autónomo dependiente, las empresas de trabajo temporal (ETT), la subcontratación... Tras 2008, las políticas austericidas y las reformas laborales degradaron y mercantilizaron aún más las condiciones de empleo y trabajo. De manera que la solución flexibilizadora impuesta a nuestro país no le ha librado del desempleo, ni del trabajo de mala calidad, ni de la ocupación informal, ni tampoco de la desigualdad social que ha crecido de manera alarmante.

Y no sólo se trata de la desigualdad de rentas, ya que uno de los indicadores más sensibles que reflejan la existencia de desigualdad (y de injusticia social) es la constatación de cómo se distribuye la salud en los distintos grupos sociales y territorios. Según el Government at a Glance,[15] en relación con el gasto de la Administración pública, España está a la cola de Europa; respecto del gasto por habitante, estamos por debajo de la media OCDE y, por supuesto de los países de la zona euro (ambos datos, en porcentaje de PIB). Una conclusión similar se puede constatar respecto del empleo público español, con el agravante de su progresiva laboralización y precarización. El gasto en educación o protección social en 2017 era de los más bajos de Europa y de alrededor de la media OCDE. Por lo que hace a la sanidad, el gasto público descendió desde la Gran Recesión de 2008, lo que implicó la reducción del número de camas hospitalarias, del número de profesionales y, junto a ello, siguiendo las recetas neoliberales, la expansión del sector privado y la mercantilización de la sanidad.[16]

La insistencia de las organizaciones internacionales en mercantilizar y privatizar (OMC) , o en la necesidad de flexibilizar nuestro mercado de trabajo (OCDE y FMI) es muy marcada, aún cuando, siguiendo sus indicadores de rigidez-flexibilidad (EPL, Employment Protection Legislation), ya hace años que España tiene un EPL inferior (es decir, es más “flexible”) al de algunos países con dinámicas ocupacionales mucho más exitosas que las nuestras en términos de tasa de ocupación, desempleo y precariedad como Alemania o Dinamarca.[17]

Los estereotipos legitimadores de la precariedad difunden la idea de que ese es el destino de los trabajadores con bajo nivel de estudios o poca cualificación. Sin embargo, los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) van mostrando a lo largo del tiempo cómo las profesiones y actividades de alto nivel de estudios, así como las relacionadas con la sanidad o la educación se van precarizando; y no sólo en España[18]. Es más, en momentos de crisis como el actual, se vuelve a mostrar que muchas profesiones con el estigma de baja cualificación o, incluso, despreciadas , como cajeras y reponedores de supermercado, limpieza, recogida de basuras, agricultura, etc., son más indispensables que muchas de aquellas que tienen un alto precio en el mercado como son, por citar algunas, los brokers, intermediarios, conseguidores y tiburones de las finanzas.

Uno de los segmentos de actividades y de ocupaciones paradigmático, donde se concentran las ambigüedades y contradicciones del tipo de prácticas enunciadas, es el relacionado con el cuidado de ancianos, un trabajo que debiera ser altamente cualificado porque ¿cómo dejar a padres y abuelos, en muchas ocasiones con problemas de salud mental o física, en manos inexpertas, o en centros con pocos recursos y que proporcionan cuidados y condiciones irresponsables? Y, sin embargo, la implantación de políticas neoliberales austericidas tras la crisis de 2008 recortó el gasto en residencias públicas, incrementó el déficit de plazas, redujo el papel de entidades sin ánimo de lucro, y externalizó servicios a grandes empresas, aseguradoras y fondos especulativos que hallaron en la atención a las personas mayores un mercado rentable para hacer negocio. Este se hizo recortando personal, precarizando sus condiciones, ahorrando en material y degradando la atención y condiciones de las personas ancianas. Se parasita al sector público, se gestiona privadamente y se actúa sin control democrático.[19] Este es un punto crítico de un sistema que desprecia la vida y falta al respeto y a la dignidad de las personas y los trabajadores.

La actual crisis muestra que profesiones con el estigma de baja cualificación son más indispensables que aquellas con alto precio en el mercado

Otra cuestión punzante, puesta sobre la mesa en la crisis de salud pública actual, es la de intentar pasar de puntillas en el campo educativo (conocedores de las elevadas desigualdades que pesan sobre él); es decir, pasar de una enseñanza presencial a una enseñanza virtual de la noche a la mañana en colegios, institutos y universidades en la actual crisis COVID-19 tras una larga etapa no solo de intensa mercantilización y privatización, sino también de austericidio.[20] Aparecen desnudas, en estos dos casos, la fragilidad, la inconsistencia y la irresponsabilidad, con las que tratamos a las personas dependientes y más vulnerables. A unos porque solo tienen presente (la ancianidad) y, a otros, porque se les supone futuro (los jóvenes). La forma de solucionar sus problemas pone bajo los focos que aquello que necesitamos, al contrario de lo que predicaba la señora Thatcher y su «no hay alternativa», es «más sociedad» y una economía que resuelva las acuciantes necesidades que tiene la población, sobre todo las más desfavorecida. El trabajo de la reproducción, de los cuidados, no solo es social, es política y económicamente indispensable.

La precarización afecta la trayectoria laboral, tanto en las condiciones de empleo (tipo de contrato o despido, por ejemplo), como a nuestras condiciones de trabajo (salario, jornada, intensidad del trabajo, etc.), pero también a nuestras vidas, introduciendo condicionalidad y vulnerabilidad cotidiana (no llegar a final de mes, no poder hacer frente a los pagos de la vivienda o de los servicios indispensables, no poder planificar la vida cotidiana, no poder formar una familia). Como hemos sugerido anteriormente citando a Bilbao, un primer mecanismo de precarización afecta la situación laboral-contractual y de trayectoria laboral que engloba las condiciones de empleo y de trabajo. La norma estándar de empleo (fijo, estable, a tiempo completo, con derechos y protecciones) deja paso a una nueva norma de empleo no estable, inseguro, a tiempo parcial o incierto, con derechos y protecciones limitados, que borra las fronteras no sólo entre situaciones de empleo (fijo y temporal o a tiempo completo y tiempo parcial), sino también entre situaciones ocupacionales: asalariados y autónomos, formales e informales, contratados y subcontratados, ocupados y subocupados. Recordemos que el desempleo, precisamente, ha sido el ariete justificador de la explosión precarizadora. Cómo se nos repite con insistencia a modo de excusa: es mejor tener un trabajo, el que sea, que no tener ninguno.

Al tiempo, un segundo mecanismo actúa combinando protecciones y desprotecciones, riesgos y vulnerabilidades en el trabajo, de manera que más o menos protección y derechos (indemnización, representación o negociación), da lugar a mayor o menor seguridad, incertidumbre, vulnerabilidad (miedo, indefensión, despido), o discriminación (de diversos tipos hasta llegar a las amenazas y la violencia). Su escenario es el puesto y lugar de trabajo, pero se amplía hasta abrazar la vida cotidiana de las personas afectadas, dada la inseguridad o incertidumbre generada por estas vivencias. El ejemplo más inmediato es la insuficiencia de ingresos, pero tampoco debemos olvidar sus múltiples efectos en la salud, en la vida personal y familiar, o en situaciones de discriminación o acoso.

Finalmente, un tercer mecanismo facilita la penetración de la vulnerabilidad en la vida cotidiana y en los hogares. Así, Santamaría y Serrano apuntan que «el precario se somete a un control sobre su vida».[21] El empleo precario se relaciona con la privación y pobreza que alcanza a los hogares como señala la Fundación Foessa.[22] No es solo que existan el 14% de trabajadores pobres, aun y estando ocupados, o que justo antes de la pandemia superáramos los tres millones de desocupados, es también la pobreza que afecta a una cuarta parte de los españoles, lo que cuestiona la subsistencia, una de las funciones claves de la reproducción. En este sentido las familias afectadas por la inseguridad laboral soportan los efectos de la precariedad y el desempleo, lo que unido al progresivo cuestionamiento y desmantelamiento del estado del bienestar incorpora riesgos sociales importantes actuales y futuros: por ejemplo, en términos de cuidado y atención; en términos de educación, sanitarios, etc.[23]

 

La precarización laboral, vital y de salud

Hoy en día el gran capital ha alcanzado un grado tal de impunidad, encerrado en su burbuja de codicia, interés y supremacismo desmedidos que apenas le afectan las protestas y movilizaciones sindicales, tampoco aquellas motivadas por la falta de regulación o gobernanza de la globalización, ni las acciones feministas, ecologistas, etc. Por su parte, la atención sanitaria y la biomedicina sufren también las consecuencias de la especialización vinculada a una división del trabajo extrema ligada a la mercantilización y la permanente búsqueda del beneficio. Pero no controlamos la naturaleza y un minúsculo betacoronavirus de apenas 100 nanómetros de diámetro nos recuerda nuestra fragilidad y precariedad como productos que somos de esa misma naturaleza que nos acoge o nos puede destruir.

A esa precarización como género humano se une la precariedad social impulsada estratégicamente por unas élites extractivas, que no quieren ni tienen ninguna alternativa a un sistema que genera sus privilegios y defiende sus intereses. En los países ricos nos dimos cuenta de su existencia por la implantación de la desregulación, flexibilidad y austeridad, que abraza nuestras vidas, nuestros hogares y familias. Y la precariedad ha entrado en nuestros cuerpos y en nuestras mentes hasta convertirse en una mentalidad precaria. Como señala Guy Standing, la mente precarizada “carece de anclajes, revolotea de un tema a otro, con el sufrimiento extremo del trastorno de déficit de atención. Pero también es nómada en su trato con otras personas”.[24] Su expresión en términos de salud es muy diversa: malestar, enfermedad, muerte prematura, etc. Y, sin embargo, como veremos, hay cuerpos, mentes, personas y grupos sociales más precarios que otros. La precarización es ubicua y a la vez desigual.

A la precarización como género humano se une la precariedad social impulsada estratégicamente por unas élites extractivas

Una encuesta sobre la precariedad en Barcelona,[25] siguiendo los escala de medición de la precariedad laboral EPRES elaborado por el grupo de investigación Greds-Emconet (UPF), muestra que las personas precarizadas, están más expuestas a la contratación inestable (61,3%), su salario no permite cubrir imprevistos (74,7%; 65,5% con un sueldo inferior a los 1.000€) y, asimismo, tienen baja capacidad negociadora sobre sus condiciones salariales y de empleo, son más vulnerables (amenaza de despido, indefensión ante trato injusto, miedo a represalias por reclamar mejores condiciones), más riesgo de no tener derecho a indemnización por despido y, en el ejercicio de esos derechos, tienen más dificultades para coger permisos o de hacer días de fiesta semanales, regular horarios laborales, etc. Otro estudio realizado en Cataluña 2017[26] muestra la mayor prevalencia de precariedad en determinados grupos más expuestos como son las mujeres, jóvenes, inmigrantes, trabajadores manuales y de menor nivel educativo. El nivel de precariedad entre la clase obrera con trabajos manuales menos cualificados (57 y 56% en mujeres y hombres respectivamente), es parecida, o incluso mayor, que la de los trabajadores mejor situados (profesionales o directivos de empresas) con contratos temporales (38 y 60% en mujeres y hombres respectivamente). Ahora bien, esta sobreexposición no debe ocultarnos que la precarización avanza también entre los trabajadores con nivel educativo superior y profesiones de nivel técnico o de mando; el miedo al despido aparece también entre los supuestamente no precarios. La desigualdad y la precarización van juntas. Por otro lado, según la encuesta sobre precariedad en Barcelona (2018), la precariedad también se relaciona con la pobreza energética, no solo en términos de temperatura adecuada (entre el 22-44% según nivel de precariedad), sino también de no disponer de internet (entre el 15-26% según precariedad). Asimismo, los precarios están más expuestos a problemas con el pago de la vivienda (entre el 27-35% según situación de precariedad) y la amenaza o el desahucio propiamente, así como a cortes de suministros básicos.

De todo lo anterior se desprende que la precarización tiene consecuencias laborales, personales y sociales de gran amplitud, pero también sobre la salud y calidad de la vida. La crisis del coronavirus solo ha puesto de manifiesto su especial urgencia. La salud, como el consumo, el cuidado y la atención a las personas, son temas transversales (del mismo modo que el poder y la dominación, el género o el racismo) que sacuden el mundo del trabajo, inseparable de la vida. Y, sin embargo, la salud como nos recuerda Richard Sennett, fue un problema para los primeros urbanistas (siglo XIX) que diseñaron las grandes ciudades actuales no como respuesta a las crisis económicas, sino como actuación frente a los “problemas de salud pública y enfermedades que afectaban tanto a ricos como a pobres”.[27] La calidad de la vida urbana solo mejoró a partir de la dedicación a la tarea de médicos higienistas y urbanistas como Ildefons Cerdà y su preocupación por la salud.

La precarización tiene consecuencias laborales, personales y sociales de gran amplitud, pero también sobre la salud y calidad de la vida

El desempleo y la precarización de la vida constituyen una epidemia social tóxica, que impide llegar a fin de mes, que genera personas pobres que no pueden calentarse en invierno o llenar la nevera, individuos desesperados. La precarización empeora la salud mental, genera violencia y suicidios; aumenta el riesgo de enfermar, de empeorar la salud y de morir prematuramente, no solo para quienes trabajan en esas condiciones, sino también para sus familias, todo lo cual conlleva desigualdades de salud. Unas precarias condiciones de vida que son especialmente graves cuando afectan a menores de edad, por los condicionantes que suponen en sus futuras trayectorias vitales. Hace dos décadas, una investigación mostraba de forma cualitativa algunas de las reacciones y sensaciones de mujeres de mediana edad de un grupo de limpieza (Tabla 1).[28] En gran parte coinciden con entrevistas a parados en fechas más recientes, en las que se hablaba del estigma, el miedo, o la discriminación que afectan la salud; como decía una entrevistada; «vas al médico y nos dan Diazepam».[29]

 

Tabla 1. Ejemplos de dimensiones de la precariedad relatado por trabajadoras de la limpieza
Horario/ disponibilidad absoluta y permanente “Dejas de dormir esperando que te llamen” “Estas nerviosa pensando que te van a llamar” Duele mucho no cumplir con las promesas a tus hijos”
Vulnerabilidad /Impotencia “Psicológicamente me mata, te da una impotencia muy grande” “Es que nos callamos por el miedo que tenemos.”
Trato discriminatorio “Ahora lo llevo mejor, pero me ha costado, bajando la cabeza, siempre detrás, siempre detrás, hasta que han claudicado ya.” “Te pones mal, te vas a tu casa quemada” “Es humillante te tratan como basura”

 

Distintos estudios permiten ver con claridad cómo conforme aumenta la precariedad laboral el impacto sobre la salud es mayor[30] tanto en el nivel de salud mental como en la autopercibida,[31] produciéndose un gradiente social de la salud. Por ejemplo, el impacto sobre la salud mental es mucho mayor (más de 3 veces más riesgo) en los trabajadores más precarios. La peor situación se observa en las mujeres, inmigrantes, obreras y jóvenes, cuya precariedad es elevadísima (alrededor del 90%).

Antes veíamos uno de los extremos de la precariedad: el desempleo y sus consecuencias en términos de inseguridad. Otro extremo es el trabajo informal, sin contrato. Por ejemplo, una investigación realizada en Chile, revela que el empleo informal muestra peores resultados en la salud autopercibida y la salud mental que la ocupación formal aunque hay diferencias entre personas dependientes y no dependientes y por género.[32] [33]

 

Actividades vitales durante la COVID-19 y la generación de precarización

Al tiempo que las investigaciones muestran cada vez con mayor detalle y precisión los efectos de la precarización en la salud, la combinación letal de flexibilidad y austeridad desde la Gran Recesión de 2008 ha seguido promoviendo, entre políticas neoliberales y grandes empresas, una continua precarización de aquellas actividades y ocupaciones que hoy día son vitales para la subsistencia, como se ha remarcado en numerosos medios de comunicación durante los primeros meses de 2020.[34]

Cuando dentro de un tiempo tengamos datos y análisis fiables podremos valorar integralmente los efectos en la salud de la pandemia; pero hoy, la COVID-19, reúne todas las condiciones para que debamos considerarla una pandemia de la desigualdad , que representa una grave amenaza para la población obrera y los barrios populares. La pandemia de la COVID-19 amplificará desigualdades sociales previas. Llueve, y llueve sobre mojado, pero no llueve del mismo modo para todas las personas. Las políticas neoliberales mercantilizadoras deterioraron sin piedad los recursos y servicios de la sanidad pública; los servicios sociales y de dependencia nunca fueron suficientemente desarrollados; y la salud pública, el medio para analizar, proteger y prevenir la enfermedad y promocionar la salud colectiva ha sido sistemáticamente infrafinanciada y, a menudo, condicionada a intereses privados. Los profesionales sociosanitarios, aclamados hipócritamente por algunos cómo héroes, han debido (junto a sus familias) exponerse innecesariamente al contagio y al riesgo de morir. Durante días, un gran número de trabajadores precarizados han tenido que elegir entre riesgos: ir a trabajar, perder el empleo, o, más tarde, confinarse precariamente sin disponer de la posibilidad de teletrabajar. Junto a obreros de la construcción, repartidores y empleados del sector turístico y los servicios, una gran parte de la clase trabajadora que sostiene la vida común de toda la población ha sido invisibilizada. En el hogar, la crisis se manifiesta sobre todo en las mujeres que cuidan y atienden a personas enfermas y con discapacidad, a infantes y mayores. Las cajeras, limpiadoras, camareras de piso y trabajadoras sociales y de cuidados tienen también rostro de mujer.[35]

Distintos estudios permiten ver con claridad cómo conforme aumenta la precariedad laboral el impacto sobre la salud es mayor.

Una aproximación empírica a la precariedad[36] con los cambios ocurridos entre 2011 y 2019, asociados a algunas de las profesiones calificadas de “esenciales” o a trabajadores/as calificadas de “héroes” o “heroínas”, muestra cifras muy ilustrativas (Tabla 2). La cuestión es particularmente llamativa en el caso de la enfermería, que ha visto reducir su empleo no precario, mientras el precario aumenta espectacularmente; del mismo modo reponedores o trabajadores de los cuidados personales. Excepto entre farmacéuticos y trabajadoras de la industria de alimentación, el empleo precario aumentó más que el indefinido, estable o a tiempo completo, en todas estas profesiones clave.

Sí planteamos el mismo ejercicio para actividades relacionadas (Tabla 3), veremos a simple vista que el empleo precario ha aumentado prácticamente en todas ellas entre 2011 y 2019; en la industria alimentaria, un 30,8%; en educación, un 23,1%; en sanidad, un 45,1%; en asistencia en establecimientos residenciales, un 31,9%; en comercio, entre el 37,6% y el 41,9%; en depósito y almacenamiento la tasa de precariedad ha pasado del 19,5% en 2011 al 45,3% en 2019. Transporte de mercancías es la única actividad de las reseñadas en las que ha aumentado el trabajo no precario.

 

Tabla 2. Precariedad según ocupación seleccionada. España, 2011 y 2019
Ocupación principal % empleo precario IV trimestre

Variación empleo

de 2011 a 2019

2011 2019 Precario No precario Total
Médicos 32,7% 34,9% 25,4 13,5 17,4
Profesionales de enfermería y partería 32,4% 41,3% 36,4 -7,1 6,9
Otros profesionales de la salud 39,7% 43,1% 84,0 59,8 69,4
Auxiliares de enfermería 36,5% 38,6% 36,9 24,9 29,3
Farmacéuticos 30,2% 27,3% 38,4 59,0 52,8
Técnicos auxiliares farmacia y emergencias sanitarias y otros trabajadores de cuidados a personas en servicios de salud 32,7% 34,8% 32,6 21,0 24,8
Trabajadores de los cuidados personales a domicilio (excepto cuidadores de niños) 50,0% 56,3% -2,9 -24,5 -13,7
Vendedores en tiendas y almacenes 39,6% 40,9% 13,7 7,6 10,0
Cajeros y taquilleros (excepto bancos) 44,6% 51,2% 26,9 -2,4 10,7
Reponedores 41,3% 52,5% 37,8 -12,2 8,5
Trabajadores de la industria de la alimentación, bebidas y tabaco 34,7% 31,2% -5,7 10,5 4,8
Total precarios 31,8% 33,7% 18,0 8,0 11,2

Nota: % de empleo precario en cada ocupación reseñada

Fuente: elaboración propia con datos del Instituto Nacional de Estadística, Encuesta de Población Activa, microdatos.

 

Tabla 3. Precariedad según sectores de actividad, variación entre 2011 y 2019 en España

 

Ocupación principal % empleo precario IV trimestre

Variación empleo de 2011 a 2019

2011 2019 Precario No precario Total
Industria de la alimentación 25,5% 27,6% 30,8 17,7 21,1
Educación 32,4% 36,1% 23,1 4,6 10,6
Actividades sanitarias 31,9% 39,6% 45,1 3,5 16,8
Asistencia en establecimientos residenciales

35,8%

37,8% 31,9 21,1

25,0

Comercio al por mayor de productos alimenticios, bebidas y tabaco

30,1%

34,7% 37,6 11,8

19,6

Comercio al por mayor de artículos de uso doméstico

20,6%

20,8% 11,1 9,6

9,9

Comercio al por menor en establecimientos no especializados 29,9% 34,6% 41,9 14,1

22,4

Comercio al por menor de productos alimenticios, bebidas y tabaco en establecimientos especializados

37,5%

34,7% -8,8 3,0

-1,5

Depósito y almacenamiento 19,5% 45,3% 105,2 -40,1 -11,9
Transporte de mercancías por carretera y servicios de mudanza

25,6%

19,3% 0,6 44,6

33,3

Actividades anexas al transporte 19,7% 26,9% 89,5 26,5 38,9
Actividades postales sometidas a la obligación del servicio universal 13,2% 39,6% 183,4 -34,3 -5,6
Otras actividades postales y de correos 26,2% 33,0% 43,0 2,9 13,4
Total 31,8% 33,7% 18,0 8,0 11,2

Nota: % de empleo precario en cada ocupación reseñada

Fuente: elaboración propia con datos del Instituto Nacional de Estadística, Encuesta de Población Activa, microdatos.

 

Este es el panorama detrás de los aplausos cotidianos que podemos escuchar cada tarde. El riesgo no es para el empleador, sino para el trabajador.[37]

Otra referencia similar es la de los contratos registrados en el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE).[38] Ahí se observa (Tabla 4) la enormidad de contratos registrados en el año 2019. Además, una mirada más atenta permite descubrir que solo una pequeña proporción son contratos indefinidos. La precariedad y la fragilidad caracterizan estos sectores de actividad y estas profesiones tan vitales en la crisis actual.

Tabla 4. Contratos registrados en el año 2019 y ocupados en el IV trimestre 2019, España

 

Contratos registrados año 2019

Ocupados IV trim 2019

% contratos registrados sobre empleo

Profesionales de la salud   354.646 663.971 53,4%
Trabajadores de los cuidados a las personas en servicios de salud   497.387 470.156 105,8%
Otros trabajadores de los cuidados a las personas    311.931 347.134 89,9%
Trabajadores de los servicios personales   502.286 321.234 156,4%
Empleados domésticos     201.727 408.226 49,4%
Otro personal de limpieza   1.453.566 682.706 212,9%
Recogedores de residuos urbanos, vendedores callejeros y otras ocupaciones elementales en servicios

523.453

161.061

325,0%

Total 22.512.221 16.846.141 133,6%

Fuente: Fuente: elaboración propia con datos del Instituto Nacional de Estadística, Encuesta de Población Activa, microdatos, y del SEPE, Estadística de Contratos Acumulados 2019.

 

A lo largo del año 2019 se registraron en España 1.341.776 contratos de trabajo en actividades sanitarias y de servicios sociales, de los cuales solo 41.682, el 3,1%, eran indefinidos. Entre profesionales de la salud se formalizaron 354.646 contratos, de los cuales apenas 20.748, esto es el 5,9% del total, eran indefinidos. Entre los trabajadores de cuidados a las personas en servicios de salud, de 406.653 contratos, sólo 7.967 eran indefinidos, menos del 2%. Estas cifras confirman la elevada inestabilidad contractual que afecta a una no pequeña parte de trabajadores de dichos ámbitos.

 

Conclusiones

La precarización es un fenómeno estructural, endémico y tóxico, que existe en todos los trabajos y todos los sectores y que, aun con importantes diferencias, afecta a la inmensa mayoría de trabajadores, ya sea en el ámbito privado y público, en la industria, agricultura y servicios, en sus condiciones de empleo, en sus condiciones de trabajo, o en su hogar y vida cotidiana. Además del empleo asalariado, la precarización se hace omnipresente en gran número de trabajos no asalariados y sin relaciones contractuales, muchos de los cuales quedan ocultos, como es el caso de quienes trabajan por un alojamiento y manutención sin ningún sueldo, en diversas situaciones de servidumbre y esclavitud. También con múltiples tipos de empleo informal, en el que destaca el enorme número de mujeres que realizan el trabajo doméstico, incluido el trabajo de cuidados y de atención a las personas dependientes. La crucial importancia del trabajo reproductivo femenino, invisible, no remunerado y precarizado radica en que constituye un factor clave e la organización de la producción y en el proceso de acumulación capitalista.

La precarización es un fenómeno estructural, endémico y tóxico, que existe en todos los trabajos y todos los sectores

En este texto hemos reflexionado acerca de la supervivencia de nuestras sociedades, pero, ¿es eso posible si seguimos el mismo ritmo, dinámica y exposición actuales? ¿Debemos experimentar nuevas fórmulas? Por ejemplo, ¿podemos pensar el trabajo teniendo en cuenta el cuidado y la atención a las personas?, ¿O teniendo en cuenta la salud de la humanidad y la salud del planeta? El trabajo reproductivo, en el que se incluye la educación y la salud, es un trabajo digno, socialmente necesario e imprescindible. Necesita el reconocimiento que su importancia social merece. Y un reconocimiento no mercantil, porque los trabajos de reproducción son instrumentos que generan equidad.

El Estado al servicio del mercado naturaliza lo que es antinatural. El Estado es una institución social que debiera estar al servicio de la sociedad. Además, lo privado no necesariamente funciona y, aún menos, funciona mejor (Mazzucato, Krugman).[39] Desde los años ochenta en España hemos visto cómo la venta de patrimonio y servicios públicos solo garantiza grandes beneficios a los propietarios actuales[40] e incrementa la desigualdad y la pobreza. Una dualidad tan insoportable como la que van generando los intereses económicos en la sociedad, entre los que pueden no pagar o incluso evadir impuestos frente a los que tienen que pagar impuestos religiosamente y los que no pueden pagarlos dado su elevado grado de vulnerabilidad y pobreza. Como expone el economista Paul Krugman, la Seguridad Social y la sanidad provista por el Estado es hoy más necesaria que nunca.

La precarización del trabajo no es un destino o una fatalidad esgrimida para culpabilizarnos, sino el resultado de un régimen político y un modelo económico impuestos a conciencia. Por ello es necesario pensar un modelo alternativo de sociedad y economía que asegure la vida material de las personas; un modelo donde se trabaje menos pero quizás en diversas actividades y de modo diferente, mucho más respetuoso con el medio ambiente y con las capacidades de las personas (mujeres y hombres de orígenes y etnias diferentes) para trabajar y vivir mejor. Los cambios deberán ser radicales. Por un lado, habrá que aumentar la protección social y la seguridad material al margen de tener empleo o trabajo. Sea mediante una reedición de un contrato social de bienestar que asegure el pleno empleo, como mecanismo básico de redistribución, pero que también consolide los servicios sociales indispensables (salud, educación, vivienda, energía, transporte, etc.); o sea mediante algún mecanismo de garantía de rentas a la ciudadanía. En todo caso, se han de poner en marcha mecanismos que alejen la miseria económica del trabajador pobre, así como la incertidumbre y la arbitrariedad en la que vive. Por otro lado, habrá que respetar y desarrollar los derechos de los trabajadores y democratizar radicalmente la organización y las condiciones de trabajo. Habrá que avanzar en una economía que incentive la solidaridad y la cooperación con proyectos nuevos, alternativos, que creen ilusión y esperanza, y que sean creativos, ecológicos y socialmente útiles. En esta encrucijada histórica, hay que repensar nuevas propuestas que conformen una alternativa para emanciparnos a las cadenas con que nos ata el neoliberalismo capitalista. Ante la progresiva destrucción de los derechos laborales y de la negociación colectiva y la extensión global de la precarización hay que reivindicar la importancia decisiva de luchar por la democracia laboral y evitar que el trabajo sea una mercancía.

 

Joan Benach es director del Grupo de Investigación de Desigualdades en Salud (GREDS-EMCONET, UPF), subdirector del JHU-UPF Public Policy Center (UPF), y colaborador del Grupo de Investigación Transdisciplinar sobre Transiciones Socioecológicas (GinTRANS2) en la UAM

Ramón Alós es profesor jubilado de Sociología, Universitat Autònoma de Barcelona, investigador del Centre d'Estudis Sociològics sobre la Vida Quotidiana i el Treball (QUIT) y del Institut d’Estudis del Treball (IET).

Pere Jódar es profesor de Sociología, Universitat Pompeu Fabra.

NOTAS:

[1] John Berger, Panorámicas. Ensayos sobre arte y política, editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2016, p.306.

[2] Andrés Bilbao, «Trabajo, empleo y puesto de trabajo», Política y Sociedad, 34, 2000, pp. 69-81, p.69.

[3] Robert Castel, La montée des incertitudes. Travail, protections, statut de l’individu, Éditions du Seuil, París, 2009.

[4] Ibidem, p. 114.

[5] John Berger, 2016, Op. cit., p. 305.

[6] Ver, por ejemplo, Emiliana Armano, Annalisa Murgia, «Hybrid areas of work In Italy: hypotheses to interpret the transformations of precariousness and subjectivity», en Emiliana Armano, Arianna Bove, Annalisa Murgia, Mapping Precariousness, Labour Insecurity and Uncertain Livelihoods. Subjectivities and Resistance, Routledge, Londres, 2017, pp. 47-59. También, Michel Foucault, Nacimiento de la biopolítica, Fondo de Cultura Económica, México, 2007.

[7] David Casassas, Libertad condicionada. La renta básica en la revolución democrática, Paidós, Barcelona, 2018.

[8] Andrew Ross, «Working for nothing: the latest-high great sector?», En Armano, Bove y Murgia, 2017, Op. cit., pp.189:198.

[9] Pierre Bourdieu, «Job Insecurity is Everywhere Now», en Pierre Bourdieu, Acts of Resistance. Against the Tyranny of the Market, The New Press, Nueva York, 1998, pp. 81-87.

[10] Isabel Lorey «Labour (in-) dependence, care: conceptualizing the precarious», en Armano, Bové y Murgía, 2017, Op. cit., pp. 199-209.

[11] Isabel Lorey, 2017, Op. cit., p. 200.

[12] Alejandra Vives, Marcelo Amable, Monserrat Ferrer, Salvador Moncada, Clara Llorens, Carles Muntaner, Fernando G. Benavides y Joan Benach, «The Employment Precariousness Scale (EPRES): psychometric properties of a new tool for epidemiological studies among waged and salaried workers», Occup Environ Med. 2010, 67(8):548-55.

[13] Joan Benach, Alejandra Vives, Marcelo Amable, Christophe Vanroelen Gemma Tarafa y Carles Muntaner, «Precarious employment: understanding an emerging social determinant of health», Annu Rev Public Health, 2014, 35:229-53.

[14] OCDE, The OECD Jobs Study. Facts, Analysis, Strategies, 1994.

[15] OCDE, Government at a Glance, 2019,

[16] Joan Benach, «El Sistema Nacional de Salud español: ¿Cómo se originó? ¿Qué logró? ¿A dónde debería ir?», Sin Permiso, 29 de enero de 2018.

[17] Damian Grimshaw, Mat Johnson, Jill Rubery y Arjan Keizer, European Work and Employment. Reducing Precarious Work. Protective gaps and the role of social dialogue in Europe, European Commission project (DG Employment, Social Affairs and Equal Opportunities VP/2014/004, Industrial Relations & Social Dialogue), 2016. Ver también Rafael Muñoz-de-Bustillo Llorente y Fernando Pinto Hernández, Reducing Precarious Work in Europe through Social Dialogue: The Case of Spain, informe para la Comisión Europea, Universidad de Salamanca, 2016.

[18] Danièle Linhart, La comèdie humaine du travail. De la déshumanisation taylorienne à la sur-humanisation managériale, Éditions Érès, Toulouse, 2017.

[19] Joan Benach, «Las muertes en residencias y la mercantilización de los cuidados», El País, 27 de abril de 2020, disponible en:

[20] Que prosigue en la crisis de la COVID-19, al ser la enseñanza una de las actividades que pierde más ocupación, según los datos de la Seguridad Social. Un síntoma más de su mercantilización y privatización. También un síntoma de la fragilidad vinculada a la segregación entre actividades de mujeres y de hombres y de la precarización relacionada, disponible en:

[21] Elsa Santamaría López y Amparo Serrano Pascual, Precarización e individualización del trabajo: claves para entender y transformar la realidad laboral, Editorial UOC, Barcelona, 2016.

[22] Fundación Foessa, VIII Informe Foessa sobre exclusión y desarrollo en España, Fundación Foessa, Madrid, 2019, Capítulo 3.

[23] En cierta manera, la actual eclosión del teletrabajo muestra que esos tres mecanismos al final afectan a las personas en los hogares; punto de encuentro insoslayable de condiciones de empleo, trabajo y vida. Será necesario, en este sentido, estar atentos a la expansión de la impunidad de la ‘nueva’ relación laboral ya puesta en práctica mediante el crowdsourcing y el trabajo de plataforma. Cabe no olvidar que hasta el momento las regulaciones sobre el teletrabajo son limitadas e insuficientes. Ana María Romero Burillo, Trabajo, género y nuevas tecnologías: algunas consideraciones, IusLabor 1, 2019. Ver también Anna Ginès i Fabrellas y Sergi Gálvez Durán, «Sharing economy vs. Uber economy y las fronteras del Derecho del Trabajo: la (des)protección de los trabajadores en el nuevo entorno digital», INDret, 1, 2016, pp. 1-44.

[24] Guy Standing, «¿Quién servirá de voz al precariado que está surgiendo?», Sin Permiso, 5 de junio de 2011. ,

[25] Mireia Bolíbar, Irene Galí, Pere Jódar y Sergi Vidal, Precariedad laboral en Barcelona: un relato sobre la inseguridad, repositorio de la Universidad Pompeu Fabra, 2020.

[26] Mireia Julià, Alejandra Vives, Gemma Tarafa y Joan Benach,«Changing the way we understand precarious employment and health. Precarisation affects the entire salaried population», Safety Science, 2017, 100:16-73.

[27] Richard Sennet, Construir y habitar. Ética para la ciudad, Anagrama, Barcelona, 2019, p. 34.

[28] Marcelo Amable, Joan Benach y Sira González, «La precariedad laboral y su impacto sobre la salud: conceptos y resultados preliminares de un estudio multi-métodos», Arch Prev Riesgos Laboral, 2001, 4:169-184.

[29] Pere Jódar y Jordi Guiu, Parados en movimiento. Historias de dignidad, resistencia y esperanza, Icaria, Barcelona, 2019.

[30] Alejandra Vives, Christophe Vanroelen, Marcelo Amable, Monserrat Ferrer, Salvador Moncada, Clara Llorens, Carles Muntaner, Fernando G. Benavides  y Joan Benach, «Employment precariousness in Spain: prevalence, social distribution, and population-attributable risk percent of poor mental health» Int J Health Serv, 2011, 41(4):625-46

[31] Joan Benach, Mireia Julià, Gemma Tarafa, Jordi Mir, Emilia Molinero y Alejandra Vives, «La precariedad laboral medida de forma multidimensional: distribución social y asociación con la salud en Cataluña», Gac Sanit 2015, 29(5):375-8.

[32] Marisol E. Ruiz, Alejandra Vives, A, Érica Martínez-Solanas, Mireia Julià, y Joan Benach, «How does informal employment impact population health? Lessons from the Chilean employment conditions survey», Safety Sci, 2017, 100(Part A):57–65.

[33] Marisol E. Ruiz, Alejandra Vives, Vanessa Puig-Barrachina y Joan Benach, «Unravelling Hidden Informal Employment in Chile: Towards a New Classification and Measurements to Study its Public Health Impact», Int J Health Serv, 2019, 49(4):817-843.

[34] Ver, por ejemplo, Maite Gutiérrez, «La cajera del súper sostiene la economía durante la pandemia», La Vanguardia, 12 de abril de 2020. (Acceso: 5 de mayo de 2020), disponible en:

[35] Joan Benach, «La pandemia mata a los pobres, la desigualdad todavía matará a más», Ctxt, 16 de abril de 2020.

[36] Estas cifras se han confeccionado a partir de la Encuesta de Población Activa del INE (microdatos). Hemos elegido dos años, 2011 y 2019 para poder trabajar con la misma clasificación de ocupaciones (CNO) y de actividades (CNAE). La precariedad la hemos definido sumando temporales y trabajadores a tiempo parcial involuntarios. Aunque esta decisión no “captura” toda la precariedad, sí puede servir para acercarnos a su dimensión y evaluar su evolución en el período. Atendiendo a estos criterios, el año 2019 finalizó con más de 5,6 millones de trabajadores precarios en España, que representan un tercio del empleo total.

[37] Ya hace tiempo que especialistas en temas laborales advierten de la degradación de actividades de prestigio relacionadas con las profesiones tradicionales: medicina, arquitectura, abogacía, ingeniería; las TIC e inteligencia artificial facilitan su degradación y la pérdida de control de las propias tareas por parte de los afectados. Desde el punto de vista de la estratificación social no estamos volviendo al siglo XIX, sino al siglo XVIII. Ver al respecto: Josep Fontana, Capitalisme i democracia 1756-1848. Com va començar aquest engany,, Edicions 62, Barcelona, 2019; Gonzalo Pontón, La lucha por la desigualdad. Una historia del mundo occidental en el siglo XVIII, Pasado & Presente, Barcelona, 2016.

[38] Hemos analizado los datos del Instituto Nacional de Estadística, Encuesta de Población Activa, microdatos, y del SEPE, Estadística de Contratos Acumulados 2019.

[39] Mariana Mazzucato, El valor de las cosas. Quién produce y quién gana en la economía global,, Taurus, Madrid, 2019;  Paul Krugman, Contra los zombis. Economía, política y la lucha por un futuro mejor, Crítica, Barcelona, 2020.

[40] O sobrevenidos por la gracia del gobernante de turno que les cedió bancos y empresas públicas: la factura que deben a los españoles es enorme.

 

Acceso al texto del artículo en formato pdf: La civilización del malestar: precarización del trabajo y efectos sociales y de salud


Presentación del libro Economía política feminista en Barcelona

 

Presentación del libro Economía política feminista en Barcelona

El próximo viernes, 18 de junio de 2021, a las 19 horas, tendrá lugar una nueva presentación del libro Economía política feminista: sostenibilidad de la vida y economía mundial, perteneciente a la Colección Economía Inclusiva de FUHEM Ecosocial.

En el acto contaremos con la presencia de la autora, Astrid Agenjo Calderón, doctora en Ciencias Sociales y máster en Economía Internacional y Desarrollo. Junto a ella, intervendrán Sandra Ezquerro, directora de la Cátedra UNESCO Dones, Desenvolupament i Cultures, de la Universidad de Vic; y África Planet, editora de FUHEM.

El evento tendrá lugar en la librería Llavors, de L’Hospitalet de Llobregat, situada en la calle Llobregat, nº 66. La entrada es libre y gratuita si bien, dadas las medidas de control de aforo es necesario reservar plaza escribiendo un correo a la librería: activitats@spaillavors.cat

Os esperamos en la Librería cooperativa y espacio comunitario Llavors.

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Entrevista a Jordi Salat

Entrevista al matemático y oceanógrafo Jordi Salat

Salvador López Arnal

Geopolítica en el Antropoceno, Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, núm. 146, verano de 2019, págs. 151-166.

Jordi Salat es matemático por la Universidad de Barcelona (1973), y oceanógrafo del Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona desde 1974. Trabaja en oceanografía física descriptiva; interacciones físico-biológicas en ecosistemas marinos naturales y dinámica de poblaciones marinas.

Ha sido también profesor a tiempo parcial en la Universidad Pompeu Fabra, Barcelona (1993-2010). Tiene una amplia experiencia investigadora, con artículos publicados en revistas científicas y comunicaciones en congresos internacionales. Ha participado en unos 50 proyectos científicos y en más de 40 expediciones oceanográficas. Ha colaborado también con agencias de Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales, así como con organismos nacionales, administraciones y fundaciones, como experto en oceanografía, medio ambiente marino, pesquerías y clima.

Salvador López Arnal (SLA): Estudiaste matemáticas en la Universidad de Barcelona (UB), pero poco después te convertiste en un oceanógrafo del Instituto de Ciencias  del  Mar  de  Barcelona.

¿Por qué ese cambio? ¿Te dejaron de interesar las ciencias matemáticas?

Jordi Salat (JS): Dedicarse a la oceanografía, era un cambio, claro. Pero no creo que estuviera relacionado con una falta de interés por la ciencia matemática, sino más bien con un interés más amplio. O, por lo menos, es la impresión que ahora tengo. Ciertamente, un interés más amplio puede tener desventajas, especialmente  en  la  situación  competitiva que el mercado ha ido imponiendo por doquier. Tal como dice el saber popular, «quien mucho abarca, poco aprieta». Claro que en aquel momento no era consciente −si la había− de la necesidad de “apretar”. Y ya puestos…, ¿por qué la oceanografía?

SLA: Eso, ¿por qué la oceonografía?

JS: Aquí tenemos un nuevo protagonista, el azar. Es este personaje que casi siempre aparece en los momentos más trascendentales de nuestra existencia, y al que no siempre hacemos caso. Seguramente cuando no nos interesa lo que ofrece. No fue este el caso, obviamente. Pero tampoco creo que pueda decir que fuera «lo que siempre había estado esperando» o «el descubrimiento que daba sentido a mi vida». No. Para nada. Cuando se presentó la situación y acepté es, seguramente, porque debía tener una predisposición a caer en los encantos del azar. Visto desde el presente, con la perspectiva de los años, creo que el principal motivo era que me ofrecía la posibilidad de no seguir el camino marcado, pues si ha habido alguna constante en mi vida, esta ha sido la de evitar el camino marcado. En plan pretencioso, podría asimilarse a ser un “espíritu rebelde”.

SLA: ¿Y es el caso?

JS: Sinceramente, no lo creo. Además, en los tiempos que corren, acabaría saliendo mal parado si lo asumiera. El caso es que, volviendo a la oceanografía, la propuesta ofrecía algunos alicientes extra para quien tenía (y tiene) cierta aversión a estar encerrado, algo de espíritu aventurero y bastante curiosidad hacia el territorio en sentido amplio. Un concepto geográfico, que con permiso de los geógrafos (y de la etimología de territorio), trasciende la parte emergida del Planeta (Gea). Es uno de los problemas de las lenguas latinas, que confunden todo el planeta con la parte que podemos pisar, pero da juego cuando muestras imágenes de la Tierra, vista desde el espacio, en las que solo se ve agua, en forma líquida: océanos y nubes, o sólida.

SLA: Aunque sea una pregunta muy básica y algo hayas dicho ya antes: ¿qué es un oceanógrafo? ¿Qué tipo de ciencias son las Ciencias del Mar? ¿Qué investigan?

JS: Un oceanógrafo sería un geógrafo especializado en la capa del planeta que se encuentra mayoritariamente en estado líquido y que recibe el nombre genérico de océano. Aquí, en esta definición que me acabo de sacar de la manga, se puede ver como a veces me sale la vena de matemático.

SLA: Está muy bien esa vena matemática.

JS: Desde mi punto de vista, las Ciencias del Mar son el nombre publicitario que se usa para “vender” la Oceanografía. En algunas lenguas –las eslavas, por ejemplo– se habla de Oceanología, pero en la práctica son sinónimos, a pesar de la diferencia etimológica. Yo creo que, en el fondo, tratamos de lo mismo. No obstante, por algún motivo, parece que el concepto de oceanógrafo no acaba de satisfacer a los que estudian algo que va más allá del agua. Por ejemplo, los seres vivos que pueblan esas aguas o los sedimentos del fondo del mar. Así, si hablamos de Ciencias del Mar, podemos incluir a todos los que estudian “cosas que pasan” en el mar sin que nadie se sienta incómodo. Últimamente, también se habla de Ciencias de la Tierra, para incluir a los geólogos. ¿Son distintos de los geógrafos? Pues parece que sí, aunque por la etimología, la diferencia sería la misma que entre oceanógrafos y oceanólogos... Mejor no seguir por aquí o acabaremos perdiéndonos.

SLA: De acuerdo, no nos perdamos. He leído que trabajas en, copio la descripción, «oceanografía física descriptiva: dinámica oceánica y de masas de agua; oceanografía operacional; análisis de datos oceanográficos a largo plazo; interacciones físico-biológicas en ecosistemas marinos naturales y desarrollo de herramientas metodológicas para el procesamiento de datos oceanográficos y biológicos», así como «dinámica de poblaciones, análisis morfométricos y modelos  bioeconómicos».  ¡¡Uff,  uff!!

¿Nos haces una traducción al román paladino, una definición asequible de este conjunto de investigaciones?

JS: Esto pasa cuando te piden que pongas lo que has estado haciendo a lo largo de tu vida profesional en un párrafo. Porque sabes que lo van a usar para decidir si los miembros del equipo en el que trabajas “merecen” que se financie su proyecto de investigación −normalmente por la mitad de lo que cuesta. Lo que dice la parrafada de mi CV es que he colaborado en sacar adelante proyectos sobre toda esta tira de temas, con diversos niveles de participación. Algunos de los proyectos son quizás muy especializados y no merece la pena detallarlos en el contexto de una entrevista. Lo que sí me parece que sería útil aquí es comentar que la lista incluye algunos aspectos necesarios para mejorar el conocimiento que tenemos del mar y que seguramente irán saliendo a lo largo de la entrevista, como por ejemplo: interacciones físico-biológicas, ecosistemas marinos, análisis de datos o dinámica oceánica y de masas de agua. La poca relación de los humanos con el mar nos lleva a la típica frase que dice, más o menos, «conocemos mejor la Luna que el océano, a pesar de que lo tenemos aquí mismo». Pues en esto andamos. Como dices son muchas cosas pero no hay que abrumarse.

SLA: ¿Y por qué esa poca relación de los humanos con el mar? A nuestros antepasados griegos o fenicios no les era desconocido. Tampoco a aquellos que emprendieron la vuelta al mundo.

JS: Yo creo que se debe a cuestiones biológicas. Nuestra especie es terrestre. Está adaptada a vivir en un medio terrestre: anda sobre el suelo, respira a través de pulmones, tiene la vista adaptada al medio aéreo, etc. Es decir, se mueve en el agua con dificultades, no puede respirar el oxígeno disuelto y prácticamente no ve nada allá dentro.

¿Qué interés puede tener en el océano? Pues aprovechar algunos alimentos o utilizarlo para trasladarse. Lo que los fenicios o griegos empezaron aquí en el Mediterráneo y siguieron otros, que llegaron a dar la vuelta al mundo. Desde mi punto de vista, sin embargo, los que me parece que estaban mejor adaptados al mar y lo conocían mejor eran los polinesios. Por necesidad, sin duda. Necesidad que lamentablemente volverá al inundarse los arrecifes de coral de los llamados Mares del Sur, debido a la inevitable subida de nivel del mar a causa del cambio climático.

SLA: He leído que has participado en 40 expediciones oceanográficas, en 14 de ellas como científico responsable. ¿Qué es una expedición oceanográfica? ¿Qué se pretende con ellas?

JS: Es lo que en la mayoría de disciplinas se llama trabajo de campo. Si quieres saber lo que pasa, tienes que ir a verlo. En nuestro  caso, esto significa ir al mar. Muy a menudo hay que meterse en un barco y pasar una temporadita navegando mientras sacas muestras y haces −o por lo menos, lo intentas− todo tipo de observaciones. Para ello, siempre se trabaja en equipo. Por regla general, cada expedición tiene unos objetivos marcados por uno o varios proyectos de investigación. A veces los objetivos se consiguen y otras no. El mar pone sus condiciones y hay que respetarlas. Hay que tener muy claro que tú eres el invitado y él –el mar– es quien manda en su casa. Esto lo sabe muy bien la gente de mar.

SLA: ¿En quiénes piensas cuando hablas de la gente de mar?

JS: Esta es una expresión bastante genuina, por lo menos en catalán, aunque creo que también lo es en español. Se trata de gente cuya vida está muy relacionada con el mar: marineros y pescadores, en general. En catalán hay un cuento que narra el origen de «Cal Mariner» en Sant Pau de Seguries, un pueblo cerca del Pirineo. Dice la leyenda que la casa fue fundada por un marinero a quien el mar dejó sin nada y quiso alejarse de la costa hasta dónde el mar fuera algo desconocido. Se fue tierra adentro con un remo a cuestas recorriendo el territorio hasta que llegó a Sant Pau y allí se instaló, al comprobar que nadie sabía qué era el remo que llevaba.

SLA: Decías que en las campañas había que pasar una temporadita navegando. ¿Cuánto tiempo sería en estos casos?

JS: Es muy variable. Depende del alcance, el recorrido y el trabajo a realizar. Digamos que va desde unos pocos días a uno o dos meses. Normalmente si las  expediciones son más largas hay cambios de equipo de trabajo.

SLA: ¿Nos cuentas alguna campaña en las que hayas participado en estos últimos años?

JS: Voy a comentar dos de ellas. Una de escala oceánica y otra de escala local.

SLA: Adelante con ellas. Hablamos de 2017

JS: Una de ellas se desarrolló en aguas del Atlántico Suroccidental, entre Tierra de Fuego y el sur de Brasil. El principal objetivo de la expedición era la interacción entre las aguas frías de la corriente de Malvinas, desde el Sur, y las cálidas de la corriente de Brasil, desde el Norte. Se trata de un proyecto sobre «dinámica oceánica y de masas de agua», de aquellos de la lista interminable de más arriba.

SLA: Me acuerdo de esa lista interminable.

JS: Las dos corrientes se encuentran en una zona situada a la altura del Río de la Plata, en mar abierto, muy lejos de la costa. En esta zona de encuentro se observa un cambio de temperatura muy brusco. En menos de 5 millas náuticas (~9 km) el agua de superficie pasa de 12 a 20 ºC. Un contraste muy fuerte. Es como pasar de invierno a verano en media hora de navegación. Esta zona, que denominamos frontal porque pone dos “mundos” distintos en contacto, es muy dinámica. La forma del frente y su posición varían constantemente. Estos movimientos y la interacción entre estas masas de agua comportan grandes intercambios de energía. Hay que tener en cuenta que hablamos de corrientes que transportan entre 40 y 60 Hm3 de agua por segundo. Es una cifra difícil de asimilar desde nuestra experiencia cotidiana pues estamos hablando de flujos de agua que llenarían todos los pantanos de Cataluña en menos de un minuto. En general, las corrientes marinas y sus interacciones son los responsables de la distribución del calor en la superficie terrestre (de Tierra) desde las  latitudes bajas a las altas. Es,  entre otros aspectos, nuestro “sistema de calefacción” a escala planetaria.

La otra expedición se desarrolló en el Mediterráneo noroccidental, frente al litoral de Cataluña. Al lado de casa, como quien dice. Se intentaba cubrir de observaciones la zona de plataforma y talud continental, hasta fondos de 2.000 m, para estudiar la influencia de las condiciones invernales sobre el desarrollo de algunos peces comerciales, como la sardina y la maire (en catalán; bacaladilla en español). En este caso, pues, tratamos de «interacciones físico-biológicas y ecosistemas marinos», de la mencionada lista anterior. Este proyecto, aunque por la situación parece más de estar por casa, en realidad no es tanto así porque los resultados pueden ser comparables a otras zonas y ayudar a entender impactos sobre las poblaciones de cambios en las condiciones climáticas. Desde el punto de vista operativo, las condiciones de trabajo en invierno aquí son bastante complicadas, con fuertes vientos que levantan el mar muy rápidamente. Además, la cosa se complica al no disponer de un barco tan grande como el del caso anterior. Como he dicho, se trataba de ver como actuaban las condiciones invernales sobre unas especies, pero, a diferencia de lo que uno puede hacer en el laboratorio, estas condiciones no se controlan. Así, resulta que el invierno del año 2017 fue un invierno muy suave, desde el punto de vista de temperaturas, por lo que las condiciones oceanográficas que encontramos eran más propias de una primavera que de invierno. Esto evidencia la diferencia entre observar y experimentar, pero, aun así, salen cosas, aunque requieren mucho esfuerzo y presentan un cierto grado de incertidumbre.

SLA: ¿Y de quiénes son los barcos que utilizáis en estas expediciones? ¿El CSIC tiene barcos de propiedad?

JS: En España hay diversas instituciones que se dedican total o parcialmente a la oceanografía, en sentido amplio. En primer lugar, está el Instituto Español de Oceanografía, con sede en Madrid, y laboratorios en la costa, en todas las Comunidades Autónomas menos en las del País Vasco, Valencia y Cataluña. Aquí, está transferido desde los años ochenta (una trasferencia de BOE, pero sin contenido pues no existía ningún centro del IEO en Cataluña). En el País Vasco tampoco existían, pero ahora hay el SIO (Servicio de Investigación Oceanográfica), que depende del Gobierno Vasco y realiza una actividad muy notable en este terreno. En Cataluña, por aquellas fechas me imagino que “no tocaba”.

El IEO es una institución dedicada totalmente a la oceanografía y, fundada en 1910, es la más antigua del país. Es, además, el organismo que ostenta la representación de España en todas las organizaciones internacionales y el responsable oficial de asesorar a la Administración.

El CSIC tiene diversos institutos dedicados a la oceanografía en Galicia, Andalucía, Valencia y Cataluña. La Marina, concretamente, su Instituto Hidrográfico, lleva a cabo trabajos de prospección oceanográfica, para el levantamiento de cartas náuticas. Otras instituciones, como Puertos del Estado, el ya mencionado SIO y muchas universidades mantienen actividades relacionadas con la oceanografía.

Tanto el IEO como el CSIC y, por supuesto, la Marina, tienen barcos oceanográficos. Estos barcos están disponibles para el desarrollo de proyectos financiados por las administraciones públicas. También se pueden ofrecer a otros países europeos y recíprocamente, siempre dentro del sector público. Por ejemplo, en 2016 estuve en un barco de Polonia, trabajando en aguas de Noruega, dentro de un proyecto financiado por la UE, liderado por un centro tecnológico español. En ocasiones, los barcos también se ofrecen a empresas privadas en régimen  de  alquiler. Existe  una  comisión que organiza los calendarios de los barcos según demandas y disponibilidades a escala europea. En muchos casos, los equipos que realizan las investigaciones suelen estar formados por personal de los diversos organismos citados, por lo que es frecuente que personal del CSIC vaya en barcos del IEO o al revés, así como en barcos de otros países. Entre los barcos cuya titularidad es del CSIC, tenemos el García del Cid, de 37 m, con el que realizamos la expedición del Mediterráneo a la que me he referido antes. Es del año 1979, el más antiguo de la flota actual. El Sarmiento de Gamboa es más grande, 70 m, el más nuevo, del año 2007 creo, y el mejor equipado.

El CSIC también dispone del Hespérides, en servicio desde 1991 y operado por la Armada. Es el mayor barco de la flota, con 86 m de eslora y fue con el que realizamos la expedición mencionada en el Atlántico sur.

SLA: ¿A quiénes facilitáis los resultados que  obtenéis  en  estas  expediciones? ¿Son materia para futuros artículos vuestros?

JS: El procedimiento no difiere del que se utiliza en cualquier otro tipo de investigación.  Los  resultados, en general, sirven para dar respuesta a los objetivos planteados en los proyectos. Se debaten dentro de los equipos de investigación y se da cuenta de ellos en los correspondientes informes de justificación. Los resultados más relevantes se publican en revistas científicas especializadas y, en muchas ocasiones, se presentan públicamente o se divulgan a través de los medios una vez el proyecto ha finalizado. En la mayoría de casos los datos se ponen a disposición de la comunidad oceanográfica internacional, a través de bases de datos, una vez publicados los primeros resultados.

SLA: También has participado en 48 proyectos científicos. ¡Nada menos! ¿Nos puedes describir alguno de estos proyectos?

JS: Son años… Acabas metido en muchos temas, como ya he comentado. Colaboras con equipos que trabajan en temas muy diversos, de otras instituciones, de otros países… Hay que decir, además, que esta cifra incluye algunas participaciones en temas más bien marginales dentro de los proyectos. En general, los objetivos de los principales proyectos en los que he participado son oceanográficos, como los mencionados anteriormente. No obstante, también ha habido de tipo metodológico: desarrollo de modelos, software de tratamiento de datos, instrumentos autónomos, transmisión  de  información,  etc.,  que  hay  que poner a prueba en el mar en situaciones extremas. Hoy día se ha avanzado mucho en estas técnicas.

SLA: Desarrollo de modelos… ¿De qué tipo modelos hablas?

JS: Cuando hablamos de modelos, nos referimos en general a programas informáticos que hacen cálculos según unas ecuaciones que pretenden simular la realidad. Imaginemos que deseamos saber a qué velocidad llega al suelo una piedra lanzada desde el campanario de mi pueblo. La llamada ley de la gravedad nos ofrece una ecuación que nos permite simular este resultado a partir de la altura del campanario sobre el suelo. Obviamente es un cálculo sencillo al alcance de cualquier alumno de ESO, pero no deja de ser un modelo y el resultado no será exactamente igual que la realidad porque el modelo es una simplificación ya que no tiene en cuenta la totalidad de factores que influyen en el proceso. Así, los  modelos permiten simular resultados que se obtendrían de acuerdo con determinadas condiciones de partida. En el caso de la piedra, sería la altura, pero se podría complicar algo más para que fuera más realista, incluyendo el rozamiento con el aire, el viento, etc. Podríamos, entonces, hacer varios experimentos en condiciones diversas y comparar los cálculos con las observaciones. Si usáramos diversas piedras de formas y pesos distintos, veríamos como los resultados serían distintos según la piedra, lo que nos sugeriría que, al incluir el viento y el rozamiento del aire, la forma y peso de la piedra también influirían en los resultados y, por tanto, habría que modificar el modelo para incluir esa información.

Resumiendo. Los modelos permiten, por un lado, comprobar y modificar las hipótesis de trabajo, y por otro, simular resultados que producirían determinadas situaciones y así hacer previsiones. Por ejemplo, las que hace el IPCC sobre la evolución del clima.

SLA: ¿Qué países o quiénes han avanzado en esas técnicas que antes comentabas?

JS: Sin sorpresas. En general quienes más han avanzado han sido quienes más recursos humanos y materiales han dedicado al tema. Si no inviertes, no avanzas. En este sentido cabe destacar, EEUU, la antigua Unión Soviética (aunque no siempre su tecnología estaba a nuestro alcance), Reino Unido, Alemania y Japón. Otros países como Francia, Italia, Países Bajos, Bélgica, Canadá, Australia o Corea también han hecho sus contribuciones relevantes. Incluso en nuestro país, a pesar de estar casi siempre bajo mínimos –especialmente estos últimos años– también hemos contribuido en algún desarrollo tecnológico.

SLA: Ser oceanógrafo, por lo que cuentas, ¿no tiene mucho de riesgo? ¿No tienes miedo en alguna ocasión?

JS: Cuando estás trabajando en el mar, muchas veces te preguntas: «¿quién me mandaría meterme en esta situación?» o «¿qué hago yo aquí? ¡con lo bien que estaría en casa!». Ya sea porque estás incómodo, pues todo se mueve y tienes que andar agarrándote para no caerte, o porque te mojas, pasas frío o mucho calor, o no funcionan los equipos, o esperabas encontrar algo que no sale, etc. Y eso día tras día, sin posibilidad de salir de allí. No puedes decir, «¡parad! que me apeo». La verdad es que a veces se hace largo, pero no siempre. Al final, te quedas con la parte buena. Este aire limpio, estos vastos horizontes, aquel resultado que habías previsto −aunque casi nunca tal como lo habías previsto− o algo inesperado, que te hace pensar. A veces, te queda la sensación de superar algo que ya dabas por perdido….

Hay que tener en cuenta que en un barco, grande o pequeño, tienes un espacio muy limitado. No puedes irte y desconectar. Ni tan solo aislarte de los demás. Siempre hay alguien por ahí. Te encuentras con los que te caen bien y los que no tanto. Trabajas a veces de día y duermes de noche, pero otras veces va al revés. En un barco, siempre hay alguien trabajando y siempre hay alguien durmiendo. Siempre hay algo que hacer y a veces no puedes descansar. Claro que imagínate lo aburrido que podría ser en estas condiciones y sin tener nada que hacer. Por eso en los “cruceros” se pasan todo el día haciendo todo tipo de actividades para “distraer al personal”.

Hay riesgo, efectivamente, pero en general, si no haces imprudencias, el riesgo está bastante limitado. Como en cualquier trabajo o actividad. El mar a veces impone. Te da la sensación de que se han desatado todas las furias y cuando ves que pasa una ola  barriendo  la  cubierta  y  se lleva alguna cosa que creías que estaba bien asegurada, piensas: «si caigo al agua, ya no salgo». La verdad es que hay algunas situaciones que dan miedo. Afortunadamente son pocas. La mayoría son de respeto. Hay que tener claro, como ya he comentado, que estás de invitado y es el mar quien manda.

SLA: Has comentado antes: «aquel resultado que habías previsto −aunque casi nunca tal como lo habías previsto−». Déjame hacerte una pregunta de filosofía de la ciencia, sobre hechos y teorías: ¿cómo se pueden prever esos resultados  a  los  que  aludes?  ¿Desde qué teorías? ¿Los hechos, vuestras observaciones, las refutan?

JS: Cuando uno escribe un proyecto se basa en conocimientos previos y pretende elaborar o comprobar alguna teoría. A partir de este conocimiento, se hacen hipótesis y el objetivo es intentar comprobarlas para ir montando la teoría. Las observaciones se diseñan de acuerdo con lo que se prevé. Es decir, lo que se vería (o lo que no debería verse) si la hipótesis fuera válida (o lo mismo si no lo fuera). Si lo que se observa encaja “razonablemente” con las previsiones, se puede dar por buena (o rechazar) la hipótesis, y se puede seguir montando la teoría a partir de estos resultados. El problema es que (i) este encaje puede no ser “suficientemente razonable”, (ii) las observaciones fallan o no se pueden completar o (iii) salen resultados que podrían ser compatibles con la hipótesis de partida bajo unas condiciones que no se habían previsto o que requieren nuevas hipótesis. A esto último es a lo que me refería.

Por ejemplo, en 1982, en una campaña que, a bordo de un barco pesquero, pretendíamos estudiar los fondos del llamado Banco de Valdivia, situado en medio del Atlántico Sur, a más de 400 millas náuticas de Namibia. En el trayecto de vuelta hacia Namibia, en un par de puntos de muestreo observamos la presencia de especies más bien propias del Océano Índico, junto a temperaturas ligeramente más altas que en el resto de los puntos de muestreo. Hay que decir que estas observaciones eran complementarias al estudio –para “aprovechar” los trayectos– y estaban separadas más de 60 millas entre sí. Esta “anomalía” quedó sin explicación hasta que a finales de los ochenta se publicó una información basada en imágenes de satélite que mostraba cómo se desprendían anillos de la corriente de Agulhas, que recorre la costa sudafricana del Océano Índico y eran transportados a través del Océano Atlántico hacia el norte. Consultando imágenes de satélite –entonces no era tan fácil como ahora– contemporáneas de nuestra campaña, pudimos comprobar que aquellos puntos “anómalos” estaban afectados por la presencia de los anillos mencionados, cosa que permitía justificar nuestras observaciones.

Finalmente, publicamos los resultados en 1998, casi 16 años después de las observaciones. El tema nos había llevado de cabeza durante mucho tiempo. Estuvimos dudando de si había algún error. Algo que no hubiéramos hecho bien con los medios precarios de qué disponíamos a bordo de un pesquero, pero no encontrábamos ningún error. No lo entendíamos. Ahora, 30 años después, los anillos de Agulhas salen por doquier y se ha comprobado que pueden atravesar todo el océano Atlántico Sur hasta Brasil. Además, se considera que es uno de los mecanismos que provoca que la salinidad superficial del Atlántico sea mayor que la del Pacífico, por ejemplo.

SLA: ¿Qué papel juega la oceanografía en nuestra sociedad? ¿Se conocen suficientemente vuestros trabajos y proyectos? JS: Ya he comentado que hay un desconocimiento muy general de lo que es el océano y de cómo influye en nuestras vidas. Nuestra relación directa con el mar es para obtener algunos alimentos, como medio para desplazar plataformas −que llamamos, barcos−  de transporte o agresión (y de deporte o para la ciencia, en los últimos 100-200 años), para refrescarnos cuando hace calor, y poca cosa más, aparte del deleite que pueda ofrecernos la presencia del mar. Deleite que, dicho sea de paso, mejora cuanto más sabes sobre él.

Sobre esta base, la respuesta es: «la oceanografía tiene un papel poco más que testimonial en nuestra sociedad» y, en consecuencia, nuestros trabajos y proyectos también. Es decir, no sirve para curar el cáncer ni para crear puestos de trabajo. De todas formas, estamos haciendo bastantes esfuerzos para dar a conocer nuestros resultados a la sociedad. Hay que tener en cuenta que, si la mayor parte de la financiación para la investigación oceanográfica es pública, es razonable que la sociedad esté al corriente de lo que genera su inversión. Trabajar en el mar es caro, aunque a escala global no represente una gran cantidad de dinero. Tal como me comentaba un colega inglés, el presupuesto anual de su institución, una de las mayores del Reino Unido, es inferior a la ficha de Neymar. Será que genera menos beneficios…

SLA: Será eso, probablemente.

JS: En general hay un gran desconocimiento por parte de la sociedad sobre la mayor parte de trabajos científicos. No solo en nuestro campo. Como comentaba irónicamente más arriba, solo se salvan algunos relacionados con la salud o con tecnologías muy punteras. A pesar de todo, sí que percibo un cierto interés en algunos temas relacionados con el mar, ya sea por la belleza de algunas imágenes que nos traen los documentales, por el componente “exótico” de lo desconocido o porque se le asocia un cierto espíritu aventurero.

SLA: ¿Por ejemplo?

JS: Por ejemplo, hace casi tres años que a raíz de la Barcelona World Race, una regata oceánica que daba la vuelta al mundo desde Barcelona, se realizó un programa educativo para «abrir la ciudad al mar». Para dar contenido a esta frase, entre otras actividades en colaboración con diversas entidades, montamos un MOOC (Massive Online Open Course) −un curso abierto en Internet− titulado «Oceanografía, una clave para entender mejor nuestro mundo», que sigue todavía abierto y que ya han completado más de 450 personas. Como promotores del curso, desde la Universitat de Barcelona, comentan que está en el segundo puesto del ranking de los MOOC que promueven. También se va viendo que aparecen reportajes y noticias en los medios que hablan de temas oceanográficos. Hay interés. Ya sea porque se habla del cambio climático o del agotamiento de los recursos pesqueros, etc. Lo que pasa es que, en general, se ven como temas aislados. La perspectiva siempre es desde tierra, desde el continente −por las razones mencionadas más arriba− y las situaciones en el mar se ven distorsionadas. Por ejemplo, cuando se trata de «proteger una playa contra los temporales» o se aplican métodos de producción a la explotación de la pesca. Daría mucho de qué hablar.

SLA: ¿De qué recursos pesqueros hay agotamiento?

JS: El problema es que actuamos como si el mar fuera una factoría y los recursos que obtenemos de él solo dependieran de nuestra capacidad extractiva. Confundimos la capacidad de producción con la extractiva. En el mar, podemos controlar la capacidad extractiva, pero no la productiva. Los recursos que obtenemos del mar dependen de ambas capacidades.

Se dice que la actividad pesquera es el último reducto del Paleolítico. La diferencia es que la tecnología disponible hoy día nada tiene que ver con la de hace 8.000 años. Además, en aquella época la población humana dependía totalmente de la recolección y la caza, por lo que su crecimiento estaba controlado por la disponibilidad de alimentos que aquella actividad podía suministrar. Hoy día, salvo algunas situaciones muy locales, la pesca no es la fuente principal de alimento, por lo que esta no ejerce ningún control de crecimiento en la población humana. Así las cosas, en el mar tenemos una capacidad de captura muy superior a la de cualquier especie marina competidora y, encima, jugamos desde fuera porque no es nuestro medio ambiente. Lo raro sería que, en estas condiciones, no estuvieran ya agotados todos los recursos pesqueros. No lo están, pero muestran síntomas claros de agotamiento. La mejor prueba de ello es que a pesar de las mejoras tecnológicas (GPS, sónar, etc.) que han incrementado mucho la capacidad extractiva en los últimos 20 años, las capturas no han aumentado, sino que han empezado a disminuir en todo el océano. No significa que el mar se muera, sino que las especies que aprovechamos nosotros escasean cada vez más.

SLA: ¿El cambio climático está relacionado con lo que ocurre en los océanos?

JS: La respuesta a la pregunta es sí. El cambio climático está relacionado con todos los componentes del sistema climático. El océano es un componente del sistema climático, luego el cambio climático está relacionado con el océano. Puro silogismo. La pregunta es: ¿por qué el océano es un componente del clima?

SLA: De acuerdo, formulémosla así, como me enseñas.

JS: La respuesta sencilla ya la he comentado antes, diciendo que el océano es el “sistema de calefacción” a escala planetaria. Quizás deberíamos decir, de climatización puesto que no solo calienta, sino que refresca, a veces. En realidad, hablar de clima es hablar de cómo se reparte la energía que el planeta recibe desde el Sol, la mayor parte de la cual se devuelve al espacio pero una fracción se queda y permite, entre otras cosas, que nosotros estemos hablando. Los cuerpos asimilan esta energía en forma de lo que llamamos calor y se “ponen” a una determinada temperatura de acuerdo con este calor. Un recipiente con agua a 80°C contiene más calor que si el agua está a 20°C. Lo que ya no es tan evidente es que si en vez de llenarlo de agua, le ponemos arena seca a 80°C contendría menos calor que con agua a 20°C. Es decir, el calor específico del agua es superior al de la arena, por lo que ésta es más fácil de enfriar o calentar que el agua. Si comparamos el calor específico del aire y el agua, la diferencia es de 1 a 5 pero, además, como el agua es mucho más densa, si comparamos la capacidad calorífica de toda la atmósfera con la de todo el océano, la diferencia es de 1 a más de 1.000. Esto se complica con la evaporación y condensación. En estos procesos, los requerimientos de energía son muy superiores a los que hacen falta para modificar la temperatura. Cuando el agua del mar se evapora, se lleva energía del mar. Es decir, este se enfría. Es lo que hacemos para enfriar la sopa, soplando sobre el plato para facilitar la evaporación de una pequeña parte del agua que contiene la sopa. Cuando este vapor condensa en forma de diminutas gotas de agua que forman una nube, el calor extraído al mar se devuelve a la atmósfera. En resumen, el océano, no solo es un componente esencial del clima, sino que es el más importante.

SLA: Remarco lo que señalas: el más importante. ¿Trata bien nuestra especie a los océanos?

JS: Yo creo que nuestra especie no trata bien ni al medio ambiente terrestre, que es el que la sustenta de manera directa. Su propio hábitat. El medio del que forma parte como entidad biológica que es. Entonces, ¿cómo no va a maltratar un medio del que ni tan solo forma parte? Que le es ajeno y no percibe que pueda afectarle. Pero lo cierto es que el océano es donde va a parar todo lo que se lleva el agua (y el viento, a veces), y no tiene un desagüe para poderlo vaciar, limpiar y llenar de nuevo.

La única salida a la situación es concienciarse de que nuestro hábitat no es un producto de la tecnología. Aunque a veces, lo parezca, en realidad la tecnología no va más allá de hacernos la vida más confortable, pero son los ecosistemas de los que formamos parte, los que nos sustentan. La tecnología no es más que un añadido (unos gadgets como se dice ahora) y, además, tiene un precio (en el sentido de transacción). Lo que llamamos naturaleza pone las cosas en su sitio de vez en cuando. Supongo que los ecologistas parten de esta concienciación y, a partir de este punto, surgen posturas que podrían corregir la tendencia de ir de mal en peor. Entiendo que si hay alguna solución tiene que ser por esta vía. De momento, mientras haya combustibles fósiles, por lo menos tendremos suficiente energía externa como para “forzar” situaciones que nos hagan creer que seguimos siendo los amos de la Tierra. Después, lamentaremos no haber usado la energía que el Sol nos proporcionó durante millones de años –y que la Tierra ha guardado celosamente– para prevenir el futuro. Estas “baterías” ya no estarán disponibles para que el planeta pueda seguir manteniendo la anomalía que representa nuestra especie.

De todas formas, incluso así, si se consiguiera esta conciencia (que «no está ni se le espera”), veo difícil que lleguemos a una solución “razonable”. Es decir, a que no prenguem mal. No veo indicios esperanzadores, pero... ¿quién sabe?

SLA: Me pongo filósofo ahora: «Todo es agua». ¿Es un aforismo-idiotez de Tales de Mileto o este antiguo matemático, de célebre teorema, tenía razón en alguna o mucha medida?

JS: A la vista del teorema que hizo famoso a este señor, no me cabe ninguna duda de que era un buen observador, capaz de sacar conclusiones de sus observaciones. Me gustaría saber algo más de esta frase. Si es que se conserva. Las frases, por brillantes y sintéticas que sean, suelen ser incompletas. Es algo así como ¡toma frase!. Quedan bien en los calendarios, y últimamente en los tuit. El enunciado del Teorema de Tales, no obstante, no cabría en un tuit.

Volviendo a la frase, podríamos verle una faceta de visionario, con la información que tenemos hoy día porque imaginamos lo que le falta decir a nuestro favor, es decir, como si él ya lo hubiera sabido. Si era así, es una lástima que no nos lo contara en detalle (o se perdiera esta información). Si era una intuición, estamos en lo del principio. Era un gran observador, capaz de sacar conclusiones de sus observaciones. Lo repito porque creo que es la base de la intuición y creo que ésta es una gran herramienta para avanzar en ciencia (lo cual no quita que haya que seguir el procedimiento, como supuestamente hizo Tales con su teorema).

SLA: Cuando se afirma que la vida surgió en el agua, ¿qué se está afirmando exactamente?

JS: Sería bueno preguntárselo a quien lo afirma. Yo no lo he afirmado. Entre otras cosas porque lo desconozco. Mis conocimientos de biología son sobre cuestiones algo más recientes. Aunque ciertamente hay quien afirma que el origen de la vida no es algo del pasado, sino que se está continuamente generando. Por decir, que no quede. De hecho, antes de Pasteur se hablaba de generación espontánea…

Como todo esto suena a escaqueo, voy a entrar en el tema y convertir tu pregunta en lo siguiente: «¿es el agua el medio más adecuado para que en ella se origine la vida?». Mi respuesta es: «de los medios que hay hoy en día, sí». Porque es un buen “disolvente” a temperaturas en las que la vida se puede desarrollar fácilmente, sin muchas complicaciones. Así pues, es un buen medio para poner en contacto diversas sustancias que podrían haber originado toda esta “movida”. Pero, insisto, no sé suficiente biología para decir más.

SLA: Una pregunta demasiado general tal vez: ¿qué es para tí la ciencia?

JS: Pregunta corta en la que cabe todo. Pregunta trampa en un examen. Si intento definir la ciencia, «la ciencia es… » No encuentro qué. No sé si esto significa que desconozco su esencia. Aquí me tendrás que ayudar.

SLA: Mi ayuda: haz lo que puedas, a tu aire.

JS: De acuerdo, pues me olvido de pretender decir lo que es y hablo de lo que yo entiendo como ciencia. Ello incluye, por lo menos, una manera de razonar para estudiar el mundo que nos rodea, intentar explicarlo y comprenderlo. Para mí, lo más esencial −y ¡dale con la esencia!− son las reglas del juego. Si a lo largo del proceso de estudio se cumplen, estamos dentro de la ciencia, y lo más importante, el recíproco, si no se cumplen, no estamos en ella. Es pseudociencia −que suena mejor que ciencia falsa. No se trata de descalificar a nadie por no seguir las reglas. Simplemente, no es ciencia. Y no hay que “venderla” como tal, como se observa a diario en el terreno de la publicidad (incluyendo la política). Tampoco vamos a entrar en detalles, pero habría que denunciar una clara perversidad y malas intenciones en algún tipo de pseudociencia. Por lo menos en el sentido de confundir a la sociedad. ¿Pongo ejemplos?

SLA: Por supuesto, algún ejemplo será muy ilustrativo.

JS: La mayoría de ejemplos que he encontrado se refieren a temas de salud. Seguramente porque son los que más preocupan a la gente, de manera que es fácil vender soluciones milagrosas a sus problemas. Estos anuncios suelen encontrarse en las páginas web de periódicos y revistas en general, pero a menudo también se encuentran en webs de servicios públicos que, a causa de su infrafinanciación, se ven obligados a contratar publicidad (lamentablemente sin ningún control). Aprovechando el marco de esta entrevista, pongo un ejemplo basado en el agua del mar.

En un anuncio encontramos frases como las siguientes: «… a finales del siglo XIX, un investigador francés, desarrolló una auténtica teoría científica sobre la terapia marina que estipula que las enfermedades son, en realidad, una intoxicación del medio interno a nivel celular. Según este científico, las células para poder desarrollar sus funciones correctamente deben disfrutar de un medio interno equilibrado como método para evitar que los órganos terminen por deteriorarse. Y ese medio interno es análogo al agua del mar. Distintos médicos, expertos o periodistas de la época resaltaron sus evidentes éxitos a la hora de tratar enfermedades como tuberculosis, enfermedades de la piel o desnutrición, entre otras muchas que veremos a continuación». Aquí te venden el producto, y siguen «… otra alternativa es consumir agua de mar en botella. Eso sí, si esta va a ser tu elección, procura elegir siempre agua envasada en botella de vidrio para no perjudicar el medio ambiente» (por lo menos, anima a respetar el medio ambiente). «Una buena fórmula es tomar un taponcito de agua de mar disuelta en la botella de agua dulce de un litro que bebamos habitualmente. Aunque lo mejor es, sin duda, que si quieres utilizar el agua de mar con fines terapéuticos te pongas, como siempre, en manos de un especialista que te indique las cantidades en relación a la afección que quieras tratar, tu edad, sexo y circunstancias personales». (Por lo menos, avisa de que puede haber riesgos en tomar agua de mar, así, por las buenas).

Quizás este investigador siguió en su momento el método científico, pero su teoría a día de hoy no creo que se mantenga, por lo menos para curar la tuberculosis, por ejemplo.

SLA: Por lo demás, perdóname que insista: ¿qué reglas del juego son esas en tu opinión?

JS: Las reglas básicas son: observaciones objetivas, es decir, que no dependan del observador. A partir de ellas, se elabora una teoría en la que se formulan unas hipótesis que hay que comprobar, de manera objetiva, mediante nuevas observaciones. Siempre que sea posible hay que contrastar los resultados de las observaciones mediante experimentación o verificación. Si ello no es posible hay que preparar modelos adecuados para simular las posibles variaciones y estar preparado para verificar- las cuando se den las situaciones simuladas. La teoría será científicamente válida bajo estas premisas. Asimismo, cualquier teoría científica puede ser rebatida si se dan nuevos resultados, obtenidos mediante las mismas reglas del juego, que la modifiquen o incluso la contradigan.

En el mundo oceanográfico, por ejemplo, hemos pasado de “ver” las corrientes como algo más o menos fijo en el espacio: «por aquí pasa la corriente tal o cual» y el resto del mar prácticamente estático, a “ver” como el agua se mueve por todas partes, formando remolinos, filamentos, ondulaciones, etc. y las zonas donde pasan las corrientes tal o cual son donde en promedio el agua se mueve en una determinada dirección a una cierta velocidad. Se trata de una nueva interpretación basada en la información sinóptica que ofrecen los satélites. ¿Contradice las observaciones anteriores? No. Simplemente la complementa y da una nueva interpretación a aquellas observaciones.

SLA: Una información de la Coalición para la Conservación de las Aguas Profundas (DSCC en inglés): «Grupos de conservación urgen a los países participantes en la Reunión de la Autoridad Marítima Internacional a garantizar  la transparencia y proteger la diversidad biológica del mar profundo». ¿Qué pasa con la biodiversidad de los mares profundos? Se comenta en el artículo que la minería en aguas profundas para metales como cobre, cobalto, níquel, manganeso y plata está a un paso más de hacerse realidad.

JS: Los ecosistemas profundos son muy delicados, pues mantienen equilibrios muy ajustados y la diversidad biológica es un indicador de la calidad de los ecosistemas. Calidad en el sentido de que el ecosistema funciona y se puede mantener por sí mismo. No conocía la existencia de esta coalición, pero ciertamente las actividades que afecten las aguas profundas pueden tener graves consecuencias sobre los ecosistemas. La más conocida, por lo menos para mí, es el impacto de la pesca de arrastre sobre los fondos. Está muy documentado que el paso de estas redes destruye la trama biológica que se sustenta sobre el fondo –y que sirve de base de alimentación u ofrece refugio ante depredadores a las especies que pescamos. La recuperación de esta trama, cuando la hay, es muy lenta. En general, tanto más cuando más profunda. Esto ha llevado a prohibir la pesca de arrastre en profundidades superiores a los 1.000 m, creo.

En todo caso, cualquier actividad humana sobre el medio ambiente debería siempre someterse al principio de precaución, según fue formulado en la Declaración de Río de Janeiro en la Cumbre de la ONU de 1992 en aquella ciudad. Es decir, en caso de incertidumbre, suponer que la actividad humana causa impactos negativos sobre los ecosistemas, por lo que solo podrá ser aceptable si se demuestra que no es así. De alguna manera, sería aplicar a estas actividades el recíproco de la presunción de inocencia. Lamentablemente, este principio sigue siendo de difícil aplicación a causa de las presiones que ejercen las grandes corporaciones y muchos gobiernos afines o que dependen de ellas.

SLA: ¿Quieres añadir algo más?

JS: Si viene a cuento, contar una pequeña gamberrada en la que participé cuando era estudiante. Por aquel entonces,  aproximadamente 1970, empezaba a funcionar la nueva Universitat Autónoma de Barcelona, cuya sede provisional era el monasterio de Sant Cugat del Vallès. Un compañero de curso tenía un amigo que cursaba Filosofía y Letras en aquella universidad, donde un profesor les introducía en lo que ahora se diría la modernidad. Hablaba del fenómeno underground  y de personajes como Andy Warhol, por ejemplo. El caso es que a nuestro amigo se le ocurrió gastar una broma y nos pidió ayuda para presentar una película de “cine matemático”, como expresión del movimiento underground. El título de la película era White y su autor sería un matemático estadounidense conocido (espero que jamás le llegara esta información…). Se trataba de una película basada en el operador blanco un cuadrito, □, que aparecía en los libros de este autor. La película no era más que un trozo de cinta velada, de 10 minutos de duración, a la que añadimos los títulos de crédito y el The end correspondiente. Mi compañero de matemáticas y yo hicimos una presentación de 40 minutos sobre el operador blanco y de cómo la película encajaba dentro del movimiento underground, y proyectamos la película ante unos 80 estudiantes en un aula del monasterio. Fue un éxito rotundo, o por lo menos, nadie se enfadó, ni puso en riesgo nuestra integridad ni la del proyector que habíamos alquilado. Eran otros tiempos y, por supuesto, ahora sería incapaz de hacerlo.

SLA: No se me ocurre mejor forma de cerrar esta conversación. Todo un honor para mí. Mil gracias por tu tiempo y tu generosidad.

Salvador López Arnal es miembro de CEMS (Centro de Estudios de los Movimientos Sociales) de la Universidad Pompeu Fabra.

Acceso a la entrevista en formato pdf: Entrevista al matemático y oceanógrafo Jordi Salat

 

 


Lectura Recomendada: Ecoanimal

EcoanimaL. Una estética plurisensorial, ecologista y animalista

Marta Tafalla

Plaza y Valdés Editores, Madrid, 2019

362 págs.

Reseña de Mara Nieto González, FUHEM Educación, publicada en el número 147 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, Periferias: nuevas geografías del malestar.

Ecoanimal, de Marta Tafalla, es un libro imprescindible que nos abrirá no sólo los ojos, sino todos los sentidos, para conectar con la naturaleza,  apreciar  su  belleza  y,  así,  cuidarla.

Se compone de nueve capítulos que nos van adentrando en la estética plurisensorial, ecologista y animalista que subtitula la obra.

Sus páginas nos invitan a abandonar el antropocentrismo con el que nos relacionamos con la naturaleza, y comprender que somos seres ecodependientes, animales que comparten la Tierra con más animales no humanos y con ecosistemas completos.

Su planteamiento parte, además, de una perspectiva ecofeminista, entendiendo que la lógica de dominación y jerarquía que subyace a la explotación de la naturaleza y los animales no humanos es la misma que la explotación de los pueblos indígenas y de las mujeres. Todos estos ejes de dominación están basados en el pensamiento dualista: humano/animal, civilizado/salvaje, hombre/mujer, racionalidad/naturaleza, cuerpo/alma… Basándose en esta misma lógica jerárquica y dicotómica cuestiona la asociación de los sentidos de la vista y del oído como lo intelectual-racional y, por tanto, considerados como más valiosos que el resto de sentidos.

Siguiendo esta línea argumental, Tafalla pone de relieve la multitud de sentidos con los que percibimos el mundo. Lejos de la clasificación simplista que estudiamos en el colegio, según la cual tenemos cinco sentidos, la autora expone una relación de al menos catorce, que incluyen el olfato ortonasal y retronasal, el equilibrio, la propiocepción, la cronocepción, entre otros. Además, desde su realidad como anósmica (carece del sentido del olfato), la autora pone en valor el olfato como una vía fundamental en nuestra interacción con el mundo que nos rodea, en las experiencias vitales, los recuerdos, y en la apreciación estética de la naturaleza. En definitiva, desde la estética plurisensorial, tomar conciencia de todos nuestros sentidos y de su importancia favorece que nos abramos a percibir la naturaleza y el resto de seres con los que compartimos el planeta desde la apreciación estética que nos permite disfrutar de todo ello.

A lo largo del libro la autora señala algunas ideas para apreciar la naturaleza desde esta perspectiva. Nos invita a silenciar nuestra identidad humana para escuchar y apreciar a la naturaleza en toda profundidad, haciendo una crítica al antropocentrismo con el que nos aproximamos a ésta y del que hacemos gala cuando analizamos las conductas de otros animales no humanos. Es necesario que abandonemos la idea de que la naturaleza está ahí para servirnos, los elementos naturales no han sido creados por nosotros ni para nosotros, no están para que los explotemos y obtengamos beneficio de ellos. Sin embargo, sí podemos aproximarnos a ellos, a la naturaleza, desde la apreciación estética, apoyándonos en el conocimiento científico del que disponemos. La biología, la ecología, la geología, etc. nos permiten apreciarla y entenderla de manera profunda.

Intentamos controlar la naturaleza, domesticarla, apropiarnos de ella y, sin embargo, ella encuentra la manera de liberarse y recuperar su espontaneidad. Por ejemplo, la autora nos recuerda que las ciudades están hechas a nuestra medida, pero la vida salvaje reclama su lugar en ellas: plantas que crecen bajo el asfalto, animales que utilizan a su modo los recursos disponibles en las ciudades, ríos desviados para construir en sus orillas que vuelven a su cauce cuando aumenta su caudal por las intensas lluvias, etc. La naturaleza está presente, reclamando su espacio, y podemos aprender a apreciarla en nuestras propias ciudades observando, por ejemplo, las distintas especies de pájaros que comparten el espacio con nosotras y nosotros, las plantas que crecen sin mediación humana, los insectos que encuentran espacios en los que vivir sus vidas. Tafalla presenta el land art o los jardines como espacios donde pueden unirse el arte y la naturaleza de una forma respetuosa con esta última, donde poder apreciar todas esas cualidades estéticas que nos acerquen a ella.

Intentamos controlar la naturaleza, domesticarla, apropiarnos de ella y, sin embargo, ella encuentra la manera de liberarse y recuperar su espontaneidad.

Las vidas de los animales no humanos, al igual que los recursos naturales, también han sido instrumentalizadas, y la apreciación estética que hacemos de ellos es muy superficial. Los reducimos a simples objetos ornamentales, servir de metáforas despojándoles de su verdadera identidad, los utilizamos para trabajar al servicio de las personas pero “agradeciéndoles por su servicio” (o, más bien, su explotación), o los exhibimos en zoos o circos para, supuestamente, apreciar su belleza pero eliminando su agencialidad, su naturaleza libre, su propia vida para ponerla al servicio humano. Esto último es lo que la autora denomina “paradoja estética”, según la cual los seres humanos encuentran plancentero contemplar a un animal a pesar de que sus condiciones de exhibición le causen daño. Los seres humanos desterramos a los animales de sus hábitats naturales, les obligamos a permanecer en entornos hostiles, les forzamos a huir de los lugares que ocupamos y les culpamos y despreciamos en sus intentos de recuperar sus espacios. Muchas personas son capaces de afirmar que aman a los animales mientras defienden o participan de su explotación visitando zoos y espectáculos, se alimentan de ellos, se visten con sus pieles o decoran sus casas con sus cuerpos.

Si entendiéramos que cada animal es en sí mismo un sujeto propio, un individuo particular y único, un ser con una vida propia, que se relaciona con el mundo de una determinada forma, con un cuerpo, unos sentidos, unos deseos y una identidad concreta y, en definitiva, con su propia historia igual que cada uno de nosotros y nosotras, probablemente no les someteríamos a la explotación a la que les sometemos actualmente, no los usaríamos como fuerza de trabajo, ni permitiríamos la existencia de la industria ganadera, ni nos comeríamos sus cuerpos, su leche o sus huevos.

Los seres humanos desterramos a los animales de sus hábitats naturales, les obligamos a permanecer en entornos hostiles, les forzamos a huir de los lugares que ocupamos y les culpamos y despreciamos en sus intentos de recuperar sus espacios

Apreciar la naturaleza y las vidas de los otros animales no significa apreciar lo que nos pueden aportar a nosotros y nosotras como humanas, sino que implica abandonar la perspectiva antropocéntrica para admirar cada una de esas vidas que también merecen ser vividas. Hemos tardado siglos en intentar entender estas vidas, en entender a esos sujetos con identidad propia, no les hemos visto como seres inteligentes, con emociones y deseos, sino simplemente como recursos a los que explotar, como objetos de los que podemos hacer uso para nuestro propio beneficio, para satisfacer nuestras necesidades, sin comprender que no están en la Tierra para eso, sino que están aquí para vivir sus vidas, igual que las personas.

Poco a poco, debido a la crisis climática que estamos provocando, están desapareciendo cada día cientos de especies de fauna y flora que dejaremos de recordar y de poder apreciar. Desde la estética plurisensorial, animalista y ecologista, la autora nos invita a apreciar todas esas vidas, todas esas especies de fauna y flora para frenar su desaparición, para cuidarlas, y para no olvidar las que ya han desaparecido. La única forma de conservar y cuidar las vidas de todos esos animales no humanos y plantas es conservando sus ecosistemas, poniendo en práctica la estética ecoanimal.

Acceso al texto completo de la reseña en formato pdf: EcoanimaL. Una estética plurisensorial, ecologista y animalista.

 

 

 

 


Geopolítica en el Capitaloceno

Artículo de Birgit Mahnkopf profesora de Política Social Europea en la Escuela Superior de Ciencias Económicas y Derecho (HWR) de Berlín, publicado en el ESPECIAL Geopolítica en la Era del Antropoceno del número 146 de Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global.

Bajo las condiciones de un modo de producción capitalista, la «ruptura metabólica » entre los seres humanos y la naturaleza se ha ampliado tanto que los “antropos” se han convertido en un “factor geológico” que está a punto de terminar con la vida en la Tierra tal como la conocemos desde hace más de diez mil años. En lugar de iniciar un cambio estructural que respete las restricciones socioecológicas de la acción humana, estamos en cambio experimentando una renovación de la geopolítica: no solo la feroz competencia internacional por la disminución de las reservas de petróleo y gas natural, sino también una “fiebre verde” por los metales, minerales, el agua y la tierra.

El término «Antropoceno» es utilizado para designar una nueva era geológica marcada por la acción del ser humano (anthropos). Esto concepto fue propuesto por la comisión estratigráfica de la asociación de geólogos más antigua del mundo en Londres, que está convencida de que la influencia  del comercio humano en el clima mundial y los sistemas biofísicos de la Tierra pusieron fin al Holoceno. Este término se refiere al período de aproximadamente 12.000 años desde la última glaciación, que se caracterizó por unas condiciones climáticas muy estables propicias para el desarrollo humano. En contraste, el período de los antropos se refiere a un período geológico caracterizado por una multitud de influencias ambientales antropogénicas, como la extinción, la propagación y la migración de especies animales y vegetales, el aumento de gases de efecto invernadero en la atmósfera, la degradación del suelo, la acidificación y la sobrepesca en los océanos, así como la contaminación del suelo, el agua y el aire. Actualmente, existe un consenso entre los investigadores de la tierra y el clima de que los seres humanos se han convertido en un “factor geológico”, aunque en diferentes grados, dependiendo de sus orígenes geográficos y sociales. Con la adopción de este papel, la humanidad está desestabilizando los sistemas biofísicos de la Tierra, que han evolucionado durante un período de  proximadamente 1,2 millones de años, y destruyendo “la trama de la vida”, que conecta plantas y animales (incluidos los  humanos) y los minerales mediante ciclos complejos de materia y energía. En la actualidad, todo apunta al hecho de que los “antropos” han llevado al sistema Tierra a un camino irreversible de desarrollo hacia un “estado de invernadero” que podría durar de decenas a cientos de miles de años.1

¿Antropoceno o Capitaloceno?

Para algunos científicos, el Antropoceno coincide con el comienzo de la “conquista europea del mundo” a principios del siglo XVI.  Otros lo vinculan con la industrialización en Europa alrededor del 1800. La mayoría de los geólogos británicos de la comisión estratigráfica se han pronunciado a favor de fijar el inicio del Antropoceno a mediados del siglo XX.

Existen razones plausibles para esta confusión: lo que es completamente novedoso en términos históricos no es de ninguna manera la conexión entre la acción humana, el cambio de los paisajes, del ciclo atmosférico del agua y los cambios climáticos. Desde el comienzo del Holoceno, cuando las condiciones climáticas estables hicieron posible que la agricultura se extendiera en muchas regiones del mundo, los seres humanos han modificado deliberadamente la flora y la fauna, creando enclaves artificiales en una naturaleza indómita, domesticando y criando animales y plantas, creando sistemas de riego y aprovechamiento de la energía solar. Esto ha llevado a menudo a crisis ecológicas de alcance regional, a menudo en conjunción con crisis civilizatorias. Pero como resultado del crecimiento de la población hecho posible por la «revolución neolítica» hace 12.000 años, la consiguiente división del trabajo entre hombres y mujeres, ciudades y países, trabajo mental y trabajo físico y la colonización económica y política de los hábitats no europeos, la “ruptura” en el contexto del metabolismo social y el metabolismo prescrito por las leyes naturales de la vida se amplió (tal como apuntó Karl Marx).

Solo bajo las condiciones de un modo de producción capitalista, cuyo objetivo principal es producir valor (monetario) a través de la producción sistemática de una «acumulación inmensa de mercancías»,2 el metabolismo entre lo humano y la naturaleza (o entre lo humano y lo no humano) adquiere una dimensión global –con la explotación de los humanos por otros humanos y el planeta entero transformando en una vasta reserva de posibles valores de uso, una reserva de mano de obra y un vertedero para todo tipo de residuos. Con la tendencia del capitalismo a convertirse en un sistema mundo tanto económico como ecológico, basado en el uso de combustibles fósiles, la «ruptura metabólica» se ha ampliado tanto que la humanidad ha alcanzado el «umbral planetario»3 identificado por los investigadores del clima. Traspasarlo tendría consecuencias graves, repentinas e irreversibles para todos los seres vivos. Esta es la razón por la que algunos científicos sociales,4 en la tradición de la crítica de la economía política, consideran que el término «Capitaloceno» es más preciso que el del «Antropoceno»,5 dado que los impulsores de las transformaciones planetarias son la rentabilidad y la productividad destinadas a maximizar la valoración del capital.

Dado que los impulsores de las transformaciones planetarias son la rentabilidad y la productividad destinadas a maximizar la valoración del capital, el término «Capitaloceno» es más preciso que el del «Antropoceno»

El capitalismo es una máquina de crecimiento si no está obligado a reconocer los límites de la forma material o de valor de uso. Bajo la presión de la competencia constante, los capitalistas deben reducir los costes de producción y circulación y, por lo tanto, aumentar la productividad del trabajo. Esta ha sido la forma de producir la «Riqueza de las Naciones» desde los primeros días del capitalismo, como se describe en el famoso libro de Adam Smith. Esta es la razón por la cual los capitalistas deben reemplazar el trabajo vivo con maquinaria.

Desde el siglo XIX, la maquinaria ha sido manejada principalmente por energía fósil, como el carbón, el petróleo y el gas. De hecho, esta maquinaria permite procesar las materias primas agrícolas y minerales para convertirlas en valores de uso para la satisfacción de las necesidades humanas y estos materiales deben transportarse desde su ubicación de origen, donde se extraen, crían o cultivan, hasta los lugares donde se procesan, y hasta donde finalmente se consuman. Estas cadenas de suministro, que van desde la naturaleza original de la Tierra (el conjunto de recursos) hasta los sistemas económicos, culturales, sociales y políticos (en plural) de la Tierra, constituyen la columna vertebral del sistema capitalista global.

Las cadenas de suministro de energía y materias primas están en manos de las cambiantes alianzas entre los Estados y las empresas privadas. No son solo las leyes naturales las que gobiernan el flujo de recursos desde sus orígenes hasta el lugar del consumo final; más bien, son los actores económicos y políticos poderosos los que establecen estas cadenas para garantizar el suministro de energía fósil y materias primas para las economías modernas. Debido al desarrollo desigual –una competencia entre socios desiguales, tanto a nivel internacional como dentro de las naciones– la lucha por la energía y otros productos primarios ha sido y sigue siendo extremadamente caótica.

La renovación de la geopolítica

El mundo globalizado del siglo XXI no aparece con amigables ropajes verdes. El orden internacional está colapsando, los conflictos regionales siguen abiertos, ha comenzado una nueva carrera de armamentos y el derecho internacional tal como se estableció después de la Segunda Guerra Mundial parece obsoleto. En los EEUU, los funcionarios del gobierno piensan en voz alta sobre la guerra nuclear. Estos procesos fomentan la feroz competencia internacional por la disminución de las reservas de petróleo y gas natural, y cada vez más por los metales, los minerales, el agua y la tierra también.

Los procesos que tensan el orden internacional están fomentando una feroz competencia internacional por las decrecientes reservas de petróleo y gas natural, y cada vez más por los metales, los minerales, el agua y la tierra también.

Al igual que en el apogeo de la antigua geopolítica del imperialismo europeo, la geografía ha adquirido una renovada relevancia en el sentido de control sobre los territorios de otros estados (con un énfasis especial de nuevo puesto en Eurasia). Además, la relevancia de la geología ha crecido en el sentido de que no solo el petróleo y el gas, sino también los metales y los minerales se han convertido en “recursos estratégicos”. Hoy en día, estos dos elementos de la geopolítica coexisten con la geoeconomía, que se refiere al poder de mercado y las alianzas que se fortalecen a través de acuerdos de libre comercio bilaterales, regionales e incluso macro-regionales y la protección mundial de los llamados derechos de propiedad intelectual y las inversiones. Además, la política internacional todavía tiene un papel importante que desempeñar, en forma de diplomacia de los recursos, de métodos legislativos para establecer y defender monopolios, y regulaciones restrictivas varias; y, no olvidemos, las sanciones económicas, el establecimiento de bases militares y, al menos para la disminución del poder hegemónico de los EEUU, las intervenciones militares destinadas al “cambio de régimen”.

El capitalismo global aún depende del petróleo barato. Su importancia para satisfacer las necesidades de energía primaria del mundo puede disminuir en las próximas décadas. Pero el petróleo barato sigue siendo la “sangre vital” del transporte, la industria petroquímica cuyos productos se han vuelto tan esenciales para la vida cotidiana, la agricultura industrial, los productos manufacturados y la guerra moderna. Con el fin de mantener el control sobre el suministro y la fijación de precios de los hidrocarburos, se siguen construyendo tuberías y puertos, refinerías y ferrocarriles. Como en el pasado, las tuberías que se extienden por grandes distancias por tierra y mar extienden el alcance de los estados más poderosos más allá de sus propios territorios. Este es el razonamiento que sigue el presidente de EEUU, Trump, cuando promueve un mayor consumo de combustibles fósiles en el extranjero (ya sea en Europa, India o Corea del Sur) o cuando promueve una cooperación aún más estrecha con Arabia Saudita: “Ningún otro país, y mucho menos la comunidad internacional unida detrás del acuerdo climático de París, debería poder privar a los EEUU de su solución de carbono”.6 Pero también la iniciativa china Belt Road Initiative (BRI)7 está diseñada para servir a la nueva geopolítica de la energía, todavía basada en combustibles fósiles. La iniciativa, que enfatiza la construcción de infraestructuras, da a China un impulso para recortar o contener las actividades de otras naciones sin tan siquiera usar armas. De hecho, la BRI es un proyecto impulsado por los combustibles fósiles que apunta a construir oleoductos, refinerías de petróleo y puertos para enviar petróleo y otras materias primas desde América Latina, África e Irán a la China continental.

Ciertamente, algunos líderes empresariales están preocupados por los numerosos factores relacionados con la transgresión de los «límites planetarios» que amenaza el valor de sus negocios y la solvencia crediticia. Es posible que se preocupen por la inminente crisis del agua y el hambre que causará disturbios sociales, conflictos violentos y la migración involuntaria a lugares que consideran sus “regiones de seguridad nacional”. Pero muchos otros ven el cambio climático incluso como una oportunidad de negocio. Las nuevas rutasde transporte serán accesibles en el Ártico debido al cambio climático, mientras que los nuevos yacimientos de petróleo y gas que son difíciles y costosos de acceder serán más atractivos, como los recursos de tipo bituminoso en Venezuela y África, el petróleo en alta mar de Brasil, o el petróleo pesado en la selva tropical del Amazonas.

Es probable que los conflictos geopolíticos y las disputas internacionales sobre el acceso y el transporte de todo tipo de materias primas socaven incluso los intentos modestos de cooperación. No solo EEUU está persiguiendo un proteccionismo nacional creciente.  Especialmente con respecto al petróleo y el gas, la UE depende en gran medida de las importaciones de metales y minerales, con las mayores importaciones netas de recursos por persona en todo el mundo. La proporción de las importaciones de la UE para muchos “materiales estratégicos” llega a alcanzar el 100%. En palabras del ex comisario de Comercio de la UE, Peter Mandelson, en la Conferencia de Comercio y Materias Primas en Bruselas en septiembre de 2008, la UE necesita «importar para exportar... estamos en una carrera»8. Por lo tanto, no es sorprendente que la Comisión Europea abordadara la importancia de los cambios impuestos en el orden económico mundial debido a la enorme escala de desarrollos requeridos por el uso intensivo de recursos en China e India ya en 2006, con su «Estrategia Europa global» (Global Europe Strategy) seguida en 2008 de su «Iniciativa sobre materias primas» (La Raw Material Initiative, reconfigurada en 2011 en la «Hoja de ruta hacia una Europa eficiente en el uso de los recursos»).

Las nuevas rutas de transporte serán accesibles en el Ártico debido al cambio climático, mientras que los nuevos yacimientos de petróleo y gas que son de difícil y costoso acceso serán más atractivos.

Al otro lado del Atlántico, es altamente improbable que los EEUU alguna vez sean energéticamente autosuficientes. La expansión a su capacidad de producción debido a la llamada “revolución del esquisto” podría traer una mayor capacidad de recuperación a los choques a corto plazo, pero el aumento del uso de energía per cápita significa que el país sufrirá aumentos de costes energéticos a largo plazo. Sin embargo, por el momento, la administración Trump, que funciona como un brazo extendido del complejo militar de combustibles fósiles-finanzas, parece estar firmemente decidida a explotar todas las reservas nacionales para obtener el “dominio de la energía” al suministrar combustibles fósiles a otros países. La administración de los EEUU también ha descubierto que el país es «altamente dependiente de las importaciones de ciertos productos minerales y que esta dependencia crea una vulnerabilidad estratégica tanto para su economía como para el ejército de cara a afrontar la acción de gobiernos extranjeros, los desastres naturales y otros eventos que pueden interrumpir el suministro de estos minerales clave».<sup>9</sup> Las preocupaciones relacionadas con la “vulnerabilidad estratégica” se discuten no solo entre las agencias gubernamentales en los EEUU y Europa, sino también en el Japón de escasos recursos. La continuación del liderazgo tecnológico de estos países depende de un suministro constante y creciente de minerales y metales (a precios asequibles), que son vitales para varias tecnologías futuras. En contraste, para Australia, que es un importante exportador mundial de minerales, la evaluación crítica depende más del potencial de sus propios recursos para cubrir la demanda mundial.

La base imperialista de la estrategia de recursos nacionales del otro gigante que consume energía, China, es menos obvia. Pero al igual que EEUU, China hará cualquier cosa para garantizar que continúen los flujos de energía (ya sean de Oriente Medio, Rusia o África). La principal diferencia con el objetivo de EEUU de “dominio de la energía” podría ser que China, al menos por ahora, está más dispuesta a cubrir su vulnerabilidad a las restricciones de recursos a través de decisiones políticas más allá de la acción militar y la exclusión de aliados potenciales y socios comerciales. Por lo tanto, China se enfoca más en construir alianzas para hacer acuerdos de acceso a largo plazo, esperando mayores dividendos de la cooperación que de la confrontación.

Pero lo que es de suma importancia sobre el nacionalismo de recursos de hoy es que se centra no solo en controlar la producción y el comercio de las decrecientes existencias de petróleo, lo que proporciona un alto retorno energético de la inversión (EROI, según sus siglas en inglés), 10 y un petróleo y un gas no convencionales mucho más caros, extracción y procesamiento que requiere enormes cantidades de energía y dinero para construir refinerías, oleoductos, plataformas petrolíferas, puertos, carreteras y otras infraestructuras. Además de esto, el acceso a las “materias primas críticas” se ha convertido en una preocupación estratégica cada vez más importante para todas las “grandes potencias”, e incluso para aquellos  en el segundo nivel. En este contexto, las fuerzas militares, los científicos, las organizaciones internacionales (como la Agencia Internacional de Energía) y grupos de expertos interesados en geopolítica (como el Consejo de Relaciones Exteriores de los EEUU, el instituto de relaciones internacionales de los Países Bajos Clingendael, Chatham House en el Reino Unido y Price Waterhouse Cooper están analizando los impactos de la creciente demanda de minerales y metales. Además de las materias primas necesarias para el desarrollo de infraestructuras, la producción de energía fósil y nuclear, la industria química, aeroespacial, equipos médicos y todo tipo de comunicaciones avanzadas (como el GPS, los satélites espaciales y los sistemas de comando, y las infraestructuras de amplificación de señal), se necesitan enormes cantidades de metales y minerales para las industrias nuevas: primero, para la “transición verde” hacia la producción de energía renovable; segundo, para la transmisión de la electricidad; tercero, por la llamada “Cuarta Revolución Industrial” basada en la digitalización y la inteligencia artificial; y, cuarto, para diferentes tipos de sistemas militares11 en los que no solo las aeronaves necesitan masas de “materiales críticos”, sino también otros componentes de los sistemas, como estaciones terrestres, enlaces de datos y personal de control.

En casi todos los países industriales avanzados (pero también en China), se ha desarrollado la integración del procesamiento de datos digitales en los procesos de producción, con tecnología clave como sensores, “etiquetas de identificación” de radiofrecuencia, microchips de alto rendimiento, tecnologías avanzadas de visualización y cables de fibra óptica que exigen una cantidad cada vez mayor de metales y minerales particulares. Un estudio realizado en 2016 en nombre de la Agencia alemana de recursos minerales (DERA, según sus siglas en alemán) examinó la demanda global de materias primas para 42 diferentes tecnologías futuras en 2013 y 2035 y comparó la demanda creciente esperada con el volumen de producción global de los metales respectivos en 2013. El estudio mostró cómo para algunas materias primas (como el litio, los metales ligeros de tierras raras, el germano, el indio y el galio), ya es previsible que en un período de poco más de dos décadas, la demanda casi se duplique, se triplique (en el caso de las tierras raras pesadas), e incluso cuadruplique (tantalio). En algunos casos, el aumento de la demanda superaría con creces la producción primaria en 2013 (litio, disprosio/terbio y renio), mientras que en otros el aumento sería aún más brusco (cobalto, cobre, escandio, platino).12 Esto significa que la lucha por los materiales primarios no ha terminado con el surgimiento de la inteligencia artificial y la digitalización ubicua. Por el contrario, esto probablemente se intensificará dado el nexo global de la tierra, el agua, los alimentos, los minerales y la energía, y dado que unos pocos países dominan el mercado de los minerales críticos.

Intercambios entre metas económicas y ecológicas

En este contexto, habrá que tener en cuenta varios compromisos inevitables entre los objetivos económicos y ecológicos, incluido el cambio hacia un “capitalismo más verde”. Mientras que, en los debates actuales, las dimensiones económicas y geopolíticas de la escasez de recursos reciben una amplia atención, el impacto de la escasez física de los minerales en la geoeconomía del capitalismo global, y aún más importante en un futuro postfósil, rara vez se atienden. De acuerdo con el principio de acumulación capitalista, incluso una transición hacia tecnologías de energía renovable resultará en un círculo vicioso entre los sectores de la energía y el metal. Además, en muchos países (principalmente en China), agudizaría las ya severas contradicciones insertas en el nexo del agua y la energía, y por lo tanto también afectaría negativamente la producción de alimentos.

La “criticidad” de las materias primas se suele debatir desde un punto de vista económico, centrándose en los retrasos en la entrega y otros riesgos de suministro. Estos a menudo están vinculados a la gobernanza inestable de las materias primas y la volatilidad de los precios de los productos básicos. Sin embargo, desde principios de la década de 2000, las dimensiones geopolíticas de la escasez (en términos de barreras políticas planteadas en los países productores, que han comenzado a proteger sus intereses mediante impuestos a la exportación y diversas restricciones comerciales) se han colocado en un primer plano. China, donde se produjo más del 90% de los elementos de tierras raras, ha comenzado a priorizar sus propias necesidades de suministro. Los funcionarios del Gobierno sostienen que los impuestos a la exportación sobre las materias primas son más bajos que los de los productos terminados (como los imanes para la tecnología de energía renovable), y que la extracción ilegal en el sur del país (donde se extraen los óxidos de tierras raras altamente contaminantes) debería desaparecer. Además, los pronósticos para el estado de la industria de metales de tierras raras de China no son prometedores: aunque el país produce el 95% de la producción mundial, solo posee el 23% de la cantidad total de minerales del mundo, principalmente en tres sitios en el sur de China, ya muy agotados. En consecuencia, las restricciones a la exportación se consideran un instrumento apropiado para proteger las “tecnologías verdes” de China. El miedo ha estado creciendo tanto en los EEUU como en la UE sobre el hecho de que sus economías podrían perder el liderazgo tecnológico frente a los chinos, particularmente con respecto a las tecnologías de energía solar fotovoltaica y de turbinas eólicas. Hoy en día, la carrera por el liderazgo en inteligencia artificial y digitalización de economías enteras parece ser aún más importante que la competencia por las “tecnologías verdes”. Esto tiene el potencial de estimular las guerras comerciales entre Occidente y China.13

El impacto de la escasez física de los minerales en la geoeconomía del capitalismo global, y aún más importante en un futuro “postfósil”, rara vez se atienden.

En contraste con las dimensiones económicas y geopolíticas de la escasez, la escasez física –y por lo tanto también el carácter geológico y material de los minerales– rara vez se considera una amenaza grave, ya sea en términos de la geoeconomía del capitalismo global o el impacto ecológico de minería. Esto refleja una ignorancia sistémicamente anclada, al menos desde la perspectiva de un futuro postfósil. A pesar de que la corteza terrestre contiene enormes cantidades de reservas minerales, muchas sustancias ampliamente utilizadas se enfrentan al agotamiento en función de la escasez absoluta de la naturaleza y los límites tecnológicos actuales. Desde el punto de vista de la termodinámica, un recurso puede ser crítico cuando supera un cierto «umbral de exergía».14A medida que la ley del mineral disminuye, la energía requerida para extraer el mineral aumenta exponencialmente. Este ya es el caso del cobre, un material esencial para casi todos los tipos de dispositivos eléctricos. En comparación con la tecnología de motores de gasolina, los vehículos de motor eléctrico necesitan una cantidad de cobre cuatro veces mayor, además de una mayor cantidad de metales como el cobalto, el litio y elementos de tierras raras pesadas y ligeras. Si solo cada segundo automóvil basado en combustible que ya se encuentra en el mercado fuera reemplazado por un vehículo eléctrico, y se tienen en cuenta las tendencias actuales en las ventas globales (que se espera que aumenten en un 50% en los próximos 25 años), la cantidad de metales solo para la producción de automóviles aceleraría la deforestación como resultado de la minería, lo que generaría más daños ecológicos.

El movimiento a medias hacia un capitalismo más verde, con su enfoque en las tecnologías de energía renovable, es un proyecto basado en una serie de concesiones y un indeterminado número de contradicciones sin resolver.

Esto ilustra que el intercambio es inevitable. Sin hallazgos sustanciales de depósitos altamente concentrados, la producción de varios metales (es decir, los productos necesarios para una futura “economía verde”) no puede aumentar, pero es más probable que disminuya junto con la concentración de los sitios existentes. Cuando la producción de varios metales no aumenta al mismo ritmo (rápido) que la demanda, el precio de los “materiales críticos” aumentará sustancialmente en el futuro cercano. En estas condiciones, incluso los repositorios menos concentrados se verán económicamente viables. Pero cuanto más baja sea la concentración del material, más residuos se generarán, y más químicos tóxicos y cantidades masivas de agua y energía serán necesarias para la extracción. En resumen, lo más perturbador será el impacto en la naturaleza local, los trabajadores y la población.

La “nueva fiebre del oro” dirigida hacia depósitos ricos en metales con altas concentraciones de metales de dos a cinco millas por debajo de la superficie de los océanos (a lo largo del ecuador o en el Círculo Polar Ártico) ofrece otro ejemplo de un intercambio entre objetivos económicos y ecológicos. Dentro de las próximas décadas, la capacidad tecnológica para la minería de aguas profundas mejorará, y las recientes dificultades de financiamiento para este tipo de “aventuras” probablemente se resolverán debido al aumento de los precios de los productos básicos. En ese momento, podría comenzar la extracción comercial activa, destruyendo los ecosistemas únicos de los océanos profundos antes de que este patrimonio común de la humanidad sea incluso comprendido y cartografiado.15

El movimiento a medias hacia un capitalismo más verde, con su enfoque en las tecnologías de energía renovable, es un proyecto basado en una serie de concesiones y un indeterminado número de contradicciones sin resolver. Si el mecanismo de acumulación capitalista basado en los principios de la propiedad privada y el crecimiento económico se toma como un hecho, y de manera implícita la creación infinita de riqueza monetaria, una transición hacia tecnologías de energía renovable resultará en un círculo vicioso entre la producción de energía y los metales. Las compensaciones de “agua por energía” y “energía por agua” también son significativas. Por un lado, en comparación con las tecnologías de carbón, solar y eólica, consumen menos agua en la generación de energía. Pero cuando se considera el ciclo de vida completo de tales tecnologías (incluida la fabricación de paneles solares y turbinas eólicas), la huella hídrica de ambas es bastante sustancial. Se requiere energía para suministrar y tratar el agua; a medida que aumenta la huella hídrica del sector energético y el agua escasea (lo que ocurrirá no solo en China sino en muchas otras regiones del mundo), se necesita más energía para suministrarla y tratarla.16 Además, dado que los parques eólicos solares y eólicos en tierra requieren grandes áreas de tierra, que no están disponibles en países y regiones con alta densidad de población, se generarán más conflictos por el acceso al agua, la tierra y los alimentos. Por lo tanto, el agua tiene el potencial de convertirse pronto en la causa más importante de los conflictos, como lo ha sido la gasolina durante mucho tiempo.

Traducción: José Bellver

NOTAS:

1 W. Steffen et al., «Planetary Boundaries: Guiding human development on a changing planet», Science, núm. 347, vol. 6223.

2 K. Marx, Capital. A Critique of Political Economy, Vol. 1, p. 26.

3 W. Steffen et al., «Trajectories of the Earth System in the Anthropocene», PNAS, 6 de agosto de 2018.

4 E. Altvater, «El Capital y el capitaloceno», Revista Mundo Siglo XXI, núm 33, vol. IX, 2014, CIECAS-IPN, pp. 5-15; A. Malm, «Fossil Capital. The Rise of Stream Power and the Roots of Global Warming», Verso, Londres/Nueva York, 2016; J.W. Moore (ed.), Anthropocene or Capitalocene? Nature, History and the Crisis of Capitalism, PM Press, Oakland, CA 2016. pp. 138-152.

5 A pesar de que también sería posible nombrar a esta era geológica como “Tanatoceno” debido al historial de destrucción por parte de la humanidad, tanto de otros seres humanos como de muchas otras especies que han ido progresivamente desapareciendo del planeta, véase C. Bonneuil y J-B. Fressoz, L’événement anthropocène. La terre, l’histoire et nous, Seuil, Paris, 2016.

6 M.T. Klare, «America’s Carbon Pusher-in-Chief: Trump’s Fossil-Fueled Foreign Policy», 2017.

7 Nota del traductor: en castellano la Belt Road Initiativees también conocida como «la nueva Ruta de la Seda»

8 P. Mandelson, «The Challenge of Raw Materials», discus en la Trade and Raw Materials Conference, Bruselas, 29 de septiembre de 2008, disponible en: http://europa.eu.

9 Departamento de Interior de EEUU, Final List of Critical Minerals, 2018,

10 Aunque existe una gran cantidad de controversias acerca del EROI (tasa de retorno energético) exacto de las diferentes fuentes de energía, no hay duda de que el EROI para la mayoría de las fuentes de energía “verdes” (como el viento, laenergía solar fotovoltaica o el etanol), sino también el petróleo y el gas “no convencionales” es más bajo en comparación con el petróleo, el gas o el carbón convencionales.

11 Por ejemplo, para piezas de aviones, motores, sistemas de guía de misiles y defensa antimisiles, detección de minas submarinas, GPS para todo el sistema de comunicaciones, contra maniobras electrónicas, sin olvidar los sistemas militares no tripulados (drones).

12 DERA (Deutsche Rohstoffagentur), Rohstoffe für Zukunftstechnologien, Berlin, 2016. Para un análisis exhaustivo véase: A. Diederen, Global Resource Depletion: Managed Austerity and the Elements of Hope, Eburon, Delft, 2010 y los trabajos de W. Zittel, E. Schriefl y M. Bruckner, en A. Exner, M. Held y K. Kümmerer (eds.), Kritische Metalle in der Großen Transformation, Springer, Berlin, 2016.

13 Departamento de Interior de EEUU, op.cit.. El Departamento del Interior indica en este documento que en lo que se refiere a las materias primas estratégicamente importantes, China fue el productor líder de 15 de los 33 productos listados como «críticos».

14 Esta es una medida del grado de distinción termodinámica que tiene una pieza de material de su “preponderancia” circundante; la rareza física o termodinámica se explica por los costes de energía requeridos para obtener un producto mineral de roca ordinaria con las tecnologías disponibles. Véase: G. Calvo, A. Valerio y A. Valerio, «AThermodynamic Approach to Evaluate the Criticality of Raw Material Flows and its Application Through a Material Flow Analysis in Europe», Journal of Industrial Ecology, julio de 2017.

15 R. Kim, «Should Deep Sea Bed Mining Be Allowed?», Marine Policy, núm. 82, agosto de 2017, pp. 134-37.

16 Agencia Internacional de la Energía, World Energy Outlook 2016, IEA, Paris, 2016.

Acceso al texto en formato pdf: Geopolítica en el Capitaloceno. 


MHESTE y DESEEEA

Nueva edición del máster MHESTE y del diploma DESEEEA para el curso 2021 - 2022.

El Máster en Humanidades Ecológicas, Sustentabilidad y Transición Ecosocial - MHESTE y el Diploma de Especialización en Sostenibilidad Ética Ecológica y Educación Ambiental -  DESEEEA son el resultado de un convenio interuniversitario entre la Universitat Politècnica de València (UPV) y la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), que unen esfuerzos para ofrecer un Plan de Estudios Coordinado de educación de calidad dentro del ámbito de la sostenibilidad.

MHESTE y DESEEEA aúnan la visión humanista y el conocimiento técnico para afrontar el reto principal del tiempo que vivimos, caracterizado por una crisis ecológica global multifactorial.

Pretenden mostrar cómo modificar nuestra forma de pensar y de vivir para hacerla compatible con el reequilibrio de la biosfera, proponiendo nuevas formas de actuar como cultura basándonos en los principios de la sostenibilidad y la ética ecológica.

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Lectura Recomendada: Tierra de mujeres

Tierra de mujeres. una mirada intima y familiar al mundo rural

Maria Sanchez

Seix Barral, Barcelona, 2019, 185 págs.

Reseña elaborada por Mónica Di Donato, FUHEM Ecosocial para el número 147 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global.

Tierra de mujeres es un libro que deja un testimonio importante en el debate sobre feminismo y literatura rural, a través de una narrativa fresca, sincera, llena de voz propia. Un ensayo literario que, a veces, deslumbra y, a veces, conmueve por su autenticidad.

Tierra de mujeres ofrece una mirada autobiográfica que mezcla cuentos e imágenes familiares con apuntes e intereses específicos propios de una veterinaria de campo, nacida en el campo, vinculada a un mundo rural en el que trabaja y, sobre todo, al que ama y respeta profundamente, pero no acríticamente. En ese sentido, la autora siempre hace uso de una narrativa y una visión real sobre y de la vida rural, alejándose de estereotipos y relatos bucólicos o idealizados del campo.

El libro esta estructurado en dos partes. Si en la segunda se divulga sobre la cultura vinculada al campo a través de recuerdos de la infancia, de personas queridas, que se entremezclan con una descripción precisa y detallista de paisajes, ambientes agrestes, entornos domésticos, los ejes que claramente conforman la primera parte, quizás mas “política”, giran alrededor de las reflexiones sobre feminismo en el mundo rural (un feminismo de ≪hermanas que cuidan la tierra≫, tal y como aparece en el libro) y de la problemática de la España vaciada y olvidada, llena de gente obviada por “sujetos postdomésticos” que viven en las ciudades y para los cuales el campo y su gente ni entra ni se contempla en su día a día.

María Sánchez reflexiona en el libro sobre la necesidad de un feminismo rural en el que todas se sientan acompañadas, en el que no cabe sentirse inferior las unas a las otras. Al mismo tiempo reflexiona sobre la ultima y multitudinaria huelga feminista, y denuncia, con dolor, precisamente la ausencia de esas mujeres rurales. ¿Es el mundo rural, entonces, el gran olvidado también del feminismo que teoriza las luchas y describe los sujetos desde los núcleos urbanos? .Y ¿en que términos?

¿Es el mundo rural, entonces, el gran olvidado también del feminismo que teoriza las luchas y describe los sujetos desde los núcleos urbanos? .Y ¿en que términos?

Según las estadísticas oficiales, el medio rural se caracteriza por la masculinización de la actividad y la feminización de la inactividad laboral, y, en ese sentido, el grado de ruralidad acentúa esa brecha de genero, que es mayor en las zonas rurales que en las urbanas. Así, la invisibilización de la perspectiva de genero en el medio rural aparece como una forma de “violencia”, que conlleva la exclusión de las mujeres del poder de tomar decisiones. Además, la escasa o inadecuada presencia de servicios externos y profesionales de apoyo en el medio rural, como guarderías, centros de día, buenas carreteras, centros de salud, etc., así como la falta de adaptación a los ritmos y medios propios de este, hace que la mujer siga reproduciendo, oscilando entre la costumbre y la obligación, el rol de cuidadora (cuidan mayores, tienen niños, gestionan la comunidad, etc.). Así, en el medio rural pesan unos valores, prejuicios, vínculos, relaciones, responsabilidades, que no pesan de igual manera en el medio urbano.

≪Lo radical y lo realmente innovador sucede en nuestros márgenes≫, escribe la autora en las primeras paginas del libro, en una de las frases que, desde mi punto de vista, podría ser un excelente resumen del mensaje del libro. El feminismo existe en nuestro medio rural, y la frase a las que nos referimos es casi una tentativa resumido de dar voz a esos feminismos y a esas mujeres invisibilizadas en territorios desiguales desde la dimensión de genero.

En el medio rural pesan unos valores, prejuicios, vínculos, relaciones, responsabilidades, que no pesan de igual manera en el medio urbano.

Lazos nuevos, tejidos que se crean, proyectos rompedores, ideas maravillosas, asociaciones, colectivos… y las que están detrás de todas estas iniciativas, en la mayoría de los casos, son mujeres que quieren voz y espacio para revindicar lo que hacen. Es de justicia valorar el esfuerzo de todas esas mujeres anónimas.

María Sánchez escribe desde los márgenes, pero tiene voz y espacio para revindicar lo que hace y aquello en lo que cree, a diferencia de aquellas mujeres cuyas voces parecían estar en silencio, pero que nunca lo estuvieron realmente, siendo el sostén fundamental del discurrir de la vida. En ese sentido, me parecen especiales aquellas paginas donde la autora describe las manos de esas mujeres, manos que trabajaban las tierras, manos que cuidaban las personas, manos que acariciaban rostros, que elaboraban alimentos, manos que, en definitiva, reflejan una historia de vínculos y de tierra.

También es especial y cercana la sensación que provoca la lectura de las paginas donde la autora describe las fotografías familiares, olvidadas dentro de cajas o escondidas en un rincón de una vieja estantería, con ese miedo a perder un recuerdo, un instante que se perpetua ya solo a través de esos retratos.

En definitiva, se puede decir que el feminismo de María Sánchez mantiene importantes conexiones con el ecofeminismo, que denuncia la explotación y la degradación del mundo natural, así como la subordinación y la opresión de las mujeres, y que plantea cambiar esas relaciones depredadoras que desconocen los viículos y dependencia de la naturaleza y la importancia de los cuidados, a pesar de que son indispensables para la supervivencia humana, y que, por el contrario, apuesta por una propuesta emancipadora de transformación social. El relato de Tierra de mujeres es íntimamente ecofeminista porque en cada pagina se habla del amor hacia la tierra, de mujeres productoras, agricultoras, cuidadoras de la salud, transformadoras, amantes de los pueblos y de nuestros entornos naturales, mujeres “hacedoras de todo”.

En la declaración de las mujeres por la Soberanía Alimentaria de La Via Campesina de Nyeleni, se lee que ≪las mujeres son creadoras históricas de conocimientos en agricultura y en alimentación, continúan produciendo hasta el 80% de los alimentos en los países mas pobres y actualmente son las principales guardianas de la biodiversidad y de las semillas, pero son las mas afectadas por las políticas neoliberales y sexistas≫. Eso es, como diría la autora, ≪vivir a costa de nuestros márgenes≫, que son el sustento y ecosistema de una parte importante de la población, que proveen de alimento, oxigeno y raíces a la ciudad.

Detrás de esta mirada critica se esconde también, tal y como decíamos antes, la preocupación por el problema de la despoblación y el vaciado del mundo rural, un proceso histórico, social y político que ahonda sus raíces en el régimen fascista español, y que supuso concentrar la población en las principales ciudades y el litoral, creando industrias en los núcleos urbanos, y promoviendo un modelo de turismo muy intensivo en recursos en la costa mediterránea, y además cambiando la agricultura campesina por una industrial muy mecanizada, basada en fertilizantes y pesticidas químicos.

El relato de Tierra de mujeres es íntimamente ecofeminista porque en cada pagina se habla del amor hacia la tierra, de mujeres productoras, agricultoras, cuidadoras de la salud, transformadoras, amantes de los pueblos y de nuestros entornos naturales, mujeres “hacedoras de todo”.

De esa manera empezó a hacerse visible, cada vez mas, ese gran flujo de gente, sobre todo jóvenes, que abandonaba los pueblos hacia las ciudades, vaciando territorios llenos de vida, de materialidad y de espiritualidad, y profundizando en las desigualdades socioeconómicas y en las polarizaciones espaciales. En las paginas del libro que nos ocupa late también toda la tristeza en pensar en todo el desafecto y desarraigo que estos procesos de abandono rural han causado hacia los pueblos. Pero si esto es cierto, también lo es la llamada a un rencuentro con lo rural que no sea “de los fines de semana”, que nos sea de búsqueda de diversión o de un turismo alternativo. Como subraya la autora, hace falta una mirada mas profunda y afectuosa con quienes han sido y siguen siendo imprescindibles para el mantenimiento de ese mundo rural que quiere reconstruir las relaciones y los cuidados con y hacia la naturaleza.

Sabemos que sin ríos limpios, sin bosques vivos, sin ganado pastando en los prados, sin tierra libres de agrotóxicos, sin personas que cuidan las casas y los pueblos, etc., sin todo esto no es posible un fututo digno y saludable ni para el mundo rural ni para las ciudades, que cada vez mas viven de espaldas a ese flujo de vida que las alimenta.

Así, en ese libro, sencillamente, María Sánchez nos recuerda que, si no cuidamos a nuestros ecosistemas y a las personas que de diferentes maneras viven en ellos, será nuestra irresponsabilidad ciega y sorda la que nos sentencie a una supervivencia difícil y conflictiva en la Tierra.

≪Quiero que este libro se convierta en una tierra donde poder asentarnos todos y encontrar el idioma común. Una tierra donde sentirnos hermanos, donde reconocernos y buscar alternativas y soluciones. Solo entonces podremos rascar mas profundo y hablar de despoblación, de agroecología, cultura, ganadería extensiva, soberanía alimentaria, territorio≫.

Acceso al texto de la reseña en formato pdf: Tierra de mujeres. una mirada intima y familiar al mundo rural


Alternativas a la funesta manía de erigir muros

Las migraciones se han convertido no solo en un factor estructural de primer orden en un mundo cada vez más interconectado e interdependiente, sino en un complejo y permanente reto que requiere res­puestas políticas que las sociedades contemporáneas no siempre están en condiciones de proporcionar.

La formulación de planteamientos alter­rnativos a los marcados por la obsesión securitaria dominante no es, sin embargo, un capricho al que los Estados puedan renunciar alegre­mente, sino una necesidad perentoria.

El texto de Juan Carlos Velasco Arroyo, «Alternativas a la funesta manía de erigir muros» pertenece a la sección ENSAYO del número 153 de Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, págs. 101-112.

Marco de referencia: una globalización fronterizada

En su hornada más reciente, la globalización ha significado la emergen­cia de un marco compartido de movilidad a nivel planetario que modifica al menos en un triple sentido las condiciones materiales en las que los individuos abordan la aventura migratoria: en primer lugar, y dado el acusado sesgo neoliberal emprendido, atento a los intereses del capi­talismo financiero global, el proceso globalizador ha generado un con­siderable ensanchamiento de la brecha de rentas y salarios entre los diferentes países;1 en segundo lugar, en un mundo intensamente inte­rrelacionado, las imágenes que reproducen las redes y que reflejan la forma de vida de los países más prósperos llegan a los pueblos más re­motos y pobres del planeta haciendo aún más evidentes las disparida­des de ingresos y oportunidades;2 y, por último, la mejora y el abaratamiento de los medios de transporte han pulverizado las distancias, facilitando así sensiblemente la movilidad internacional.3 No es difícil colegir que cuanto más reducido se vuelve el mundo en el aspecto comunicativo y mayor es el contraste entre el nivel de bienestar y el de supervivencia, más probable es que los habitantes de los países más desfavorecidos valoren la opción de migrar como posibilidad real a tener en cuenta.

Migrar ha sido desde siempre una forma de responder y adaptarse a las cambian­tes condiciones del medio ambiente y a los desafíos generados en el interior de los espacios sociales. Y esto sucede también en nuestros días. Para los innume­rables perjudicados por la globalización, la migra­ción se presenta como una vía rápida de acceso a sus posibles beneficios. Son cada vez más quienes se ven expulsados de sus lugares de origen y se ven impelidos a arriesgar sus vidas a través de pe­ligrosos desplazamientos. Esto es lo que les su­cede a quienes habitan en lugares que en las últimas décadas se han desertificado, se han vuelto superficies inundables, o bien, a quienes moran en tierras asoladas por la violencia;4 pero, también a quienes viven en países relativamente prósperos y ven que los trabajos para toda la vida se extinguen (a causa de la desindustrialización, de la robotización o de las deslocalizaciones), las prestaciones sociales menguan o las pensiones pare­cen estar en peligro.

Las fronteras se tornan en dispositivos de reproducción de las desigualdades globales que limitan las oportunidades vitales de los individuos

La creciente integración mundial de las distintas economías nacionales no ha ve­nido acompañada, sin embargo, de una integración social y económica efectiva de los habitantes del planeta. El resultado es una situación paradójica que puede ser caracterizada como globalización fronterizada, cuando no amurallada. Las fronteras se tornan en dispositivos de reproducción de las desigualdades globales que limitan las oportunidades vitales de los individuos.5

Los muros como improbable panacea

El principio de la inviolabilidad de las fronteras es un presupuesto en el que se apo­yan las teorías políticas hegemónicas y en su nombre los Estados quedan inmuni­zados ante cualquier crítica a los medios que puedan emplear para contener los flujos migratorios y poner remedio a los temores de la sociedad, medios como, por ejemplo, el cierre de fronteras, el internamiento de inmigrantes indocumentados o la erección de barreras. De los discursos se ha pasado a los hechos y no son pocos los Estados receptores de inmigración que han construido aparatosos muros y han tendido vallas a lo largo de miles de kilómetros de fronteras (más de 18.000, según diversas estimaciones). La materialidad de esos muros fronterizos se impone, sin embargo, con tal fuerza que algunas de las controversias políticas contemporáneas más encendidas pivotan sobre su reaparición y su posible justificación.

En el transcurso de las últimas décadas del siglo XX, muchas fronteras dejaron de ser evanescentes rastros sobre el territorio. Un considerable número de Esta­dos decidieron fortificar esas sutiles marcas con muros intimidantes. Esa tendencia se ha consolidado en las primeras décadas del siglo XXI y los muros se han con­vertido en uno de los emblemas más reconocibles de la época. Son muchas las fronteras terrestres que han adquirido forma material mediante la instalación de ciertos elementos de contención, que pueden variar desde una simple alambrada hasta una auténtica muralla: «Concertinas, detectores de movimientos, vallas elec­trificadas y bloques de hormigón asoman por el horizonte y se extienden por el paisaje a lo largo de cientos de kilómetros».6

En estos casos, las fronteras han sido readaptadas con el objetivo de dotarlas de operatividad desde el objetivo de la seguridad: reforzadas arquitectónicamente mediante muros, vallas y fosos que impiden o dificultan su traspaso; tecnológica­mente, a través de sofisticados sistemas de control y vigilancia, que pueden incluir vuelos de observación y drones de última generación equipados con cámaras; e incluso militarmente, mediante cuerpos policiales equipados a veces con arma­mento bélico. En la práctica, con la construcción de diversos tipos de impedimen­tos físicos se entrecruzan distintas estrategias que, ante la afluencia de personas, tratan de impermeabilizar, retardar y/o contener.7

Lo peculiar de estos nuevos dispositivos de contención es el propósito con el que se han erigido: impedir el tránsito de personas desarmadas

Más allá de constituir un modo ostensible de reafirmar la frontera sobre el terreno, lo peculiar de estos nuevos dispositivos de contención es el propósito con el que se han erigido: no para detener el avance de ejércitos enemigos, como sucedía con la Gran Muralla o el Muro de Adriano –dos por­tentosas construcciones que, aunque en su mo­mento no cumplieron las misiones que les fueron encomendadas, resisten el paso de los siglos–, sino para impedir el tránsito de personas desarmadas que tratan de huir de la pobreza, las persecuciones, las guerras o los desastres naturales. Pervive, eso sí, la necesidad de resguardar el territorio de los “bárbaros”, aunque por razones de oportunidad ahora se les asigne el rostro de “refugiados”, de “migrantes sin papeles” o incluso de “terroristas”, especialmente a partir de los atentados a las Torres Gemelas en 2001, cuando se reforzó la perversa asociación migrante-delincuente-terrorista.

Aunque pocas veces alcanzan realmente los objetivos perseguidos, los muros no impiden la travesía migratoria: la dificultan, eso sí, y la vuelven mucho más com­pleja y costosa, cobrándose una inmensa cantidad de sufrimiento, además de una infinidad de vidas. El coste en términos de derechos humanos sería, sin duda, lo primero por lo que cualquier democracia que se precie debería velar.

Cambiar de país, la nueva utopía

El estado de profundos desequilibrios del que adolece el planeta hace que la mi­gración sea un fenómeno llamado a mantenerse, cuando no a intensificarse. Ante las evidentes injusticias y los desajustes sociales a nivel global, la migración se presenta ciertamente como una tentadora posibilidad.8 Quienes optan por esta vía, emprenden la marcha tras un complejo proceso de decisión personal, no exento de dolorosos desgarros. Ello no impide, sin embargo, que a veces los desplaza­mientos se produzcan de manera colectiva, como sucede, por ejemplo, con las ma­sivas caravanas de migrantes que en otoño de 2018 recorrieron Centroamérica en dirección al Norte, en una suerte de nuevo éxodo en busca de la tierra prometida.9

Sea de un modo o de otro, para muchos parias de la globalización hoy la utopía más atractiva ya no es cambiar el sistema político y económico del país en el que viven, sino cruzar las fronteras y cambiar de país.102 Tras el colapso de las utopías sociales y de las grandes narrativas de emancipación, este nuevo tipo de revolución en pequeña escala no requiere de movimientos sociales ni de grandes líderes para alcanzar su objetivo. Su motor no es otro que la situación de permanente distopía en la que se desenvuelve la vida de tanta gente. No se inspira en imágenes del fu­turo diseñadas por ideólogos, sino en imágenes proporcionadas por diversos cana­les de comunicación sobre la vida al otro lado de la frontera, así como en los innumerables mensajes que los particulares trasladan a través de las redes sociales. La gente compara sus vidas no con las que llevan sus vecinos, sino con las de los habitantes de los países más ricos del planeta o con quienes disfrutan de un eco­sistema mucho más propicio (dos situaciones que, aunque dispares, no es infre­cuente que vayan de la mano).

Con harta frecuencia, quienes persiguen esta pequeña utopía de cambiar de país se topan literalmente con las puertas cerradas y los sueños se convierten en pesadillas. Aunque la propia dinámica de la globalización supone la supresión de las fronteras estatales o al menos el desdibujamiento del papel que tradicionalmente se les atri­buía, hoy en día estas siguen siendo líneas en la superficie terrestre en donde tiene lugar la clasificación entre flujos deseables e indeseables, entre bienes y seres hu­manos, a través de dispositivos físicos o administrativos. De ahí que muchos de los que sueñan con cambiar de país se encuentren con incomprensión y rechazo. Ante ese panorama, cabe preguntarse si los Estados más prósperos y seguros están le­gitimados para restringir la libertad migratoria que le asiste a cualquier ser humano.

Un posible modelo de gobernanza multilateral de las migraciones

Durante el siglo XIX, países como Estados Unidos, Canadá, Argentina o Australia mantuvieron abiertas sus fronteras y forjaron su prosperidad gracias básicamente a la impagable contribución de inmigrantes venidos del mundo entero y, muy es­pecialmente, de Europa. Tras la Primera Guerra Mundial se puso fin a la era del laissez-faire en lo que respecta a las migraciones internacionales.11 Si hasta las primeras décadas del siglo XX abundaban los países que favorecían la inmigra­ción, en el siglo XXI, por el contrario, los migrantes se confrontan con canales mi­gratorios regulares cegados en la práctica. Ante este panorama, el pensamiento hegemónico insiste en señalar que así es como se hacen las cosas y que no hay alternativa, un reiterado mantra supuestamente realista. Hay, sin embargo, vías prácticas que se pueden y se deben explorar para avanzar hacia una mayor libertad migratoria o, dicho de modo, hacia una liberalización de las restrictivas leyes de migración vigentes en gran parte de los ma­yores países receptores. A continuación se señalarán dos posibles: una ya está esbozada por medio de acuerdos internacionales; la otra, por su parte, implica un cuestionamiento de con­vicciones arraigadas en el denominado sentido común.

Para muchos parias de la globalización, hoy la utopía ya no es cambiar el sistema político y económico, sino cruzar las fronteras y cambiar de país

Vamos con la primera. Precisamente porque hasta ahora cada Estado se ha en­frentado al desafío migratorio por su cuenta y riesgo, resulta urgente encontrar una respuesta interestatal coordinada que permita disponer de un marco global al que remitirse. La evidencia nos muestra que ningún Estado, por muy soberano que sea, es capaz de controlar y gestionar todas las variables de un fenómeno tan complejo. La necesidad de cooperación cae por su propio peso. De ahí, que, pese a las evidentes dificultades, en la esfera internacional se haya avanzado en los últimos años en algunos consensos mínimos acerca de cómo ofrecer un marco desde el que abordar de manera comprensiva el fenómeno migratorio. En este sentido, probablemente el paso más alentador sea el acuerdo multilateral rubri­cado en Marrakech en 2018 por parte de 163 países: el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular (PMM), un texto que poco después fue adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas (Resolución 73/195).12

El PMM se articula sobre dos presupuestos básicos: el primero, la primacía de los derechos humanos en la gestión de movilidad internacional; el segundo, la consi­deración de la migración como un factor clave de desarrollo. El propósito principal no es otro, como expresa el propio título del Pacto, que el de establecer canales para la inmigración legal y ordenada, más concretamente: «Aumentar la disponi­bilidad y flexibilidad de las vías de migración regular». La identificación de este propósito es todo un acierto. Es además crucial en un momento en el que los go­biernos tienden cada vez más a perseguir y criminalizar no solo la migración irre­gular, sino incluso el auxilio prestado por particulares a los migrantes en estado de necesidad –lo que implica, por ejemplo, subvertir la legislación internacional sobre el deber de auxilio en el mar–, todo ello sin ofrecer como contrapartida unos canales seguros y previsibles que permitan a la gente poder migrar. Si los países desarrollados precisan de un número cada vez mayor de mano de obra extranjera para que sus economías resulten sostenibles y paliar el envejecimiento de la po­blación, un mínimo de sentido común exigiría que la migración no fuera obstacu­lizada, sino más bien encauzada. El Pacto va sin duda a contracorriente de los vientos políticos sumamente restrictivos que, como se ha señalado antes, corren en los países más desarrollados.

Resulta urgente encontrar una respuesta interestatal coordinada que permita disponer de un marco global para las migraciones

El PMM, que tiene poco de revolucionario, representa un primer paso para un con­trato social internacional en el campo de la gestión de las migraciones.13 Además de proporcionar a los Estados un banco de ideas para sus políticas migratorias, con él se configura un marco de cooperación no vinculante jurídica­mente. El PMM consagra el principio de la sobera­nía de los Estados, que no cuestiona, pero esta rémora probablemente representa una importante ventaja en la medida en que lo convierte en un planteamiento de corte eminentemente realista. Esta virtud se ve acentuada por su explícito reconocimiento de que la gobernanza de las migraciones no está al­cance de ningún Estado por separado, así como de la inutilidad de una política migratoria dirigida exclusivamente en la contención de los flujos. Unos de los ob­jetivos explícitos del PMM es lograr amplificar los beneficios de la migración a todas las partes, tanto a los propios migrantes, como a los países emisores y re­ceptores.

Migraciones y distribución global de la riqueza

Aunque cabe poner en tela de juicio que la migración sea siempre el medio más eficaz para que los más desfavorecidos puedan beneficiarse de una redistribución efectiva de la riqueza en igualdad de oportunidades, es claro que migrar constituye uno de los pocos recursos que tienen disponibles sus protagonistas para mejorar sus condiciones de vida.14 En un escenario social cada vez más globalizado, el esfuerzo migratorio muy probablemente sea el que más réditos ofrezca a los indi­viduos en la aventura de la movilidad social, muy por encima de los procesos in­ternos de movilidad social ascendente a través de la educación, el trabajo y los cambios en el modelo redistributivo y de acceso a los bienes.

Las diferencias de renta dentro de cada país, que en muchos casos son suma­mente significativas, palidecen ante la desmesura de las diferencias de renta entre los diversos países.15 La división del mundo en Estados separados por fronteras tiene una repercusión directa en el acceso efectivo a bienes y recursos y, en defi­nitiva, en el grado de bienestar. Dicha división del planeta incide decisivamente en la distribución de las oportunidades vitales de las personas y este hecho no guarda relación alguna con los méritos que los individuos agraciados o perjudica­dos puedan acreditar. Nacer hoy, por ejemplo, danés o suizo es como tocarle a uno la lotería para toda la vida, pues en gran medida tendrá su futuro resuelto.16 Por el contrario, muchas personas empiezan la vida con la soga al cuello por el mero hecho de haber nacido en un determinado país. También entre países fun­ciona el llamado efecto Mateo.

Dado que nadie acepta ser víctima de una pura mala suerte (esto es, de hechos azarosos que ni ha elegido ni ha provocado con sus propias acciones), mientras otros resultan beneficiados por esa misma circunstancia sin que medie ningún tipo de compensación, la implementación de algún tipo de medida reparadora ha de ser considerada una práctica justa. Si bien nadie elige dónde o en qué lado de una frontera nacer, sí que le debería caber a cada cual la posibilidad de elegir dónde vivir y, de este modo, compensar unas eventuales malas cartas.17 Eso, sin embargo, solo está a disposición de algunos: de aquellos que, en virtud de su na­cionalidad, disponen del azaroso privilegio de estar en posesión de un pasaporte que les abre el paso a través de las fronteras para moverse sin apenas cortapisas. Es en este contexto donde puede plantearse la libre circulación de personas como una cuestión de justicia para todos.

La libre de circulación se topa en nuestros días con una infinitud de barreras y, pese a ello, una parte considerable de la opinión pública de los países receptores considera que las migraciones están fuera de control. En cierto sentido es una opinión acertada. Actualmente, los movimientos transfronterizos de personas son inseguros, irregulares y desordenados, pero lo son precisamente porque apenas existen vías regulares y previsibles para aquellos que emprenden la aventura mi­gratoria, quienes a menudo se ven sometidos a condiciones de trabajo degradan­tes y a constantes violaciones de sus derechos básicos como personas. La explotación y los abusos de los que son objetos tienen su comienzo en la falta vo­luntad para proporcionarles identidad legal y documentación básica que les per­mita salir de la situación de irregularidad.

Abrir las fronteras es de justicia

Para quebrar estas perniciosas dinámicas tan firmemente asentadas, se requiere, sin duda, introducir un elemento disruptivo en el discurso hegemónico sobre polí­ticas migratorias; esto es, un tipo de argumento que rompa con las inercias men­tales y que haga replantear las rutinas en esta materia. De ahí la indudable relevancia práctica de llevar a la esfera pública el debate sobre la posibilidad de abrir las fronteras. Precisamente porque para muchos biempensantes mentar esa posibilidad no es sino un anatema, cuando no un signo de radicalismo irrespon­sable o de idealismo blandengue,18 «el objetivo del argumento de las fronteras abiertas es desafiar la complacencia, hacernos conscientes de cómo las prácticas democráticas rutinarias en inmigración niegan la libertad y ayudan a mantener la desigualdad injusta».19

En gran medida, la propia idea de una apertura de fronteras representa un espejo invertido del terreno real en donde se desarrollan a diario las políticas migratorias con sus efectos nocivos –incluso a veces letales– para tantas personas. La pro­puesta no es sino una invitación a imaginar un mundo en el cual las fronteras re­presenten, como norma habitual, un dispositivo irrelevante en términos de movilidad humana. Se trataría, pensando ahora de una manera más concreta, de imaginar un mundo en el cual, aunque no se descartasen restricciones coyunturales al tránsito fronterizo en circunstancias especiales, tales restricciones estu­vieran convenientemente tasadas para impedir la discrecionalidad gubernamental y evitar que dicha posibilidad dé pie a limitaciones desproporcionadas de la libertad de movimiento; libertad que, en todo caso, tendría que constituir la regla general, de modo que aquello que es meramente pensado como excepcionalidad no se convierta en normalidad.

Con la propuesta de abrir las fronteras no se trata de perfilar un mundo perfecto, un paraíso en la Tierra, sino simplemente pretende señalar una vía para evitar, o al menos minimizar, los grandes y constantes males generados por la obsesión de control, en la cual está atrapada la mayoría de los Estados contemporáneos. Es una propuesta centrada fundamentalmente en la prevención de los daños provocados por ese irracional afán controlador dirigido a excluir a los desheredados.

Si se considera que las profundas desigualdades globales son ominosas y que han de ser reducidas de manera significativa, si se considera que establecer unos ciertos parámetros mínimos de justicia distributiva entre las distintas partes del planeta no es solo un objetivo deseable, sino un deber de justicia, entonces, ex­plorar la posibilidad de eliminar las restricciones injustificables a los desplazamien­tos migratorios no es una opción que pueda ser desechada sin ofrecer cumplidas explicaciones. Eso es así porque la apertura de fronteras –no su supresión sin más, pues no hay ningún reclamo de justicia que impida que persistan como demarcaciones territoriales de entidades estatales independientes– se presenta como un modo efectivo de asumir las responsabilidades ante los más desfavore­cidos de este mundo cada vez más interdependiente.

Se trata de una invitación a imaginar un mundo en el cual las fronteras sean, como norma, un dispositivo irrelevante en términos de movilidad humana

Durante mucho tiempo las observaciones y análisis sobre la libertad de desplaza­miento transfronterizo eran prácticamente «inaudibles». Algo ha ido cambiando y cada vez se hacen oír más voces críticas. La que modestamente se vierte aquí pretende ser un instrumento para contrarrestar las actuales políticas de amuralla­miento en el mundo y los intentos de arresto domiciliario de las poblaciones del Sur global. Se trataría de pensar las fronteras de otro modo y, sobre todo, de ges­tionarlas de manera más razonable, lo que muy probablemente implique crear un marco institucional adecuado.

Una buena frontera es «la mejor vacuna posible contra la epidemia de los muros».20 Lejos de ser una barrera, una buena frontera moderna y civilizada es una frontera abierta, pero controlada.21 Se trata, en definitiva, de establecer un ré­gimen migratorio que canalice y regule las migraciones para que sean más segu­ras y respetuosas con los derechos humanos. Una apertura de fronteras no sería la panacea a todos los problemas que aquejan a nuestro mundo actual, pero sí que serviría, al menos, para desafiar la indulgente satisfacción de las sociedades occidentales y mitigar las injusticias que sufren cientos de millones de personas.

Juan Carlos Velasco Arroyo es Profesor de Investigación del Instituto de Filosofía del CSIC. Actualmente es el Investigador Principal del proyecto “Fronteras, democracia y justicia global” (PGC2018-093656-B-I00).

NOTAS:

1 Bruno Latour, Dónde aterrizar. Cómo orientarse en política, Taurus, Madrid, 2019, p. 11.

2 Donatella Di Cesare, Extranjeros y residentes, Amorrortu, Buenos Aires, 2019, p. 95. Como sos­tiene Branko Milanovic (Desigualdad global, FCE, México, 2017, p. 167): «el número potencial de migrantes ha aumentado debido a un mejor conocimiento de las diferencias de ingresos entre naciones».

3 Claire Rodier, El negocio de la xenofobia, Clave Intelectual, Madrid, 2013, p. 13.

4 Saskia Sassen, «La pérdida masiva de hábitat», Iglesia viva, núm. 270, 2017, pp. 11-38.

5 Juan Carlos Velasco, «Hacia una visión cosmopolita de las fronteras. Desigualdades y migraciones desde la perspectiva de la justicia global», Revista Internacional de Sociología (REIS), núm. 78(2): e153, 2020 (https://doi.org/10.3989/ris.2020.78.2.19.006). La desigualdad de riqueza no solo genera desigualdad de opor­tunidades, sino también existencial, reflejada en el riesgo de padecer las patologías de la pobreza y también, a la postre, de morir prematuramente. Ello tiene también su correlato a escala global: así, la esperanza de vida de una persona nacida en un país rico y desarrollado y la de otra nacida en un país pobre pueden llegar a diferir en más de veinticinco años (Göran Therborn, La desigualdad mata, Madrid, Alianza, 2015, pp. 17-28).

6 David Frye, Muros. La civilización a través de sus fronteras, Turner, Madrid, 2019, p. 290.

7 Antonio Giráldez López, «Cambios arquitectónicos en la Frontera Sur de España», Revista CIDOB d’Afers Internacionals, núm. 122, 2019, pp. 61-83.

8 Jürgen Habermas et al., «Declaración de Granada sobre la globalización», El País, 6 de junio de 2005.

9 Carlos Sandoval, «La caravana centroamericana», Migraciones. Reflexiones cívicas, 2018.

10 Ivan Krastev, «Un futuro para las mayorías», en Santiago Alba et al. (eds.), El gran retroceso, Seix Barral, Barcelona, 2017, pp. 165-166.

11 John Torpey, La invención del pasaporte, Cambalache, Oviedo, 2020, pp. 227-242.

12 ONU, Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular, 2018.

13 Lorenzo Cachón y María Aysa-Lastra, «El Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular: un contrato social internacional», Anuario CIDOB de la Inmigración, 2019, pp. 84-95.

14 PNUD, Informe sobre Desarrollo Humano 2009. Superando barreras: movilidad y desarrollo humanos. Mundi-Prensa, Madrid, 2009.

15 Branko Milanovic, Los que tienen y los que no tienen. Alianza, Madrid, 2012, p. 132.

16 Ayalet Shachar, The Birthright Lottery, Harvard U.P., Cambridge, MA, 2009.

17 Juan Carlos Velasco, El azar de las fronteras, FCE, México, 2016.

18 Alex Sager, Against Borders: Why the World Needs Free Movement of People, Rowman & Littlefield, Lanham, MD, 2020.

19 Joseph H. Carens, The Ethics of Immigration, Oxford U.P., Oxford/New York, 2013, p.

20 Régis Debray, Elogio de las fronteras, Gedisa, Barcelona, 2016, p. 96.

21 Michel Foucher, Le retour des frontières, CNRS, París, 2016, p. 8.

Acceso al artículo en formato pdf: Alternativas a la funesta manía de erigir muros.


Lectura Recomendada: El planeta inhóspito

El planeta inhóspito: la vida después del calentamiento

David Wallace-Wells

Ed. Debate, Barcelona, 2019 253 págs.

Reseña de Meritxell Balada, Paula Estrada y Joan Freixa - Universidad Autónoma de Madrid publicada en Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, núm. 149, primavera 2020, págs. 159-163.

El nuevo mundo en el que nos adentramos será tan ajeno al nuestro que bien podría tratarse de otro planeta distinto (p. 247).

Con esta afirmación, David Wallace-Wells nos presenta el sombrío panorama que puede depararnos el futuro si no reaccionamos ante la emergencia climática. El periodista neoyorquino y editor adjunto de la revista New York Magazine, especializado en la divulgación científica y, más concretamente, en el ámbito del cambio climático, procura abrirnos los ojos frente al inminente porvenir que puede culminar en un planeta inhóspito.

Pero llama la atención la traducción de un inhabitable (no habitable, en el título del original inglés), vertido como inhóspito (poco acogedor, en la edición española). Una manera de interpretar esta opción sería creer en un desplazamiento desde una perspectiva antropocéntrica a otra más más ecocéntrica (entendiendo que, aunque no sea el caso de los seres humanos, muchas otras especies sobrevivirán). Mas quizá se trate, simplemente, de que nos resulta difícil mirar la dura realidad de frente y preferimos dulcificarla: justo lo contrario de la actitud que defiende el autor en esta obra.

Wallace-Wells ha construido su libro a partir de un número ingente de papers y textos científicos sobre la crisis climática, logrando una puesta al día muy valiosa para el público general. Cabe hacer énfasis en una de las ideas clave: El planeta sobrevivirá por muy terriblemente que lo envenenemos (p. 252).

El autor reitera numerosas veces su tesis principal: No es una pregunta para las ciencias naturales, sino para las ciencias humanas (p. 57). Es decir, nos encontramos ante una doble capa de incertidumbre respecto a lo que nos depara el futuro: la primera concierne a los desequilibrios biofísicos que inducimos en el sistema Tierra, mientras que la segunda, más decisiva, corresponde a la humanidad y a su respuesta.

En la primera mitad del libro, se muestra cómo el cambio climático se ve plasmado en una sucesión de “cascadas”, es decir, fenómenos climáticos realimentados entre ellos que están alterando y alterarán drásticamente el mundo que conocemos. Desde los fenómenos más conocidos (como la subida de las temperaturas) hasta los menos considerados (como los conflictos bélicos), las realimentaciones de estas cascadas ocurren paralelamente en el tiempo. Pese a que Wallace-Wells nos presente previsiones de los efectos de realimentación, la incertidumbre la sitúa en la velocidad del cambio, más que en su magnitud.

El origen de las cascadas podría reducirse a un aumento acelerado de la temperatura promedio global. Su causa, principalmente, son los gases de efecto invernadero (GEI), resultado de décadas de consumo desmesurado a raíz de una industrialización beneficiada por la quema de combustibles fósiles.

La consecuencia más obvia de este calentamiento es la “muerte por calor” (p. 53). En un mundo recalentado, el clima, especialmente las olas de calor, se tornaría extremo hasta llegar incluso a causar muertes por estrés térmico. Muchas ciudades se volverían casi inhabitables por el calor (un efecto intensificado por la densidad poblacional y por las infraestructuras urbanas que lo atrapan en “islas de calor”). Asimismo, este calentamiento incrementaría el riesgo de incendios forestales. En estos casos la vegetación perdería gran parte de la capacidad de absorción de CO2 y no solo no lo absorbería sino que, al quemarse, lo liberaría. Esto reforzaría el incremento de temperatura.

Otro ejemplo de realimentaciones: más cenizas procedentes de los incendios (p. 85) se depositarían sobre el Ártico, ennegreciendo los hielos, que pasarían a absorber más calor de los rayos del Sol, derritiéndose. Se incrementaría el deshielo del permafrost ártico, que contiene enormes cantidades de metano; si estas se liberaran, aumentaría drásticamente la cantidad de GEI en la atmósfera. Así se incrementaría aún más el deshielo y por ende la subida del nivel del mar, augurando un futuro “ahogamiento” (p. 74) de los litorales y engendrando un gran número de refugiados climáticos. A la vez, con una menor superficie de hielo, menor sería el efecto albedo (falta de reflexión de los rayos solares), lo cual volvería a reforzar el calentamiento (podríamos bromear con humor negro: “¡son las realimentaciones, estúpido!”). En este caso, sería el océano el que asimilaría el calor, perdiendo capacidad de absorción de CO2 y exceso térmico. Se produciría un desajuste de las corrientes marinas, que mantienen las estaciones y modulan la temperatura global. Por ello, se desequilibrarían muchos climas regionales y locales, las temperaturas se extremarían y los océanos se acidificarían. Así se produciría una anoxificación de sus aguas, transformándolos en “océanos moribundos” (p. 110), eliminando mucha vida marina y forzando a los peces a adaptarse a las nuevas temperaturas cambiando sus hábitos y rutas.

Por la misma causa, se deberían resituar los cultivos, creando considerables impactos en la cadena alimentaria y en la economía. En este caso, la “hambruna” (p. 64) sería la principal consecuencia, pues el desplazamiento de los cultivos dificultaría mantener los rendimientos y se llegaría a producir desertificación de los territorios antiguamente cultivables. Además, el calentamiento, junto con la contaminación, también extendería la aparición de bacterias y otros microorganismos en el agua potable; lo cual, junto con las sequías, agravaría la “falta de agua” (p. 102), multiplicando las crisis agrícolas. Estas bacterias en expansión, junto con insectos portadores de virus, traerían enfermedades nunca antes padecidas en muchos territorios provocando así “plagas del calentamiento” (p. 126). Estas nuevas enfermedades se sumarían a las cardiorrespiratorias y cognitivas producidas por la contaminación de un “aire irrespirable” (p. 116), concentrado sobre todo en grandes ciudades en forma de smog (fenómeno acentuado por la falta de ventilación natural procedente de corrientes de aire frío del Ártico).

Con todo esto y mucho más, Wallace-Wells advierte que aunque formen parte de la naturaleza, estos son “desastres ya no naturales” (p. 94). Adicionalmente, implicarían unas reparaciones costosas y, a medio plazo, un “colapso económico” (p. 133) sería inevitable. En este marco globalizado y devastado por desastres climáticos, con crecientes tensiones que se intensifican por el calentamiento, el mundo se vería sumido en un gran “conflicto climático” (p. 143). Esta situación empeoraría la distribución de los ya escasos recursos, generando una gran crisis de refugiados que huirían de sus países hundidos, quemados, hambrientos, sedientos, secos, irrespirables…

El tercer apartado de la obra se titula “caleidoscopio climático” (p. 161), e ilustra la visión que tiene la sociedad sobre la emergencia medioambiental y la complejidad de explicar, reconocer y actuar ante el cambio climático. Primeramente, Wallace-Wells esboza una crítica al sistema neoliberal imperante que ha causado el avanzado estado del cambio climático y que paradójicamente se presenta como posible salvador del mismo.

El autor presenta los diversos engaños del neoliberalismo, siendo el principal de ellos la promesa de crecimiento económico. Una fraudulenta expectativa de crecimiento infinito de la que realmente solo se han beneficiado unos pocos durante los decenios últimos. Esto da como resultado un sistema sustentado por la estructura de un orden político y económico que […] permite la desigualdad, […] la alimenta y se beneficia de ella (p. 211). La desigualdad no solo se verá plasmada en el apartheid climático nacional, sino que se reflejará en una paradójica injusticia medioambiental: os países y regiones con menor PIB, que son los menores contribuyentes a la emisión de GEI, son los que padecerán más los efectos del cambio climático.

Esta engañosa promesa de crecimiento lleva a la fantasía del progreso: una percepción histórica según la cual los seres humanos estamos destinados a progresar constantemente. De este modo, se creería en la posibilidad de superar el cambio climático sin excesiva dificultad, haciendo caso omiso a las advertencias del calentamiento y sin tener que hacer nada que alterase seriamente el statu quo. Una solución más desconcertante surge de la confianza ciega en la sabiduría del mercado, llegando a considerar el aumento de liberalización como salvación frente al cambio climático. Así pues, Wallace-Wells observa la incapacidad del neoliberalismo de reconocer sus propias deficiencias. En este contexto aparece una nueva economía moral con “filantrocapitalismo”, que busca obtener beneficios tanto económicos como humanos de manera que los beneficiados de esta economía neoliberal puedan apuntalar su propio estatus. En esta línea, por ejemplo, se le pide a un ciudadano promedio que ante la “ansiedad ecológica” practique un consumo responsable, como si dentro del orden neoliberal se pudiese dar un cambio usando nuestra libertad de consumo. Ahora bien, el autor indica que comer alimentos ecológicos es bueno, pero si nuestro objetivo es salvar el clima, el voto es mucho más importante (p. 211).

En esta tercera parte no solo encontramos críticas al sistema neoliberal sino que también se reprocha la reticencia científica (los resultados de la investigación se atenúan, para evitar ataques o la posibilidad de desprestigio académico) que da lugar, entre otras cosas, a las parábolas climáticas. Como resultado se suelen obtener dos posibles textos: o bien los desprestigiados con el término “alarmistas” (demasiado explícitos) o bien “reduccionistas (que no retratan la amenaza real), por lo que ni unos ni otros se consideran legítimos. Esta falta de entendimiento se ve plasmada en las mencionadas “parábolas climáticas”, entendidas como herramientas de aprendizaje erróneas que exageran las consecuencias irrelevantes del cambio climático alienándonos de las preocupantes. Son ejemplos tanto la inquietud por el reino de las abejas como por el plástico, siendo estas como una “exposición taxidérmica” de la que no aprendemos nada.

¿Y si estuviéramos equivocados? (p. 245) A fin de ilustrar el profundo nihilismo en el que hemos caído, esta pregunta tan básica y aparentemente inofensiva da inicio a la última parte de la obra. David Wallace-Wells, quien ha evitado cualquier dogmatismo científico y reconocido en todo momento sus limitaciones, da cuenta del perjuicio ocasionado: no solamente se ha transformando el calentamiento global en una crisis ecológico-social monumental, sino que se ha puesto en riesgo la legitimidad y la validez de la ciencia. Al mismo tiempo, es esta parte la que puede ser interpretada como guía para la acción futura puesto que ilustra y contesta algunas preguntas comunes.

¿Cómo debemos afrontar toda esta información? Alejándose de las atacadas posiciones fatalistas, el autor sugiere enfrentarnos a las evidencias que advierten la desaparición inminente del mundo que conocemos mediante la acción, defendiendo que las perspectivas sombrías nos estimulen en lugar de que nos inmovilicen. Es en estas últimas páginas donde defiende que, desde una visión acorde con el “principio antrópico” (p. 243), el clima del futuro es la acción humana, no unos sistemas fuera de nuestro control. (p. 246). Pero ¿no ha sido el antropocentrismo, con su falsa pretensión de dominio sobre la naturaleza, el que nos ha hecho acabar en la situación de emergencia actual porque dificulta la toma de conciencia sobre ella?

¿Quién debe empezar a actuar? Nos define como una civilización que se atrapa a sí misma en un suicidio (p. 249), pero en vez de asignar la tarea a las generaciones futuras, a sueños de tecnologías mágicas, a políticos remotos […] todos debemos compartir la responsabilidad para evitar compartir el sufrimiento (p. 246).

Ahora bien, ¿cómo debería ser esta acción? Seguramente pecando de optimismo, Wallace-Wells se centra en la acción a gran escala, considerando que puede ser complementada con la individual. Más específicamente, aboga por un impuesto al carbono, acabar con la energía sucia, dar un nuevo enfoque a las prácticas agrícolas, eliminar la carne y la leche de vaca de la dieta global, y fomentar la inversión pública en energía verde y captura de carbono. De todas formas, él mismo observa en la pág. 58 que tenemos las herramientas para acabar con la pobreza mundial pero no lo hacemos… ¿Qué nos puede hacer pensar entonces que con el cambio climático sí que vamos a actuar?

En pleno Antropoceno, Wallace-Wells nos destapa de forma franca nuestro espeluznante porvenir. Actualmente seguimos contaminando a gran escala y nos mostramos como Homo compensator de forma ambivalente: tanto desde el individualismo, calmando nuestra conciencia moral a través de una acción individual enmarcada en las anteriormente nombradas parábolas; como desde una supuesta acción colectiva (comenzando por el voto) que parece prescindir de la implicación particular.

De todas formas, el autor pretende concienciarnos de que el futuro se encuentra en nuestras manos. Ahora bien, ¿es esto así? Nos encontramos ante una evidente falta de cuerpos políticos a través de los cuales emprender esa anhelada acción conjunta, necesaria para frenar la emergencia en la que nos encontramos. Situación provocada tanto por la falta de incentivos para tomar medidas (presión social) como por la contrafuerza de intereses económicos neoliberales que alejan la política del interés común.

Por esto nos preguntamos: ¿es un problema de la política o de concienciación individual? Un posible punto de confluencia sería la desobediencia civil colectiva ya que, aunque Wallace-Wells no la menciona en su libro, en ella converge tanto la acción coordinada como la toma de conciencia individual, en búsqueda de romper con el statu quo que prioriza la perpetuación neoliberal frente al futuro del planeta.

Acceso a la reseña en formato pdf: El planeta inhóspito: la vida después del calentamiento

 


Teoría, política y práctica de la enseñanza concertada en España

Teoría, política y práctica de la enseñanza concertada en España

Ángel Martínez González-Tablas

Yayo Herrero López

Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, núm. 153, primavera 2021

https://www.fuhem.es/papeles_articulo/teoria-politica-y-practica-de-la-ensenanza-concertada-en-espana/

Este artículo reflexiona sobre algunos aspectos cruciales de la educación, desde infantil a bachillerato, sin pretender un tratamiento integral de toda la problemática, poniendo más bien el foco en la titularidad de los centros.

En una sociedad compleja, con un Estado constituido, los asuntos que están en la base de los derechos de las personas no pueden dejarse ni a la regulación privada, ni al mercado. Existe un espacio de regulación consciente pública, que es imprescindible y debe ser ejercido por las instituciones públicas. Algo que es elemental, difícil de conseguir y a menudo olvidado en el fragor de los debates.

La naturaleza de los bienes y prestaciones, que garantizan la cobertura de los derechos y necesita una sana reproducción de la existencia social, es muy variada y las ciencias sociales, la Economía en particular, han intentado estudiarla, sabiendo que su distinta naturaleza condiciona los medios utilizables para lograrlo de forma satisfactoria.

Los medios e instrumentos para llevar a cabo el suministro han sido muy distintos a lo largo de la historia y en las sociedades actuales también siguen siéndolo. Puede hacerse por medio del mercado, por agentes privados (hoy, principalmente, empresas con ánimo de lucro), por gestión directa de las administraciones públicas o por variantes que pueden florecer en la sociedad civil, en el espacio doméstico, en comunidades o fruto de todo tipo de organizaciones sin ánimo de lucro. En todos los casos, incluido el mercado, se necesita regulación pública para que el funcionamiento descanse en unos buenos fundamentos.

Esta diversidad de medios no significa que cualquiera de ellos sirva para todos los propósitos. Al elegirlos no existe la omnipotencia ni la neutralidad. Los medios no son perfectamente intercambiables. Unos son más aptos para unas cosas y otros para otras. Sencillo de enunciar.

La regulación pública no solo tiene que intervenir en el diseño del marco y las reglas de juego, sino que tiene que ser capaz de establecer el seguimiento, control y ajuste, porque si no se corre el riesgo de que la bondad de objetivos y medios puede quedar en nada. Igualmente, si el planteamiento previo no es adecuado, el control posterior no puede subsanar sus carencias y la exigencia de garantías se vuelve imposible.

La educación pública

Hay cosas que son demasiado importantes para quedar atrapadas en lugares comunes, la educación entre ellas. Las características de la educación hacen que sea de esos tipos de servicios en los que no es indiferente el medio que se utilice. Por su naturaleza necesita regulación pública y es impensable que sin ella pueda ser proporcionada por un mercado o una gestión privada carentes de regulación. El protagonismo del Estado es necesario, imprescindible, no solo para regular sus aspectos más generales sino para garantizar que dispone de los medios para desarrollarse, que es accesible a todos los ciudadanos y que cumple su condición de derecho humano. Su dotación consecuente debe ser prioritaria. Su abandono o los sucesivos recortes presupuestarios –algo que en nuestro entorno se ha producido– es un drama para cualquier sociedad, también para la nuestra.

La crucial importancia de la escuela pública gestionada directamente por el Estado se presta a poca discusión. Otra cosa más polémica y sometida a discusión es la existencia de una escuela pública que pueda ser gestionada por organizaciones de la sociedad civil. Lo que pretendemos sostener en este texto es que la existencia de una escuela pública prioritaria, fuerte y de calidad no tendría por qué excluir que pueda intervenir en su gestión entidades de la sociedad civil, sin ánimo de lucro y sometidas a control y evaluación constante.

Rasgos que debería tener la educación pública.

El esfuerzo por delimitar de forma sustantiva lo que debe entenderse por educación pública es crucial para evitar equívocos. Creemos que lo que caracteriza a la escuela pública es su condición de:

Accesible, carencia de barreras sociales, económicas o ideológicas, que garantice la posibilidad de universalidad.

Inclusiva, en los criterios enunciados y en los hechos, reflejo de la heterogeneidad social, sin que ninguna diversidad devenga un obstáculo insalvable sino solo una normalidad a incorporar.

Laica, es decir, que no incorpore ninguna confesión religiosa a la docencia ni a la práctica educativa, aunque obviamente respete la libertad religiosa y de culto de alumnado y familias.

Transparente, sin ámbitos opacos en sus propósitos, funcionamiento y rendición de cuentas.

Democrática y abierta a la participación de toda la comunidad educativa.

– Presencia de trabajadores y trabajadoras con formación permanente y adecuada, con remuneración y condiciones de trabajo dignas, ajustadas a las condiciones vigentes, que puedan conformar equipos de trabajo más o menos estables.

Calidad que cumpla los estándares establecidos.

– Posibilidad de desarrollar un proyecto educativo con rasgos propios, con capacidad para explorar, experimentar y formar personas conscientes de los problemas de nuestro tiempo, capaces de analizar críticamente el contexto y libres para actuar en él.

– Dotada de procedimientos de evaluación, seguimiento y control que garanticen la aplicación práctica de los rasgos formulados.

¿Es posible que la sociedad civil pueda prestar un servicio que cumpla con garantías el derecho a la educación?

Teniendo en cuenta los rasgos hemos definido, nos enfrentamos a dos concepciones que a veces subyacen en la defensa de la escuela pública, que nos parecen que carecen de fundamento teórico y de funcionalidad, pero que se asocian unívocamente a la defensa de los intereses generales de la sociedad y de los sectores más desfavorecidos de la misma.

Primera ¿Es la gestión directa por parte de las administraciones públicas condición necesaria para que una escuela pueda ser considerada pública? Si se responde afirmativamente implica que una escuela que cumpla satisfactoriamente todos y cada uno de los rasgos que nos han servido para delimitar lo que debe caracterizar a una escuela pública nunca podrá ser considerada como tal y tener acceso a los deberes y derechos que le son inherentes (por ejemplo, ser financiadas con dinero público y ser plenamente gratuitas), por el solo hecho de que el titular del centro pertenece a la sociedad civil. Puede ser una buena escuela, pero, por el hecho de que el titular del centro pertenezca a la sociedad civil, nunca será escuela pública. Sostener esta tesis comporta expulsar del ámbito público, contra su voluntad, a iniciativas que pueden enriquecerlo, como además demuestra la experiencia histórica en nuestro país (entre otras, las escuelas infantiles de gestión indirecta, por no hablar de organizaciones y entidades que prestan una gran variedad de servicios públicos: cuidados, atenciones personales, educación no formal, atención a la diversidad funcional, etc.).

Segunda ¿Es la gestión directa por parte de las administraciones públicas condición suficiente para que una escuela pueda ser considerada pública? No solo implicaría todo lo del punto anterior sino añadiría además que quien sea titular público, por el mero hecho de serlo y sin posibilidad de prueba en contra, se supone que imparte educación pública, con todos los derechos que de esa circunstancia se derivan y sin necesidad de pararse a considerar si se cumplen o no los rasgos sustantivos que la definen. Es una actitud miope y regresiva que da por supuesto lo que la experiencia demuestra infundado (que todos los centros de gestión directa son accesibles desde todos puntos de vista, inclusivos, transparentes, participativos, con docentes y personal no docente adecuados, educación de calidad, un proyecto educativo propio y están sometidos a control y evaluación constante para garantizar que todos los rasgos se cumplen) y que, al final provoca que, en ocasiones, la educación proporcionada no cumpla con garantías su condición de derecho, ni la obligación de constituir un factor que favorezca la eliminación de desigualdades.

Para alimentar un debate sano, es preciso definirse con claridad en esas dos posiciones, para poder hablar libres de todo el ruido de tópicos ideológicos, legales y administrativos, que se manejan tanto en la izquierda como en la derecha, y que obligan a situarse en un extremo de los dos polos, sin admitir matices, autocríticas o contradicciones. Si a ninguna de las dos preguntas anteriores se contesta con un sí taxativo, deberíamos ser capaces de abrir un diálogo que no esté condicionado por la defensa incondicional de la propia existencia, la comodidad política, el corporativismo de diferente cuño o una ideología cristalizada. El dinero público es sagrado, nada que no sea pereza e irresponsabilidad impide que se precisen y exijan con coherencia y rigor las condiciones, todas ellas, que debe cumplir una escuela pública.

Hay que abrir un diálogo que no esté condicionado por la defensa de la propia existencia, la comodidad política, el corporativismo o una ideología cristalizada

La tesis que mantenemos es que no hay argumentos para definir que solo la gestión directa por parte de las administraciones garantiza la condición pública de la educación, ni para excluir de forma absoluta y radical otras opciones. Puede argumentarse con fundamento que la naturaleza de la educación hace que no deba ser prestada por empresas que, al estar movidas por el ánimo de lucro, tienen el riesgo sistémico de anteponer los beneficios (que les es intrínseco) a los que solicita la naturaleza de la prestación educativa pública, pero nada impide que organizaciones de la sociedad civil sin ánimo de lucro asuman los objetivos y se comprometan a las condiciones de perfil y funcionamiento solicitadas. En suma, que puedan impartir educación pública en pie de igualdad con las de gestión directa. Creemos que no hay razón para negarlo, existen riesgos en unas y en otras, es cuestión de conocerlos y de establecer mecanismos para impedir su asentamiento y desarrollo. En España esa experiencia existe, con desviaciones y con logros. Que se consideren minoritarias no da el derecho de negarlas. Se trata de aprender de ella para impedir unas y para fomentar otras.

La política educativa

La Constitución de 1978, los acuerdos con el Vaticano y el Estado de las autonomías afectan a la educación, pero son aspectos que vienen determinados por la herencia cultural, la correlación de fuerzas políticas y los compromisos internacionales. No estamos ante una hoja en blanco, la educación tiene su palabra a decir y debe decirla, pero sin ignorar lo que le viene dado, batallando por lo que necesita y explorando lo posible.

Contexto, trayectoria y práctica del régimen de conciertos.

El régimen de conciertos nació, evolucionó y se aplicó en el contexto de una sucesión de leyes educativas muy diferentes. Nació en un momento político muy específico de este país, los años 1980 y ha tenido una tendencia creciente en las cuatro décadas posteriores. Hoy constituye una realidad sociopolítica que, dada la coyuntura política, no parece que pueda ser cambiada sin enormes costes sociales, políticos y económicos. Sus raíces son profundas y no parece haber base social que permita tu eliminación.

Dentro de los centros concertados se mezclan una importante heterogeneidad de titulares y de proyectos educativos, algunos de ellos de larga trayectoria histórica –los centros promovidos por la Iglesia católica, los promovidos por cooperativas e instituciones sin ánimos de lucro, más una pléyade de nueva procedencia, entre los que hay figuran los promovidos por titulares estrictamente mercantiles e incluso algunos vinculados a prácticas políticas opacas y concesiones ética y políticamente dudosas. En conjunto cubren porcentajes significativos de población escolarizada, desiguales por comunidades autónomas. También se suele recurrir a la comparación con los países de nuestro entorno, pero cada uno de ellos tiene su contexto histórico-cultural, su sociedad civil, su sistema político, sus prácticas administrativas –que, en algunos casos, en algunas ocasiones, se parecen bastante a lo que defendemos en este artículo– de cuyo conjunto obtiene unos resultados que se pueden analizar y de los que, sin duda, se puede aprender, si se interpretan con criterio.

El funcionamiento del régimen de conciertos descansa en un doble eje, profundamente contradictorio, de un lado, el principio de gratuidad de la educación impartida; de otro, una financiación pública cuantiosa, que objetivamente no cubre los costes educativos necesarios para impartir una educación capaz de cumplir todos los rasgos que definimos para la educación pública, lo que equivale a decir que, si se quieren mantener en pie, hace imposible el cumplimiento del principio de gratuidad enunciado en primer lugar. En suma, toda la trayectoria de la red de conciertos ha descansado y descansa en esta contradicción insalvable salvo que los titulares tengan otras fuentes de ingresos adicionales– que casi nadie, hasta ahora, se ha atrevido a afrontar de forma analítica, transparente y honesta.

Nuestra tesis es que no hay argumentos para definir que solo la gestión directa de las administraciones garantiza la condición pública de la educación

Unos reclaman la gratuidad enunciada y cuestionan la financiación pública que reciben centros que no resultan gratuitos para las familias –en un marco de fuertes recortes a la educación pública–, otros argumentan la imposibilidad de ser gratuitos si no se proporciona la financiación pública necesaria para poder serlo. Todos tienen parte de verdad.

Y entre unos y otros se crean las condiciones para que se deslicen y crezcan prácticas cada vez más espurias, de la mano de nuevos titulares, que contemplan este campo como una oportunidad para la lógica que guía su comportamiento, a veces totalmente ajena a las de las instituciones con profunda vocación de servicio público.

Esta confusión, esta ambigüedad asumida por todos, deja sin espacio a lo que podría y debería ser una intervención pública que, a partir de una normativa clara y coherente, auditara con rigor cuentas y comportamientos.

Ante este fangal, en el que unos y otros chapotean, se trata de deshacer el enredo en que se encuentra sumida la red de conciertos, de impedir que la confusión crezca, infectando todo el debate educativo. Hay que enfrentarse con la realidad, estableciendo los hechos, llamando a las cosas por su nombre, sin recurrir a subterfugios, clarificando las verdaderas opciones.

Parece sensato tomar el régimen de conciertos como un parámetro de la realidad educativa en España, dado que es poco verosímil que, en el orden actual de las cosas, lleguen a darse las condiciones sociopolíticas para su desaparición. Si es así, se trataría de hacerlo lo más funcional que sea posible, teniendo en cuenta el presente y, sobre todo, mirando hacia el futuro. Asumamos que no se dan las condiciones para suprimir la red de conciertos, por sonora que sea la retórica de unos y otros. Por el momento, está para quedarse.

Tratar como escuela pública a las que sustantivamente lo sean.

Defendemos que la escuela pública que sustantivamente lo sea debe ser tratada como tal, sin sombra de ambigüedad. Por coherencia conceptual y por eficacia práctica. Existen organizaciones y entidades, algunas con décadas de trayectoria, que tienen una marcada vocación de servicio público y que han hecho de una educación comprometida y de calidad su seña de identidad. Ante la evidencia de que la financiación pública no alcanzaba a cubrir todos los costes y que el cobro de cuotas no hacía posible cumplir el criterio de accesibilidad universal, incluso muchas de ellas han generado sus propios mecanismos de búsqueda de recursos, solidaridad y redistribución para aminorar el problema.

La trayectoria de la red de conciertos descansa en una contradicción insalvable que casi nadie quiere afrontar de forma analítica transparente y honesta

Las titulares de estas escuelas defienden sus proyectos, su existencia y la voluntad de asumir todos los rasgos de la educación pública. Las organizaciones que deseen optar a ser consideradas escuelas públicas de gestión indirecta tendrían que ser capaces de asumir:

– Cumplimiento de todos los rasgos sustantivos y de funcionamiento que deben caracterizar a la educación pública concebida como un derecho, incluida la exigencia de ausencia de ánimo de lucro en su actividad educativa.

– Que se comprometan a que cualquier eventual excedente económico que pueda surgir del conjunto de las actividades del centro –comedor, actividades extraescolares, etc.– revierta de forma automática y necesaria a este, sin posible dedicación a otros fines de la entidad titular.

– Que faciliten la función de inspección y tutela por parte de la Administración para garantizar que la financiación invertida tiene los fines para los que se otorga.

A los centros que se comprometan a cumplir estas condiciones se les garantizaría la total cobertura con recursos públicos de los costes necesarios para su buen funcionamiento, de forma que no sea preciso solicitar ningún tipo de aportación a las familias para poder mantener la actividad.

¿Cómo definir los costes necesarios?

Hay una parte en la que es posible hacerlo con objetividad (una comisión de expertos no tendría dificultad en resolverlo) y no cabe objeción a que debe regir la más estricta igualdad entre quienes reciben fondos públicos de similar naturaleza, pero debe aspirarse a una igualdad que no caiga en un igualitarismo de mínimos, un igualitarismo por abajo, que nos congrega a todos en torno a prácticas que dificultan la garantía a un derecho a una educación de calidad, las que todos practican, las que nadie discute. Debe permitirse explorar, experimentar, innovar, si tiene el respaldo de la comunidad educativa afectada –pública de gestión directa o indirecta– y la garantía de la estricta supervisión de la Administración pública. Y si exige recursos económicos adicionales, enfrentémonos con la habilitación de vías coherentes que lo hagan posible. Porque si hay voluntad política, esas vías existen.

A los centros que se comprometan a cumplir los rasgos de la educación pública se les debería garantizar la total cobertura con recursos públicos de los costes necesarios.

Estaríamos, por tanto, ante una escuela con todos los rasgos exigibles a la educación pública que, en lo más controvertido, sería además laica (en el sentido abierto postulado) y carente de ánimo de lucro (compromiso de revertir a la escuela cualquier eventual excedente neto que genere), y superaríamos el extendido reduccionismo que confunde lo público con lo meramente estatal, eliminado toda una posibilidad de experimentación y práctica en el establecimiento de alianzas público-sociales que en los marcos de crisis civilizatoria que atravesamos van a ser fundamentales para poder mantener condiciones de vida dignas y justas para el conjunto de las personas.

Opciones de tratamiento del existente régimen de conciertos.

En lo que hace a los centros concertados que no puedan o no quieran acogerse a un hipotético régimen de educación pública de gestión indirecta, hay tres opciones. La primera es dejar la situación como está, algo que sería cómodo, pero escandaloso. La segunda sería hacer desaparecer el régimen de conciertos existente, considerando que ha cumplido su función temporal y porque el desafío educativo social y demográfico que tenemos ante nosotros no necesita más tipologías que las que proporciona la educación pública de gestión directa o indirecta y la escuela privada; esta opción se enfrentaría con la necesidad de dotar de sólidos argumentos a la tesis de que la figura actual de escuela concertada no tiene espacio y función permanente y, además, con la de alcanzar una correlación sociopolítica de fuerzas que respalde y haga viable la propuesta. La tercera implicaría perfeccionar el régimen de conciertos realmente existente, eliminando abusos e irregularidades, de forma inmediata y sin posible demora, sin por ello obviar la reflexión sobre su posible evolución en una transición que, para llegar a ser, requeriría de apoyo sociopolítico y de tiempo.

Conclusiones

Lo que proponemos sería avanzar hacia un proyecto educativo, en el que coexistirían de forma coherente:

– Escuelas públicas de calidad de gestión directa de las administraciones públicas.

– Escuelas públicas de calidad de gestión indirecta de titularidad privada.

– Escuelas de titularidad y gestión privada.

Como transición, habría que perfeccionar y someter a control el actual régimen de conciertos, mejorando la garantía de que los recursos públicos invertidos sirven para garantizar el derecho a la educación, y no para fines mercantiles.

La educación pública de gestión directa e indirecta podrían cooperar en reivindicaciones (asignación insuficiente de recursos, estabilidad de equipos y proyectos, etc.) y luchar por sus objetivos reales (calidad educativa, inclusividad plena, condiciones dignas para sus trabajadoras, carrera docente, etc.), dentro de un debate educativo amplio y razonado, en el que hay que aspirar a que sea posible la colaboración entre quienes, aunque sean diferentes, comparten aspectos fundamentales.

Los titulares que reúnan las condiciones para aspirar a la nueva figura de escuela pública concertada saldrían del marasmo y la vulnerabilidad en que actualmente se mueven y pasarían a ser escuela pública sin dejar de ser concertada. Con todas sus consecuencias.

El riesgo de no hacerlo es anular lo que puede aportar a la educación la sociedad civil y abunda en una identificación entre lo público y lo meramente estatal que impide innovaciones políticas centradas en la gestión democrática de los bienes comunes. Esta reducción de lo público a lo estatal asume una visión sobre el Estado como un ente neutral y naturalmente centrado en el bien común, independientemente de quién gestione, errada en nuestra opinión.

La integración de la concertada en la pública (en el supuesto de que se dispusiera de la correlación de fuerzas y los recursos que permita plantearla y materializarla) sería la solución de la pereza y la facilidad porque sacrificaría la potencialidad de una colaboración público-social bien entendida entre diferentes (públicas de titularidad directa y de sociedad civil) basada no en competencia, sino en emulación y cooperación, con beneficios para todo el sistema educativo.

Por su parte, los centros privados, que deberán cumplir la regulación general, tendrían un campo específico nítido, sin sombra de competencia espuria procedente de centros concertados que, sin cumplir estrictamente las exigencias que se derivan de la condición de públicos, se benefician actualmente de la financiación pública.

En un escenario de estas características, la educación privada continúa teniendo su espacio como lo sigue teniendo la concertada, en cuyo seno los titulares que reúnan las condiciones exigidas podrán desarrollar sus proyectos educativos como escuelas públicas concertadas.

Es necesario un amplio debate político que hasta el momento no ha sido posible tener. En el marco del cambio global que afrontamos, no será el único campo en el que tengamos que buscar alianzas entre el Estado y la sociedad civil para resolver cuestiones directamente relacionadas con el cumplimiento de los derechos y la cobertura de las condiciones básicas de existencia. Creemos que negarlo o ignorarlo va en perjuicio del país y de quienes lo habitamos.

Ángel Martínez González-Tablas es economista, catedrático jubilado de la Universidad Complutense de Madrid.

Yayo Herrero López es antropóloga, educadora social y miembro del Patronato de FHHEM.

Acceso al artículo en formato pdf:  Teoría, política y práctica de la enseñanza concertada en España.


Si caza ratones, es un buen gato

Artículo escrito por Mariano Fernández Enguita y publicado dentro de la sección A FONDO del número 153 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global.

El texto sopesa la cuestión de la escuela concertada a la luz de lo que Weber denominó la ética de los principios y la ética de las consecuencias, o de la convicción y de la responsabilidad y valora la situación de la enseñanza concertada en España estableciendo comparaciones con países de nuestro entorno.

Hay dos puntos de partida posibles para abordar la cuestión de la escuela concertada, dos enfoques que podrían identificarse con lo que Max Weber1 llamó la ética de los principios y la ética de las consecuencias, o de la convicción y de la responsabilidad.

El recurso a la ética de los principios identifica, de un lado, la escuela pública con los valores de igualdad y laicidad, incluso con el monopolio de la razón o el progreso, y, del otro, la escuela privada con los valores de libertad y responsabilidad, cuando no con los de la cristiandad; todo ello por parte de actores distintos y contrapuestos, a menudo abiertamente enfrentados. Ambos posicionamientos se pueden llevar al extremo, como cuando se reclama la escuela pública y única, suprimiendo la privada (y, por ende, la concertada), o la total libertad de elección de centro (no solo de privado sino también de público, directa o a través del cheque escolar, e incluso de no-centro, la educación en casa, también con cheque). Hay versiones suavizadas, lobos con piel de cordero, de estas políticas agresivas: en el lado estatalizador, someter a la concertada al principio de subsidiariedad, en el sentido de que solo debe financiarse en caso de que no haya al alcance ningún puesto estatal, y el Estado debe ocuparse de que siempre lo haya; en el lado privatizador encontramos la propuesta de atender con el presupuesto público a la demanda social, que podría expresarse antemano –fácil con un poco de mercadotecnia, como en el caso de la nueva concertada madrileña–, abriendo así la búsqueda de la distinción escolar y la espiral de la estratificación entre centros.

Lo más frecuente, no obstante, es una versión pragmática y un punto oportunista, en sus dos variantes, de esta ética de los principios: los defensores de la escuela pública no suelen objetar la escuela privada, de pago, sino simplemente la concertada; y los defensores de la libertad de elección suelen preferir una forma que sea, a la vez, un filtro, a través del pago en la escuela privada y del expediente o ambos, en la escuela pública (por ejemplo, los centros de excelencia y el bilingüismo madrileño).

La escuela concertada trata de aunar lo mejor de dos mundos, la seguridad –y, en muchos casos, la función igualitaria– de la estatal y la libertad –y, también en muchos casos, la función distintiva– de la privada, y eso le asegura la demanda por parte de las familias, pero también la hostilidad de los sectores puramente público y privado. Resulta elocuente que su legitimidad se viera cuestionada, no hace mucho, por un informe sobre las cuotas no siempre voluntarias impulsado por CEAPA y CICAE.2 Una confluencia inhabitual entre consumidores (CEAPA, familias de la escuela pública y, marginalmente, de la concertada más social) y patronal (CICAE, escuela estrictamente privada, de pago y no confesional), pero comprensible: los primeros quieren que todos los recursos públicos vayan a la escuela estatal; los segundos, eliminar lo que creen competencia desleal en un mercado distorsionado.

En mi opinión, una ética de la convicción enfocada a la escuela debe centrarse en principios como la igualdad, la inclusión y la equidad; el respeto a la diversidad y a libertad de conciencia; la convivencia y la preparación para la ciudadanía; para el desarrollo de las capacidades pertinentes con vistas una vida económica útil e independiente; para el alineamiento y la colaboración entre la escuela, la familia, la comunidad y la sociedad más amplia; la búsqueda de la calidad y la eficiencia, el afán de mejora y la apertura a la innovación, etc. No pretendo presentar con esto una lista cerrada, ni siquiera aproximada, de principios; solo señalar que no tienen por qué incluir ni la estatalización ni la privatización de la enseñanza, que solo deben ser contempladas como medios para perseguir esos fines, aun cuando se tenga una valoración muy distinta de los mismos, su idoneidad o sus consecuencias. Cuando se apuesta todo a la privatización o a la estatalización, como planteamientos axiomáticos a los que supeditar cualquier política, en realidad se oculta, bajo la grandilocuencia de los principios, intereses colectivos fáciles de adivinar: tras la apuesta incondicional por la privatización, el negocio, a ser posible desregulado; tras la apuesta por la estatalización, el confort y la seguridad del funcionariado; la punta de lanza, en tales casos, suelen ser, respectivamente, empresarios que ven un negocio fácil, a veces apoyados por políticos poco escrupulosos y ocasionalmente corruptos (recuérdese la Púnica), y docentes interinos hiperventilados y muy activos que capturan fácilmente unos sindicatos que a su vez han capturado en parte la escuela pública.

Por otro lado, el análisis de la realidad no debería centrarse en lamentar y denunciar la distancia entre esta y los principios (propios) sino esforzarse por verla y entenderla como tal, atendiendo a sus orígenes, a las fuerzas e intereses en presencia y a las opciones reales de cambio y permanencia, sus ventajas reales (no imaginarias) y sus eventuales costes sociales. Es un lugar común presentar a España como una excepción por las dimensiones de su sector privado y concertado, atribuirlo a la debilidad histórica del Estado y adjudicarle una amplia lista de nuestros males, en particular de la desigualdad educativa y social. Efectivamente, España presenta un alto porcentaje de escuela privada en general y más en su contexto: de acuerdo con los datos de UNESCO3 sería, en primaria, el vigésimocuarto país en porcentaje de alumnos la escuela privada (31,5% en 2018).4 Por delante solo estarían, en una veintena de miniestados y emiratos, India y Pakistán (dignos de mención por su población), Chile (experimento neoliberal desde hace decenios) y Bélgica (único país europeo, aparte de Malta). En la secundaria obligatoria (ESO) pasaríamos al puesto vigésimo sexto, con el 32,4%, superados también por el Reino Unido. Y, en la secundaria superior, caeríamos al cuadragésimotercero, con el 28,1% y también ya tras Indonesia, Venezuela, Japón, Francia y Argentina, entre otros.

El problema es que los datos españoles incluyen la escuela concertada en la privada, mientras que otros, por ejemplo, Estados Unidos o Países Bajos, lo hacen en la pública. En EEUU es el caso de las charter schools, centros de titularidad privada con financiación pública, sometidos a distintos entes –locales, municipales, estatales…– y regímenes de regulación, que los eximen de algunos requisitos de las escuelas públicas y los someten a alguna forma de rendición de cuentas, todo ello fijado en la charter (traducible como carta otorgada o documento fundacional, contrato o concierto). Quizá sea el caso más conocido y discutido, al menos en los ámbitos académico y político, por su pujanza y por la encrucijada de intereses y valores en que se inserta: organizaciones no gubernamentales, empresas del sector, sindicatos de profesores, autoridades políticas de distinto signo, iglesias varias, pedagogías alternativas y la Primera Enmienda, que prohíbe al gobierno toda actuación que favorezca o perjudique, directa o indirectamente, a cualquier confesión. El panorama europeo es distinto, pues las escuelas denominacionales o confesionales, gestionadas por entidades privadas, en particular religiosas, son consideradas públicas o estatales desde el momento en que se acogen, o son sometidas, a la normativa general y reciben fondos públicos que cubren el total o una parte sustancial de sus gastos ordinarios. Hay variedad de situaciones, no siempre fáciles de clasificar, pero podemos dar por bueno el resumen de Maussen y Bader:5 «Algunos estados (Austria, Bélgica, Inglaterra y Gales, Irlanda y los Países Bajos) cubren prácticamente todos los costes (financiación plena), el modelo escandinavo (Dinamarca, Finlandia y Suecia) se caracteriza por subsidios amplios. También se da financiación parcial en otros países (v.g. Australia, Alemania, Hungría y países en los que la financiación pública depende de contratos, como en Francia o en España). Finalmente, unos pocos países no permiten todavía que las escuelas no gubernamentales reciban dinero público (ninguna financiación: Grecia, Bulgaria y la mayoría de los cantones suizos)».

Las máxima explicitud en la normativa comunitaria se produjo con la llamada Resolución Lüster (European Communities, 1984),6 adoptada por el Parlamento en marzo de 1984, en previsión de la inminente incorporación de España y Portugal. En ella se reitera el derecho de los padres a elegir centro educativo, la obligación del Estado de no dar preferencia a ninguna escuela, confesional o no, incluido «proporcionar las necesarias instalaciones para las escuelas estatales o privadas», y que «se exigirá a los Estados miembros que proporcionen medios financieros con los que este derecho [a la libertad de educación] pueda ser ejercitado en la práctica, así como dotar las ayudas públicas necesarias para permitir a las escuelas llevar a cabo sus tareas y desempeñar sus deberes en las mismas condiciones que en los correspondientes establecimientos estatales». Por si quedaba duda, añadía: «los arriba mencionados principios de la educación libre deberán ser plenamente respetados por España y Portugal al acceder a la Comunidad».

En los Países Bajos, la financiación de las escuelas denominacionales (religiosas) es un derecho constitucional desde hace siglo y medio y ampara no solo a católicos, protestantes, judíos, musulmanes, etc. (aunque ejercerlo no resulta igualmente fácil para todos) sino también a movimientos pedagógicos como Waldorf o Montessori. En general, un grupo de familias consigue financiación para una escuela si muestra un número suficiente, que su educación será distinta de otros modelos y que no se ofrece ya en un centro al alcance. El modelo liberal y pluralista de los Países Bajos resulta paradigmático, pero otros estados (Reino Unido, Irlanda, Bélgica, Noruega, Suecia, Alemania, Nueva Zelanda…) presentan políticas parecidas. Lo distintivo de España, en realidad, no es una gran cantidad de enseñanza privada o concertada, sino precisamente la inclusión de esta en aquella, cuando en otros lugares se considera pública; más aún lo es que la cuestión esté siempre en el centro del debate educativo y con la crispación que conocemos. En todo caso, la tendencia en Europa y en el mundo es el lento aumento de la escuela concertada con diversas fórmulas.7

Nótese también que ni siquiera la contraposición aquí habitual entre la equidad, de un lado, y la elección de centro o el régimen de conciertos, de otro, lo es en otros países. En EEUU se da la situación contraria, con mayor proporción de alumnos de minorías y de hogares de renta baja en las charter que en la pública.8 Por lo demás, el debate académico sobre las similitudes y diferencias en reclutamiento, métodos y resultados de las escuelas públicas tradicionales y las charter es y seguirá siendo intenso, pero el modelo fue aceptado y avalado desde el inicio por los sindicatos de docentes9 y tiene apoyo en un sector de la izquierda.10

La tendencia en Europa y en el mundo es el lento aumento de la escuela concertada con diversas fórmulas.

La contraposición entre escuela pública (estatal), privada o concertada, en suma, se resuelve mal desde la ética de las convicciones. Un punto de partida puede ser que una democracia necesita ciudadanos y debe, por tanto, formarlos como tales: «democratie c’est démopedie», escribió Proudhon;11 es decir, que el Estado tiene qué decir sobre la educación, desde garantizar el acceso suficiente por encima de las amplias, ubicuas y persistentes desigualdades económicas o de una eventual irresponsabilidad familiar hasta regular, de acuerdo con ello, sus aspectos generales (ordenación, contenidos básicos, titulaciones, habilitación del profesorado, etc.). Pero que el Estado garantice, financie y regule la educación no exige que la proporcione ni, por tanto, que se haga cargo de centros y profesores. Los incondicionales de la escuela estatal y la funcionarización –que suelen ser los profesores funcionarios, pero más aún los aspirantes– pueden no tener dudas, pero la fórmula hiperestatal de escolarización que heredamos de Francia (y de Prusia) nunca fue la única, pues en otros muchos entornos se buscó siempre que el Estado fuera el administrador (hoy diríamos regulador) y financiador (no siempre al completo), pero no el educador, una distinción que ya hizo Karl Marx ante la I Internacional. Y las fórmulas para que no lo fuera siempre han ido en el sentido de la descentralización, distribución o devolución de la autoridad educativa a instancias más próximas al beneficiario último: a las entidades municipales, a los centros escolares o, a través de la elección, a las familias.

Pero dejemos en su sitio principios y convicciones y bajemos a las consecuencias y la responsabilidad. El sitio de los primeros no ha de ser el ropero, como sugería otro Marx, Groucho –«Estos son mis principios y, si no le gustan… bueno, tengo otros»–, pero tampoco son axiomas de los que se deduzca fácilmente qué hacer. Para valorar la realidad de la educación en España hay que empezar por entender que, como en cualquier otro país del entorno, y más por nuestra historia reciente, no hay una escuela concertada (ni pública, ni privada), sino una amplia variedad; y, hasta donde pueda haber una, hasta donde sea posible generalizar sobre esos sectores como tipos ideales, abstrayendo sus diferencias internas, hay que comprender su origen y evolución. No pretendo ser exhaustivo, pero sí señalar algunas cuestiones cruciales.

Para valorar la realidad de la educación en España hay que entender que no hay una escuela concertada (ni pública, ni privada), sino una amplia variedad.

La primera se refiere a la escuela privada y será la única al respecto. Guste o no, lo mejor y lo más relevante de la innovación educativa a lo largo de un siglo muy agitado y variado políticamente ha venido, con diferencia, de ella: La Institución Libre de Enseñanza y sus secuelas, las Escuelas del Ave María, las escuelas racionalistas, la Escuela Nueva, por mencionar las experiencias de mayor alcance, más una larga lista de escuelas freinetianas (MCEP), milanianas, Waldorf, Montessori, unas pocas ikastolas, no pocas cooperativas, etc.12 No es que no haya habido innovación en la escuela pública, pues la ha habido y la hay, pero no la que correspondería a su peso, ni del alcance que promete su apología, ni con solildez y continuidad. Hoy asistimos a que la innovación más destacable en términos absolutos y relativos se da en la enseñanza concertada, seguramente porque en ella se combinan mayor autonomía de los centros, mayor coherencia de los proyectos, mayor peso y competencia de las direcciones, más presión directa o indirecta de su público y ciertos efectos de red positivos. No tendría que ser así, pero así es.

La segunda atañe a la escuela pública y se resume en que no ha estado a la altura de las expectativas. Por más que sus incondicionales se complazcan en señalar la igualdad de acceso y trato, ahí está la desigualdad de resultados, manifiesta en las elevadísimas tasas de repetición, fracaso y abandono, frente a las que no ha aportado nada especial, que no haya hecho el conjunto del sistema. Incluso en términos de oferta no es tan igualitaria como una descripción meramente administrativo-formal podría sugerir, como resulta manifiesto en la proliferación de centros-gueto (casi siempre públicos) y en la creciente importancia, percibida por las familias cada día con mayor claridad, de elegir un buen barrio para acudir a una buena escuela pública, en línea hacia lo que es común en países como los EEUU, Francia o el Reino Unido (una elección de centro por medio de la hipoteca),13 a los que miran con tanto arrebato como superficialidad los defensores incondicionales de la escuela pública. El discreto desempeño de la escuela pública requeriría un amplio análisis, pero me limitaré a señalar que en su base está su tardía y rápida expansión, primero en el tardofranquismo y la transición, y después en el periodo de despliegue de las autonomías y su asunción de las competencias educativas, lo cual trajo una cobertura apresurada de plantillas, una gestión relativamente clientelar y una fuerte captura sindical; y, como efecto final, la letanía que achaca todos los males a la falta de recursos, es decir, de profesores, sin otra solución que su aumento sin fin y sin contrapartida visible alguna.

La tercera concierne, en fin, a la escuela concertada, cuya realidad e imagen presentes no pueden entenderse al margen de su pasado. En primer término, la mayor parte de ella (más que la privada autofinanciada) es de origen religioso, católico, si bien no se debe tanto a la complicidad de la Iglesia con el Estado (aunque la haya habido, incluido el periodo infausto del franquismo) como a su independencia frente a él. Se suele olvidar que las iglesias de los países protestantes fueron en general de ámbito nacional (frente al Papado), de orientación nacionalista (frente al Imperio), a menudo financiadas, siempre estrechamente relacionadas y, en no pocos casos, formalmente subordinadas al Estado (las de Inglaterra y Dinamarca, todavía están hoy encabezadas por los respectivos monarcas, y fue el caso de Noruega, Islandia y otros); la paradoja es que esto facilitó, llegado el momento, su secularización. En países con mayoría o fuerte presencia católica, por contra, la Iglesia, fiel al Vaticano, y con ella sus escuelas, mantuvo, para bien o para mal, una mayor independencia del poder político, que en algún momento se convirtió en una suerte de pacto de no agresión: de ahí la fuerte presencia de la enseñanza privada, sobre todo concertada (en varios casos conceptuada y contabilizada como pública) en países como Alemania, Holanda, Bélgica, Irlanda, Francia o España. Añadamos que sistemas escolares sedicentemente aconfesionales actuaron en realidad identificados con una definición religiosa, como la paradigmática common school norteamericana, desde sus inicios vista y evitada por católicos, judíos y agnósticos como una escuela protestante, porque lo era aunque no se adscribiese a una denominación concreta.14

Dicho esto, ya podemos señalar las dos grandes carencias de la concertada: su cultura confesional y su sesgo social. Utilizo el adjetivo confesional en su sentido más estricto, no sinónimo de religiosa sino de adherida a, y al servicio de, una religión. No se califica de confesional a una religión, ni a una iglesia, ni a un creyente, por mucho que lo sean, sino a un Estado, una constitución política, un partido, un sindicato, una escuela, es decir, a instituciones públicas, o propias de la esfera pública, que, sin embargo, se adhieren a una religión y tal vez se subordinan a su jerarquía. Una mayoría de las escuelas concertadas en España son de origen católico y confesional, vinculadas a órdenes religiosas, a organizaciones como la HOAC, a la iniciativa de párrocos locales, etc., pero no pocas de ellas han roto esos vínculos orgánicos, abandonando o suavizando su confesionalidad, admitiendo alumnos y profesores de otra confesión o de ninguna, haciendo optativas enseñanzas y actividades religiosas y sin que por ello tuviera nadie, ni docente ni discente, que renunciar a sus propias creencias ni los centros mismos que hacerlo a las orientaciones más generales de sus proyectos educativos: la FUHEM misma es un ejemplo de ello, pero cabría citar conglomerados como la Escuela Profesional Politécnica de Mondragón, la Escola Agrícola L’Horta (que luego se convertiría en La Florida) y otras. En todo caso y sea cual sea su figura legal, una escuela que imparte enseñanzas obligatorias es una institución pública, en sentido fuerte (cualesquiera que sean su gestión y su titularidad) y, como tal, se debe a la sociedad; pero puede al tiempo, como bien sabemos, nacer de la iniciativa privada o social y servir a la opción educativa de un colectivo de familias. Esta aparente contradicción se resuelve con la distinción entre la enseñanza y el cuidado. Evito a propósito el término educación porque esta, en su sentido más amplio, comprende ambos y, en el más restrictivo, está presente en ambos, y utilizo el término enseñanza no en el sentido estrecho de docencia, sino en el más amplio con que hablamos de enseñanza reglada. Como institución pública, la escuela debe distinguir entre lo que es de todos y para todos y lo que es opción de una parte, por amplia que sea, y debe por tanto ser voluntario, aun si se acoge en la escuela o si inspira un proyecto sin dictarlo. Es lo que explicado con más detalle en un artículo al que remito, y cuyo título me parece resumen suficiente: «¿Religión? Sí en la escuela, no en la enseñanza».15

Para la sociedad, no obstante, una parte de las escuelas privadas y, con mayor razón, de las concertadas (por cuanto se supone, y así es en la mayoría de casos, que lo hacen con la misma cantidad de medios que las públicas, o incluso con menos), tiene el valor de constituir un campo de experimentación e innovación en el que direcciones más empoderadas, claustros más en sintonía, redes coordinadas de centros, públicos más identificados, ciertas tradiciones propias y la suave presión de un cuasi-mercado facilitan y estimulan iniciativas que, a día de hoy, encuentran toda suerte de obstáculos en la burocratizada escuela estatal. Dicho en breve: la escuela pública es más inercial, aunque no siempre, y la concertada es más innovadora, si bien tampoco hay garantía. Es una paradoja, casi cruel, que la escuela pública que tanto se expandió en el último tercio del siglo pasado, acompañada de grandes promesas de mejora, reforma, renovación e innovación, se haya convertido en un pesado aparato en buena medida anacrónico, mientras que la privada y concertada, que se vio identificada con el más rancio conservadurismo, sea hoy el terreno en que florece más y mejor innovación. Pero así es y de nada sirve negarlo en nombre de dogmas o principios. De hecho, la existencia y la iniciativa del sector privado y concertado actúan como estímulo para la innovación en el sector público, como siempre ha sucedido en España en el ámbito educativo.

Problema bien distinto es el del reclutamiento y composición social del alumnado en cada centro y entre centros, que surge en el desencuentro entre el objetivo político, colectivo, de formar una sociedad equitativa, igualitaria al menos en la base, y una ciudadanía cohesionada, y el anhelo particular de las familias por asegurar lo mejor y las mayores ventajas para sus hijos en cualquier ámbito y particularmente en el escolar, visto como palanca estratégica para la movilidad laboral, económica y social. Un desencuentro agudizado por los magros resultados en igualdad y equidad de las políticas educativas, frustradas por las divisorias económicas, culturales, territoriales, demográficas, de titularidad y otras, y por la desigual capacidad de las familias para fundamentar, elegir y acompañar la educación formal e informal de sus hijos, condicionada por su capital social, cultural y académico, además de sus recursos financieros. Este problema se manifiesta dentro de cada una de las redes escolares (de la púbica y de la concertada, no tanto dentro de la privada autofinanciada, toda ella privilegiada y cuyas diferencias internas no interesan aquí), pero también entre las redes pública (estatal) y concertada (privada). Es el problema siempre presente y reiterado de la sobrerrepresentación de inmigrantes, minorías, familias de bajos ingresos y alumnos con necesidades especiales (compensatorias) en los centros de titularidad pública. Es obvio que este desequilibrio se agita como coartada para las insuficiencias e inadecuaciones de la escolarización estatal y como argumento fácil para una demanda insaciable de recursos (más puestos de trabajo y menos horas por puesto), a menudo con lecturas simplistas y sesgadas de los datos. También lo es que no tiene por qué ser algo buscado ni inevitable, sino en buena medida el efecto no deseado, aunque tampoco evitado, de otros factores, como la cuantía de los módulos de financiación para los conciertos o la superación de la oferta de puestos concertados por la demanda, que deja fuera las matriculaciones en vivo. Pero no lo está menos que, sean cuales sean las causas, el desequilibrio existe y que estas se cuentan las estrategias deliberadas de las familias y, a veces, políticas deliberadas de los centros. No debería haber ni centros-burbuja ni centros-gueto, pero, a día de hoy, los hay, y los primeros sobreabundan mientras los segundos resultan excepcionales en la red concertada. Solucionarlo requiere una regulación más estricta e inteligente del reclutamiento por parte de las autoridades educativas, incluida la provisión de los medios necesarios, y una actitud más colaborativa desde los centros.

Con estas dos condiciones, la escuela concertada podría ser lo que debe ser, pero a veces es y a veces no: parte integral de la escuela pública.

Mariano Fernández Enguita es catedrático de Sociología en la Universidad Complutense.

NOTAS

1 Max Weber, La política como profesión, Biblioteca Nueva, Madrid, 2007 [1919].

2 GarlicB2B, Estudio de Precios de Colegios Nueva Concertada, Comunidad de Madrid, CICAE, 2018. Acc. 24/3/2021.

3 UNESCO Institute for Statistics (UIS), Education. National Monitoring: Distribution enrolment by type of institution, 2021, Acc. 23/3/2021.

4 Utilizo para el ordinal, la posición comparada, los datos de 2014, más completos (con más países), pero añado como indicador individual el porcentaje a 2018, último dato español en UIS.

5 Marcel Maussen y Veit Bader, «Non-governmental religious schools in Europe: institutional opportunities, associational freedoms, and contemporary challenges», Comparative Education, 51(1), 2015, p.8.

6 EC (European Communities), «Debates of the European Parliament, 1984-1985 Session Report of Proceedings from 13 to 16 March 1984 (Lüster Resolution)», 1984, acc. 24/3/2021; R. Lüster, Report, drawn on behalf of the Legal Affairs Committee on freedom of Education in the European Community, European Communities, 1983, acc. 24/3/2021.

7 C.L. Glenn y J. de Groof, «Educational Freedom and Accountability: An International Overview», en P.E. Peterson, The future of school choice, Stanford, Hoover Inst., 2002.

8 NCES, Digest of Education Statistics, Table 206.30, National Center for Education Statistics, 2017, acc. 23/2/2021.

9 Ted Kolderie, «Ray Budde and the Origins of the Charter Concept», página web de National Charter Schools Institute, 2 de julio de 2005, [consulta: 5 de abril de 2021].

10 Herbert Gintis, «The political economy of school choice», Teachers College Record, 96, (1995); Eric Rofes y Lisa M. Stulberg, (eds.), The emancipatory promise of charter schools: Toward a progressive politics of school choice, SUNY Press, Nueva York, 2004.

11 Pierre J. Proudhon, La révolution sociale démontrée par le coup d’état du 2 décembre, Garnier, París, 1852, p. 60.

12 Francisco Javier Pericacho, «Pasado y presente de la renovación pedagógica en España (de finales del Siglo XIX a nuestros días). Un recorrido a través de escuelas emblemáticas», Revista Complutense de Educación, 25(1), 2014; Santiago Esteban Frades,«La renovación pedagógica en España: un movimiento social más allá del didactismo», Tendencias pedagógicas 27, 2016.

13 Esta contradicción quedó manifiesta en el caso Iglesias-Montero, cuyo “proyecto familiar” incluía llevar a sus hijos a una escuela pública muy especial y, para ello, adquirir en la zona una vivienda cuyo diferencial de precio era incluso bastante superior a lo que habría sido el coste de su escolarización en la privada e inconmensurablemnete mayor que en la concertada.

14 Lloyd P. Jorgenson, 1987. The state and the non-public school, 1825-1925, Univ. of Missouri, St. Louis, 1987.

15 Mariano Fernández Enguita, «¿Religión? Sí en la escuela, no en la enseñanza», Cuadernos de Pedagogía 518, marzo de 2021.

 

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¿Y ahora qué? Reescribir el pasado e imaginar los futuros para pensar (y actuar) hoy

Curso de verano:

¿Y ahora qué? Reescribir el pasado e imaginar los futuros para pensar (y actuar) hoy

30 de junio, 1 y 2 de julio de 2021

Sala Polivalente de la Plaza Mayor, UAM

Dirección:

EVA BOTELLA ORDINAS

Profesora del Departamento de Historia Moderna, UAM.

CARMEN MADORRÁN AYERRA

Profesora del Departamento de Filosofía, UAM.

Este curso de verano discute los efectos de la gentrificación y turistificación sobre millones de personas en entornos urbanos (y por extensión, rurales) como uno de los grandes retos sociales contemporáneos desde múltiples disciplinas.

El curso proporciona claves para analizar transdisciplinarmente:

1. Los efectos de la turistificación y gentrificación sobre la vida de los habitantes de esos entornos urbanos (y en los rurales).

2. Cómo afectan estos procesos a su historia, a su memoria e identidad.

3. El impacto que tienen en sus modos de vida (vinculados a las identidades) ante la crisis socio-ecológica global, dada la existencia de múltiples interdependencias y eco-dependencias en esos espacios glocales y multi-situados.

Por la enorme implicación de la ciudadanía en estos procesos (que abarca desde acciones de movimientos sociales hasta la construcción de archivos de memoria, desde lo que se conoce como “ciencia ciudadana”), se incluye su participación mediante talleres que permiten discutir estas cuestiones tanto desde la transferencia científica como desde la ciencia ciudadana (con sus propias herramientas teóricas y desde la práctica cotidiana).

Dichas confluencias proporcionarán un intercambio enormemente enriquecedor tanto para el público (de todas las disciplinas y en general, toda la sociedad) como para los ponentes.

1 crédito ECTS

Precio del curso: 64 €

Más Información:

Universidad Autónoma de Madrid – UAM

Vicerrectorado de Relaciones Institucionales, Responsabilidad Social y Cultura

Oficina de Actividades Culturales Edificio de Rectorado, 2ª entreplanta

Universidad Autónoma de Madrid

28049 Madrid

Tel: (+34) 91 497 46 45

Twitter: @oac_uam 

Facebook: Oficina de actividades culturales

Información y matrícula

PROGRAMA:

30 DE JUNIO

10:00-12:00 - Utopías y prospectiva en la actual crisis de civilización. Útiles para superar la ideología y las instituciones dominantes y reorientar la sociedad actual hacia horizontes ecológicos y sociales más saludables.

JOSÉ MANUEL NAREDO

Profesor ad honorem en el Departamento de Urbanística y Ordenación del Territorio de la Universidad Politécnica de Madrid

12:15-14:15Historia y memoria urbana

EVA BOTELLA ORDINAS

Profesora del Departamento de Historia Moderna, UAM.

DAVID MORIENTE

Profesor Departamento de Historia y Teoría del Arte. UAM

16:00-18:00TALLER DE MEMORIA E HISTORIA

ANTONIO TERRASA LOZANO

Investigador Doctor en Historia en POSTORY-RL. UAM

JESÚS PINTO FREYRE

Profesor e investigador en formación del Departamento de Filosofía. UAM

18:15-20:15MESA REDONDA INTERDEPENDENCIAS Y ECODEPENDENCIAS

ADRIÁN SANTAMARÍA

Profesor e investigador en formación del Departamento de Filosofía. UAM.

BEATRIZ FELIPE

Investigadora Asociada al CEDAT-URV.

MATXALEN LEGARRETA

Profesora del Departamento de Sociología y Trabajo social de la Universidad del País Vasco.

 

1 DE JULIO

10:00-12:00La frontera turística de la gentrificación: Estado y movimiento del alquiler turístico.

MARC MORELL

Investigador en el Departamento de Antropología Social de la Universitetet i Bergen

12:15-14:15Rural y urbano, ¿pasado y futuro?

ESTHER LORENZO

Profesora del Departamento de Psicología Social y Metodología. UAM

ADRIÁN ALMAZÁN

Profesor en la Universidad de Deusto

16:00-18:00 - Gentrificación y turistificación

IVÁN MURRAY

Profesor Departamento Geografía UIB

JESÚS CARRILLO

Profesor del Departamento de Historia y Teoría del Arte. UAM

18:15-20:15MESA REDONDA TURISTIFICACIÓN, GENTRIFICACIÓN Y MODOS DE VIDA

RAQUEL LÁZARO VICENTE

Investigadora del Departamento de Historia Contemporánea. UAM

CARLOS VIDANIA

Licenciado y activista en Lavapiés en centros sociales autogestionados, redes vecinales, movimientos por el derecho a la vivienda y a la ciudad

SERGIO MARTÍNEZ BOTIJA

Investigador en POSTORY-RL

2 DE JULIO

10:00-12:00Necesitamos pensamiento extramuros

JORGE RIECHMANN

Profesor de Filosofía Moral en el Departamento de Filosofía de la UAM

12:15-14:15Sistema socioeconómico y crisis ecosocial.

SANTIAGO ÁLVAREZ CANTALAPIEDRA

Director de FUHEM Ecosocial

CARMEN MADORRÁN AYERRA

Profesora del Departamento de Filosofía, UAM.

16:00-18:00TALLER SOBRE ALFABETIZACIÓN ECOSOCIAL SESIÓN PRÁCTICA

PABLO ALONSO UAM

ADRIÁN ALMAZÁN

CARMEN MADORRÁN AYERRA

18:15-20:15CLAUSURA CON ARTE A CARGO DE LA ASOCIACIÓN CULTURAL CALATEA.

ENTREGA DE DIPLOMAS.

Acceso al Programa del Curso.


Entrevista a Khury Petersen-Smith

Nick Buxton entrevista a Khury Petersen-Smith en el número 152 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global sobre el movimiento Black Lives Matter.

Pasadas las elecciones presidenciales en EEUU, conversamos en diciembre de 2020 con el activista e investigador Khury Peterson-Smith sobre los retos y oportunidades que se presentan para el histórico movimiento Black Lives Matter bajo la presidencia de Joe Biden. Petersen-Smith es miembro del Institute for Policy Studies, donde desarrolla su actividad investigadora principalmente enfocada en la liberación negra, la solidaridad con Palestina y el fin del imperio estadounidense.

Nick Buxton (NB): El resultado de las elecciones americanas del 3 de noviembre ha supuesto un alivio para muchas personas dentro y fuera de EEUU. ¿Cuál es tu valoración?
Khury Petersen-Smith (KPS): Ciertamente acogí el resultado electoral con sentimientos mezclados. Por un lado, sentí cierto alivio porque la presidencia de Trump ha constituido un asalto frontal sin tregua durante cuatro años. Una de las tácticas clave de su mandato ha sido el continuo hostigamiento por sorpresa a sus oponentes, de forma que podía hacer tratos en los términos más beneficiosos para él. Así es como gestiona los asuntos inmobiliarios, su negocio, y así es como ha gestionado la política internacional y cómo gestiona la política nacional y se dirige a los movimientos sociales.

En su primera semana en la presidencia emitió la Muslim Travel Ban [Prohibición a Musulmanes de Viajar], [1] suprimió una página sobre derechos LGTB de la web de la Casa Blanca y poco después se produjeron arrestos masivos en Standing Rock, lugar de la resistencia indígena a un oleoducto en Dakota del norte, y la construcción del oleoducto se reinició. Es decir, hubo un ataque inmediato y continuo que se extendió durante cuatro años. De modo que efectivamente siento que ahora podemos respirar con alivio.

Sin embargo, no hay que olvidar que Biden era el más conservador de los candidatos Demócratas. Su compromiso es mantener la forma en la que los Demócratas han gobernado en las últimas dos décadas, lo que significa continuar con el neoliberalismo, la desigualdad, la represión de los migrantes, la extracción energética y el robo de la tierra a los pueblos nativos, y la guerra. Tengo una amiga que antes de las elecciones dijo que cuando pensaba en que Trump podía volver a ganar le daba pavor, pero cuando pensaba en que ganara Biden le daba depresión.

Tenemos que aceptar el hecho de que mientras que Biden ganó de forma incontrovertible en el voto popular, una cifra récord de personas votó por Trump. En 2016, el voto a Trump todavía se quedaba en el terreno de las hipótesis. Quizá podía saldarse como un experimento en el que probar qué podía pasar si un matón derechista y brutal, además de una personalidad mediática, se convertía en presidente. Pero ahora, cuatro años después de ver en acción a un fascista que abiertamente celebra los elementos más vergonzosos de este país –la confederación, el internamiento de los japoneses o el robo de tierra de los pueblos originarios– y alguien a quien le agrada gobernar por medio de la violencia, la hostilidad a la democracia y la coerción a todos los niveles, ya no se trata de una hipótesis. Y aun así, más de 70 millones de personas le votaron. Tenemos que asumir esto. Entonces, no puedo disfrutar del alivio del primer momento. Quizá tuvimos un momento de respirar aliviados, pero la situación revela elementos de conflicto profundos y que se extienden en el tiempo.

NB: ¿Qué ámbitos que se han dejado de lado durante la presidencia de Trump es más urgente retomar e impulsar?
KPS: Lo que resulta interesante de la presidencia de Trump es que, aunque haya podido ser horroroso, también ha puesto al descubierto cuestiones con hondas raíces que no eran visibles para mucha gente. Con Obama puede haber habido resistencia, principalmente el movimiento Occupy y Black Lives Matter, pero era como si existieran en paralelo a la Casa Blanca. Incluso Black Lives Matter no asumía qué significaba vivir bajo el mandato de un presidente negro en medio de una galopante violencia policial.

La política descarada de Trump, sin embargo, revela mucho más. Ciudadanía que era indiferente o no se daba cuenta anteriormente de las injusticias se encontraron mostrando su solidaridad con la comunidad musulmana; gente que tenía posiciones muy tibias o que era ambivalente hacia Black Lives Matter apoyaron el movimiento con decisión; aquellos que nunca habían desafiado la larga militarización de nuestra frontera con México denunciaron la existencia del muro y expresaron sus protestas ante el hecho de que se encerrara a niños y niñas. Por supuesto, también fue desalentador y difícil luchar bajo la presidencia de Trump porque no había muestras de que pudiera inducir cambios. De modo que lo que tenemos ahora es tanto la esperanza de que las cosas pueden cambiar con un sentido más amplio de lo que debe cambiar.

Me preocupa que Biden pueda cooptar a parte de esta necesaria resistencia con el resultado, por ejemplo, de que no presionemos tanto como deberíamos en torno a la justicia climática porque consideramos a Biden más receptivo. Sin embargo, no obtendremos resultados si no presionamos lo suficiente. La derrota de Trump no nos permite relajarnos. Todas las crisis que enfrentábamos bajo la presidencia de Trump continúan y se están agravando, de forma que los movimientos sociales deberán seguir activos.

NB: La muerte de George Floyd a manos de la policía constituye una manifestación más de la violencia sistémica de los cuerpos de seguridad contra la ciudadanía negra, y detonó una intensa movilización de Black Lives Matter.

¿En qué medida se pueden identificar rasgos novedosos en estas movilizaciones?

¿Qué elementos hicieron que esta vez las movilizaciones traspasaran los ejes raciales para extenderse a toda la sociedad estadounidense?

¿Qué poso puede quedar?
KPS: Black Lives Matter surgió en 2013 con el asesinato del joven de 17 años Trayvon Martin, de modo que llevamos siete años de lucha. Sin embargo, esta oleada de protestas de Black Lives Matter después del asesinato de George Floyd representa algo más profundo y más amplio. Podemos apreciar cómo ha madurado el movimiento a lo largo del tiempo.

En primer lugar, pienso que la gente que llenaba las calles este verano tiene mucha más consciencia de que no puede haber pequeños cambios o retoques cosméticos para rectificar la violencia policial. El sistema ha tenido una oportunidad durante varios años de responder imponiendo justicia en los casos de las personas que murieron a manos de la policía, cambiando el modelo de cómo ejercer las funciones policiales o confrontando el racismo que muestran los monumentos y banderas confederadas. Sin embargo, después de varios años, la policía sigue matando a personas negras y los monumentos siguen en pie. Esta es la razón por la que había tanta indignación en las protestas; no se restringía a la cuestión particular de la muerte de George Floyd o de Breanna Taylor sino que iba dirigida contra todo el sistema policial y las bases de este país en la esclavitud. Esto abrió un debate generalizado sobre la abolición y la retirada de fondos a la policía, y sobre los orígenes racistas del país. También condujo a protestas violentas que incluyeron destrucción de propiedades.

Otra cuestión inaudita fue el apoyo que obtuvieron estas protestas de la ciudadanía blanca. Vivo en Boston, una ciudad notoriamente racista, y sin embargo fue sorprendente ver tantos símbolos de Black Lives Matter en barrios blancos. Mucha gente sintió la necesidad no solo de afirmar que no son racistas, sino de movilizarse activamente a favor del antirracismo. En un momento dado, los sondeos mostraron que el 70% de la ciudadanía apoyaba las protestas, lo que no deja de sorprender dado el nivel de beligerancia de las protestas.

NB: ¿Qué hace falta para transformar estas protestas en un cambio estructural?
KPS: Nada más y nada menos que la refundación estructural de este país. El racismo no es solo un rasgo erróneo, desafortunado y pernicioso de la sociedad estadounidense; constituye la base de los cimientos del país. EEUU se formó a partir de una guerra genocida contra la población nativa y el sometimiento de la población negra como ciudadanía de segunda clase permanentemente, situada en la base social. Han pasado 400 años y todavía estamos esperando una igualdad real. Cada aspecto de la sociedad estadounidense está conformado por estos rasgos: las leyes, la educación, la policía, la geografía, los monumentos… está en todas partes. Cambiarlo supone poner patas arriba las nociones estadounidenses de propiedad privada, y de qué sociedad merece no ya la ciudadanía negra, sino la ciudadanía. Concretamente, una acción específica y directa de múltiples componentes sería la reparación a la ciudadanía negra no solo por la esclavitud y su legado, sino también por la continuada extracción de riqueza que observamos en la vivienda y en términos económicos en general. Esto se relaciona con una agenda redistributiva amplia.

NB: Antes has mencionado a Obama, durante cuyo mandato se incrementó la violencia policial sin obtener una respuesta adecuada por su parte. En aquel momento, su elección se entendió como un gran paso adelante hacia la justicia racial. ¿Por qué falló?
KPS: Obama goza de la reputación de ser un héroe progresista, y en cierto nivel tiene sentido. Fue sometido a un trato que ningún otro presidente había sido sometido debido al racismo, así que tiene sentido defenderle, pero sus políticas reales o su legado no son progresistas. Deportó a más migrantes que cualquier otro presidente, convirtió a EEUU en el “productor” de energía número uno a un coste elevadísimo para los pueblos nativos y el planeta, aumentó y expandió la guerra contra el terrorismo, y rescató a los bancos en lugar de a las personas. Ese es su legado. Debido a los años de Trump, mucho de lo que hizo Obama se ha olvidado. Sin embargo, incluso ahora interviene en el debate político desde una posición reaccionaria.

La última es la denuncia del eslógan de retirar los fondos a la policía. Y anteriormente este año, en el punto álgido de las protestas de Black Lives Matter, cuando los atletas profesionales en un gesto histórico rehusaron jugar y la NBA estaba a punto de ir a la huelga por el llamamiento de uno de los jugadores más famosos del planeta, LeBron James, Obama en lugar de apoyarlo, voló para reunirse con los jugadores y detener la protesta.

NB: Aunque Donald Trump ya es un “pato cojo”, es muy probable que el trumpismo persista durante largo tiempo.

¿Cómo interpreta la existencia de esta corriente?

¿Cuáles son sus raíces?
KPS: Las raíces del trumpismo se hunden en la historia reaccionaria de este país. El rechazo de Trump a admitir su derrota se asemeja al rechazo de los confederados a admitir su derrota en la guerra civil. Hay gente en EEUU que nunca aceptó la derrota en aquel conflicto, y son los predecesores políticos de Trump. También hunde sus raíces en el abrazo entusiasta del proyecto de asentamiento colonial. Se ha comparado a Trump con el ex presidente Andrew Jackson, un populista de derechas que asesinó con entusiasmo a los nativos americanos. Las raíces más contemporáneas descansan en una grave crisis social nacional en términos de empleo, precariedad y desigualdades. Buena parte de la ciudadanía ha perdido la seguridad económica que tenían hace 30 ó 40 años. Trump vendió la mentira de que podía recuperar el esplendor de aquellos días, pero nadie puede hacerlo. Por ejemplo, EEUU no puede volver a ser el centro manufacturero del mundo. No se asume honestamente que el momento de hegemonía política y económica estadounidense ha terminado.

La izquierda tiene que admitir que una parte de la ciudadanía encontrara atractivos los abusos de Trump a las mujeres, la infancia encerrada y los muros, así como las crisis económica y política que los sustentan, y el por qué la respuesta de la izquierda no se ha hecho oir. Muchos de los que votaron por Trump no habían votado antes porque sentían que el sistema es muy corrupto, cosa que es cierta, pero resulta trágico que la ciudadanía se incline hacia una demagogia derechista para abordar la corrupción. La izquierda tiene que construir una multiplicidad de visiones sobre el hecho de que todo el mundo merece vidas dignas pero basadas en la solidaridad, no en un mito de grandeza que depende del poder y el éxito de las elites.

NB: ¿Cuáles son actualmente las principales reivindicaciones del movimiento Black Lives Matter?

¿Cuáles son los grupos más destacados de la sociedad civil organizada?

¿Y sus estrategias de lucha?
KPS: La fortaleza de Black Lives Matter descansa en sus campañas locales que demandan justicia para las familias. Ciertos asesinatos como el de George Floyd o Breanna Taylor adquieren relieve y apoyo nacional, pero hay otros tantos casos a escala local.

Una demanda unificadora de estas campañas es la de retirar los fondos a la policia –#defundthepolice– que en un futuro no se considerará radical, pero actualmente sí. Los presupuestos de la policía hasta ahora han sido sagrados, pero hay muchos lugares donde se han discutido cambios en la asignación de recursos. Los Angeles ha decidido reducir el presupuesto policial, Minneapolis incluso se comprometió a disolver la policía aunque después se retractó, los activistas de Seattle obtuvieron algunos compromisos, aunque se está retrasando su aplicación. El activismo se está dando cuenta de que llevará mucho más trabajo de lo que pensaban lograr estos cambios, pero incluso aunque sea así, ha suscitado conversaciones relevantes para reimaginar la sociedad sobre dónde invertir los recursos, qué podría reemplazar a la policía que respondiera a los problemas sociales porque actualmente se llama a la policía para responder a todo, y lo hace con violencia. Hay numerosos casos en los que personas negras en situaciones de angustia psicológica son respondidos por la policía con violencia en lugar de con apoyo médico.

Biden ya ha señalado que no está a favor de este movimiento. Una semana antes de las elecciones, la policía de Filadelfia asesinó a Walter Wallace, un hombre negro que atravesaba un episodio de angustia en una crisis de salud mental, lo que desató enormes protestas. Cuando preguntaron a Biden qué opinaba sobre las protestas, respondió que no hay excusa para el pillaje. No son buenos presagios sobre cómo va a actuar con la policía, y de hecho a lo largo de su carrera su solución a la violencia policial siempre ha sido aumentar el presupuesto, más policía y más formación. Será una dura batalla, pero el movimiento es fuerte y logrará que se implante cierta clase de rendición de cuentas.

Otra cuestión será la reparación. Algunas instituciones académicas han hecho gestos de reconocimiento. Harvard, Brown, Georgetown… instituciones elitistas que se han beneficiado de la esclavitud. Brown, por ejemplo, fue fundada por un capitán de barcos de esclavos. Hasta ahora, ha habido algunos compromisos de indemnizar a los descendientes de las personas esclavizadas y de ofrecer garantías a los estudiantes negros.

Todas las ciudades tienen su historia con diferentes formas de desposeer a la ciudadanía negra. En Boston se puso en marcha un programa nacional de renovación urbana que llevó a la destrucción de los vecindarios negros para construir nuevas carreteras. Este proyecto suscitó una fuerte resistencia, pero no antes de que se hubieran demolido 500 edificios en un barrio comercial negro que nunca se ha recuperado del todo. Necesitamos reparaciones a escala nacional, pero también necesitamos respuestas locales. Cambiaría mucho la situación si las instituciones responsables de destruir las barriadas compensaran a las comunidades negras.

Creo que lo que es emocionante y hermoso de estas conversaciones sobre la abolición y las reparaciones es que muestran que aunque las heridas son muy profundas, se pueden sanar. Hay una promesa real de redención y un futuro esperanzador.

¿Cómo sería la sociedad si cientos de miles de personas no estuvieran encarceladas, sino trabajando en las comunidades?

¿Cómo sería si los recursos para las prisiones se invirtieran en las necesidades de la gente?

¿Qué sería posible socialmente si se produjera ese tipo de reparación?

Nick Buxton es asesor de comunicaciones y colabora como redactor y coordinador de las comunidades de aprendizaje digital de Transnational Institute (TNI).

1 La Orden Ejecutiva 13769, bajo el título «Protecting the Nation from Foreign Terrorist Entry into the United States», de 27 de enero de 2017, recibe la denominación de Muslim Travel Ban por los detractores de la norma [N. de la T.]

Traducción: Nuria del Viso del equipo de FUHEM Ecosocial.

Acceso al artículo completo en formato pdf:  Entrevista a Khury Petersen-Smith: de Black Lives Matter a la liberación negra.